sábado, mayo 13, 2006

Tarek

Yo para definirme digo que soy de pueblo pequeño. Mi trabajo consiste en plantar ilustraciones y cultivar hojas de papel en blanco, con una lápiz digital frente a una pantalla de veinte pulgadas, en un edificio lleno de ventanas que mira hacia el poniente, a las afueras de la Vall d’Uixó y al pie de una montaña, como Marco. En esa plaza hacemos un poco de todo. Atendemos, cocinamos, servimos la cena, recogemos las sobras, fregamos los platos y barremos. Es una pequeña compañia de diseño y comunicación, lo que antes se llamaba una agencia de publicidad, pero cambian los tiempos y hay que estar al día.

Nuestro local esta lleno de impresoras, mesas de trabajo, cables, enchufes, focos y computadoras, estantes, cajas con materiales, papeles, libros, ploters y cachivaches de distinta naturaleza. También están los objetos transitorios que un día te los ves sobre una silla, se convierten durante un temporada en los reyes del mambo, deseados por todo el mundo y al cabo de un tiempo, después de pasar la cuarentena en algún rincón, se largan con sigilo hacia un destino incierto. Llevo en este cuartel desde mediados de los años ochenta con turnos de guardia en la garita, retenes, desfiles de domingo y maniobras en el campo de batalla. Durante todo este tiempo han pasado por allí personas que al despedirse, dejaron grabada una pequeña muesca en la sólida pared recubierta de yeso que es mi vida; unas más profunda y otras apenas era un rasguño que con los años va desapareciendo. A mi que tengo un lacrimal como el caño de una fuente, las despedidas me pueden. Claro, como soy rojo por fuera y azul por dentro, esa parte conservadora la tengo muy arraigada y cuesta darle puerta. Ya lo decía la Susi, es que tú eres de pueblo, alma de agricultor, y los cambios no te van. Pero esta vez ha sido diferente.

Tarek llegó hace un par de semanas insertado en un flamante hyundai coupé gris metalizado con asientos negros. Formado en el CEU San Pablo de Valencia, con el reciente título debajo del brazo y un espíritu alegre, positivo y emprendedor, se presentó impecablemente vestido con traje oscuro de marca y un maletín negro de lona. Me deslumbró.

– Este es el elegido.
– ¿Estás seguro? Las chicas quieren que les traigas al de la cocacola y éste no alcanza.
– Esto no es una ganadería. Tengo un pálpito. Pongo la mano en el fuego.
– Así sea –dijo Pepe, asintiendo sorprendido ante mi decisión–

El segundo día Ana lo encontró rebuscando entre los estantes de la procesadora de fotolitos. En ese lugar hay bidones de líquido fotográfico, fijador, revelador, cajas de película, rotuladores, trapos, tubos y objetos diversos.

– ¿Estás buscando algo Tarek?
– Si, a ver si teneis una mascarilla, que me han salido unos granos en la pierna, y me parece que es por la tinta de la impresora – una kónica-minolta recién estrenada–

El tercer día no vino porque según me dijo al cuarto, estuvo en el médico. El quinto mantuvo el tipo como un hombre pero hacia cof-cof, como una cafetera vieja y me avisó que el sexto tendría que volver a visitar al mismo galeno. El séptimo día, como hizo el Señor de la Biblia, descansó.

– Hola Tarek. –llego por la mañana y estaba fuera, en recepción- ¿Ya estás correcto?
– Huy, no. Te voy a dar una mala notícia. El doctor me ha dicho que seguramente tengo alergia a las tintas de impresora. –dijo esbozando esa sonrisa tan amable– O me cambias de posición o no voy a poder trabajar más aqui – mi empresa es como cualquier otra, un espacio donde estamos todos juntos, ordenadores y seres humanos –
– Pues lo tenemos complicado. Como no te saque por la ventana, para esto no hay solución. ¿Y en tu casa no tienes impresora?
– Si .
– ¿ Y allí no te salen erupciones cutáneas?
– No. Es que la mia es doméstica y esas no dan problemas.

Y así sucedíó, como se lo acabo de relatar. Esta fué la efimera historia de mi amigo Tarek. El bueno de Tarek. Dice la Paqui, gran conocedora de las debilidades humanas, que lo que tenía era alergia al trabajo. Pero no comparto esa opinión. Porque yo vi a esa persona protegiéndose la cabeza con una gorra roja, a lo Michel Schumaker, mientras guillotinaba con alegría revistas de Edycon. Y puedo asegurar que estaba a la sombra. Otra vez me socarré la mano.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

qué bonita historia, xavi. seguro que si tarek la leyera, le encantaría.

bon tip el tarek. i bon blog, esteu fets uns poetes! estic gratament sorpresa!

lapatri.

Unknown dijo...

Hola Patri, a veure quan comenceu la vostra i podem llegir les teues histories.
Un petonet