miércoles, mayo 31, 2006

Para un vez que llueve, dejo el coche debajo de una morera

Está lloviendo en nuestra casa. La primavera se despide con una tormenta. Estalló con gritos desde la calma. Primero alteró los colores del mar. Del azul turquesa transitó hacia el marino, hasta fundirse sobre la tenue línea del horizonte, con el gris lechoso, sucio y amenazador de un cielo embrumado. Los barcos fondeados se cubrieron con un manto de agua fría, mientras el viento rabioso de levante azotaba sus oxidadas estructuras. Desaparecieron dejando unos débiles puntos de luz fantasmal, que emergía desde la infinita inmensidad desplegada. Me pilló desprevenido, mientras observaba atónito una escena mil veces repetida. Pero era otra cadencia. Desde las alturas, el Mediterráneo huele diferente. Es él quien domina abrumador y soberbio un paisaje enfurecido. Y soy yo, diminuto y acotado, presa de un temor ancestral y primitivo a la muerte, el que retrocede asustado hacia el íntimo y protector vientre del apartamento.

Retiro las sillas y los objetos de la terraza precipitadamente y cierro los ventanales del sur, dejando que respire por delante ante la boca abierta del infierno líquido desatado. Quiero ver el espectáculo de la creación, en la butaca de primera fila de esta sala recóndita, en que se ha convertido mi sofá cama. Entre los resquicios de las puertas, aúlla estremecedor el aire enloquecido por los cambios de presión, mientras las cortinas bailan con el ritmo del poseído, una danza extraña y violenta, acunadas por el paso frenético de las corrientes que cruzan por los pasillos, volcando una lámpara china de papel verde manzana.

La lluvia golpea incesante el hierro firme de la reja, acompañada por el sonido profundo que genera el embite ronco de las olas alteradas. Continúa la mar embravecida, rasgando la orilla de una playa aún virgen, recién dibujada y rompiendo sus crestas excitadas, de espuma nerviosa, contra el espigón de granito que defiende una biblioteca con bancos de madera y paredes de hormigón, enterrada y vacía de libros, que tengo la pretensión de estrenar este verano.

Estoy descalzo, como todas las tardes al llegar del trabajo, y noto más que nunca, en mis pies desnudos, la humedad refrescante de la costa que tanto deseo tocar. Veo al trasluz las gotas pulverizadas chocar con el suelo de gres, salpicando el espacio circundante, en una cascada dispersa, donde vuelan las minúsculas formas proyectando nubes vaporosas, tejiendo una una telaraña de seda tersa y brillante sobre los cristales empañados.

Esperaba la lluvia como agua de mayo para que limpiara mi coche. Desde el verano del año pasado que el señor no ha visto un túnel de lavado. Como es oscurito pero no es negro, la mierda aguanta más tiempo en el pulgatorio de la invisibilidad. Y justo anoche, aparco debajo de la fila de moreras cargadas de bayas, a la sombra, que no se decolore y aguante el color hasta la reventa. Y me cae un diluvio a chorro, de los que afilan cuchillos y arrancan las cagarrutas de paloma más corrosivas de cuajo. En fin.

Afuera sigue fuerte la tormenta que no cesa. Imagino las volutas de un océano negro que ruge incansable ante mi. La belleza es una mujer de múltiples caras. Esta noche dormiré tranquilo agarrado a Verito.

martes, mayo 30, 2006

La Rana Reneé

Esta mañana me he levantado temprano, aunque es sábado y no tengo que ir a La Vall. Estoy una semana en el paraíso y no hay manera de acostumbrar mis sentidos a la nueva situación. Me sigo emocionando a cualquier hora con todo. Mi cuerpo percibe que está en otra fase, diferente. Ya pasé por algunas, que forman parte de mi bagaje personal. Como están ahora los chicos de Hercegovina, que andan a la greña con el casero y las tuberias de su vieja ratonera. Son los inquilinos de una vieja y ruinosa casa de ciudad, personajes arrebatados de una película de Jean-Pierre Jeunet, Delicatessen, defendiendo su integridad ante el afilado cuchillo del malvado carnicero, Jean-Claude Dreyfus.

Considero este placer primario que experimento un regalo tan especial, que mi alma buscadora de colores se resiste a presentar como normalidad, una situación anhelada durante años. Recostado en una tumbona verde de plástico del Carrefour, sobre una gastada colchoneta de limón y flores estampadas como un lienzo de Gaugin, me limito a observar el universo. El círculo mágico que diviso desde mi trono. Escucho el caótico canto de los pájaros, rebotando entre los edificios del fondo, entrelazado con los típicos sonidos matinales que levantan el tono con el trascurrir del día. Hace un momento una lechuza turista, escondida entre las yucas y los pinos del jardín, practicaba afinando con soltura, un hermoso uhú. Entretanto, la vecina, ataviada con una camiseta amarillo pastel con dibujos y unos pantalones cortos de color blanco, repasa una y otra vez su departamento. De arriba a abajo. Paño sobre baranda y arrastra con ritmo cansino hasta el final. Segundo nivel de enrejado y repite la misma operación. Sin alegría expulsa los ácaros, todo bicho viviente y partícula atómica de su territorio. De pequeño le llamábamos cazar gamusinos, a pillar con la mano esos seres invisibles que circulaban en el aire, ajenos a nuestra presencia.

La estudio con el rabillo del ojo, escondido detrás de la computadora, para que no se violente. Ahora pasa el cepillo de la escoba sobre las hojas de una planta. La rasca a fondo. Yo tenía una de plástico y estuve cuatro años sin limpiarla. Ella le da cuerda cada doce horas.

Tiene la casa dos ventanas que dan al norte, qu esconden unas tímidas cortinas madreperla de encaje. Habitualmente conserva las persianas de plástico gris cobalto a media asta. Hoy las fregó con ahínco, por dentro y por fuera, cristales, marcos y repisas. Solo las abre para darles Cristasol. Deja unos espejos límpidos y relucientes. Termina y de nuevo a su estado natural, con la falda en los tobillos. Como una hippy obsoleta y triste.

En la terraza se baja un toldito claro con dos rayas rojas verticales. La primera tarea que realiza al pisar su balcón es desplegar el parapeto. Como estoy frente a ella, un piso más elevado, dobla el cuello para no pillarse con mis ojos, y dirige una mirada entre perdida y altanera al sur, mientras el resto de su escuálido esqueleto apunta al oeste, como una marioneta rota; al tiempo le da vueltas a la manivela, como si arrancara el motor de una vieja avioneta de hélice. Esta humillante tarea la mantiene ocupada un minuto. Para mi, que si la dejaran expresarse me pasaba rápido por la piedra. Seguro que me odia y eso que no me conoce. Si llega a enterarse que voté a Esquerra Republicana en las últimas elecciones me pinta una cruz en la puerta.

Pienso que busca la intimidad absoluta, el nirvana vecinal, porque hasta bien entrada la tarde el sol no calienta esa parte de la vivienda y la sombra la tiene gratis sin desenroscar lonas. Pero yo, que soy hombre leído, La entiendo perfectamente y comparto su malestar. Normal, Comprarse un piso en la mejor zona de la playa de Benicassim, donde uno espera encontrar a lo más granado de la ciudad, para hacer vida social de calidad, y nada más alzar la vista, esperando encontrar al señor notario, descubres con horror a un tipo descalzo con pinta de emigrante rumano, en calzoncillos descabalgados y con el paquete tambaleando a la altura de los ojos. Pues eso. Un disgusto. Si tendrían que cerrar las fronteras a toda esta chusma que está entrando sin papeles. Solo vienen para delinquir y fornicar con las mujeres del país. A lo mejor le debo de parecer Supermán, porque voy con los gallumbos y me tapo con una toalla roja de Bahía Fenicia por encima de los hombros, como un capa. Igual espera que me corra un revoloteo y la rescate de su infeliz cautiverio, la arrastre hasta la arena y le coma el tigre.
La imaginación es una puerta sin pestillos, dijo Heraclítoris el ateniense.

Pero ella no para. Es inasequible al desaliento. En menos que canta un gallo se ha ventilado todo el exterior. Barandillas, suelos, muebles, polvo. Una máquina. Y eso que la parte de vivienda interior no la atisbo desde mi privilegiada atalaya. Esta señora delgada y de figura nerviosa, que debe de rondar los cincuenta, me observa precavida con cara de resignación. Guarda un cierto parecido con mi tia Victoria. Es que la tengo a quince metros y no puedo evitar por la cercanía, quedarme con sus gestos. Tiene el aspecto clásico de una María Magdalena sufriente, María la Victima, que apuntaría acertadamente la Verito, de las que te cruzas paseando por el mercado de los lunes y se cuelan con descaro en las paradas de fruta.

— No fill meu. No. Yo estaba antes. Habrase visto. ¡Descarat¡ — y si no te apartas dan miedo. Además de puta, a poner la cama. Y callando, que es gerundio, como diría Don Manuel Borras, mi maestro de matemáticas.

Tal vez, toda esta represión sicológica esté relacionada con su compañero, que está impedido en una silla de ruedas y tal vez esté enojada con la situación que le toca vivir. O puede que sea una mujer encantadora dotada de un explosivo y liberal sentido del humor. Que también yo soy un poco negado para acertar con el perfil de las personas. Como director de recursos humanos duraría lo que una bola de chocolate en la puerta del instituto. Nada.

Van a ser las diez y media de la mañana y tengo a la Verito otra vez en la cama durmiendo. Hace un rato quería que fuéramos a tomar un desayuno al Eurosol y luego darnos un bañito en la playa, pero tiene una lágrima fácil y se duerme como las palomas encima de cualquier palo. Será porque la molestamos entre todos y le hacemos la vida imposible. Anoche le llamaron Diana, la Inés y sus amigas desde Almassora en fiestas, y por el tono de voz, el contenido abstracto de su declaraciones y el desparpajo natural que presentaban, juraría que con un buen pedal. Voy a despertar a la ranita con un beso que igual se me convierte en princesa.

lunes, mayo 29, 2006

C.I.R.S.A. (Capítulo I)

Desde la terraza veo a mi vecino, una persona impedida, haciendo ejercicios de extensión y rotación, intenta mover sus piernas. Lleva unos aparatos de hierro que se ajustan con precintos de cuero para mantener las piernas estables. Me quedo mirando un punto fijo y recuerdo mi pasó por la Clínica de rehabilitación. Algo les había contado ya, el trabajo de mi vida.

Sentada en los bancos de espera de la recepción estaba yo con una carpeta tamaño oficio amarilla y dos o tres hojas escritas a máquina dentro, mi currículum. A mi lado había una chica con una carpeta similar, pero de un volumen al menos doce veces mayor que el mío. Su vida laboral parecía ser muy extensa. Me sentí muy chiquitita, casi sin recursos, además había llegado antes que yo. Tenía más puntos a favor. La llamaron, subió por unas escaleras de estructura metálica y escalones de madera y perdí su silueta quedándome con las uñas a medio comer. Cinco minutos después la veo bajar sonriente, su falda acampanada se movía tan graciosa como su cara cuando pasó a mi lado ganadora.

Me toca a mí. La recepcionista, vestida como una promotora de Cocacola, me pidió que subiera. Lo hice, llegué a una puerta de cristal que ponía Dirección, entro y de frente veo al Gordo José, aquel que les relaté en algunos post anteriores.

Me hizo sentar y comenzó a explicarme de qué se trataba el trabajo. Atender el teléfono, tener algunos conocimientos informáticos, poca cosa, me decía. Yo lo único que quería era trabajar. Se lo hice saber desde mi forma más humilde. Mi cabeza lo único que necesitaba era despejarse de la desvaloración que sentía desde que me había enterado que mi ex marido me había hecho cornuda. Hoy agradezco al universo que eso hubiera pasado. Me dijo poca cosa, que cuando decidieran me llamarían, y le pedí que si era un no, también me llamaran para no estar pendiente de ese trabajo. Me prometió que lo haría.

El 9 de Julio, día de la independencia Argentina, y por ende, feriado nacional, según me cuenta Olguita, mi mami, el gordo José llamó por teléfono a mi casa y le dijo que al día siguiente me presentara en ayunas al trabajo, ya que me harían un exámen pre-ocupacional para ver si estaba apta para comenzar mis tareas en la clínica.

Desde que había dejado de trabajar en el Banco, sólo me había dedicado a revolear bollos de pizza y a repulgar empanadas en la pizzería de mi papá en un pequeño local alquilado de la calle San Blas, en Villa Luro. Al día siguiente me levanté tres horas antes, tenía que llegar a las ocho, entré al baño y no salí hasta casi dos horas después de haber entrado. Sabía que al salir escucharía la misma cantinela de siempre de la voz de mi mamá.

-¡Pero Vero! ¿te sacaste los ovarios para afuera y te los limpiaste también?. No entiendo como podés tardar tanto en el baño.

Lógicamente me puse el traje chaqueta negro, algo bonito debajo y fácil de levantar para cuando me tomaran la presión y me hicieran el electrocardiograma. Llegué, pasé todas las pruebas: audiometría, radiografías, analisis y exámen médico general. El electro me lo hizo Alba, una enfermera uruguaya que hacía una semana que había entrado. Muy curiosa, me preguntó un montón de cosas, no me gustaba pero le respondí a todo. Hoy es una amiga entrañable que recuerdo constantemente.

domingo, mayo 28, 2006

Odisea 2036 Benicassim (Capítulo IV)

Subí a mi auto y en lugar de sentir el alivio de la misión cumplida, tenía más objetivos por lograr. Todas las nuevas requisitorias de Rymon y su compungida mujer. La radio sonaba como siempre en la Cadena Ser, lo cambié para que sonara un compacto de la Oreja de Van Gogh, que me grabó Geles y escuchara la canción la reina del pop. Tuve que bajar el volumen y dejarlo casi imperceptible, la tensión no me dejaba disfrutar de todo aquello que habitualmente me eleva.

Llegué a mi trabajo, intentaba concentrarme en los pedidos, me temblaban las manos, cada papel que agarraba tocaba una sonata con mis dedos y se humedecía con la transpiración que mis nervios provocaban.

Eran las seis y media de la tarde. Mi reloj personal me pedía dos horas antes irme a casa. Al día siguiente firmábamos la escritura, con la certeza que el Don Diego de la Vega inmobiliario sacaría algo nuevo bajo su capa del Zorro. Nos llamó por la noche, lo llamamos también, ultimábamos detalles, pretendíamos que todo saliera pintado, sin manchas extrañas de cuadro descuidado. Que nadie olvidara nada, era la premisa. Contribuciones, pre-contratos para destruir, originales, fotocopias. La caja azul de los papeles importantes ya estaba en el coche, para no encontrarnos con caras de sorprendidos durante la comedia que nos esperaba al siguiente día.

Nos fuimos a dormir muy temprano, devoramos la cena, los movimientos de nuestras mandíbulas eran rápidos, tensos, el motivo era terminar. Terminar con la cena, con Rymon, con Benicassim, con los bancos, las financieras, las desconcentraciones, el zumbido de los oídos, la desdicha de ver nuestro deseo hecho trizas y con todo aquello que sacaba de nosotros insultos al aire, cientos de momentos de silencio, y sobretodo una impotencia que ni siquiera nos dejaba golpear el puño sobre la mesa.

Llegó el día, el final de la película, o el principio de una nueva. Pasé a buscar a Lola, que estuvo con nosotros hasta el final. Recordábamos todos las escenas de terror, suspenso y acción que rodaron en esta odisea. A Lolita se la veía más tranquila, pero mis nervios no cesarían hasta verme con la pluma en la mano.

Valencia nos recibió con un sol radiante, gente a granel, un mundo muy diferente al de Castellón. Se percibía, porque verlo no era posible, mis ojos estaban para dentro. Visualizaba todos los papeles necesarios, apilándolos en mi caja azul con la cabeza y supervisaba que estuvieran en mi memoria fotográfica, garantizándome así que no los había olvidado.

En la puerta de la notaria estaban los dos bandos, Don Corleone y la Donna de un lado, y Los Invencibles del otro. Eramos más, la estampa de la mafia olía el final del Padrino. Me hice la grande, aunque por dentro era una migaja de pan mojado. Tenía que parecer entera, puse mi mejor cara de todo va bien loco, una sonrisa marihuanesca y de la mano de Xavito subimos al primer piso. Nos llevaron a una sala y llegó Paco, el Director del Banco, un personaje que en una hora me pareció entrañable, no sé si era porque nos traía el dinero o porque realmente lo era. Aún cuando nos informó que terminaríamos de agradecérselo al banco en el 2036.

Al fin entraron los casi ex-propietarios al recinto, refunfuñando con la boca entre cerrada, palabras bastante perceptibles. El notario parecía haber captado todo, y se sumó a Los Invencibles, leyó muy de prisa la escritura, derechos y obligaciones de los contrayentes, se levantó, y como danzando el baile de la lapicera, nos rodeaba haciendo firmar a cada uno de los protagonistas de la operación. Después de presenciar el acto más deseado de toda la odisea, salimos por fin de ese sitio, sin perderme la cola que me seguía de la mafia vencida, diciendo aún con las banderas por el suelo:

- Me han quitado mi paraíso.

Dejé pasar el comentario como un bocadillo improvisado que no figuraba en el guión, ya no valía la pena. Yo estaba al tanto de su reciente estreno. Un potente chalet en el Torreón de Benicassim.

Después de toda esta historia de enredos, levanto mi vista por encima del teclado, y desde este quinto sin ascensor casi toco el mar con las tetas. Sobre las rejas de la terraza tengo un pajarito negro y esmeralda que trina semicorcheas con silencios de redonda, como si supiera que Xavito duerme la siesta. El sol que a esta hora ya para en el centro de los puntos cardinales calentando sin quemar, acaricia el perímetro del balcón. Algún coche tarareando la canción del verano recrea mis pies descalzos, que se ponen a golpear sobre la tumbona a su ritmo. Y la vecina, que con la excusa de subir y bajar los toldos nos observa cada tanto y evita saludarnos.

Soy feliz, le quito los anteojos a Xavito que se durmió leyendo, apago la música de Woody Allen tocando el saxo alto para que no se despierte y el próximo paso es poner en mis manos a García Márquez, que en esta oportunidad me contará de las memorias de sus putas tristes.

Es el final de la odisea, el principio de la panacea.

sábado, mayo 27, 2006

Vivir de vacaciones

Yo de siempre me consideré un ser de pensamiento dubitativo, espíritu estéreo, como los altavoces de un coche tuneado, y blando de carácter, tirando a melancólico. Un personaje curioso y despistado, incapaz de saber si le devuelven dinero en la declaración de renta o por el contrario, debe de pagar el diezmo, para que los funcionarios públicos puedan llegar a fin de mes con sus míseros sueldos. Ya lo decía mi padre.

— Xavito, estudia y hazte un hombre de provecho, que si no, pasarás más hambre que un maestro de escuela. — Y ahí me cagaba encima con el puñetero miedo escénico. Soltaba pocas pero buenas. Era un motivador, un developer como el vicepresidente de Microsoft. Bueno, ese era un gilipollas y mi design manager un señor.

Mis padres tuvieron el honor de fabricar un primer modelo casi sin levantar una ceja, con la ley del mínimo esfuerzo. Fuí el fruto deseado de la segunda semana de luna de miel, porque la primera recién casados, mi madre enjuagó todo el líquido que circulaba por sus arterias en toallas de baño blancas, robadas de un hotel de San Juan de Luz. Nunca entendí del todo el proceso reproductor humano y sus ciclos repetitivos. A mi me sacaron a concurso una noche de incontinencia masculina, cuando Vicente, el guapo cuarentón se enfrentó con la jóven veinteañera Francisca y la remató con un par de puyazos, a sangre y fuego, en una humilde pensión del barrio viejo de Donosti. Puedo oir los gemidos del somier de alambre, rebotando ante el empuje viril, como un acompañamiento musical de un pasacalle con banda. Aunque realmente, en el sesenta y tres, me parece que todo debía de ser antiguo. Digo esto porque yo no estaba presente. En aquel entonces era dual, mitad esperma y mitad huevo celular. Las fotos que tengo de la época, en blanco y negro con los bordes recortados, eran el reflejo de otro mundo. Un tiempo donde el reloj rodaba lento y los espacios eran más grandes.

Ellos, mis papás, a partir del primer gol empezaron a planificar la hornada.

— Yo quiero diez — soltó el semental de mi padre, con los cuarenta cumplidos y pensando que todo el momte era orégano. A ver si no había tenido tiempo suficiente. Mucho disparar y el balón al poste o a la gradería.
— Pues por mi vale — contestó ufana Francisca, la inocente mujercita, entre virgen y conejo, dispuesta a repoblar la península ibérica.

Y no se cortaron ni un ápice. Manos a la obra, se prepararon para amasar panecillos a fuego medio con horno de leña y sacarlos con la pala de madera bien caliente y tostaditos por abajo, cada tres años. Así salimos en fila, uno detrás de otro. Crearon una saga de cinco, cuatro varones y un tigre de bengala rubio, peleón y con el genio revirado. Mi hermana Ana, un espectáculo de la naturaleza. Fueron legendarias nuestras agarradas en la terraza de la casa de Vilavella. Le llevaba tres años y me ostiaba sin problemas. No me pude hacer con el dominio del terreno en años pero defendía con valor la plaza de primogénito. Yo era Boabdil el Granadino y ella Fernando el Católico. Pero es que al felino, nunca le arredraron el tamaño ni el género. Tengo imágenes de los dos, cada uno dentro de un enorme balde de plástico lleno de agua, largándonos la mano a mansalva, en pleno agosto. Como en un circo, donde el domador aplasta la voluntad de sus bestias, Ana era capaz de sacarme de mi sitio para sacudirme primero y darme de comer después vencido y derrotado. Nunca tuve celos de mi hermana, entre otros motivos porque estaba demasiado ocupado huyendo de ella. Pero la casa era pequeña y siempre solía encontrarme para tirarme de los pelos y darme una paliza. Aunque terminaba llorando a grito pelado, más por rabia que por otra cosa, llamando a mi madre. Era como un fox terrier peleándose con un dogo alsaciano.

Con los años apredí a respetarla y a valorar el talento que atesora, su inteligencia. Hoy he de reconocer, que la sigo temiendo por el genio duro y la rectitud de pensamiento. Pero la quiero como el ser entrañable que es y admiro por su forma de enfocar las situaciones difíciles. Es de esa clase de personas que encuentra la senda cuando el resto del grupo está perdido en el frondoso bosque. Te la llevarías de compañera para una expedición al Annapurna. Donde tu solo ves arena seca, ella encuentra manantiales de agua fresca con brotes tiernos de vegetación. Algo aprendió de Rober, su compañero y papá de Lía. Tiene mi hermana el coraje y la sencillez de las personas que no temen a la realidad, porque no hay nada que esconder. Es límpia como la verdad llana y su mirada clara color caramelo de Logroño te desnuda como un bebé. Los siguientes hermanos, Juan, Nacho y Rubén ya fueron como mis ahijados y la cosa funcionaba bajo otras reglas menos salvajes.

Me considero un personaje irónico, con sentido del humor y especial, igual que Kiko el murciano, incomprendido por la mayoría de los que me rodean y siempre calculando el calibre de mis palabras para intentar no ofender a mis semejantes.

También digo que no me gusta trabajar. Que mi vida ha sido una búsqueda contínua del Santo Grial del dolce fare niente. De como inventarla para pasármela sentado mirando las musarañas y durmiendo la siesta, como mi héroe Bartolo el personaje del tebeo.

Yo me hice diseñador porque pensaba que estaría todo el santo día sin hacer nada. Tenía una idea preconcebida errónea y desviada mil millones de kilómetros. Ahí metí la gamba hasta el calcañar. Me hundí en la mierda, como diría la Verito. Por eso seguí buscando mi paraíso particular, sin descanso, pero con algunas paraditas de larga estadía. Veintitantos años hasta volver a mi lugar. A Benicassim. Estuve hace años, en los ochenta, arrendando un estudio y tocando la guitarra, cuando comenzaba a despuntar el futuro.

Porque soy del pensamiento que ya que trabajas todos los días, al menos que parezca que estas de vacaciones y lo haces porque quieres. Así, por las buenas. De esa forma lo estructuré en mi cabeza. A ver, si los madrileños con mercedes y bemedobleuves se rompen los cuernos por pasar cuatro jornadas aquí, soportando colas eternas y horas de viaje agotadoras, yo, que puedo hacerlo cada día, por qué no intento esta aventura. Además es lo que quiero. Y así lo he hecho. Gracias a mis dos sicólogas preferidas la Verito y la Susi y a mi propio deseo y valentía, he conseguido lo que a la mayoría de personas les resultará imposible de realizar. Estar de vacaciones todo el año. No es una cuestión de dinero. Es algo que tiene que ver con la perseverancia, el deseo, la ilusión y las ganas de vivir. Yo las tengo y por eso estoy realizando mi sueño. Nada es fácil, pero tampoco imposible.

Mi computarora marca las doce y veintidos de la madrugada. Ya es sábado. Escucho el cricrí de un grillo en la profunda inmensidad de esta noche de finales de mayo, con el verano asomando el hocico. Verito está respirando fuerte a mi lado, acostada en la tumbona de la terraza, tapada con el cubrecamas que le arreglé improvisando. Estaba muerta de frío y le puse encima el trapo, porque no tenemos otra cosa para protegernos. Quería largarse a la cama y dejarme solo, pero inventé la excusa. Ahora desde que estamos en la nueva casa, le entró la neura limpiadora y me mira raro cuando no hago los deberes como ordena. Yo, que llevo cuarenta y dos años sin hacer la cama. La estaba cubriendo con la sabanita crema y aún protestaba. Menos mal que se cagaba de frío y andaba medio torrada.

Con el mar tranquilo y oscuro, las luces de fondeo de los mercantes haciendo de velas, esperando entrar en el puerto de Castellón, marcando el horizonte, quiero seguir disfrutando del momento. Los coches pasan por la avenida con el motor a medio gas y se escucha el ruído de voces lejanas de niños y el tintineo de vasos y cubiertos recogiéndose en algun casa cercana. Una moto arranca debajo de casa y el sueño se apodera poco a poco de mi mente. Un vecino abre la luz de la cocina y dibuja, a lo lejos una ventana enmarcada. Los mosquitos rondan insensibles a contraluz en la pantalla del portátil. El gintónic que me preparé hace rato y el olor de salitre me estan venciendo. Si esto no es el puto paraiso, que me expliquen donde está.

viernes, mayo 26, 2006

Odisea 2036 Benicassim (Capítulo III)

Los días pasaban y por fin, la tercera y última tasación. Cómo si estuviéramos en la sala de espera de una terapia intensiva. No podíamos hacer nada, solo esperar, que el Cirujano especialista en tasaciones difíciles nos dijera que el paciente se salvaría.

Continuamos en esos pasillos de angustia una semana más. El valorador de inmuebles superó nuestras expectativas ampliamente, la operación seguía adelante. Ahora nos tocaba encender velas de todos los colores a San Banco de la Comunidad Valenciana para que el comité analizador de Pringados nos diera el visto bueno final. Los llamados telefónicos no cesaban, y cada día teníamos que sortear una nueva idea descabellada de Raymon y Marysun, sus excusas y presiones nos daban a entender que ya no querían vender el apartamento. Y nosotros esperando.

No bajamos la guardia, éramos un equipo, Lola, Moisés, Xavito, yo y ahora se sumaba Paco, el director del banco que tenía en este momento nuestro deseo en sus manos.
Y nos lo concedió, dijo sí a nuestras esperanzas, proyectos, ilusiones, fantasías de ser sirenas terrestres, en fin, llegaron los primeros minutos de felicidad. Se cortaron muy pronto. Ante la confirmación de poder firmar el día que nos había impuesto el vendedor, lo llamamos a su celular para darle aviso. No nos contestaba, todo el equipo de la Odisea Benicassim intentando decirle que podíamos cumplir con lo solicitado por él. Con puntos y comas. No atendía.

Fue entonces cuando decidí atrincherarme en la puerta del apartamento hasta verlo salir y poder comunicarle que lo habíamos conseguido, que todos sus requerimientos podían ser satisfechos. Esperé durante mi horario de comida, contaba los minutos, inventaba estrategias, daba vueltas con el coche, imaginaba que me estaban espiando y en cuanto me vieran salir escaparían.

En una de las vueltas tácticas, una de las últimas planeadas, me los encuentro y aún notando el gesto de sorpresa y la mueca fingida de dolor, detengo el coche, y tras escuchar más de diez acusaciones seguidas donde me decían lo desgraciados que los estábamos haciendo, y creanmé que no sé el por qué, pude soltar mi noticia al aire, entre las moreras y los pinos, con una veintena de pájaros cantores de testigos y con los rayos del sol pegando recto sobre mi mollera.

Ahora me voy a hacer noni. Pronto continuará el cuarto y último capítulo de la odisea.

jueves, mayo 25, 2006

Colores

Desde la terraza de mi casa veo el mar cambiando el color. De negro carbón, a gris plata. Viajando desde la oscura madrugada, observas cómo se pinta de azules pálidos este lienzo, buscando el día, hasta que un fuego intenso añade a esta paleta divina, rosados y magentas. Son apenas unos instantes, un impás, una espera sosegada. Los cálidos se tornan fríos turquesas al apagarse, y viran apastelados jugando entre azules, como un viejo cuadro de Monet. Acaba de sonar el despertador fiel que anuncia las mañanas de laburo. Pero el guirigay que tenemos formado en los jardines se anticipa al gallito digital. Enciendo la jornada con energía, escuchando una coral polifónica de mirlos, vencejos, y gorriones. Puede ser que el mundo esté preparando esta función en exclusiva. Es el estreno de una nueva película.

Recostado en el sofá cama del salón de mi casa en Benicassim veo la luz.

martes, mayo 23, 2006

Josep y Elena

El sábado, cuando el sol comenzaba a pintar las baldosas de gres de la terraza, sentado frente a un vaso de Nescafé con leche entera con calcio, azúcar negro de caña y un zumo de naranja sanguina, conversaba con Verito sobre el carácter de las personas. Estar en alto observando el universo en contrapicado, permite alejarse del ruido de las cosas. Con una galleta de chocolate chokis en la mano, y mientras la vecina de enfrente defendía la intimidad de su casa descolgando un toldo rayado, llegamos a la conclusión que los habitantes del planeta tierra se pueden dividir en dos grupos. Los que se quejan y los que no.

Los primeros casi nunca estan conformes. Para ellos la vida es un lamento sutíl. Cuando el tórrido calor inunda las calles en verano, los oyes cantar con el semblante desencajado, lo mucho que les agrada el frío de noviembre; si es octubre, está lloviendo, y desde la primavera no cae ni una gota, sufren con pesar la llegada del mal tiempo a la comarca. Si están en la playa les molesta la brisa, los mosquitos y los granitos de arena que trasportan en las medias. La humedad les aturde trayéndoles jaquecas rabiosas que les impide levantar la cabeza.

— En Cuenca, en el rio Cuervo si que se está bien. ¿no? — te dicen con gesto doliente—
— Aquello es una maravilla Vicentica. Tienes que ir. Allí el paisaje va cambiando según la estación. No como aquí en el mar, que miras media hora y siempre es igual.
— No sé como se pudieron comprar ese piso tan caro. No tienen conocimiento.
— Y en Agosto está lleno de coches y no puedes ni aparcar. Una barbaridad.

Si estás comiendo en medio de la montaña, por ejemplo en mitad de la sierra de Espadán, en su ambiente, rodeado de olivos centenarios y alcornoques desnudos, tampoco. Conocen otro restaurante, donde casualmente fueron la semana pasada; allí preparan el medallón de solomillo con salsa romescu y patatas panadera exquisito. Como elegiste tú el sitio, simulan haciéndose el artista.

— No es que esté mal. No. Pero hay que ver estos cubiertos. No se puede ni comparar.
— Pues que venga el camarero y te los cambie. Manolo, la carne está malísima. Dura como la suela de un zapato.
— Y encima es caro. No les dejes propina.

Se quejan si hay demasiada gente y les parece masificado el asunto. Si por el contrario, hay cuatro gatos, que poca vida tenemos en la calle. Si los niños juegan, les regañan por hacer de niños, saltar y vociferar; si leen un libro, se preocupan por su salud mental. Si los padres son estrictos mal, si son liberales también. Nunca acertamos.

— Algo le pasa a este niño. Es que sus padres son de una forma que ya te digo.
— Esa criatura acabará mal. Con esa educación. Y su madre no va a misa nunca.
— Me parece que no están casados. Y el mayor sin tomar la comunión.
— No me digas.

Que la paella te ha salido sosa, o salada, el arroz hinchado o crudo; el sofá demasiado grande, o pequeño; la cama blanda o dura. El armario demasiado espacioso y desaprovechas media casa, o reducido y no entienden como puedes guardar tu ropa en esas condiciones. Si te cambias de casa en un solo día eres un ansioso y no puede ser. Si lo hicieras en un mes te reprocharían lo mal organizado que estás. Ellos te explican con detalle la manera correcta. Son un manual de instrucciones. Si te vas a vivir lejos no lo entienden y te acosan con sus prevenciones; resulta que te quedas como estás, eres un tipo sin empuje y falta de ambición. Si hablas mucho te tachan de charlatán; si mantienes una postura discreta eres un huraño. Si participas enseñando tu pensamiento te dicen que solo hablas tú; si ocurre que escuchas al otro achacan tu comportamiento a la falta de ideas. Eres un mediocre. Si llevas camiseta, por qué no la planchas; si estás delgado dicen que tienes mala cara, y si echas tripita que no entienden lo gordo que estás, a ver si dejas de comer tanto. Si te queda poco pelo se acuerdan de lo guapo que eras con la melenita rubia. Si compras un coche y te ven contento, afirman condescendientes que por ese precio te conseguían dos. Al final acabas por cansarte de tanta protesta y en vez de responder a tanto rosario, optas por rehuir su compañía.

Josep es una persona que nunca invadirá con negatividades tu círculo. Siempre le he visto expresar con inteligencia y humor, su opinión, sin molestar, respetando con delicadeza la libertad de los demás. Es de esa clase de gente que sacan a relucir la parte positiva de la vida, con una sonrisa natural que te desarma. Esta tarde hemos estado conversando la Patri y yo, mientras viajábamos a Gandía a visitar a unos clientes. Entre los temas que hablamos salió este. Le contaba que estaba preparando un post sobre la amistad y las personas especiales. Y convinimos en incluir a Elena. Ella también es miembro de este club. Y lo cierto es que hay pocos socios. Pero buenos. Los puedes reconocer porque son las personas que siempre te hacen sentir bien. Sin excusas, sin reproches, sin culpas. Nunca incomoda su presencia y a su lado todo parece más fácil. Pasan por tu vida como un soplo de aire fresco. Te conceden los permisos para que puedas seguir haciendo aquello que te gusta.

Y dijo Heráclito el ateniense, que los buenos salvarán al mundo de su ignorancia, preservando la esencia de nuestra especie intacta, frente al embite arrollador de la perversa envidia.

lunes, mayo 22, 2006

En la cama con Angustia

Estamos en una casa frente al mediterráneo y el planeta se ha vuelto loco. Su rotación está siendo alterada por alguna causa desconocida y la consecuencia se traduce en cambios de temperatura y luz solar. La sensación es como estar en una noria. Subes lentamente y bajas rápido con vértigo en la boca del estómago. Todo es de un color naranja enrojecido y violento. Veo dos cruceros que pasan por delante de casa, para enfilarse cuando llegan a mi altura, mar adentro, rumbo al este brumoso y profundo. Estoy con mi familia y otras personas que no logro identificar. Debe ser un día de fiesta. Un domingo de verano. El agua azul turquesa del mar se vuelve repentinamente turbia, marrón, gelatinosa. Unas bestias saltan a lo lejos como un banco de sardinas atacado por un depredador hambriento y se acercan a la playa amanazantes. Son descomunales con espaldas plateadas y brillantes. Los cuerpos al golpear el agua, producen un sonido atronador. Es una pulsión rítmica, de ondas graves que retumban con fuerza en el interior del oído. Miedo. Hay que cerrar las ventanas y las puertas. Otras figuras nadan hacia nosotros. Son osos blancos. Mi madre está ordenando que no salga nadie. En esta vivienda tenemos que hacer las necesidades en la parte de atras, cruzando un patio a cielo abierto. Ahora ya no podremos salir. Me encargo de pasar los pestillos cuando tengo esos animales en la misma puerta. Realizo esta operación con premura, no pueden entrar. Escucho golpes y jadeos. Ansiedad. Traspiro copiosamente. Siento como invaden todo. Es como una manada de toros desbocada que se dirige hacia mi. Estoy aterrado y pienso en el instante siguiente. Necesito respirar. Ahora todo rastro de luz ha desaparecido. Hay una absoluta oscuridad aquí dentro y estoy despierto con la mente lúcida. El no saber que tengo alrededor me asusta. No me siento protegido en esta casa. Peor sería haberse quedado en plena calle. Las fieras ya me habrían devorado. Me pregunto como vamos a organizarnos para ir al baño. En todo este espacio de tiempo que ha trascurrido permanezco solo. Viene una mujer menuda hacia la sala. Hay unas cabinas, como los aseos de un local, pero sin puerta, solo las paredes laterales desnudas. Levanta su falda y se agacha sin pudor ante mi presencia. Está dándome la espalda y su vagina parece vaya a engullirme. En el sueño aparece como una boca, una caverna húmeda. Sale de aquel molusco un torrente de orín que salpica el suelo y lo inunda. Tengo que salir de aquí.

domingo, mayo 21, 2006

Odisea 2036 Benicassim (Capítulo II)

Los dueños nos invitaron a tomar algo, nos sentamos en la mesa de plástico verde, en la terraza. Xavito y yo nos mirábamos, cómplices, como dos niños a punto de hacer una travesura. Y la hicimos. No dudamos en saber lo que pensaba el otro. Me aventuré a decirle a Rymon y a Merisun, los dueños, que estábamos decididos, que la hacíamos nuestra desde ese instante. Ellos, en ese momento, tenían la actitud más paternal que he tenido desde que decidí tomar el Boeing 707 de Aerolíneas Argentinas, darle un abrazo gigante a Olguita, Juan Carlos y Diego y venirme a España, exactamente hace cuatro años.

Después de toda la conversación numérica hacia arriba y hacia abajo, hicimos nuestro indeseable descenso. Por nuestras cabezas pasaban pensamientos de ocupa, de aquí no nos movemos, es nuestro o qué les cuesta irse ahora si total lo quieren vender.

Pero no, nos tocaba pasar por la situación más angustiante, agobiante, de presión, miedo, escenas crueles e injustas.

Los personajes que nos vendieron el apartamento y nosotros firmamos el papel habitual, pre-contrato, donde se dejaba constancia que si pasados cuarenta días no habíamos pasado por el notario, los ahorritos que le habíamos dado al matrimonio, automáticamente eran de ellos. Perderíamos ilusión y dinero.

La cuarentena transcurría, salpicada de llamados telefónicos de Rymon ejerciendo presión, nosotros recorríamos bancos que metían la cabeza en nuestra vida preguntándo por qué un quinto sin ascensor, por qué en Benicassím, decenas de por qués; pasando por alto nuestro deseo. Ninguno ofrecía esa falsa mano en el hombro que necesitábamos, la señal que nos decía que la operación era factible. Lo único que queríamos era un préstamo que estábamos dispuestos a pagar mes a mes. Tasaciones que no llegaban, se quedaban cortas, papeles que no eran suficientes. No nos daban el dinero.

Y llegó Lola, nuestra amiga, Lola la de masde30castellon, la novia de César, la mamá de Micky el trompeta. Ella se ocupa de hacer operaciones inmobiliarias. La llamé por teléfono y silabeando las palabras, con su voz asustada, me dijo como si nada pasara:

- Tran-qui-la, que llamo a Moisés y él te lo saca.
- Pero Lolita, necesitamos que sea antes de quince días.
- Sí, sí. Pero ten en cuenta, Verito, que viene Semana Santa y en esos días no podremos hacer nada.

Yo, con voz resignada, titubeante, nerviosa, y con color oscuro le dije que no pasaba nada, que tendríamos paciencia y si no salía esta vez, sería en otra ocasión.
La misión Lola había comenzado, tendió cables a tierra por donde pudo, tranquilizaba por teléfono a Rymon que no paraba, tenía puesto el automático en el teléfono.

Pasamos la Semana Santa, haciendo acto de contricción, sin salir del piso, hablándonos con miradas cómplices.

A medida que pasaban los días, aumentaba nuestro pánico, pero el ingenio descubría miles de formas para discimular el aroma a miedo que se olía en la casa.

Decidimos crear Chocolatina Blog, una buena herramienta de desahogo, la excusa perfecta para quedarnos en casa, para no pasar por la playa bajo ninguna causa.

Llegó el día del trabajador, también en casa, montamos la mesa del comedor con el Mac y el PC, nuestra concentración metida detrás del monitor, inmersos en nuestros mundos de letras conectadas y los ojos sólo se cruzaban cuando apenas levantábamos las cabezas. El Blog se tornó obsesivo, nos preocupaba más escribir que el apartamento y seguimos adelante porque supimos que era el camino más acertado.

Continuará. Es una historia muy intensa para contarla en sólo dos capítulos.

sábado, mayo 20, 2006

Mossen

Heráclito comentaba que la felicidad estaba cimentada sobre dos verdades absolutas. La capacidad que tienen las personas para olvidar y de la segunda no me acuerdo.

Esta frase genial la contó el gran Pepe Sastre durante la cena del sábado pasado, en la boda de Camilo y Sonia que dieron en los salones Les Moreres de la Vall, lo que antes conocíamos por la Lordship. En ese lugar también estuve hace algunos años celebrando mi banquete nupcial con Eva, anterior compañera y de la que estoy actualmente separado. Ese día recuerdo que andaba con la cabeza revuelta por el trajín y trastornado por la falta de costumbre y los nervios. Nos casó el párroco de Nules, mossen Burgos, viejo conocido de la época castellonera. Yo estaba interno en el Colegio Menor. Comía, dormía y teóricamente bajaba a estudiar de noche a las aulas, junto a los otros internos. Asistía a clase en el instituto Francisco Ribalta, donde cursaba el bachillerato. Como era jugador del club de fútbol de la ciudad, tenía ciertas ventajas que hacían de mi un individuo superior, o eso era, al menos, la opinión subjetiva de mi corazón adolescente, cuando a los dieciseis quería comerse el mundo. Siempre al ver una superfície bruñida, vidriera, espejo o un pedazo de chapa, detenía el paso para observar el tipo tan interesante que reflejaba. Estaba plenamente convencido que había sido dotado por la madre naturaleza, de una inteligencia superior y cierto es que miraba con desdén y lejanía a mis compañeros de habitación. También pensaba lo mismo del cura del colegio, que no era otro que el señor Burgos, un hombre de talla menuda, ligero y de maneras suaves. Tenía el pelo gris con un mechón rebelde que le caia sobre la frente, dándole un aire juvenil. Tenía cara de ruiseñor, con unos ojillos pequeños y párpados a medio camino, como la persiana del ultramarinos a punto de cerrar. Del color intenso de la miel de romero, como caramelos, que proyectaban una mirada inteligente y picarona. Vestía un clerigman gris cobalto, pantalón de tergal, camisa planchada con alzacuellos y cinturón blanco a juego. Para mi, que solo conocía curas con sotana, aquel hombre era un revolucionario. Además culto como la mayoría de los sacerdotes. Acepté de buen grado la amistad que me ofrecía. Algo aprenderé, pensaba. Estaba enamorado con locura de la Vírgen María, la Madre de Dios. Eso es al menos, lo que me confesó una tarde de otoño, en la sombría intimidad de su reducido despacho, atiborrado de libros marianos. Llenaban por completo aquel cubículo, en el que apenas cabían dos personas sentadas. En las estanterías, dentro de un viejo armario de pino y sobre él, encima del escritorio, amontonados en un sillón rojo con orejeras y apilados en el suelo. El sacó de un rincón una botella de Marie Brizard. Yo rechacé la invitación, pero el se sirvió un pequeño vasito de cristal. Conversamos abiertamente y con profundidad de la vida y la filosofía. Al discurrir de la tarde fui cayendo en la cuenta que, por una parte, tenía el propósito de conquistarme para la causa. Eso era hacer apostolado, algo normal en su caso. Pero por otra me hablaba de su esposa, la Inmaculada Concepción, y de unas teorías extrañas, que hacían chirriar mis neuronitas en pleno proceso de construcción. La expresión de su cara, ese relato pasional cargado de sensualidad dirigido a una escultura, me inquietó y quise salir de aquella encerrona.

Volví a ver al mossen muchos años después, en el bar Musical de Nules.

– Hola, ¿que haces por aquí?
– Hombre Javier. Que alegría. Hace un año que me trasladaron a la rectoría de La Soledad. Y aquí estoy.
– Casi no te conozco con sotana mossen.
– Es que han cambiado los tiempos.
– Pues voy a casarme con una chica de aquí de Nules.
– Ya era hora. ¿Te apuntarás para los cursillos prematrimoniales?
– Pero mossen. Con la experiencia que tengo, ya sabes que no hace falta que me des muchas lecciones. Además sabes que esto es de compromiso. Que lo hago por mi novia. Así se queda tranquila, y como a mi no me cuesta demasiado darle el gusto. Pues eso.
– Pues así no te casas en mi parroquia.


No asistí a los cursillos, pero si tuve que pasar por su nuevo despacho para firmar las amonestaciones. Lo que no sabía era que también entraba en el paquete del vodevil acatar una humillante, antigua, machista, insconstitucional y estúpida declaración. Era un listado que según él la Iglesia Católica exigía. Discutí acalorado y ofendido sobre el contenido de aquel infame papel. Pensé en llevarme una copia con alguna excusa para denunciar el atropello y tener una prueba concluyente. Una de las frases decía que la mujer tiene que someterse a la voluntad del marido, y hacer el amor cuando este así lo ordene, aunque está cansada y sin ganas, porque ella está para servirle. Nunca entendí esta obsesión enfermiza por recortar las libertades del individuo y entrometerse en la vida de los demás. Como última recomendación ya en la calle, me agarró del brazo.

– ¿Tú lo has pensado bien? Te conozco bien. Eres un peligroso pájaro follador y a esta niña le vas a hacer mucho daño. Tú no deberías casarte. Además no quiero que te cases en mi Iglesia – me dijo en un aparte con gesto alocado. Eva y su amiga estaban cuatro pasos por detrás. Más tarde le conté lo sucedido y no le importó –
– Pero mossen. ¿Que estás diciendo? Te has vuelto del revés.

La ceremonia de mi boda duró cinco minutos. Mi suegra arregló las cosas para que así fuera. De eso me enteré mucho tiempo después. La recoleta capilla de La Soledad acogió a los pocos invitados que llegaron a tiempo para ver nuestra actuación. Porque mossen Burgos apretó el acelerador y se saltó todas las normas eclesiásticas. Para él yo era un sacrílego endemoniado que asaltaba su territorio sagrado. Ni hacer las fotos con la família pudimos porque apagó las luces del recinto antes de besar a la novia. Se encerró en la sacristía y tiró el candado. Pues mejor.

Según el bueno de Heráclito hay dos verdades absolutas para obtener el nirvana de la felicidad. De momento la primera condición ya no la cumplo. Pero seguramente el viejo ateniense andaría colocado ese día con algún brebaje, porque os puedo asegurar desde la privilegiada terraza donde escribo este post, con el mediterráneo centelleando como la bola de un club de alterne a mis pies y la brisa refrescando al chico de telefónica que está pasando cable para instalarnos el teléfono, que soy feliz.

viernes, mayo 19, 2006

La mosquita muerta

Una noche Pepe, mi socio y amigo, estaba viendo un programa de la Dos en la Televisón Española, cuando por casualidad entrevistaban al Secretario de Industria del ejecutivo español. Este funcionario defendía el modelo nórdico de horario laboral frente al insalubre esquema mediterráneo. Su propuesta era simple. Erradicar de nuestra cultura las jornadas interminables en el puesto de trabajo, seccionadas por dos o más horas de espacio muerto al mediodía para comer y hacer la siesta. Llegar a casa tarde significa renunciar a la vida familiar y social. Pero la gente no está por la labor de irse a dormir nada más llegar de la oficina. Tiene por costumbre continuar con sus rutinas y acostarse a las tantas, como hacemos la mayoría. La consecuencia, apuntaba, era la tasa de productividad más baja de la Comunidad Europea. Pasamos muchas horas en la empresa, pero tocándonos los huevos, venía a decir. Como estamos agotados de ver la tele y dormir poco, porque de follar no es, durante el día no rendimos. Hay que cambiar de hábitos. Si organizamos nuestras compañias como hacen los alemanes, podremos estar más tiempo rascando cosas, pero en casa, que estamos más cómodos y tenemos intimidad. Serán ocho horas igual, pero la comida de doce a una, sin almorsaret ni carajillo, y a las cinco y media se acabó.

Al día siguiente planteó el tema en la empresa y votamos sí por mayoría absoluta. Así fue como implantamos esta gran tradición. Y ese es el motivo por el cual me encontraba en la cocina de casa hoy a las doce y media, observando el fregadero con los platos llenos de agua que dejé anoche. Y allí la ví. Estaba quiteta, panza arriba, sin vida. La mosquita muerta. Así que esto era todo. El lunes era un bebé larvita y dos días despues descansaba con el sueño eterno de los insectos, acostada en mi cuchara amarilla de tomar el helado.

Imaginando relacioné esta experiencia con todas las anteriores en las que alguien nombró este apellido.

– Esa chica parece una mosquita muerta.
– Pero madre, es que no la conoces. ¿por qué dices eso?
– Mira hijo, las mujeres nos vemos venir y esta es de mala clase. Aquí no me la traigas.
– Pero madre, tu no entiendes...estoy a gusto con ella.
– Aun me harás llorar. Lo que pasa es que ya no me quieres como antes.
– Si que te quiero tonta.

Me pregunto quién sería el inventor de esta asociación de ideas, porque aquella criatura que mi progenitora definía con esas palabras tan oscuras, estaba viva, era blanca, divertida, lista y tenía un talento natural para dar besos con lengua. Era una fiesta. Nada que ver con el bichito negro que flotaba entre mi vajilla, mojado por fuera y seco por dentro. Igual que una señora que conozco. Verito no me deja publicar su nombre. En la corteza, un sofoco contínuo, sudores menopaúsicos acelerados con una pose de tragedia griega. Para rematar la actuación, cabeza ladeada, dorso de la mano sobre la frente, con fingida afectación, manteniendo los ojos semicerrados, lo suficiente para saber donde estás tú. Sublime. Por dentro seca como la semilla de un nogal.

En una época yo las fabricaba asociado a mi compañero Juan Carlos La Pina. Éramos el doctor Frankenstein y su ayudante Igor. Cursábamos tercero de la antigua Educación General Básica, en el Grupo Escolar Juan XXIII de la Vilavella. Corría el mil novecientos setenta y tres, el año que tomanos la primera comunión con Don Manuel Fabregat, el severo rector de la parroquia. Nos sentábamos juntos en un viejo pupitre de madera, con una cubierta a modo de tapa que escondia un cajón para guardar libros y cuadernos. Tenia dos asientos abatibles astillados, con la superfície tramada por cientos de inscripciones, grabadas con tinta de colores y punta de compás. Nombres, fechas y palabras de amor eran los mensajes más comunes. Los antiguos graffitis desaparecían bajo el cincel ocioso de los nuevos alumnos. En la parte superior, la mesa tenía un plumier a cada lado y un hueco para dejar los lápices. Ese pocillo estaba fuera de uso porque ya nadie escribía con pluma. Teníamos bolígrafos Bic naranja, Bic cristal y lápices Staedler.

En la última fila, escondidos debajo de los colgadores de ropa, dos avezados cazadores exterminaban cualquier mosca que volara dentro de la zona. Más adelante, contratamos algunos compañeros de clase para que recogieran especímenes de las primeras filas, que ahí no se podía llegar sin llamar la atención de doña Rosa, las bragas más esperadas del claustro. Cuando explicada alguna lección sentada de lado sobe uno de los pupitres, aún escucho el tintin de los objetos golpeando el suelo. Como me sentaba al fondo del aula, veía, aparte de sus generosas piernas, un sube y baja de cabecitas haciendo la ola.

Mi socio era un portento; rápido como un camaleón cuando dispara ese colgajo pegajoso desde la garganta. Él con un manotazo imposible, atrapaba límpiamente al animalito sin quebrarle ni una pata. Después de caer en nuestras manos era torturada y sometida a crueles tormentos. En el más popular arrancábamos de cuajo una o dos alitas, para soltarla encima de la tabla y que no se largara zumbando. Jugábamos a los toros con suerte de varas y tercio de banderillas. En otra variante la metíamos dentro de la carcasa del bolígrafo sin la carga de tinta y lanzábamos a la pobre mosca soplando por el tubo, generalmente a la parte de las chicas. Ellas despreciaban estas costumbres; consideraban que los chicos éramos seres de otra especie distinta de la suya; teníamos diferentes formas de entender el concepto diversión.

Todos estos cadáveres gastados, pasaban directamente al fondo de uno de los recipientes de la mesa, para la autopsia. Como instrumental quirúrgico empleábamos el compás y el culo de los bolígrafos mordidos. Allá por el mes de abril, recuerdo que la capa enegrecida que cubría el fondo tenía casi un dedo de grueso. Por arriba tenía un tono rojizo porque las muertas eran más recientes. En aquel tiempo mi yo interno no apreciaba nada punible en esas actividades.

Yo participaba dirigíendo esta compañia de circo y admiraba en secreto a mi amigo por su valor. Tenia un gran talento y se crecía cuando el público, totalmente entregado, le aclamaba. Si le venía de gusto, como diría mi amigo Luigi el comodoro de la nueva Marina del Puerto de Borriana, agarraba la mosquita, se la metía entre los dientes, cortaba, masticaba y tragaba con gran agrado mirando al tendido, según reflejaba su carita de niño travieso. A veces antes de metérsela en el buche, la sujetaba entre los labios y le dejaba fuera la cabecita, que parecía mirarnos con tristeza, mientras intentaba desesperademente zafarse del apretón definitivo. La modalidad mas aplaudida consistía en colocar el bicho sobre la lengua, ya medio aturdido con tanto vaivén y mojándola con grumos de saliva para que no saltara, ejecutaba una excelente versión del clásico truco del cigarro encendido, abriendo y cerrando la boca varias veces, con el botóncito negro entrando y saliendo cada vez como un cucú. La actuación se daba por concluída cuando en la última apertura ya no aparecía la mosca.

Espero que entiendan ahora por qué cuando alguien opina de una mujer que es una mosquita muerta, me vienen a la mente imágenes contradictorias. Ahora siento pena y arrepentimiento por aquellas corridas escolares. Dejadlas en paz, que descansen. Quizás la que estaba en mi cocina no tuvo una muerte natural y se suicidó. Ya nunca lo sabré.

jueves, mayo 18, 2006

Odisea 2036 Benicassim (Capítulo I)

Una buena nueva en la vida de los Vaguitos. El quinto sin ascensor ya es nuestro. Hemos pasado un mes y medio de amargura encubierta con juegos, inspiración literaria y demás estrategias para que no nos influyera demasiado. Sensaciones de impotencia, de deseos rotos, apañados por el amor que Xavito y yo nos tenemos. Así comenzó nuestra odisea.

Paseábamos por Benicassim después de hacernos nuestro aperitivo-comida de los sábados y domingos en el Eurosol, un chiringuito de Benicassim que limita con el mar. Yo estaba un poco floja de ánimos por pensamientos dedicados a mi tierra y esas cosas. Hacía tiempo, desde el verano pasado, para ser más precisa, que buscábamos un apartamento para cumplir nuestro sueño. Vivir mirando el mar. De pronto, Xavito vió un apartamento en venta con terraza enorme que acogía una mesa de Coca Cola con seis sillas de Sprite.

– ¡Mira Verito, se vende ese apartamento, me encanta!. Llama, corre, apunta el teléfono.
– No, Xavito, otro día, que hoy estoy desanimada, no sé qué me pasa.
– Vale mi amor, lo veremos otro día.

Pasaron varias semanas, y la avidez por un apartamento en la playa de Benicassin se acrecentaba. Decidimos hacer una búsqueda mucho más intensa de la que veníamos haciendo semana a semana, por internet, in situ, o por boca de conocidos. Volvimos a mirar desde fuera, el quinto sin ascensor, un edificio de unos 30 años, con terrazas de rejas negras, abrazado por los cables vistos de la luz, rodeado de árboles, con un espacio para dejar bicicletas en el parking y una ducha para quitarse la arena al volver del baño marino. Por fuera nos gustaba, tenía ese aire encantador de los veranos del 78, que me hacía recordar cuando vacacionaba en Mar del Plata o en Villa Gesell.

Llamamos por teléfono para quedar con los dueños y que nos lo mostraran.
Al fin llegó el día, la tediosa subida no hizo que nuestro deseo se opacara; con el abrir de la puerta ya supimos que era la casa que nos identificaba, el sitio donde queríamos vivir. Un pasillo que cada cuatro pasos nos mostraba una habitación nueva, en total tres. La luz que se colaba por las ventanas, nos decía sí. Ibamos adentrándonos en la casa y el aroma a brisa marina no pedía permiso para visitar nuestro olfato. Lo sentíamos, penetraba. El baño, que nos gustó poco, tampoco fue motivo para que abandonaramos la sensación de estar en nuestro hogar. Llegamos a la cocina azul y madera de pino joven, brillante, adornada por donde la miraras con imágenes y elementos publicitarios de Coca Cola. Me llamaba la atención. Al final de la personalizada cocina salimos a una galería grande. Ese momento fue cuando nuestra imaginación se disparó, nos veíamos preparando arroces, con un Dry Martini en la mano y mirando al Mediterraneo. Entramos al comedor y casi ni lo miramos. Al estar todo acristalado y con las cortinas corridas no pudimos reparar en ese ambiente, sólo veíamos el agua, un espejo gigante y movedizo que nos saludaba ayudado por el viento, que parecía traerlo a casa. Esa terraza que habíamos visto por fuera, con el cuello quebrado hacia arriba, nos estaba sosteniendo y nuestras manos apoyadas en los barrotes negros no querían soltarse.

Estoy súper cansada hoy. No puedo continuar con la Odisea, y no quiero agobiarlos. Esta historia es mejor de a sorbitos porque es un poco larga. Mañana más.


miércoles, mayo 17, 2006

Doris

Nuestra ropa está seca y extiendo piezas sobre la cama estirando con firmeza, que no se arrugue demasiado. Las camisetas, los calcetines, la ropa interior. Apago la luz del baño y paseo la vista por el pequeño apartamento por si olvidé algo. Cierro la puerta de casa, dejando atrás una habitación azul desordenada, la toalla en el suelo y el portátil conectado a la red. Todo está bajo control. Con el bolso negro colgado en bandolera, los dientes bien cepillados y perfumado a granel, bajo los tres pisos lentamente por la escalera para despabilar el cuerpo. Cuando llego al portal asomo la cabeza por encima de la verja; alargo el cuello con timidez y analizando el entorno con curiosidad, imito a Steve McQueen en la escena que más me gusta de Papillón, donde pregunta al vecino de celda por su aspecto. Busco con la mirada mi coche, a ver si tengo suerte y lo pillo desprevenido. Como no sé donde aparqué el día anterior, diseño rápidamente un plan; intento recordar los últimos instantes para recuperar ese documento extraviado en el fondo de mi memoria. Si con este primer intento no sale, preparo una búsqueda por sectores, como me enseñó Manolo Montserrat en las prácticas de capitán de yate, cuando lanzaba defensas por la borda, para engancharlas como si fuera un hombre al agua, con el bichero, en la rada del Puerto de Castellón.

Pateo la calle arriba y abajo, ojeando con disimulo a uno y otro lado de la fila de vehículos. Si casualmente me cruzo con algún vecino, desenfundo con soltura mi Nokia, improviso una llamada y gesticulo abiertamente. Me hago el sueco y evito saludarlo; si estoy de buen talante ese día, realizo un ligero movimiento a modo de saludo. Tímido soy de cojones, pero educado. Los que no conocen bien mi carácter, confunden vergüenza con altanería y opinan que soy un chuloputas. En otras ocasiones simplemente es despiste. Ando ensimismado en mi propio mundo cavilando quién sabe qué desventuras. Y paso de largo.

– Hola.
– ¿?
– ¿Tú no eres Portalés el que jugaba en el Castellón?
– Pues si.
– ¿No te acuerdas de mi?
– No. Me falla la memoria.

Verito asegura que tengo memoria selectiva; para lo que me interesa. Cómo puedo olvidar tan pronto, me pregunta con la mosca detrás de la oreja. Ahora doy vueltas por la zona y vuelvo de nuevo sobre mis pasos, que igual he pasado por delante de mi utilitario y no lo he visto. Como está sucio y acribillado con caca de pájaro autóctono, le cambia el color y parece otro. Si vuelvo a encontrarme con la misma persona, gestiono el plan be, que incluye conversación a dos bandas, y eso confunde mucho al personal; armo el sainete y meto la capa roja en el engaño a ver si cae.

– Si. Dime, dime.
– ...
– Ya, desde luego, pero hombre que hago, ¿te espero?
– ...
– No. claro. Bueno, ya veremos.
– ...
– ¡Por favor!

Ahí estoy, hablando solo igual que Santa Teresa. A mi cerebro le ocurre lo que a Doris, el pez azul de la película Nemo, que tiene una tarjeta de memoria con poca capacidad y solo guarda los últimos segundos, pisando lo anterior sin remordimientos. Pero alguién dijo una vez que la suerte no abandona a los valientes. Al final siempre doy con el paradero y puedo salir para la oficina, aunque con veinte minutos de retraso. Ahora que ya tenemos el piso de Benicassim, saldré antes por la mañana, que de lo contrario me echarán de la empresa, no podré pagar la hipoteca y me tocará dormir en la calle con un cartón encima.

Solamente una vez, como el bolero, no pude dar con mi auto y pensando que era víctima de un robo, acudí a la Policía Local. Pero esa es otra historia.


martes, mayo 16, 2006

El hijo de la Peluquera

Esta tarde tenemos que ir de boda. Verito está en el estilista, que así es como debo de nombrar al peluquero. Ha reservado hora para las cuatro y media porque al parecer es una profesión que tiene más éxito que la de odontólogo, que así es como debo de llamar al dentista. Si acudes directamente, sin cita previa, puedes matar el tiempo hojeando revistas. Estarán apiladas con desorden, manoseadas, con el papel couché cargado de lacas, tintura y perfumes; olores penetrantes con sabor dulzón de pelo húmedo recalentado al secador.

Yo me doctoré cum laude en estas carreras viendo a mi madre, la Paqui ayudando a su hermana Carmen en la peluquería familiar que regentaba. Sentado entre aquellas mujeres cargadas de horquillas y rulos de colores, cubiertas con una redecilla rosa y un guardapolvos blanco, observaba ensimismado con mirada curiosa, la realidad de las cosas. Las recuerdo cacareando con la cabeza encajada debajo de un ruidoso artilugio con forma de huevo sideral, puestas en fila, con la imagen lejana reflejada en un espejo apaisado que cubría la pared.

– Que niño más guapo.
Xiquet, tú de qui ets fill?
– De Paquita la Peluquera y de Visente Borretes –Decía yo con la frase aprendida y colorado hasta la raíz, como un tomate maduro -
– Ves Rosita, es clavadito a Vicente. No puede negar que es de él –comentaban entre ellas con descaro mal disimulado-

Mi abuela Dolores era la Chula, con lo que su hijas tenían que ser Chulas también por nacimiento; lo que pasa es que mi madre se ganó el derecho de tener su propio apodo en un curso de L’Oreal París. Ahora la llamamos cariñosamente entre los hijos la Pelu. Se lo acortamos porque el otro quedaba demasiado largo. Y mi padre, veinte años mayor que ella, era según cuentan las malas lenguas, un reconocido navegante nocturno hasta el día que se puso el anillo, como Frodo. Al parecer se comió más de una manzana verde sin pelar mientras le duró la veda. En la memoria guardo los comentarios que las señoras realizaban cuando me tenían a tiro. Yo que siempre he sido fácil de picar, les devolvía siempre una mirada agresiva, con aire de a mi que me cuentas.

Entre las páginas de aquellas revistas solo buscaba fotografías de mujeres. Una falda ajustada, un escote desenfocado, una media con raya, un muslo rollizo, cualquier cosa que prendiera mi fuego genético, rebosante de hormonas excitadas. Buscaba la química, la conexión con el sexo inalcanzable. Solía encontrarla entre los anuncios de fajas y sujetadores o en el reportaje gráfico de alguna actriz de fama. Grabadas tengo aún las piernas de Rosa Valenty, cubierta con un plumero rosa. A veces conseguía burlar la guardia y llevarme el trofeo escondido a casa.

Desde hace varios años no piso una, porque mi escaso pelo solo necesita una pasada ligera con maquinilla de esquilar ovejas, y para este viaje no necesito alforjas. Encima ahorro un puñado de euros. Pero donde si voy es al odontólogo, y allí, en aquella pequeña habitación pintada de blanco, encuentro el vínculo con mi niñez. Las publicaciones están sobre la mesa baja. En su sitio. Pero el doctor Roberto Nigro, como es porteño, pasando por encima de la tradición local, y pensando en un público más amplio, que también hay que agradar a todos, ha situado estratégicamente panfletos de toreros con paquete lateral y catálogos para la venta de coches. Yo la verdad, es que pienso que después de todo, a mi también me gusta ver las fotos de las revistas. Mi hermano Juan, que vive en un precioso ático de Palma con tres mujeres, Ana, Elena y Laura, tiene en uno de los aseos, con la puerta disfrazada de pintura constructivista rusa y revestido de madera, un estante atiborrado de holas y semanas, que repaso y actualizo cada vez que voy de visita.

Al final cada uno tiene lo que quiere en su consulta, en su casa o en su peluquería. Yo tengo un libro de Bucay, Shimriti, y cada vez que voy a ver al señor Roca, me doy una sesión de sicoterapia manual y salgo nuevo, por fuera y por dentro, como José Coronado con el Bio de Danone, que parece que está siempre cagando. A veces mi compañera deja sin que me entere, alguna de interiorismo sobre el bidet del baño verde, para que diversifique, conozca más mundo, me entre afición por el diseño y así de paso cambiamos algún mueble. Pero no me dejo intimidar a la primera.

Escucho el ruido de la puerta. Verito acaba de llegar. Aprovecharé para leer otro párrafo. A ver si lo acabo de una y saco algo en claro.

lunes, mayo 15, 2006

El gordo José

El trabajo de mi vida existió. A mi pimpollo no le gusta que hable en pasado porque dice que denota tristeza. A mi en cambio, me inserta en un estado de alegría profunda, de sensación de bienestar. Algún día les contaré sobre ese trabajo. Hoy sólo me dedicaré a contarles la historia de un personaje que marcó mi vida con tinta de ternura, con trazos de entrañable color, con rasgos de cariño inolvidable.

El gordo José, mi jefe, el que nos ponía las pilas en una Clínica de Rehabilitación traumatológica y neurológica del barrio de Flores, en Buenos Aires. Como les decía, el trabajo de mi vida.

La palabra jefe, recordando a José, se hace amable, no suena dura, no infunde miedo, no impone obligación sin ganas.

El gordo José, aparecía a las nueve de la mañana, cuando nosotros hacía una hora ya que estabamos atendiendo viejitos. Se había ganado nuestros cuidados intensivos. Cada día, antes de que entrara en su despacho, Alba, o Alzbeta para mí, la doctora Stella y yo, tendíamos en su escritorio una mesa, a modo de pic-nic, con su yogur, el té en hebras que le preparaba Nina la cocinera, y unas galletitas integrales que yo compraba en el super al lado de mi casa, para que José, al llegar, se apoltronara y no comiera otra cosa. Teníamos un plan de dieta impecable que olvidaba a la hora de la cena, cuando se sumergía en un plato rebozante de spaghetti, según nos contaba sin vergüenzas, al día siguiente. Todos los martes y jueves, lo pesaba, teníamos que bajar la balanza de ciento treinta. Una vez lo conseguimos, sólo una vez, llegamos a ciento diez.

A mi me llamaba Monetta, y teníamos una bonita forma de comunicarnos, de usted. Cuando alguna vez me tuteó, entendí perfectamente que estaba enojado conmigo. Entonces mi nivel de batería se quedaba a cero y él conseguía, con esa artimaña, ponerme en mi sitio.

La crisis argentina sacudía nuestra esperanza, no hacía excepción con la Clínica, no había dinero, o muy poco. Todos los finales de mes, con miradas cómplices, o con secretos que corrían por todos los pasillos del Centro, comentábamos el supuesto impago que tendríamos en nuestro haber. El gordo José se enfadaba muchísimo cuando llegaba a sus oídos el rumor de nuestra radio-pasillo, y si al final era cierto, lo primero que hacía era llamarnos uno por uno, y rebuscando en el bolsillo derecho de su camisa, repartía billetes que olían a poco valor, con su famosa frase, que imitabamos con frecuencia entre compañeros:

– ¿Te arreglás con treinta?

Pero ahí estaba él. Con poco o con mucho, siempre miraba por nosotros, sus cuasi hijos adoptivos, a los que cada tanto agasajaba con un asadito, que preparaba en el patio del fondo de la clínica, para diluir el malestar generado por el difícil momento económico.

El gordo José.

Me enseñó que la generosidad nunca es poca, que un desconocido siempre puede ser un amigo por cultivar; y aún sin vernos desde hace cuatro años, me sigue enseñando. José está haciendo pasteles y panes en Pordenone, un pueblo del norte de Italia. Imagino a mi jefe en una escena de la película Charlie y la fábrica de Chocolate, cocinando con amor y cuidado. Lo extraño.

domingo, mayo 14, 2006

Busca siempre el lado positivo de la vida


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Pascual el gorrion de nuestra ventana


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El Alien de Rubén

Mi hermano Rubén nos ha escrito un post.

Hay mil cosas interesantes para hacer un ocioso jueves por la tarde de mayo, tumbado en el sofá de tu casa y arreándote una birra de doble malta (cosa de por sí bastante interesante). No contento con esta envidiable situación, este jueves en concreto decidí experimentar la horrible sensación de ver hundirse en la mierda (sí, en la mierda) uno de tus mitos de juventud.

De mil años ha soy fiel seguidor de la saga de Alien... ya saben, el octavo pasajero que se dedica a destripar a sus compañeros de vuelo y a rociar con ácido a sus congéneres para abrirse camino en las naves. Dios mediante y sin que el emule lo impidiese, bajóme el último título de tan desprestigiada saga... la infame y nada mítica AVP... Alien Versus Predator para los no iniciados.

Comento para los igualmente profanos en temas de ésta índole que esta moda de mezclar grandes personajes y/o sagas de naturaleza fantástica no es nuevo, pues es bastante recurrente su uso en los USA (ver los míticos comics "What If" o el propio "AVP" y veréis de que hablo), no así en Europa y mucho menos en la España cañí, nada proclives a estos mestizajes.

Una forma de entender esta práctica sería, en nuestra macarrónica versión, como enfrentar en una película a los Hermanos Calatrava contra Pajares y Esteso (nada que envidiar a Freddy contra Jason) dando paso a una pléyade de secuelas como CVM (Chiquito Versus Matamoros), la colla de Rodaores contra la cuadrilla de Paquirri u otros subproductos de la misma índole.

El auténtico objetivo de ésta práctica es sacar jugo de unos personajes ya excesivamente desgastados -"uy, tengo aquí el copyright de Alien y de Predator... ¿que podría hacer?... ale, pues que se den leches"- pensaría el avezado productor. Pido ahora mismo que los productores nacionales tomen nota, ¡¡¡necesito ver un combate entre Pepe Carvalho y El Lute!!!

Pero no nos vayamos del tema, que soñar con esos títulos ya hace que se me caiga la baba... sigamos con la protagonista de este magno escrito.

Ya de un principio el argumento de la película tiene la solidez de un cucurucho para churros, presentándonos a unos personajes super-guays de la muerte, capaces de escalar montañas en la antártida mientras contestan al móvil, excavando pirámides aztecas donde encuentran tapones de pepsi y otras lindezas. Como todos son tan superlistos aparece el típico magnate que gracias a su satélite ha encontrado unas ruinas bajo el hielo (de su gin-tonic)... y dicho magnate se llama de apellido BISHOP... ostia... ostia... ¿no os suena ese nombre a los fieles seguidores de la saga? ¿eh? ¿eh?.. y el actor es ¡¡SIIII!!!... el mismísimo Bishop-Androide de la segunda entrega de Alien, que jugaba con el puñal y las manos de sus compañeros en la mítica escena de la película.

Pues bien, no contentos con este gran ardid publicitario, la puesta en escena de este señor le muestra sentado en su mesa y haciendo el mismo juego con unas llaves y su mano... esto en cine se llama un "guiño", y he aquí que hacemos una pausa argumental para hablar de esta práctica.

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El "Guiño" es una práctica muy utilizada en el cine americano, y como todo, a veces queda bien y otras NO. En muchas películas hemos visto a actores secundarios que fueron protagonistas en otros films haciendo el mismo papel, aunque de forma muy sutil, y suele ser una forma de tributo del director a éste personaje-actor. En otros casos -como el que nos ocupa- se trata de una ruinosa campaña de marketing (en el trailer jamás ví a este señor) para que los incondicionales y frikis pensaran -"oh, es Bishop tío, vamos a verla tío"-.

Menos mal que me gusta consumir el cine americano en casa y con emule ... sino creo que me habría volado las rodillas con una magnum 44.

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Otro detalle del reparto a destacar es el especialista químico del grupo... el grandísimo "Spud" de Trainspotting en un papel aún más dramático si cabe...aunque no voy a daros falsas esperanzas, no se caga sobre el alien ni esas cosas entrañables que me esparaba de él.

Del resto del argumento no hablaremos, pues carece de él y por eso voy a escribirlo sin comas, puntos u otros ardides literarios:

los buenos comandados por la buena y el arqueólogo con el magnate que ha puesto la pasta y que se ha enfadado con la primera porque dice que no estan preparados aunque al final decide ir y llegan al hielo donde los predators que-son-re-que-te-lis-tos han hecho un agujero con un sacacorchos para llegar a las ruinas que resulta ser un "parany" de aliens que se dedican a comerse a todos los actores y a los predators y hasta el mismísimo guión hoja por hoja para acabar con un final con moraleja rollo "si eres malo aunque hayas sido bueno vas a morir igualmente o sea" y se salva la prota.

Eso de se salva la prota es muy relativo, pues quedarse enmedio de la puta antártida armada con una lanza que le han dado los alienígenas cazadores que ahora son mega-amigos de los humanos es -cuanto menos- deleznable.

Ende

sábado, mayo 13, 2006

Me cago en el amor


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Para nuestros amigos, especialmente a los de masde30castellon, esos que llegan y se van, esos que se enamoran y se desenamoran, una cuota de humor para definir eso que nos ha unido.

Mis noches en vela


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Tarek

Yo para definirme digo que soy de pueblo pequeño. Mi trabajo consiste en plantar ilustraciones y cultivar hojas de papel en blanco, con una lápiz digital frente a una pantalla de veinte pulgadas, en un edificio lleno de ventanas que mira hacia el poniente, a las afueras de la Vall d’Uixó y al pie de una montaña, como Marco. En esa plaza hacemos un poco de todo. Atendemos, cocinamos, servimos la cena, recogemos las sobras, fregamos los platos y barremos. Es una pequeña compañia de diseño y comunicación, lo que antes se llamaba una agencia de publicidad, pero cambian los tiempos y hay que estar al día.

Nuestro local esta lleno de impresoras, mesas de trabajo, cables, enchufes, focos y computadoras, estantes, cajas con materiales, papeles, libros, ploters y cachivaches de distinta naturaleza. También están los objetos transitorios que un día te los ves sobre una silla, se convierten durante un temporada en los reyes del mambo, deseados por todo el mundo y al cabo de un tiempo, después de pasar la cuarentena en algún rincón, se largan con sigilo hacia un destino incierto. Llevo en este cuartel desde mediados de los años ochenta con turnos de guardia en la garita, retenes, desfiles de domingo y maniobras en el campo de batalla. Durante todo este tiempo han pasado por allí personas que al despedirse, dejaron grabada una pequeña muesca en la sólida pared recubierta de yeso que es mi vida; unas más profunda y otras apenas era un rasguño que con los años va desapareciendo. A mi que tengo un lacrimal como el caño de una fuente, las despedidas me pueden. Claro, como soy rojo por fuera y azul por dentro, esa parte conservadora la tengo muy arraigada y cuesta darle puerta. Ya lo decía la Susi, es que tú eres de pueblo, alma de agricultor, y los cambios no te van. Pero esta vez ha sido diferente.

Tarek llegó hace un par de semanas insertado en un flamante hyundai coupé gris metalizado con asientos negros. Formado en el CEU San Pablo de Valencia, con el reciente título debajo del brazo y un espíritu alegre, positivo y emprendedor, se presentó impecablemente vestido con traje oscuro de marca y un maletín negro de lona. Me deslumbró.

– Este es el elegido.
– ¿Estás seguro? Las chicas quieren que les traigas al de la cocacola y éste no alcanza.
– Esto no es una ganadería. Tengo un pálpito. Pongo la mano en el fuego.
– Así sea –dijo Pepe, asintiendo sorprendido ante mi decisión–

El segundo día Ana lo encontró rebuscando entre los estantes de la procesadora de fotolitos. En ese lugar hay bidones de líquido fotográfico, fijador, revelador, cajas de película, rotuladores, trapos, tubos y objetos diversos.

– ¿Estás buscando algo Tarek?
– Si, a ver si teneis una mascarilla, que me han salido unos granos en la pierna, y me parece que es por la tinta de la impresora – una kónica-minolta recién estrenada–

El tercer día no vino porque según me dijo al cuarto, estuvo en el médico. El quinto mantuvo el tipo como un hombre pero hacia cof-cof, como una cafetera vieja y me avisó que el sexto tendría que volver a visitar al mismo galeno. El séptimo día, como hizo el Señor de la Biblia, descansó.

– Hola Tarek. –llego por la mañana y estaba fuera, en recepción- ¿Ya estás correcto?
– Huy, no. Te voy a dar una mala notícia. El doctor me ha dicho que seguramente tengo alergia a las tintas de impresora. –dijo esbozando esa sonrisa tan amable– O me cambias de posición o no voy a poder trabajar más aqui – mi empresa es como cualquier otra, un espacio donde estamos todos juntos, ordenadores y seres humanos –
– Pues lo tenemos complicado. Como no te saque por la ventana, para esto no hay solución. ¿Y en tu casa no tienes impresora?
– Si .
– ¿ Y allí no te salen erupciones cutáneas?
– No. Es que la mia es doméstica y esas no dan problemas.

Y así sucedíó, como se lo acabo de relatar. Esta fué la efimera historia de mi amigo Tarek. El bueno de Tarek. Dice la Paqui, gran conocedora de las debilidades humanas, que lo que tenía era alergia al trabajo. Pero no comparto esa opinión. Porque yo vi a esa persona protegiéndose la cabeza con una gorra roja, a lo Michel Schumaker, mientras guillotinaba con alegría revistas de Edycon. Y puedo asegurar que estaba a la sombra. Otra vez me socarré la mano.

viernes, mayo 12, 2006

¿El cerebro es como el apéndice?

Según Voltaire, Lo que llamamos casualidad no es ni puede ser sino la causa ignorada de un efecto desconocido, con lo que deduzco que todo lo que nos pasa y no sabemos por qué, al final, es por algo.

Últimamente, mis oídos piden a gritos ser sordos ante frases, que intento superar, como, por culpa de, tú me lo dijiste, por qué todo me pasa a mí, será casualidad y argumentos por el estilo, salidos siempre de la boca de los mismos personajes, con lo que la frase del filósofo me ronda en la cabeza constantemente.

Me gustaría plantearles estas cuestiones:

— ¿Casualidad?, ¿No pensás que estás ante un fenómeno desconocido que sos vos mismo?, ¿No será que desconocés tus posibilidades de equivocarte sin que eso signifique una catástrofe?, ¿Tanto te cuesta decir me equivoqué?.

Pero no lo hago, porque como decía Doña Nélida, mi abuela, prefiero no gastar pólvora en chimangos, ave que tiene el apetito de los buitres, la ferocidad de los halcones y la agilidad de las aves marinas. Esa criaturita se come todo lo que encuentra, y también lo que le pueda robar a cualquier otra compañera.

Entonces pienso, un poco más, hasta donde mi humilde cabeza puede llegar, y me digo que la filosofía, para una inmensa mayoría, es material descartable. Es decir, que su pensamiento caduca como un yogur y se tira sin abrir por la alcantarilla. Alguien me dijo que el apéndice, se extirpaba porque no servía para nada, y eso no es cierto. Ahora, yo me pregunto, estos cerebros caducados, ¿no merecerían ser sometidos a cirugía?

¿Ustedes saben, blogueros míos, la cantidad de pensamiento que descartamos sin reciclar?.

A todo esto, no estoy hablando de mí, parece que todo el tiempo esté acusando sin mirar para adentro, pero no mis queridos bloguers, estoy implicada en esta guerra filosófica, yo también me he escuchado varias veces, cosa que me preocupa una miqueta, decir algún yo no fuí y mirar hacia el techo silbando.

¿No será que al final Voltaire estaba un poco crazy y me embaucó en esto de pensar, siendo que es tan cómodo no sentirse dominado por el cerebro?

Estoy hecha un lío, pero tanto para los que necesitamos pensar, como para los que no, el mensaje es el siguiente. Sólo en este caso explicaré lo que quiero decir, porque Xavito dice que me excedo en detalles:

No está demás utilizar la cabeza al menos tres veces al día, a saber: antes de salir de casa, saber fehacientemente que estamos en condiciones de tratar con seres humanos; mientras tomamos decisiones o acusaciones en el trabajo, es decir, cuando aplicamos las frases anteriormente mencionadas, y al llegar a casa, ser capaces de crear día a día un ambiente de armonía y creatividad.

Pues nada, LA CULPA LA TIENE VOLTAIRE.

jueves, mayo 11, 2006

Envidia

Dicen que hay dos clases de envidia. La de toda la vida y la sana. Yo soy portador de la original, de la clásica, la del antiguo testamento. De la que nadie confiesa que tiene. Podrían investigar mi caso y preparar un documental para el National Geographic. Así saldría en la tele. La otra gran parte de los herederos del homo antecesor padece la sana. Ahí están, nadando en océanos de amor perfumados con pétalos de rosa. Traspiran beatitud y santidad. Monjas en misiones. Se encuentran divinos de la muerte parafraseando a mi amiga la Gatamoixa. Almas tiernas y cándidas que aprecian tu compañía y se alegran con tus pequeños éxitos. Pero en el fondo les gustaría verte desfilando por el barrio a lomos de un asno, con un capirote encastrado en la cabeza y emplumado como un pollo.

— ...Ese hombre no vió el Villareal-Arsenal.
— ...Seguro que es gay
— ...En invierno va a la playa
— ...Ya te digo
— ...Pues su padre era de la falange y de misa diaria
— ...Que vergüenza
— ...Pues seguía Gran Hermano
— ...Y no tiene el título
— ...es fuertísimo

Por ejemplo yo solo envidio, como todos los homos, tener una colita más grande. Es que somos animales y eso nos sirve como señal de referencia, como el número que llevan los jugadores en la espalda de la camiseta. De lejos ya sabes quién es. Como un faro con franjas coloradas y un halógeno en la punta. La parte positiva es que sé fehacientemente que es la única pieza que no tengo a mi gusto. (Bueno, si que soy poseedor de una, pero es que quiero otra). Además no deseo ninguna en particular. Tengo mis preferencias eso si, pero es debido a mi deformación profesional. Siempre he sido admirador del pincel de Rocco Sigfredi. Una escultura magnífica a mi entender. Con eso daba yo la vuelta al mundo sin escalas. No reconozco en mi otras querencias extracorpóreas ajenas. Me conformo con el resto. La parte negativa es que no consigo adaptarme al palitroque, que mis padres tuvieron a bien engastar en ese punto situado entre las rodillas y el ombligo. Será un trauma infantil. Quiero más. Llevar el uno detrás.

De pequeño me gustaba jugar a fútbol. En mi pueblo corríamos en un descampado rodeado de algarrobos y olivos, con el suelo trufado de piedras, agujeros y malas hierbas. También era el patio de recreo para los párvulos de la escuela que había al final de la calle. Estaba detrás del almacén de la cooperativa agrícola. Recuerdo que utilizábamos como vestuario la acequia que pasaba entre la pared de la nave y un muro medio derruído cubierto de vegetación, con cajas de naranja vacías apiladas en el fondo. Alli por primera vez me hice un masaje imitando a los mayores. Delante de mis amigos, con las botas puestas y los pantalones por los tobillos, me rocié a discreción los huevos con reflex, un relajante muscular en bote que anunciaban en la tele y que le había robado a mi madre. Ese día descubrí varias cosas. Que el reflex pica, que a las madres no se les puede engañar porque te descubren y es peor y que algunos compañeros tenían barba debajo del ombligo. Un pelaje oscuro y tupido adornado con una pipeta king size. Con los años estuve en más recintos deportivos, a menudo bajándome los calzonzillos con reparo, observando como crecía en mi interior un sentimiento extraño. Envidia. Analicé durante décadas artefactos de todos los colores. Ví con mis propios ojos, chorizos enormes, negros, blancos. Cabezones, firmes como el hachón que hay al lado de la pila bautismal, gordos como la pata en una mesa de comedor castellano y con un remate en la punta, como si fuera un capitel dórico. Si digo que habia algunas que solo les faltaba hablar, no exagero. Vi de todo. Algunos les salían moratones en la rodilla causados por el golpeteo pendular de su tercera pierna. Los más afortunados por la madre naturaleza hasta les daban nombre, como a los barcos y a los jugadores de pelota valenciana. Maceta, Rabo II, Campana.

Yo ahora le pregunto a la Verito su opinión, solo por contrastar. Ella opina que soy normal. Que es mi cabeza la que no funciona. La de arriba.

— Xavito sos un pelotudo. Como te atrevés a contar estas boludeces. Has escrito cosas mejores — dice resignada, pensando en lo poco inteligente que es la persona que le maneja el carrito del super—
— Pues que quieres que te diga — le respondo enojado— Si la tuviera más grande no trabajaría como diseñador en una agencia de publicidad.

Yo sería un profesional del cine erótico. Me pasaría el tiempo enseñando mi furgoneta, mi ferrari testarossa. Lo sacaría por la ventana de mi casa y mostraría el canalón a mis vecinos.

— Bonito día, si señor — comento yo con el batín abierto con descuido y dejado caer sobre los hombros — hoy habrá que cobijarse debajo de una higuera.
— Si, posiblemente — responde con desdén el de la puerta de enfrente, viendo como utilizo el cucurucho de sombrilla—

Luego, para machacar el resultado, a cerrar la puerta con la puntita, sin mover ni un dedo. De costado, con un ligero vaivén de la cintura. También puedo ir a recoger el pan con la bragueta de par en par, al viento, como sin querer.

— Rosarito, tres vienas de a cuarta, un bollito y un paquete de rosquilletas de las largas.
— Ay fill meu, tú si que la tienes larga. — rezonga mientras se le nubla la vista—

Y así de esta forma, vería trascurrir mi vida. Con tranquilidad, sosiego y alegría. Ya no me haría falta escribir cosas como esta en un blog. Los vigilantes americanos podrían respirar tranquilos. Espiarían a otros. Claro, con este mástil como les iba a atacar. Me verían llegar de lejos.

— Joe. Ahí llega el de la Vilavella con el lanzallamas.
— Ok Jack. Ahora le cacheo, le pongo los grilletes y me lo llevo a guantánamo en un avión con los otros blogeros, que son todos unos rojeras ateos. Mano dura.

Pues si. Me pasaría el rato con la sonrisa de oreja a oreja, pensando en lo pequeña que la tienen los otros. El rey. El Boss. Es que así cualquiera puede ser feliz. Las chicas suspirando a mi paso. Y los tios haciéndome una genuflexión señalada, bajando la mirada con respeto ante mi presencia.

— Ahí va Xavito. Mi héroe.

miércoles, mayo 10, 2006

Chocolatina empaquetada

Como diría Jorge Luis Borges: Perdonen mi ignorancia, pero blogueros míos, no entiendo cuál es el motivo por el cual tenga que ir a una boda, disfrazada de bombón relleno. En las cajas de bombones, los chocolates están puestos todos sobre una cajita o bandeja de plástico, y sólo los rellenos están envueltos en papel de plata de colores. Así me siento yo cada vez que tengo que ir a una boda. Un bombón relleno. El sábado tengo una, y la verdad, no me hace ninguna ilusión ir. Es más, estoy pensando todo el tiempo en encontrar una excusa para salir airosa y que encima digan:

— Pobre, ¿has visto lo que le pasó?

Pero no, no es posible inventar nada nuevo, paso de inventar un fallecimiento, o una enfermedad, siempre digo que no soy supersticiosa pero al final va a ser que para noche vieja me pongo el tanga rojo.

Ahora veamos, comienza la odisea, ¿qué me pongo?. Pienso en el vestido que me puse en la boda de tal, y cómo Castellón es pequeño, siempre se dá que coincidís con alguien que fue a la boda de éste tal, y te ve el mismo vestido. Ahí es donde me sale la personalidad Tous y quiero correr al diván de algún psicólogo argentino y amigo, para apagar esa ramalada. Pero por qué me tiene que importar si me vieron o no el vestido verde, por qué no pienso mejor que con lo que me costó, lo más inteligente que podría hacer es amortizarlo en todas las fiestas posibles.

Xavito no tiene esos problemas, el viene haciendo un trabajo de años con su traje de celebraciones. Fue fabricando una personalidad ultra roja, es decir, sin corbata. Entonces es muy fácil para él, todo aquel que lo invita a una fiesta sabe que el irá con el cuello al viento. Aún tiene un poco de conocimiento y el día de la fiesta deja las Converse en casa, pero, ya les digo, tiene que ser una boda, para otro tipo de cenas, las zapatillas van con él.

Yo no puedo, aún, sentirme cómoda sin estar incómoda. Me explicaré. El traje bombón relleno es incómodo, por lo general se arruga, los zapatos son estrenados ese día, el pelo que no querés que se te mueva, el maquillaje lo tenés como pegado a la cara, pero así y todo, aún sintiéndome un maniquí raro, no soy capaz trabajar mi personalidad, para dejar de ser un bombón relleno más, en las bodas de Castellón.

martes, mayo 09, 2006

La dieta del yogur

A las seis de la mañana, la taza blanca de mi aseo suele estar fría como un témpano, esperando atraparme para torturar durante un momento mi trasero vírgen y recién hecho, como un bollo de pan francés. Ese asiento sin granos parece observarme cuando entro con sigilo para meter toda la carne en el asador y empollar los huevos, como hacía la gallina clueca que tenia mi abuela Doloretes en la terraza de casa. Siempre suelo ser discreto en mis exposiciones y procuro no levantar mucho la voz para no despertar a los vecinos. Pero esta vez todo ha sido diferente. Podríamos definir el acto como un espectáculo lamentable. Mi cuerpo parecía desintegrarse al tiempo que desgarrador, rompía a llorar desconsoladamente, soltando como diría El Cigala, lágrimas negras. A la órden de todo lo malo fuera, mi estómago maltrecho cantaba apretando la boca, una saeta sentida, una copla bien timbrada con acento africano, a lo Conxa Buika. Todos estos cánticos folclóricos son la consecuencia de la dieta del yogur que iniciamos anoche la negrita Verito y el que con dolor escribe. Aquellas lluvias trajeron estos lodos.

Ayer por la tarde llegué a casa hambriento como el cachorro pequeño de un león en tiempo de sequía, ilusionado con realizar la habitual comilona de los lunes, dejando a mi paso un rastro de babilla que inundaba el suelo desde la salida del ascensor. Un charco. Pero encontré la resistencia numantina de mi chica y un candado en la puerta del refrigerador. Este par de razones bloquearon momentáneamente un acceso directo a las viandas. Cuando mi corazón dejó de palpitar como un motor viejo, las constantes vitales volvieron a la normalidad. Fué entonces cuando la doctora Monetta me aplicó la receta mágica con aire dictatorial.

— No Xavito, nada de pan, ni de mayonesa con aceite de oliva sabor intenso, ni de queso curado de Gran Capitán, ni de aceitunas gordas violadas con pepinillo, ni tortilla de patata empaquetada de Caprabo. Hoy toca yogur.
— Mmm! (lamento de ser humano herido)
— Vamos a empezar la dieta del yogur.
— Grrr! (sonido gutural de cachoro de león hambriento)

El plan elaborado por mi dietista preferida consiste en clavarse medio litro de helado de crema yogur semidesnatado con salsa de mango, marca Hacendado, para cenar.

— ¡Ostia Verito! Que esto lleva azucar, y no lo termino de ver claro esto.
— Que no mi amor. Que no lleva. Mira que pone Sin azúcar y Apto para dietas bajas en calorías.
— A ver, déjame leer el envase.

También pone que son de ocho a diez raciones y que no tiene gluten. Y leyendo más dice que lleva casi diez gramos de azúcares en forma de fructosa y lactosa. A mi no me la pegan. Le pedí permiso para suplir esta carencia de proteínas por ser el primer día y soltárme la buena nueva de sopetón, alevosía y sin aviso previo, con unas facturas para los mates en forma de palmera y dos cuadraditos de chocolate Lindt del noventa y nueve. Eso si, al final de la corrida el banquete estuvo a la altura. Todo regado con agua. Y ligeritos para la cama.

Y aquí estoy, calentando las sábanas y rompiendo moldes, que pareciera que va a rasgarse alguna cosa de un momento a otro. Pero debe de ser efectiva esta propuesta. Vacío me voy a quedar. Y los vecinos sordos. Voy a perder la poca dignidad que me queda. Así es imposible que nadie me respete. No se puede. Pero la Verito dice que tengo que ser yo mismo. A cagar.