martes, mayo 30, 2006

La Rana Reneé

Esta mañana me he levantado temprano, aunque es sábado y no tengo que ir a La Vall. Estoy una semana en el paraíso y no hay manera de acostumbrar mis sentidos a la nueva situación. Me sigo emocionando a cualquier hora con todo. Mi cuerpo percibe que está en otra fase, diferente. Ya pasé por algunas, que forman parte de mi bagaje personal. Como están ahora los chicos de Hercegovina, que andan a la greña con el casero y las tuberias de su vieja ratonera. Son los inquilinos de una vieja y ruinosa casa de ciudad, personajes arrebatados de una película de Jean-Pierre Jeunet, Delicatessen, defendiendo su integridad ante el afilado cuchillo del malvado carnicero, Jean-Claude Dreyfus.

Considero este placer primario que experimento un regalo tan especial, que mi alma buscadora de colores se resiste a presentar como normalidad, una situación anhelada durante años. Recostado en una tumbona verde de plástico del Carrefour, sobre una gastada colchoneta de limón y flores estampadas como un lienzo de Gaugin, me limito a observar el universo. El círculo mágico que diviso desde mi trono. Escucho el caótico canto de los pájaros, rebotando entre los edificios del fondo, entrelazado con los típicos sonidos matinales que levantan el tono con el trascurrir del día. Hace un momento una lechuza turista, escondida entre las yucas y los pinos del jardín, practicaba afinando con soltura, un hermoso uhú. Entretanto, la vecina, ataviada con una camiseta amarillo pastel con dibujos y unos pantalones cortos de color blanco, repasa una y otra vez su departamento. De arriba a abajo. Paño sobre baranda y arrastra con ritmo cansino hasta el final. Segundo nivel de enrejado y repite la misma operación. Sin alegría expulsa los ácaros, todo bicho viviente y partícula atómica de su territorio. De pequeño le llamábamos cazar gamusinos, a pillar con la mano esos seres invisibles que circulaban en el aire, ajenos a nuestra presencia.

La estudio con el rabillo del ojo, escondido detrás de la computadora, para que no se violente. Ahora pasa el cepillo de la escoba sobre las hojas de una planta. La rasca a fondo. Yo tenía una de plástico y estuve cuatro años sin limpiarla. Ella le da cuerda cada doce horas.

Tiene la casa dos ventanas que dan al norte, qu esconden unas tímidas cortinas madreperla de encaje. Habitualmente conserva las persianas de plástico gris cobalto a media asta. Hoy las fregó con ahínco, por dentro y por fuera, cristales, marcos y repisas. Solo las abre para darles Cristasol. Deja unos espejos límpidos y relucientes. Termina y de nuevo a su estado natural, con la falda en los tobillos. Como una hippy obsoleta y triste.

En la terraza se baja un toldito claro con dos rayas rojas verticales. La primera tarea que realiza al pisar su balcón es desplegar el parapeto. Como estoy frente a ella, un piso más elevado, dobla el cuello para no pillarse con mis ojos, y dirige una mirada entre perdida y altanera al sur, mientras el resto de su escuálido esqueleto apunta al oeste, como una marioneta rota; al tiempo le da vueltas a la manivela, como si arrancara el motor de una vieja avioneta de hélice. Esta humillante tarea la mantiene ocupada un minuto. Para mi, que si la dejaran expresarse me pasaba rápido por la piedra. Seguro que me odia y eso que no me conoce. Si llega a enterarse que voté a Esquerra Republicana en las últimas elecciones me pinta una cruz en la puerta.

Pienso que busca la intimidad absoluta, el nirvana vecinal, porque hasta bien entrada la tarde el sol no calienta esa parte de la vivienda y la sombra la tiene gratis sin desenroscar lonas. Pero yo, que soy hombre leído, La entiendo perfectamente y comparto su malestar. Normal, Comprarse un piso en la mejor zona de la playa de Benicassim, donde uno espera encontrar a lo más granado de la ciudad, para hacer vida social de calidad, y nada más alzar la vista, esperando encontrar al señor notario, descubres con horror a un tipo descalzo con pinta de emigrante rumano, en calzoncillos descabalgados y con el paquete tambaleando a la altura de los ojos. Pues eso. Un disgusto. Si tendrían que cerrar las fronteras a toda esta chusma que está entrando sin papeles. Solo vienen para delinquir y fornicar con las mujeres del país. A lo mejor le debo de parecer Supermán, porque voy con los gallumbos y me tapo con una toalla roja de Bahía Fenicia por encima de los hombros, como un capa. Igual espera que me corra un revoloteo y la rescate de su infeliz cautiverio, la arrastre hasta la arena y le coma el tigre.
La imaginación es una puerta sin pestillos, dijo Heraclítoris el ateniense.

Pero ella no para. Es inasequible al desaliento. En menos que canta un gallo se ha ventilado todo el exterior. Barandillas, suelos, muebles, polvo. Una máquina. Y eso que la parte de vivienda interior no la atisbo desde mi privilegiada atalaya. Esta señora delgada y de figura nerviosa, que debe de rondar los cincuenta, me observa precavida con cara de resignación. Guarda un cierto parecido con mi tia Victoria. Es que la tengo a quince metros y no puedo evitar por la cercanía, quedarme con sus gestos. Tiene el aspecto clásico de una María Magdalena sufriente, María la Victima, que apuntaría acertadamente la Verito, de las que te cruzas paseando por el mercado de los lunes y se cuelan con descaro en las paradas de fruta.

— No fill meu. No. Yo estaba antes. Habrase visto. ¡Descarat¡ — y si no te apartas dan miedo. Además de puta, a poner la cama. Y callando, que es gerundio, como diría Don Manuel Borras, mi maestro de matemáticas.

Tal vez, toda esta represión sicológica esté relacionada con su compañero, que está impedido en una silla de ruedas y tal vez esté enojada con la situación que le toca vivir. O puede que sea una mujer encantadora dotada de un explosivo y liberal sentido del humor. Que también yo soy un poco negado para acertar con el perfil de las personas. Como director de recursos humanos duraría lo que una bola de chocolate en la puerta del instituto. Nada.

Van a ser las diez y media de la mañana y tengo a la Verito otra vez en la cama durmiendo. Hace un rato quería que fuéramos a tomar un desayuno al Eurosol y luego darnos un bañito en la playa, pero tiene una lágrima fácil y se duerme como las palomas encima de cualquier palo. Será porque la molestamos entre todos y le hacemos la vida imposible. Anoche le llamaron Diana, la Inés y sus amigas desde Almassora en fiestas, y por el tono de voz, el contenido abstracto de su declaraciones y el desparpajo natural que presentaban, juraría que con un buen pedal. Voy a despertar a la ranita con un beso que igual se me convierte en princesa.

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