sábado, mayo 27, 2006

Vivir de vacaciones

Yo de siempre me consideré un ser de pensamiento dubitativo, espíritu estéreo, como los altavoces de un coche tuneado, y blando de carácter, tirando a melancólico. Un personaje curioso y despistado, incapaz de saber si le devuelven dinero en la declaración de renta o por el contrario, debe de pagar el diezmo, para que los funcionarios públicos puedan llegar a fin de mes con sus míseros sueldos. Ya lo decía mi padre.

— Xavito, estudia y hazte un hombre de provecho, que si no, pasarás más hambre que un maestro de escuela. — Y ahí me cagaba encima con el puñetero miedo escénico. Soltaba pocas pero buenas. Era un motivador, un developer como el vicepresidente de Microsoft. Bueno, ese era un gilipollas y mi design manager un señor.

Mis padres tuvieron el honor de fabricar un primer modelo casi sin levantar una ceja, con la ley del mínimo esfuerzo. Fuí el fruto deseado de la segunda semana de luna de miel, porque la primera recién casados, mi madre enjuagó todo el líquido que circulaba por sus arterias en toallas de baño blancas, robadas de un hotel de San Juan de Luz. Nunca entendí del todo el proceso reproductor humano y sus ciclos repetitivos. A mi me sacaron a concurso una noche de incontinencia masculina, cuando Vicente, el guapo cuarentón se enfrentó con la jóven veinteañera Francisca y la remató con un par de puyazos, a sangre y fuego, en una humilde pensión del barrio viejo de Donosti. Puedo oir los gemidos del somier de alambre, rebotando ante el empuje viril, como un acompañamiento musical de un pasacalle con banda. Aunque realmente, en el sesenta y tres, me parece que todo debía de ser antiguo. Digo esto porque yo no estaba presente. En aquel entonces era dual, mitad esperma y mitad huevo celular. Las fotos que tengo de la época, en blanco y negro con los bordes recortados, eran el reflejo de otro mundo. Un tiempo donde el reloj rodaba lento y los espacios eran más grandes.

Ellos, mis papás, a partir del primer gol empezaron a planificar la hornada.

— Yo quiero diez — soltó el semental de mi padre, con los cuarenta cumplidos y pensando que todo el momte era orégano. A ver si no había tenido tiempo suficiente. Mucho disparar y el balón al poste o a la gradería.
— Pues por mi vale — contestó ufana Francisca, la inocente mujercita, entre virgen y conejo, dispuesta a repoblar la península ibérica.

Y no se cortaron ni un ápice. Manos a la obra, se prepararon para amasar panecillos a fuego medio con horno de leña y sacarlos con la pala de madera bien caliente y tostaditos por abajo, cada tres años. Así salimos en fila, uno detrás de otro. Crearon una saga de cinco, cuatro varones y un tigre de bengala rubio, peleón y con el genio revirado. Mi hermana Ana, un espectáculo de la naturaleza. Fueron legendarias nuestras agarradas en la terraza de la casa de Vilavella. Le llevaba tres años y me ostiaba sin problemas. No me pude hacer con el dominio del terreno en años pero defendía con valor la plaza de primogénito. Yo era Boabdil el Granadino y ella Fernando el Católico. Pero es que al felino, nunca le arredraron el tamaño ni el género. Tengo imágenes de los dos, cada uno dentro de un enorme balde de plástico lleno de agua, largándonos la mano a mansalva, en pleno agosto. Como en un circo, donde el domador aplasta la voluntad de sus bestias, Ana era capaz de sacarme de mi sitio para sacudirme primero y darme de comer después vencido y derrotado. Nunca tuve celos de mi hermana, entre otros motivos porque estaba demasiado ocupado huyendo de ella. Pero la casa era pequeña y siempre solía encontrarme para tirarme de los pelos y darme una paliza. Aunque terminaba llorando a grito pelado, más por rabia que por otra cosa, llamando a mi madre. Era como un fox terrier peleándose con un dogo alsaciano.

Con los años apredí a respetarla y a valorar el talento que atesora, su inteligencia. Hoy he de reconocer, que la sigo temiendo por el genio duro y la rectitud de pensamiento. Pero la quiero como el ser entrañable que es y admiro por su forma de enfocar las situaciones difíciles. Es de esa clase de personas que encuentra la senda cuando el resto del grupo está perdido en el frondoso bosque. Te la llevarías de compañera para una expedición al Annapurna. Donde tu solo ves arena seca, ella encuentra manantiales de agua fresca con brotes tiernos de vegetación. Algo aprendió de Rober, su compañero y papá de Lía. Tiene mi hermana el coraje y la sencillez de las personas que no temen a la realidad, porque no hay nada que esconder. Es límpia como la verdad llana y su mirada clara color caramelo de Logroño te desnuda como un bebé. Los siguientes hermanos, Juan, Nacho y Rubén ya fueron como mis ahijados y la cosa funcionaba bajo otras reglas menos salvajes.

Me considero un personaje irónico, con sentido del humor y especial, igual que Kiko el murciano, incomprendido por la mayoría de los que me rodean y siempre calculando el calibre de mis palabras para intentar no ofender a mis semejantes.

También digo que no me gusta trabajar. Que mi vida ha sido una búsqueda contínua del Santo Grial del dolce fare niente. De como inventarla para pasármela sentado mirando las musarañas y durmiendo la siesta, como mi héroe Bartolo el personaje del tebeo.

Yo me hice diseñador porque pensaba que estaría todo el santo día sin hacer nada. Tenía una idea preconcebida errónea y desviada mil millones de kilómetros. Ahí metí la gamba hasta el calcañar. Me hundí en la mierda, como diría la Verito. Por eso seguí buscando mi paraíso particular, sin descanso, pero con algunas paraditas de larga estadía. Veintitantos años hasta volver a mi lugar. A Benicassim. Estuve hace años, en los ochenta, arrendando un estudio y tocando la guitarra, cuando comenzaba a despuntar el futuro.

Porque soy del pensamiento que ya que trabajas todos los días, al menos que parezca que estas de vacaciones y lo haces porque quieres. Así, por las buenas. De esa forma lo estructuré en mi cabeza. A ver, si los madrileños con mercedes y bemedobleuves se rompen los cuernos por pasar cuatro jornadas aquí, soportando colas eternas y horas de viaje agotadoras, yo, que puedo hacerlo cada día, por qué no intento esta aventura. Además es lo que quiero. Y así lo he hecho. Gracias a mis dos sicólogas preferidas la Verito y la Susi y a mi propio deseo y valentía, he conseguido lo que a la mayoría de personas les resultará imposible de realizar. Estar de vacaciones todo el año. No es una cuestión de dinero. Es algo que tiene que ver con la perseverancia, el deseo, la ilusión y las ganas de vivir. Yo las tengo y por eso estoy realizando mi sueño. Nada es fácil, pero tampoco imposible.

Mi computarora marca las doce y veintidos de la madrugada. Ya es sábado. Escucho el cricrí de un grillo en la profunda inmensidad de esta noche de finales de mayo, con el verano asomando el hocico. Verito está respirando fuerte a mi lado, acostada en la tumbona de la terraza, tapada con el cubrecamas que le arreglé improvisando. Estaba muerta de frío y le puse encima el trapo, porque no tenemos otra cosa para protegernos. Quería largarse a la cama y dejarme solo, pero inventé la excusa. Ahora desde que estamos en la nueva casa, le entró la neura limpiadora y me mira raro cuando no hago los deberes como ordena. Yo, que llevo cuarenta y dos años sin hacer la cama. La estaba cubriendo con la sabanita crema y aún protestaba. Menos mal que se cagaba de frío y andaba medio torrada.

Con el mar tranquilo y oscuro, las luces de fondeo de los mercantes haciendo de velas, esperando entrar en el puerto de Castellón, marcando el horizonte, quiero seguir disfrutando del momento. Los coches pasan por la avenida con el motor a medio gas y se escucha el ruído de voces lejanas de niños y el tintineo de vasos y cubiertos recogiéndose en algun casa cercana. Una moto arranca debajo de casa y el sueño se apodera poco a poco de mi mente. Un vecino abre la luz de la cocina y dibuja, a lo lejos una ventana enmarcada. Los mosquitos rondan insensibles a contraluz en la pantalla del portátil. El gintónic que me preparé hace rato y el olor de salitre me estan venciendo. Si esto no es el puto paraiso, que me expliquen donde está.

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