domingo, mayo 28, 2006

Odisea 2036 Benicassim (Capítulo IV)

Subí a mi auto y en lugar de sentir el alivio de la misión cumplida, tenía más objetivos por lograr. Todas las nuevas requisitorias de Rymon y su compungida mujer. La radio sonaba como siempre en la Cadena Ser, lo cambié para que sonara un compacto de la Oreja de Van Gogh, que me grabó Geles y escuchara la canción la reina del pop. Tuve que bajar el volumen y dejarlo casi imperceptible, la tensión no me dejaba disfrutar de todo aquello que habitualmente me eleva.

Llegué a mi trabajo, intentaba concentrarme en los pedidos, me temblaban las manos, cada papel que agarraba tocaba una sonata con mis dedos y se humedecía con la transpiración que mis nervios provocaban.

Eran las seis y media de la tarde. Mi reloj personal me pedía dos horas antes irme a casa. Al día siguiente firmábamos la escritura, con la certeza que el Don Diego de la Vega inmobiliario sacaría algo nuevo bajo su capa del Zorro. Nos llamó por la noche, lo llamamos también, ultimábamos detalles, pretendíamos que todo saliera pintado, sin manchas extrañas de cuadro descuidado. Que nadie olvidara nada, era la premisa. Contribuciones, pre-contratos para destruir, originales, fotocopias. La caja azul de los papeles importantes ya estaba en el coche, para no encontrarnos con caras de sorprendidos durante la comedia que nos esperaba al siguiente día.

Nos fuimos a dormir muy temprano, devoramos la cena, los movimientos de nuestras mandíbulas eran rápidos, tensos, el motivo era terminar. Terminar con la cena, con Rymon, con Benicassim, con los bancos, las financieras, las desconcentraciones, el zumbido de los oídos, la desdicha de ver nuestro deseo hecho trizas y con todo aquello que sacaba de nosotros insultos al aire, cientos de momentos de silencio, y sobretodo una impotencia que ni siquiera nos dejaba golpear el puño sobre la mesa.

Llegó el día, el final de la película, o el principio de una nueva. Pasé a buscar a Lola, que estuvo con nosotros hasta el final. Recordábamos todos las escenas de terror, suspenso y acción que rodaron en esta odisea. A Lolita se la veía más tranquila, pero mis nervios no cesarían hasta verme con la pluma en la mano.

Valencia nos recibió con un sol radiante, gente a granel, un mundo muy diferente al de Castellón. Se percibía, porque verlo no era posible, mis ojos estaban para dentro. Visualizaba todos los papeles necesarios, apilándolos en mi caja azul con la cabeza y supervisaba que estuvieran en mi memoria fotográfica, garantizándome así que no los había olvidado.

En la puerta de la notaria estaban los dos bandos, Don Corleone y la Donna de un lado, y Los Invencibles del otro. Eramos más, la estampa de la mafia olía el final del Padrino. Me hice la grande, aunque por dentro era una migaja de pan mojado. Tenía que parecer entera, puse mi mejor cara de todo va bien loco, una sonrisa marihuanesca y de la mano de Xavito subimos al primer piso. Nos llevaron a una sala y llegó Paco, el Director del Banco, un personaje que en una hora me pareció entrañable, no sé si era porque nos traía el dinero o porque realmente lo era. Aún cuando nos informó que terminaríamos de agradecérselo al banco en el 2036.

Al fin entraron los casi ex-propietarios al recinto, refunfuñando con la boca entre cerrada, palabras bastante perceptibles. El notario parecía haber captado todo, y se sumó a Los Invencibles, leyó muy de prisa la escritura, derechos y obligaciones de los contrayentes, se levantó, y como danzando el baile de la lapicera, nos rodeaba haciendo firmar a cada uno de los protagonistas de la operación. Después de presenciar el acto más deseado de toda la odisea, salimos por fin de ese sitio, sin perderme la cola que me seguía de la mafia vencida, diciendo aún con las banderas por el suelo:

- Me han quitado mi paraíso.

Dejé pasar el comentario como un bocadillo improvisado que no figuraba en el guión, ya no valía la pena. Yo estaba al tanto de su reciente estreno. Un potente chalet en el Torreón de Benicassim.

Después de toda esta historia de enredos, levanto mi vista por encima del teclado, y desde este quinto sin ascensor casi toco el mar con las tetas. Sobre las rejas de la terraza tengo un pajarito negro y esmeralda que trina semicorcheas con silencios de redonda, como si supiera que Xavito duerme la siesta. El sol que a esta hora ya para en el centro de los puntos cardinales calentando sin quemar, acaricia el perímetro del balcón. Algún coche tarareando la canción del verano recrea mis pies descalzos, que se ponen a golpear sobre la tumbona a su ritmo. Y la vecina, que con la excusa de subir y bajar los toldos nos observa cada tanto y evita saludarnos.

Soy feliz, le quito los anteojos a Xavito que se durmió leyendo, apago la música de Woody Allen tocando el saxo alto para que no se despierte y el próximo paso es poner en mis manos a García Márquez, que en esta oportunidad me contará de las memorias de sus putas tristes.

Es el final de la odisea, el principio de la panacea.

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