miércoles, septiembre 13, 2006

Abandoné al niño en el super

No sé si es un virus que proviene de Argentina o algo me pasa que no estoy inspirada, y sé que a Hernan, el de Orsai, también tiene problemas de esa índole. El caso es que mi Xavito me presentó quejas, porque considera que mi presencia en la página es de vital importancia y yo me he tirado a la bartola y dejando que su inspiración sea la encargada de alimentar a nuestro blog.

Esto me lleva a cuestionarme mi personalidad, será que no soy responsable. Por momentos me veo olvidándome a un hijo en el supermercado. Pero me parece que la realidad es que no soy constante y ahí me lo pongo mucho peor, porque en ese caso al hijo ya me lo olvidaría a propósito porque me cansé de ser madre y ahora me gustan cosas nuevas. No sé, esto del blog me ha rayado un poco y tendré que hacer algo por remediarlo.

Estuve navegando por internet, que dicen que todo lo tiene buscando ejercicios de inspiración literaria y no encontré nada. Al final me dí cuenta que tengo una vida tan tranquila en este momento que no hay nada que de pronto me haga hacer un clic y activar la neurona poeta. Poeta, eso sí que soy, me acuerdo cuando tenía problemas con el amor, por ejemplo, me curraba unas poesías increíbles o insufribles, según quién las lea, con miel, hiel, amor, corazón y palabras de la jerga poética que brotaban de mis dedos y tecleaban treinta versos por minuto.

Ahora estoy en un momento light, a meses de cruzar el charco y visitar mi País otra vez con pasaporte italiano. Me pone un poco nerviosa llegar a mi país y tener que ponerme en la cola de los extranjeros, pero todo no se puede en esta vida, decía Doña Nélida, así que me conformo con llegar a España nuevamente y entrar por la puertita de comunidad europea. En fin, soy extranjera en todos los sitios. Esto tiene que ver también con mi personalidad inconstante. ¿Será que tambien soy nómada?. Al final va a tener razón Xavito.

martes, septiembre 12, 2006

La amiga de Pura

Llovían perros y gatos cuando llegué agotado a mi casa después de lidiar con dificultad un martes gris difícil y retorcido. El site que estaba modificando de Caporchanes, peleado a cuatro manos para adelantar, se rajó de repente dejando un reguero de bugs asomando al final de las líneas de texto en el Golive. Culminó la faena cuando vislumbramos un final de tunel dando las seis y un tremendo apagón general derrumbó con estrépito el encaje de bolillos que habíamos conseguido zurzir.

Envainé los trastos con desánimo y cuando estaba por trepar al tercer piso dos señoras mayores reclamaron mi atención.

-Hijo: ¿No tendrás un paraguas en casa?
-No tengo ni la más remota idea. Puede que sí, puede que no. La dueña no está.
-Por favor, ¿puedes buscar? Es que con la que está cayendo tengo que ir al pueblo.
-Bueno, miraré a ver que encuentro.

Registré revolviendo entre los diversos objetos acumulados en un equilibrio inestable dentro de los armarios. Verito compone figuras abstractas con silllas, bolsas y maletas. Es un Calder postmoderno acomodando toda clase de cachivaches orgánicos en espacios imposibles. Hace tetris con las cositas. Sobre una balda relativamente poco poblada hallé un paraguas escocés cabezón plegado dentro de su bolsa. Inmediatamente descendí los peldaños para ofrecerle el artefacto a la mujer menuda de pelo tostado y cara de nutria que esperaba impaciente el resultado de mis pesquisas.

En ese momento empezó una tormenta fantástica con gotas del tamaño de una moneda de dos euros que picoteaban con fuerza las hojas de las moreras. Me ofrecí al ver aquel espectáculo para dejarla con el coche en el Mercadona, que és el lugar a donde quería ir. Tras mantener durante dos seguntos una negativa de rigor accedió a que le diese un paseo.

Nada más entrar se lanzó contra la primera cajera con un paquete de café soluble en la mano. La dejé gesticulando y me encaminé hacia la góndola del pan para comprar unas barras. Un litro de leche entera, unos cherrys, unas aceitunas partidas, feta y salami. De vuelta agarré una botella de agua mineral.

Cuando estaba enfrascado en la zona de bollería, me llamó una Verito paralizada de miedo plantada ante la puerta de nuestra casa, que estaba abierta de par en par, con las luces encendidas y algunos trastos tirados caóticamente por el suelo del pasillo.

-Xavito, estoy cagada de terror sin poder entrar. Hay alguién dentro. Seguro que nos están robando. Por favor.
-Falsa alarma. He sido yo que me despisté y no cerré la puerta. ¿Pero quién va a subir cinco pisos para robar con este tiempo?
-Cada vez más ligero. Cuando vengas a casa hablaremos. -dijo ya más tranquila de ánimo. -¡Qué susto!

La señora había seguido mis pasos y al tiempo que yo hacía mi pequeña compra recorriendo los pasillos ella charlaba con la gente, risueña y pizpireta, con sus pantalones azul marino y su remera de punto encarnada con cuello de pico. Nos reunimos en la caja.

-¿Ya arreglaste lo del café?
-Huy, me olvidaba.

Y se marchó rauda hacia la caja de la entrada. Embolsé mis cosas y pagué. Ella aun estaba discutiendo con la jefa de las dependientas montando un sarao.

-Señora, esto es como el Carrefour. No se puede devolver un producto sin su ticket de compra. ¿Entiende?
-Mira hija mía, si yo viviera aquí, pues con el dinero devuelto compraba otra cosa, pero es que me voy para Madrid y ¿qué hago con esto? Se va a estropear. -¡cómo peleaba la jodida!

Al final consiguió que le soltaran un euro y pico, que era el valor del pequeño paquete de café. Había triunfado. Ya en el camino de vuelta me contó algo de que su hija había comprado tres y que para qué quería tanto café, y que tenía la tensión alta. No cesaba de comentar asuntos sin parar. Me tenía entretenido contando historias de su familia y de la gente de Castellón, que eran malas personas porque hablaban entre ellos en esa jerga extraña y de sonidos arcaicos.

-Y pretenden que yo hable en ese anticuado dialecto. Claro que no. Qué se han creído. Llevo treinta años aquí y no pienso aprender. A ver si esto no es España o qué. Que hablen en español.
-Son unos cabrones.
-Casi todos, pero tú no pareces de aquí hijo mio. Hay que ver lo buen chico que eres. Que suerte que tiene Pura con los vecinos. Que majos son.
-Si.

Me preguntó si estaba casado después de criticar a su hija tachándola de vaga -como tiene una esclava en casa, no da pié con bola. Ni la cama. Ni planchar. Nada. Allí estaba en nuestra casa de doscientos cincuenta metros, con su amigo; que se dejó una relación de seis años con su novio. No la quiere nadie. Claro. Ahora está con este. Amontonando todo por allí. Pizzas, cartones, ropa, platos, mierda sin recoger. Y como yo estoy tres meses de vacaciones aquello le viene grande y se ha marchado a Lanzarote, hasta que volvamos a Madrid -decía sin respirar. Buena caja torácica. Podría ser locutora de radio.

Que si su hija tiene la carrera de económicas y con veintiocho años hace ya dos que trabaja con un sueldo pequeño de doscientas cincuenta mil pesetas, -bajito decía, -igual que el piso pensé. Le daba un sobre como paga semanal de treinta euros que según ella no le llegaba ni para acercarse a la tasca del barrio.

-¿Y tú estás casado?
-Seis años hace.
-¿Y tienes hijos?
-Es que no sirvo.
-Mejor, es que los niños solo traen problemas. Mira tú la Pura y su marido como están por culpa de su hija, que le va a llevar a la tumba, pobrecito.

Le seguí la corriente para tenerla embridada y a favor. Verito dice que soy un cagón acobardado. Dónde se ha visto que un rojo se achante frente a los acólitos de la derecha. Me echó en cara lo del otro día con la GataMoixa, cuando con su voz ilimitada coreaba sin freno sus historias con el anfiteatro dels Terrers abarrotado de público en los palcos, aguzando el oido ante el relato detallado de nuestras interesantes historias; yo intimidado apagaba mi garganta con timidez para contagiar por simpatía a la buena de Mayte, tratando sin mucho éxito de arrastrarla a mi terreno sacándola de las tablas, aunque era peor porque ella subía con mayor ímpetu si cabe el nivel de sus afiladas cuerdas vocales, haciendo inútiles mis sonrojados esfuerzos por neutralizar el asunto. Los vecinos ocultos en sus madrigueras escuchaban las arengas republicanas de la pussycat.

Al final solté a la madrileña guerrillera en la puerta de su apartamento y se mostró enormemente agradecida. Le pregunté su nombre y me respondió pero lo olvidé nada más llegar al siguiente cruce. Tendré que tomar algún complejo vitamínico para potenciar la memoria, porque la imaginación la llevo sobrada. Eso es que me estoy haciendo viejo.

Me voy a la cama con el sonido lejano de los truenos y el aroma húmedo y fresco que arrastra la cola rezagada de la tormenta. Esto es el diluvio universal.

lunes, septiembre 11, 2006

Puntos negros

Este fin de semana superamos con éxito las dos fiestas que el destino plantó inmisericorde atravesadas en la mitad del camino; El sábado sentamos los reales a la sombra de una luna vertical que cubría con una suave pátina de metal bruñido las guijas castradas, entre las tres jóvenes palmeras con la copa estrujada por un sediento corsé de cañizo. Marcial el ciclista lechuza, Chelo y Medusa, Verito, Carlos el co-ordobés, el enorme Javier con Alicia la terremoto del Atlas, Santos el madriles de coronilla escasa atracado en el Trinimar, al que según él se le ha caído una estrella y su amiga, una dulce colombiana de ébano y marfil. Pasábamos el tiempo tejiendo palabras sobre las tablas de madera, bebiendo en vasos de plástico rebosantes de espuma desbordada desde mi barrilete verde, escanciada con pulso atolondrado y ciego, cenando a borbotones un menú de bocadillos inflados a tutiplén con embutidos, queso y mayonesas acompañados por una rica ensalada de pasta que preparó mi compañera. Al final cuatro cubatas de ron y unos chupitos de un jotabé garrafero que Conchín guardaba envejeciendo con mimo en el vientre de una preciosa petaca de aluminio que terminé por liquidar.

Hacia las dos de la madrugada deshicimos el corro regresando lentamente al inicio cada uno buscando su territorio, bajo la excitante luz de níquel curvando los deseos derramados de lujuria, la eterna promesa inalcanzable del sábado noche. Subiendo acompasado el largo tramo que separa los pinos de mi rellano con la silla plegable colgada del pescuezo, a la altura del escalón cincuenta recibí una llamada de móvil. Era Pepepa charloteando en el mejor dialecto calabrés tratando de reunir al ganado disperso. Llegó cinco minutos tarde a la cita pero simplemente fue un punto de inflexión en su carrera, hasta el siguiente control de avituallamiento. La madrugada le pertenece.

El domingo amaneció tarde y con fuerza empujándo mi ser abotargado dentro de un mar turquesa tibio que despejó alejando con un soplo fresco de lo alto de mi cresta las brumas enmarañadas de alcohol y reguló de un tirón mi maltrecho intestino aquejado y renqueante de tantos excesos continuados, arreglando el nudo de angustia formado en la boca del estómago que mordía con la intensidad acerada de un perro rabioso.

Dejé pasar observando desde el agua durante un cuarto de hora el desfile de los muchachos de las Harley que exhibian sus máquinas, sus chicas –¿estabas ahí gata, parapetada tras el lomo hercúleo de tu chico en cueros? –sus escapes libres y sus canas fraudulentas, recorriendo desde el Grao toda la avenida Ferrandis Salvador haciendo sonar sus bocinas, montando una escandalera colosal. Desde los bajos fondos marinos veía las mujeres en bañador arremolinándose presurosas en el arcén para ver pasar a sus ídolos maduros. Horas antes, acostadas con su previsible y aburrido marido a dos palmos, los criticaban con lacerante persistencia mientras escuchaban el runrun poderoso de los enloquecidos pistones atronando entre los setos de su tranquilo barrio residencial.

–No puedo dormir Visente Luís. Con este ruido infernal.
–Pues te pones un tapón.

Seguramente en su más profundo pensamiento desearan ser poseídas por un brutal y salvaje motero polaco, con barba de raspar fósforos y una montaña de tatuado músculo pintada de azul lívido. Quizás en un instante de íntima debilidad alguna de esas ninfas castelloneras acariciara la idea descabellada de lanzarse al cuello del primer sujeto con pañuelo pirata durante el desfile, para desaparecer de la vista de su siempre correcto consorte, y ser bateada a coitos para caer desvanecida en un lago de líquidos orgánicos calientes, arrasada por el ímpetu arrollador de un kingkong peludo y sucio tras un par de noches de farra.

Mi ninfa particular vino al rescate sacándome del baño matinal –eran las doce y media –para después de recoger a Carlos en el Puerto acercarnos a la casa de Conchín para la fiesta de la paella y ver la carrera de fórmula uno. Allí estaban Espe, Mayte, Paqui y Ferrán, Laura, Chelo, Moni con su melón de ocho meses y Jose, con la sandía del mismo tamaño cosechada en su otro huerto; el inefable Pepepa, ataviado con un glorioso delantal encarnado estampado con la figura de Homer Simpson. Andaba acalorado espumadera en mano removiendo los abundantes pedazos de pollo y conejo del sofrito, tratando de expulsar de su cocina a los invasores, con gesto atribulado y amenazador, esgrimiendo la herramienta en alto como una espada de Damocles –maravilloso el arroz señor cocinero!

Al final terminamos todos enfrascados en los juegos y las risas, bebiendo, comiendo y disfrutando de la compañia a pesar que el adorado y malcriado niño Alonso rompiera aguas y no terminara la competición, derrotado por el Gran Shumi Rojo –¿Ferrari vs Renault? Es que no hay color –Descamisados, contentos y otros como yo, tomando culos en un vaso minúsculo de un vodka auténtico color miel que Chelo trajo hace dos años de Rusia. Divertido. Una tarde inmensa. De vino tinto, de blanco Pescador, de cava brut de Marqués de Monistrol. Que pregunten a los vecinos; a todos. Espero que no hayan echado de la comunidad a nuestra risueña anfitriona. Si se queda en la calle siempre tendrá una cama para dormir, un lugarcito aquí.

Y con la mona, a las siete que arribamos al mirador, nos aparcamos a nosotros mismos para quedar extenuados, literalmente barridos sobre las fusionadas camas individuales de nuestra habitación. Y puedo jurar que ya no salimos de allí.

Hasta las cuatro de la madrugada que aterricé sentado sobre la taza dal váter rodeado de negros puntos diminutos que pululaban como en una pesadilla alucinante de Hitchcock. Verito esta tarde me ha preguntado si eso no habrá sido fruto de un sueño adolescente provocado por los turbulentos efluvios etílicos acumulados. Todo es posible. Pero aun me pica el cuerpo.

sábado, septiembre 09, 2006

La sierra de calar

Una ergonómica sierra de calar eléctrica de Black&Decker por veintinueve euros, un cuadro de cartulina retractilada con cinco cuchillas suizas de recambio y un juego de manivelas señoriales castellanas refulgentes como la cúpula del Kremlin a once euros, para la puerta del baño que abría con un muñón herrumbroso que nos dejó de recuerdo el toledano. Buscamos algo similar a lo que ya está instalado en todo el apartamento, aunque nos parezca demasiado clásico por no llamarle directamente hortera.

Esta mañana nos levantamos con la creativa idea que tuve a raiz de unos sueños mezclados de fútbol, barcos y tormentosos naufragios.

-¿Y si desguazamos los muebles dividiendo las baldas en pequeños cachitos manejables para introducirlos en bolsas de basura y de ese modo podemos bajarlos con facilidad? Los cargamos en los dos coches y podemos arrojarlos al ecoparque de Castellón, sin necesidad de alquilar una furgoneta.
-Si los metemos en bolsas los echamos en el contenedor de las basuras. Más fácil.
-Eres tan práctica.

Y después de ver la película Kebab Connection, que anoche dejamos en los créditos, nos lanzamos con los dientes sin cepillar y cien gramos de legañas pegajosas asidas como costras en el extremo de los lacrimales, con destino Leroy Merlín, después de descartar el Brico Iberia del Grau, porque no encontramos la página web para consultar los artículos. En la de Leroy estaba perfectamente organizado el listado de productos y averiguamos rápidamente que podíamos realizar nuestra aventura dentro de los costes planificados.

Busqué una vez en la tienda baldas con el soporte angular de pared para el switch que enlaza todos mis equipos en Incomedia, y que ahora tengo en el suelo sobre una caja de cartón para naranjas de mi amigo Llusar, que temo que con los recalentamientos o una mala conexión pueda incendiar el local. Pero no encontré nada que fuera sencillo y simple de colocar. Y barato. Ya investigaré en otros lugares. No quería más trabajo para hoy, así que con las herramientas en la bolsa salimos del centro.

-¿Qué no iremos, ya que estamos al lado, a ver la pantalla de televisión al Media Markt? ¿Pensabas que no me acordaría eh Xavito?
-Lo tenía más claro que el agua. Estaba esperando. Bueno pues vamos.

Llegando a la puerta vimos delante a una pareja que se dirigía hacia el mismo destino que nosotros. El de la izquierda llevaba asida por el asa de plástico un envase negro con aspecto de maletín y el símbolo de la manzana mordida en blanco impreso en la parte trasera. Cuando veo algo de Apple me llama siempre la atención y siento enorme curiosidad por averiguar la personalidad del portador. Vestía al uso, zapatillas desgastadas de diseño, vaqueros de bolsillos bajos, camisa oscura. El acompañante era de otra línea, un cierto desaliño en la ropa, calzones a las rodillas, alpargatas con el talón chafado, una camiseta de color indefinido, un bolso en bandolera con el pelo escarolado y fulvo.

-Mira Verito ese. El que lleva el Mac tiene pintas, pero el otro viste como yo, con la gracia de un turista de Liverpool.
-Si, si. Clavadito.

Al entrar por la puerta resulta que eran dos conocidos nuestros de la Vall, integrantes de la Schola Cantorum, padre e hijo. Nos hemos alegrado de verlos. Iban a devolver el Ibook que les vendieron la semana pasada porque no les funcionaba la pantalla.

Dentro decenas, cientos de pantallas, esperaban nuestra visita. Una vez repasadas todas las plasmadianas seguro que compraremos algo que rondará los mil quinientos. Tendremos que trabajar de putos para costear todo este despilfarro de las últimas semanas.

Después antes de pasar por casa vaciamos el Mercadona para proveernos de avituallamiento, víveres para engordar unos kilos y poder sentarnos a gusto repantigados sobre la piel tersa y helada del nuevo sofá o desperdigarnos con total indolencia encima de las moléculas hiperventiladas y supermegaflexionadas del colchón.

Estuvimos toda la tarde aserrando los muebles, la mesa camilla de las de antes, y la estantería. Ya está todo en bolsas repartido a lo largo del pasillo. Iremos bajando cada día unas cuantas, camuflándolas entre las orgánicas. Somos unos desaprensivos y malos ciudadanos.

Ahora que Verito ha preparado los bocadillos nos vamos a cenar con los amigos ahí abajo en la playa, sobre el paseo de madera, igual que otra noche. Bajaremos el barril de cerveza.

viernes, septiembre 08, 2006

Harley y Darwin

Tengo una duda de carácter empírico que está devorando mi pensamiento dejando un reguero de corrosión entre las filas apretadas de mi sinuoso y enredado torrente cerebral. Todavía no tengo claro si los que montan una Harley tienen un aspecto físico tan lamentable desde que nadaban en el útero agitado de su madre y ese líquido amniótico les arrugó las formas, deteriorando irremisiblemente cada parte visible de sus cuerpos, o si la amarga estructura exterior con que nos regalan la vista es una consecuencia directa de las vibraciones producidas por la ausencia de silenciadores en el extremo cromado de sus pénicos escapes.

Que esas masas purulentas revestidas de negro ya eran así cuando nacieron, como la roncha color cereza que tengo pintada en el cogote, o se trasformaron debido a un trauma infantil provocado por la repetida abrasión de cólon al ser brutalmente agredidos por una troupe de gorilas desquiciados en una remota visita escolar al zoológico.

El por qué son tan feos y están tan mal hechos. Y mira que los hay de todos los colores; alargados, enjutos, obesos, mórbidos, zamacotes, troncales, hipopotámicos, hipertatuados, paticortos, diminutos, lilipúticos, oséznicos, impúdicos, panzúdicos, pelágicos pero sobre todo viejos y cabreados. No se escapa ni uno. Y estoy que no sé si la moto es un problema o una bendición.

Ellos cabalgan bajo mi casa exhibiendo sus hirsutas canas pegadas con saliva en la superfície de sus cráneos rellenos de paja, cal viva y aglomerado residual de pino mediterráneo, con la mirada perdida en el infinito al carecer de receptáculos en el interior de sus cuencas que se conecten con algún centro neuronal que procese cualquier información. Verito me dice que los moteros viajan con el rostro ladeado, con la cara perpendicular al sentido de la marcha y observan la carretera de reojo con las cejas levantadas y una expresión de extraña sorpresa.

Yo le respondo que habrán visto algo interesante sobre el arcén y no pueden dejar de lucir su palmito. Y para no tragarse el coche que llevan delante deben hacer cabriolas con las posturas del cuello.

A mí me gusta que la gente se entretenga y juegue siempre, con el pretexto que sea, no importa si es a horcajadas en una moto o sentados ante una mesa organizando una partida de guiñote. Lo que no he podido averiguar es el motivo genético que produce esas irregularidades tan alarmantes que van en detrimento de una evolución positiva de nuestra especie.

Vamos caminando hacia atrás, como los cangrejos, aunque los que tengo en la escollera ahí delante rulan de lado. A tio Darwin le estan machacando su teoría estos antiguos y abollados ángelitos del purgatorio. Imagino a los homos moterus trotando a cinco patas con un tubo clavado en el trasero y un manillar de cuernos con la maneta del embrague emergiendo de las orejas entablando una conversación inteligente con una pinta de cerveza helada deslizándose gaznate abajo.

-Ptoptooproumm!
-Broouumptoptobrotpooptop!

De momento los escucho trasladarse por estos andurriales intentando encontrar algo que seguro que se les ha perdido, y al parecer no encuentran porque no cejan en su empeño. Verito está preparando una especie de pizza de masa fina para cenar porque no teníamos mucho material comestible en la despensa. Está inventando cosas y sirviendo vasos de Heineken del barrilito verde. Ya llevo tres. Sale de la cocina y baila en el salón iluminado con las lámparas traslúcidas del Ikea mientras suena en los altavoces los temas de grandes éxitos de Los Secretos.

-Oh!Oh!Oh!Oh! si, no me imagino como podré estar sin tí.

jueves, septiembre 07, 2006

Cana de pé y el viscoelástico

Ciento sesenta y seis de la revisión del coche para cambiar el aceite que debería estar negro como la epidermis de un natural de la Guinea Ecuatorial oteando el firmamento en una noche sin luna, porque llevaba ocho mil kilómetros de más en los pistones y unas escobillas sin las tiras elásticas de caucho, arrancadas y resecas como la corteza de un alcornoque, que estaban acurrucadas en forma de ovillo en el suelo del asiento del copiloto. Dejé el auto en el taller mecánico de Vicente Salvador Adelantado, en la orilla sur de la carretera de Alfondeguilla frente al Barrio Toledo con el trasero asentado en el borde del barranco. Cuando pasé al mediodía encontré todos los papeles y documentos esparcidos sobre el asiento.

-Estaba buscando la tarjeta con los kilómetros y los datos de la revisión anterior. No la he encontrado.
-Pues no sé dónde puede estar. Se habrá extraviado entre tanta mugre.

La tenía amarrada en la cartera con el teléfono de la franquicia de Alfa Romeo impreso en color rojo sobre una cara y en la trasera los recuadros cumplimentados con las cifras de la anterior revisión. Al ver los ingratos números sentí vergüenza de tanto abandono y la camuflé entre un pequeño grupo de parientes olvidados.

Y es que con los maltratos aparcando y el rodar incesante por la carretera anda arañado, con ligeros abollados y con casi doscientos mil miles de metros en su carrocería aplastando mosquitos, bichos sin nombre que aportan su mancha de miel pegajosa, corrosivas cagadas de ave y goteos de savia blanca trazando líneas rectas sobre el azul tiniebla de la chapa, que aguantan impertérritos los embites latigantes de las coloridas tiras de gomaespuma en el lavado automático del Randero. A diez euros el pase.

Como resulta que para poder dormir con un mínimo de dignidad hemos juntado dos camas pequeñas, el límite de los colchones, duro y rígido como falo insaciable de adolescente granuloso, impide el normal acontecer de nuestros confortables sueños clavandonos el perfil de repunte en el costillar tierno y anhelante de delicadas dulzuras y gestos suaves. Y así que en un momento hemos vuelto a realizar un pedido al Cortinglés de un canapé compacto de color semen y un colchón extra espectacular de la muerte con la última y sensacional tecnología en espumas ahuecadas de la marca Relax, formado por un nuevo material denominado Biotex, con estructura molecular alveolar, y además todo el contorno del núcleo está reforzado por un marco exterior llamado viscoelástico. Ya para cagarse. Mil doscientos. Y el cana de pé Infinity de Pikolín por seicientos sesenta. Si no descansamos aquí me corto las venas. Y mira que el que me gustaba salía por dosmil y pico solo la parte mullida, pero era demasiado para empezar. Masa diners.

El resto de las cosas normal. Al Sol le cuesta levantarse y atrasa su despertar lenta pero firme y a la tarde el crepúsculo violeta y naranja baja su telón adelantando su horario. Pero no importa porque el agua del mar sigue estando deliciosa y caliente y los veintidos grados que marca el termómetro en la madrugada de Benicassim alejan cualquier pensamiento invernal.

Solo se aprecian detalles nimios. El vecino de los apartamentos azules, el único que se plantaba frente al mar asomado con indisimulado interés mientras tomaba el café de la mañana ya no está. En su desolada terraza quedó atrapado entre los barrotes metálicos un molinete de colores girando frenéticamente con la brisa espontanea, rastro nostálgico de un verano que se fuga sigilosamente como un soplo dirigido al vacío de nuestra memoria más reciente. Es un guiño de la naturaleza que nunca se detiene.

miércoles, septiembre 06, 2006

Cansado

No consigo adaptar mi alma consciente al tempo del obrero y voy todo el santo día soltando gallos, con las cuerdas destempladas y perdiendo el compás incapaz de seguir ordenadamente la partitura; extraviado, perdido, con el rumbo cambiante a merced de la fortuna, camino entre los cachivaches de la oficina con la mente arbolada como un bajel corsario, tratando de conducir los impulsos neuronales a buen puerto y rendir cuentas justificando la soldada.

Me está costando reemprender la rutina incluso con la atenuante de la media jornada. Pero la casa absorbe por completo el cascarón que soy agotando cualquier resistencia, impidiendo de una forma radical cualquier alejamiento, acotando implacable los límites del territorio conquistado, cociendo en el interior de mi cerebro un caldo de salitre y algas, atrapándome sin remedio en una espiral infinita.

Sé que mis movimientos son cansinos, lentos, acoplados a este largo y al mismo tiempo corto mes de agosto que acabo de experimentar, disfrutando intensamente la nueva situación. En mi pensamiento estaba plenamente confiado en que la transición sería limpia y suave, sin el molesto jetlag de los largos viajes con el desorden de las horas deslavazadas amenazando tus biorritmos.

Y así ando, entre dos aguas, con una especie de ligero malestar de fondo que nace de la desubicada sensación de no pertenecer a nada. Es como aquel, ni carne ni pescado. Quizás la próxima semana con el horario duro adaptaré los miembros relajados a la inclemencia de las circunstancias volviendo con intensidad a la batalla.

También es cierto que al pasar de tener todas las horas a disponer de solo una parte del día, los asuntos que puedo emprender se reducen considerablemente; esto unido a mi espíritu tranquilo da como resultado una jornada apretada, sin huecos ni descansos prosaicos con la mente en cero. Y no estamos para tanta revuelta.

Ya desde la semana pasada, inmersos en la decoración de nuestra casa no paramos de recolocar, desmontar, arrancar, destruir para construir; crear espacios para llenarlos con nuevas propuestas. Faena. Subir y bajar escaleras con rescoldos residuales a la espalda.

Regresamos el sábado al Ikea y nos gastamos todo el dinero. Estanterias modulares grandes, estanterias modulares más pequeñas, lámparas de papel, de pié y veladores, lámparas más menudas, colchas de colores calientes, rojos, carmines, naranjas, burdeos y otra de fríos marinos, esmeraldas, cesped, oliva. Otro nórdico, estores baratos a catorce euros para todas las ventanas, una mesita de nueve euros de color marfil para el comedor. Una alfombra blanca con rayas negras por treinta. Total más de quinientos euros en objetos a los que tenemos que sumar el transporte que sube doscientos sesenta. Cuesta más el viaje que el contenido. Pero ya estábamos en la caja a punto de pagar con la cajera mirándome fijo a la córnea y cualquier solución era mala. Pensaba que sería otro precio. No miramos la tarifa y llegamos confiados. En fin. Ahora ya está hecho. No planificamos porque nos aburre.

Durante el trayecto rompimos el cristal de una de las dos lámparas gröno con aspecto de hielo traslúcido. Evidentemente por el módico precio de tres euros no compensa volver a Barcelona y cambiar la pieza. La que queda viva la tenemos en la terraza sobre la mesita de eucalipto y la utilizamos para la lectura. Perfecta.

Todo este jolgorio de trastos tiene que estar en el sitio y esa ocupación es la que nos ha tenido entretenidos invariablemente estas jornadas intensivas. He arrancado cortinas y se han colgado los estores blancos. Ahora las habitaciones presentan un aspecto luminoso, amplio y sin tanto colgajo oscuro y opaco. Sacamos también unas horrendas cabeceras oxidadas de polipiel crema que estaban clavadas en la primera habitación. Quité el fluorescente circular con la carcasa que lo sujetaba estilo plato de Talavera con motivos florales azules y hemos colgado una lámpara semiesférica de aluminio como un foco de cine que emite una luz tenue. Enfundamos las colchas y dejamos sobre el sofá una tela de algodón en crudo cubriendo la anterior de comic. En algunos casos compramos dos veces las mismas cosas; a los cuatro días ya no gusta el diseño y modificamos la apertura. No pasa res. Más se perdió en la guerra.

Y entre todos estos movimientos circulares también la fiesta ha tenido su sitio. No solo de pan vive el hombre. A ver, no es que el trabajo extenuante limitara mi capacidad de escribir, no. El sábado después del viaje, organizamos una cena bajo de casa, sobre las traviesas del paseo en la zona de las duchas donde el espacio se agranda y las columnas iluminan suficiente para poder verte los dedos de la mano y poder ensartar una aceituna sobre un plato sin clavarte el tenedor en la pierna o cortar un pedazo de tortilla de patata recien hecha sin rajarle un brazo a tu vecino. Vinieron Vicente y Vicen, Ramón, Merche, Marcial, Verito y yo. Después se acercaron La Gata con una amiga y Conchín. Noe y Trini que venian de paso hacia los garitos. Al final de la noche nuestros queridos migoets hicieron nido sobre las ramas atenuadas de nuestra casa y se quedaron hasta bien entrada la mañana del domingo, donde la Verito les agasajó con un estupendo desayuno a base de rebanadas de pan tostado con aceite de oliva y café con leche, para que el motero pudiera mojar a placer, hundiendo hasta la base del codo. Que alegría da ver comer a mi amigo. Él es de los que deja a la audiencia anfitriona satisfecha. Buen trabajo.

-Y si esta no la quiere nadie pues...

Yo practicamente me ventilé de nuevo el bidón de Heineken y unos gintonics de postre con unos cafés que bajaron del chino. De el bocadillo feroz recuerdo el tomate orlando supurando como sangre caliente por las comisuras desbordando por el contorno como una fuente, igual que al Diego. No sé que tiene esto de sentarte delante de cuatro trozos de pan al estilo gitano frente al mar pero cada vez me gusta más. Tiene magia. Es algo intangible que pertenece al universo de las cosas divertidas, a los juegos infantiles, a la libertad de lo simple, al gozo de lo auténtico. Epicuro es un aprendiz a mi lado.

Con las resacas me vuelvo un poco raro y necesito calmarlas con algo. Mi madre, la Paqui, enseñó a su hijo mayor que la mejor terapia para combatir el dolor de cabeza era tomar un poco de alcohol, una cervecita. Con esto el cuerpo se calma al recibir la ansiada dosis de droga y puedes seguir sin problemas.

Y eso es lo que planificamos para el domingo por la mañana. Un arroz bomba que lancé sin medida con un paquete de ocho longanizas, cuatro patatas francesas, un pimiento rojo, una cebolla tierna y una cabeza de ajos. De muerte salíó aquel combinado, de tal forma que entre sofritos, golpes de cerveza helada servida con los restos del barril y el dedo de aceite que le casqué al paellón, mirando el brillo tremendo del agua azul turquesa del mediodía retorné al mundo de las sombras empachado y con el colocón a cuestas. Como dijo Emilia refiriéndose a Pau caído de bruces insconsciente y acogotado sobre su regazo en mitad del restaurante árabe:

-Es que toda la sangre la tiene en la panza. Con la digestión.

Así me quedé de traspuesto, que tampoco es una novedad. Cada dos por tres pillo medio pedo en la comida y así me salen las siestas de cuatro horas. Pero no pienso renunciar de momento a este gran placer. Los drogadictos somos así.

Anoche tuvimos otra cena en casa y Dixie preparó unas pechugas de pollo con bechamel al paté de foié a la pimienta tremendas, acompañadas de un paté de aceitunas negras fabuloso. Últimamente está que se sale con los platos de cocina. Precisamente esta receta la borda y la va mejorando. Ya la preparó varias veces y siempre me sorprende. Y eso que cuando la conocí solo comia helados y el primer concentrado que se trabajó para agasajarme fué una especie de papilla amarilla, espesa y con grumos que tal vez fuera un tipo de arroz exótico, al que accedí por cortesía y que pensé que era una receta típica argentina.

Vino la Gata acompañada de Carlitos con dos botellas de vino y en una noché tórrida y clara de calor dulzón con olor de cera fundida, nos sentamos a la mesa viendo el círculo casi perfecto de la luna rolar ante nuestros ojos, dejando estelas pálidas sobre la superficie aplanada y mercúrica de un mediterráneo entre tinieblas.

Ahora, cuando redacto estas líneas, en esta noche de miércoles de septiembre, brumosa y límpida, sin brisas, quieta, sentado en la reposera con el bañador puesto y la piel recién sacada del mar, aún con el sabor de la sal en los labios resecos, con Verito acostada a mi lado, agazapada, cansada y dormida, navego con el pensamiento más allá del la línea del horizonte de plata y azabache.