jueves, mayo 04, 2006

Pablo y los extraterrestres

Hace un rato nos invadieron soldados venidos desde otro mundo. Eso lo he visto yo. Cayeron del cielo en un enorme artefacto cilíndrico, con forma de obús, color marrón oscuro de hierro oxidado, y se clavaron entre unas montañas viejas, peladas y redondas como pechos apretados por un corsé. Y sentí el terror de lo desconocido. Y volvieron los antiguos miedos a conquistar otra vez mi mente. En un cielo encendido, con los tonos saturando unas nubes deshilachadas y tiñendo el atardecer de rojo bermellón, augurio de vientos, vi como aquella gran mole empezaba a vomitar gente. Eran soldados, que como hormigas salian de la parte superior y se desparramaban bajando por las paredes metálicas, agarrados a pequeños salientes. Por mi situación no podia ver la base, pero el instinto más primario se activó dentro de mi.

— !Corrre, escápate!

Me quedé. No pude moverme. Estaba atascado. Permanecí.

En el pueblo, estaba reunido junto a una gran cantidad de personas, amigos y conocidos de cuando estudiaba en Castellón, en el Ribalta y el Colegio Menor, en el instituto, en la escuela. Estábamos en la calle, a la entrada de una gran casa, con un corredor muy profundo que daba a un patio exterior ya en la falda misma del monte. Una vivienda típica de la parte alta de la Vila. Pero yo era el único consciente de aquella tragedia; el resto conversaba observando con curiosidad la escena, ajenos al peligro inminente. Ellos bajaron como un rio silencioso y se hicieron invisibles. Yo estaba con mi amigo Pablo, músico de trompa en la Banda Municipal de Sevilla, al que hace años que no veo. Sentados en unas sillas de aluminio alrededor de una mesa redonda, en la terraza de un bar. Él tenia un períódico abierto entre las rodillas, con la página central llena de ceniza, que yo intentaba obsesivamente apartar con la mano golpeando las páginas. Pablo fumaba como un carretero, dejando caer con descuido las puntas agotadas y grises de sus cigarrillos. Hablábamos sobre cine.

— ¿Has visto Luna de Vida?
— No, me parece que no — contesté con gesto inseguro— Es que hace dos años que no voy al cine. Antes iba mucho. Luego estuve otra temporada sin ir. Ahora veo las películas de estreno con la mula. Hoy he visto El Caso Slevin — respondí avergonzado—
— Muy buena eh?

Los soldados ya no eran soldados. Se habian transformado en gente de calle. No se podian reconocer. Delante de mi, al lado de un antiguo vespino, estaba uno de ellos. Mientras le pasaba la mano por los hombros a un desconocido, le sujetaba firme por el cogote, acercaba la cara a su cuello y haciendo una mueca horrible amenazaba con morderle.

— Te voy a matar. Y no puedes hacer nada.

Esta escena era igual a muchas vividas por mi durante el servicio militar en La Linea de La Concepción, en Cádiz.

Más tarde veo a mi padre afeitándose en el baño de la casa en La Vilavella, donde viví y me crié. Desde el patio de luces, iluminado por los cristales traslúcidos, lo tengo delante, con la cara blanca de crema. Está mudo. No dice nada. Mi madre le riñe.

Estoy escribiendo recostado en la cama. Son casi las ocho y tengo que ir a trabajar. Todo se desvanece como humo. Se apaga y se diluye en el infinito de mi pensamiento. Ya lo decía mi madre. Y cuanta razón llevaba.

— Xavi. Eres un soñador.

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