lunes, mayo 08, 2006

Urtai

Andaba metido en un avión de vuelta de algún sitio. Viajamos a la velocidad de despegue de los grandes aviones de línea. Es un modelo mediano, de los de cinco asientos y estoy sentado en la última fila, como en el autobús de la escuela. No levanta el vuelo. El trayecto lo hacemos entre apretadas filas de naranjos, destrozando caminos rurales, que andan transitados por los habituales de la zona. Agricultores de aspecto tranquilo, con la mirada curiosa y el cigarro retorcido apretado entre los dientes forzando una mueca. En el portaequipajes, aplastado con una tira de caucho rematado con ganchos de alambre en las puntas, llevan un capazo de esparto, tapado con una manta de color indefinido. Por uno de los lados asoma como el mástil de una bandera, el mango de una azada. Otros regresan a casa en sus motocultores, cargados de aperos. Cansados.

Tenemos que hacer trescientos kilómetros de esta manera. El aparato está dando tumbos y se agita nervioso. Vibra. Es una sensación de angustia tremenda. Sufro. Es tan grande y rueda tan deprisa. Vamos a salirnos de la ruta. Se va a llevar por delante a todo el mundo. La alas son enormes. Como puede pasar por algo tan estrecho. Yo cierro los ojos. Tenso todos los músculos de mi cuerpo. Mi corazón estallará de miedo. Colapsaré. Estoy agazapado en medio del pasillo, en cuclillas. No puedo más. Una azafata baja una persiana de madera desvencijada y cierra mi compartimento. Sentada a mi lado está Eva. Ella me ha dado una idea para hacer una película de animación. Será fácil. Unas muñecas serán los personajes de una serie. En un primer momento la rechacé, pero me doy cuenta que es una buena idea. Le doy la mano y la intento consolar. Tengo que comentárselo a Mateu, que nos puede ayudar. Será en horas fuera del trabajo. Seguro que me dice que no. Mateu es grande. Muy bueno.

Llegamos a una ciudad oscura. Hay muy poca luz. Será de madrugada. Vamos a repartir el periódico que llevamos. Parece el Pais. Hacemos grupos y distribuimos los paquetes. No sé donde estoy. Los dejo en un local lleno de gente con clase. Trajes de diseño, corbatas, gemelos. Varones. Están tomando un cóctel y huele a dinero. El titular a cinco columnas reza URTAI. Los dejo en el suelo y la gente se acerca. Ahora veo un error en la palabra. URTAIN. Falta una ene. No puede ser. Una sensación de ansiedad me recorre la médula como un calambre. Pienso rápido. Vamos a retirar todos los periódicos y los volvemos a imprimir. Tenemos cuatro horas. Nadie se dará cuenta. Estaremos a tiempo. Corro por la calle gritando para reunir a todo el equipo para la tarea. Voy dando palmas y silbando. Con energía. Pienso en quién habrá hecho el fallo de maquetación. El responsable. Vaya cagada. Lo echarán a la calle. Estoy preocupado. Puedo ser yo.

Vuelvo otra vez con un taxi rojo. No conozco al taxista. Viajo rápido. A lo lejos veo un bar con gente. Es una plazoleta. El conductor está derrapando y va a volcar el auto. Todo discurre a cámara lenta esta vez. Ralentizado. Observo la escena con frialdad. Al detalle. Volamos sobre un suelo de arcilla roja que ha sido arado recientemente, al que después la lluvia ha fosilizado, dibujando formas caprichosas. Ahora todo está seco y cuando voy aplastando los terrones con mi cuerpo desmadejado, se rompe, se desintegra. Esto convierte la caída en algo dulce, placentero. Estamos los dos juntos, aplastados por el coche. Nada nos duele. Estamos bien. Al incorporarnos, con la mano nos sacamos la tierra de encima. Ahora veo que el taxi está realmente destrozado. Se ha quedado plano, como pisado por un pié gigante. El taxista agarra su coche y se lo coloca debajo del brazo, como si fuera una cartera. Mientras caminamos hacia el bar, se desprende un faro. Lo recoge del suelo. Lleva un cable blanco colgando.

- ¿Esto te sirve?. Podría ser un vaso para tu animación.
- Si. Si. Es perfecto. Se lo diré a Mateu que seguro le gusta.

Tendré que pedir cita con la Susi, mi sicóloga, aunque Verito opina que mis sueños son de libro. Ayer solo tomé tres quintos de San-mai-gel y un gin-tónic de shapphire. Es que era domingo y me tocaba.

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