miércoles, septiembre 13, 2006

Abandoné al niño en el super

No sé si es un virus que proviene de Argentina o algo me pasa que no estoy inspirada, y sé que a Hernan, el de Orsai, también tiene problemas de esa índole. El caso es que mi Xavito me presentó quejas, porque considera que mi presencia en la página es de vital importancia y yo me he tirado a la bartola y dejando que su inspiración sea la encargada de alimentar a nuestro blog.

Esto me lleva a cuestionarme mi personalidad, será que no soy responsable. Por momentos me veo olvidándome a un hijo en el supermercado. Pero me parece que la realidad es que no soy constante y ahí me lo pongo mucho peor, porque en ese caso al hijo ya me lo olvidaría a propósito porque me cansé de ser madre y ahora me gustan cosas nuevas. No sé, esto del blog me ha rayado un poco y tendré que hacer algo por remediarlo.

Estuve navegando por internet, que dicen que todo lo tiene buscando ejercicios de inspiración literaria y no encontré nada. Al final me dí cuenta que tengo una vida tan tranquila en este momento que no hay nada que de pronto me haga hacer un clic y activar la neurona poeta. Poeta, eso sí que soy, me acuerdo cuando tenía problemas con el amor, por ejemplo, me curraba unas poesías increíbles o insufribles, según quién las lea, con miel, hiel, amor, corazón y palabras de la jerga poética que brotaban de mis dedos y tecleaban treinta versos por minuto.

Ahora estoy en un momento light, a meses de cruzar el charco y visitar mi País otra vez con pasaporte italiano. Me pone un poco nerviosa llegar a mi país y tener que ponerme en la cola de los extranjeros, pero todo no se puede en esta vida, decía Doña Nélida, así que me conformo con llegar a España nuevamente y entrar por la puertita de comunidad europea. En fin, soy extranjera en todos los sitios. Esto tiene que ver también con mi personalidad inconstante. ¿Será que tambien soy nómada?. Al final va a tener razón Xavito.

martes, septiembre 12, 2006

La amiga de Pura

Llovían perros y gatos cuando llegué agotado a mi casa después de lidiar con dificultad un martes gris difícil y retorcido. El site que estaba modificando de Caporchanes, peleado a cuatro manos para adelantar, se rajó de repente dejando un reguero de bugs asomando al final de las líneas de texto en el Golive. Culminó la faena cuando vislumbramos un final de tunel dando las seis y un tremendo apagón general derrumbó con estrépito el encaje de bolillos que habíamos conseguido zurzir.

Envainé los trastos con desánimo y cuando estaba por trepar al tercer piso dos señoras mayores reclamaron mi atención.

-Hijo: ¿No tendrás un paraguas en casa?
-No tengo ni la más remota idea. Puede que sí, puede que no. La dueña no está.
-Por favor, ¿puedes buscar? Es que con la que está cayendo tengo que ir al pueblo.
-Bueno, miraré a ver que encuentro.

Registré revolviendo entre los diversos objetos acumulados en un equilibrio inestable dentro de los armarios. Verito compone figuras abstractas con silllas, bolsas y maletas. Es un Calder postmoderno acomodando toda clase de cachivaches orgánicos en espacios imposibles. Hace tetris con las cositas. Sobre una balda relativamente poco poblada hallé un paraguas escocés cabezón plegado dentro de su bolsa. Inmediatamente descendí los peldaños para ofrecerle el artefacto a la mujer menuda de pelo tostado y cara de nutria que esperaba impaciente el resultado de mis pesquisas.

En ese momento empezó una tormenta fantástica con gotas del tamaño de una moneda de dos euros que picoteaban con fuerza las hojas de las moreras. Me ofrecí al ver aquel espectáculo para dejarla con el coche en el Mercadona, que és el lugar a donde quería ir. Tras mantener durante dos seguntos una negativa de rigor accedió a que le diese un paseo.

Nada más entrar se lanzó contra la primera cajera con un paquete de café soluble en la mano. La dejé gesticulando y me encaminé hacia la góndola del pan para comprar unas barras. Un litro de leche entera, unos cherrys, unas aceitunas partidas, feta y salami. De vuelta agarré una botella de agua mineral.

Cuando estaba enfrascado en la zona de bollería, me llamó una Verito paralizada de miedo plantada ante la puerta de nuestra casa, que estaba abierta de par en par, con las luces encendidas y algunos trastos tirados caóticamente por el suelo del pasillo.

-Xavito, estoy cagada de terror sin poder entrar. Hay alguién dentro. Seguro que nos están robando. Por favor.
-Falsa alarma. He sido yo que me despisté y no cerré la puerta. ¿Pero quién va a subir cinco pisos para robar con este tiempo?
-Cada vez más ligero. Cuando vengas a casa hablaremos. -dijo ya más tranquila de ánimo. -¡Qué susto!

La señora había seguido mis pasos y al tiempo que yo hacía mi pequeña compra recorriendo los pasillos ella charlaba con la gente, risueña y pizpireta, con sus pantalones azul marino y su remera de punto encarnada con cuello de pico. Nos reunimos en la caja.

-¿Ya arreglaste lo del café?
-Huy, me olvidaba.

Y se marchó rauda hacia la caja de la entrada. Embolsé mis cosas y pagué. Ella aun estaba discutiendo con la jefa de las dependientas montando un sarao.

-Señora, esto es como el Carrefour. No se puede devolver un producto sin su ticket de compra. ¿Entiende?
-Mira hija mía, si yo viviera aquí, pues con el dinero devuelto compraba otra cosa, pero es que me voy para Madrid y ¿qué hago con esto? Se va a estropear. -¡cómo peleaba la jodida!

Al final consiguió que le soltaran un euro y pico, que era el valor del pequeño paquete de café. Había triunfado. Ya en el camino de vuelta me contó algo de que su hija había comprado tres y que para qué quería tanto café, y que tenía la tensión alta. No cesaba de comentar asuntos sin parar. Me tenía entretenido contando historias de su familia y de la gente de Castellón, que eran malas personas porque hablaban entre ellos en esa jerga extraña y de sonidos arcaicos.

-Y pretenden que yo hable en ese anticuado dialecto. Claro que no. Qué se han creído. Llevo treinta años aquí y no pienso aprender. A ver si esto no es España o qué. Que hablen en español.
-Son unos cabrones.
-Casi todos, pero tú no pareces de aquí hijo mio. Hay que ver lo buen chico que eres. Que suerte que tiene Pura con los vecinos. Que majos son.
-Si.

Me preguntó si estaba casado después de criticar a su hija tachándola de vaga -como tiene una esclava en casa, no da pié con bola. Ni la cama. Ni planchar. Nada. Allí estaba en nuestra casa de doscientos cincuenta metros, con su amigo; que se dejó una relación de seis años con su novio. No la quiere nadie. Claro. Ahora está con este. Amontonando todo por allí. Pizzas, cartones, ropa, platos, mierda sin recoger. Y como yo estoy tres meses de vacaciones aquello le viene grande y se ha marchado a Lanzarote, hasta que volvamos a Madrid -decía sin respirar. Buena caja torácica. Podría ser locutora de radio.

Que si su hija tiene la carrera de económicas y con veintiocho años hace ya dos que trabaja con un sueldo pequeño de doscientas cincuenta mil pesetas, -bajito decía, -igual que el piso pensé. Le daba un sobre como paga semanal de treinta euros que según ella no le llegaba ni para acercarse a la tasca del barrio.

-¿Y tú estás casado?
-Seis años hace.
-¿Y tienes hijos?
-Es que no sirvo.
-Mejor, es que los niños solo traen problemas. Mira tú la Pura y su marido como están por culpa de su hija, que le va a llevar a la tumba, pobrecito.

Le seguí la corriente para tenerla embridada y a favor. Verito dice que soy un cagón acobardado. Dónde se ha visto que un rojo se achante frente a los acólitos de la derecha. Me echó en cara lo del otro día con la GataMoixa, cuando con su voz ilimitada coreaba sin freno sus historias con el anfiteatro dels Terrers abarrotado de público en los palcos, aguzando el oido ante el relato detallado de nuestras interesantes historias; yo intimidado apagaba mi garganta con timidez para contagiar por simpatía a la buena de Mayte, tratando sin mucho éxito de arrastrarla a mi terreno sacándola de las tablas, aunque era peor porque ella subía con mayor ímpetu si cabe el nivel de sus afiladas cuerdas vocales, haciendo inútiles mis sonrojados esfuerzos por neutralizar el asunto. Los vecinos ocultos en sus madrigueras escuchaban las arengas republicanas de la pussycat.

Al final solté a la madrileña guerrillera en la puerta de su apartamento y se mostró enormemente agradecida. Le pregunté su nombre y me respondió pero lo olvidé nada más llegar al siguiente cruce. Tendré que tomar algún complejo vitamínico para potenciar la memoria, porque la imaginación la llevo sobrada. Eso es que me estoy haciendo viejo.

Me voy a la cama con el sonido lejano de los truenos y el aroma húmedo y fresco que arrastra la cola rezagada de la tormenta. Esto es el diluvio universal.

lunes, septiembre 11, 2006

Puntos negros

Este fin de semana superamos con éxito las dos fiestas que el destino plantó inmisericorde atravesadas en la mitad del camino; El sábado sentamos los reales a la sombra de una luna vertical que cubría con una suave pátina de metal bruñido las guijas castradas, entre las tres jóvenes palmeras con la copa estrujada por un sediento corsé de cañizo. Marcial el ciclista lechuza, Chelo y Medusa, Verito, Carlos el co-ordobés, el enorme Javier con Alicia la terremoto del Atlas, Santos el madriles de coronilla escasa atracado en el Trinimar, al que según él se le ha caído una estrella y su amiga, una dulce colombiana de ébano y marfil. Pasábamos el tiempo tejiendo palabras sobre las tablas de madera, bebiendo en vasos de plástico rebosantes de espuma desbordada desde mi barrilete verde, escanciada con pulso atolondrado y ciego, cenando a borbotones un menú de bocadillos inflados a tutiplén con embutidos, queso y mayonesas acompañados por una rica ensalada de pasta que preparó mi compañera. Al final cuatro cubatas de ron y unos chupitos de un jotabé garrafero que Conchín guardaba envejeciendo con mimo en el vientre de una preciosa petaca de aluminio que terminé por liquidar.

Hacia las dos de la madrugada deshicimos el corro regresando lentamente al inicio cada uno buscando su territorio, bajo la excitante luz de níquel curvando los deseos derramados de lujuria, la eterna promesa inalcanzable del sábado noche. Subiendo acompasado el largo tramo que separa los pinos de mi rellano con la silla plegable colgada del pescuezo, a la altura del escalón cincuenta recibí una llamada de móvil. Era Pepepa charloteando en el mejor dialecto calabrés tratando de reunir al ganado disperso. Llegó cinco minutos tarde a la cita pero simplemente fue un punto de inflexión en su carrera, hasta el siguiente control de avituallamiento. La madrugada le pertenece.

El domingo amaneció tarde y con fuerza empujándo mi ser abotargado dentro de un mar turquesa tibio que despejó alejando con un soplo fresco de lo alto de mi cresta las brumas enmarañadas de alcohol y reguló de un tirón mi maltrecho intestino aquejado y renqueante de tantos excesos continuados, arreglando el nudo de angustia formado en la boca del estómago que mordía con la intensidad acerada de un perro rabioso.

Dejé pasar observando desde el agua durante un cuarto de hora el desfile de los muchachos de las Harley que exhibian sus máquinas, sus chicas –¿estabas ahí gata, parapetada tras el lomo hercúleo de tu chico en cueros? –sus escapes libres y sus canas fraudulentas, recorriendo desde el Grao toda la avenida Ferrandis Salvador haciendo sonar sus bocinas, montando una escandalera colosal. Desde los bajos fondos marinos veía las mujeres en bañador arremolinándose presurosas en el arcén para ver pasar a sus ídolos maduros. Horas antes, acostadas con su previsible y aburrido marido a dos palmos, los criticaban con lacerante persistencia mientras escuchaban el runrun poderoso de los enloquecidos pistones atronando entre los setos de su tranquilo barrio residencial.

–No puedo dormir Visente Luís. Con este ruido infernal.
–Pues te pones un tapón.

Seguramente en su más profundo pensamiento desearan ser poseídas por un brutal y salvaje motero polaco, con barba de raspar fósforos y una montaña de tatuado músculo pintada de azul lívido. Quizás en un instante de íntima debilidad alguna de esas ninfas castelloneras acariciara la idea descabellada de lanzarse al cuello del primer sujeto con pañuelo pirata durante el desfile, para desaparecer de la vista de su siempre correcto consorte, y ser bateada a coitos para caer desvanecida en un lago de líquidos orgánicos calientes, arrasada por el ímpetu arrollador de un kingkong peludo y sucio tras un par de noches de farra.

Mi ninfa particular vino al rescate sacándome del baño matinal –eran las doce y media –para después de recoger a Carlos en el Puerto acercarnos a la casa de Conchín para la fiesta de la paella y ver la carrera de fórmula uno. Allí estaban Espe, Mayte, Paqui y Ferrán, Laura, Chelo, Moni con su melón de ocho meses y Jose, con la sandía del mismo tamaño cosechada en su otro huerto; el inefable Pepepa, ataviado con un glorioso delantal encarnado estampado con la figura de Homer Simpson. Andaba acalorado espumadera en mano removiendo los abundantes pedazos de pollo y conejo del sofrito, tratando de expulsar de su cocina a los invasores, con gesto atribulado y amenazador, esgrimiendo la herramienta en alto como una espada de Damocles –maravilloso el arroz señor cocinero!

Al final terminamos todos enfrascados en los juegos y las risas, bebiendo, comiendo y disfrutando de la compañia a pesar que el adorado y malcriado niño Alonso rompiera aguas y no terminara la competición, derrotado por el Gran Shumi Rojo –¿Ferrari vs Renault? Es que no hay color –Descamisados, contentos y otros como yo, tomando culos en un vaso minúsculo de un vodka auténtico color miel que Chelo trajo hace dos años de Rusia. Divertido. Una tarde inmensa. De vino tinto, de blanco Pescador, de cava brut de Marqués de Monistrol. Que pregunten a los vecinos; a todos. Espero que no hayan echado de la comunidad a nuestra risueña anfitriona. Si se queda en la calle siempre tendrá una cama para dormir, un lugarcito aquí.

Y con la mona, a las siete que arribamos al mirador, nos aparcamos a nosotros mismos para quedar extenuados, literalmente barridos sobre las fusionadas camas individuales de nuestra habitación. Y puedo jurar que ya no salimos de allí.

Hasta las cuatro de la madrugada que aterricé sentado sobre la taza dal váter rodeado de negros puntos diminutos que pululaban como en una pesadilla alucinante de Hitchcock. Verito esta tarde me ha preguntado si eso no habrá sido fruto de un sueño adolescente provocado por los turbulentos efluvios etílicos acumulados. Todo es posible. Pero aun me pica el cuerpo.

sábado, septiembre 09, 2006

La sierra de calar

Una ergonómica sierra de calar eléctrica de Black&Decker por veintinueve euros, un cuadro de cartulina retractilada con cinco cuchillas suizas de recambio y un juego de manivelas señoriales castellanas refulgentes como la cúpula del Kremlin a once euros, para la puerta del baño que abría con un muñón herrumbroso que nos dejó de recuerdo el toledano. Buscamos algo similar a lo que ya está instalado en todo el apartamento, aunque nos parezca demasiado clásico por no llamarle directamente hortera.

Esta mañana nos levantamos con la creativa idea que tuve a raiz de unos sueños mezclados de fútbol, barcos y tormentosos naufragios.

-¿Y si desguazamos los muebles dividiendo las baldas en pequeños cachitos manejables para introducirlos en bolsas de basura y de ese modo podemos bajarlos con facilidad? Los cargamos en los dos coches y podemos arrojarlos al ecoparque de Castellón, sin necesidad de alquilar una furgoneta.
-Si los metemos en bolsas los echamos en el contenedor de las basuras. Más fácil.
-Eres tan práctica.

Y después de ver la película Kebab Connection, que anoche dejamos en los créditos, nos lanzamos con los dientes sin cepillar y cien gramos de legañas pegajosas asidas como costras en el extremo de los lacrimales, con destino Leroy Merlín, después de descartar el Brico Iberia del Grau, porque no encontramos la página web para consultar los artículos. En la de Leroy estaba perfectamente organizado el listado de productos y averiguamos rápidamente que podíamos realizar nuestra aventura dentro de los costes planificados.

Busqué una vez en la tienda baldas con el soporte angular de pared para el switch que enlaza todos mis equipos en Incomedia, y que ahora tengo en el suelo sobre una caja de cartón para naranjas de mi amigo Llusar, que temo que con los recalentamientos o una mala conexión pueda incendiar el local. Pero no encontré nada que fuera sencillo y simple de colocar. Y barato. Ya investigaré en otros lugares. No quería más trabajo para hoy, así que con las herramientas en la bolsa salimos del centro.

-¿Qué no iremos, ya que estamos al lado, a ver la pantalla de televisión al Media Markt? ¿Pensabas que no me acordaría eh Xavito?
-Lo tenía más claro que el agua. Estaba esperando. Bueno pues vamos.

Llegando a la puerta vimos delante a una pareja que se dirigía hacia el mismo destino que nosotros. El de la izquierda llevaba asida por el asa de plástico un envase negro con aspecto de maletín y el símbolo de la manzana mordida en blanco impreso en la parte trasera. Cuando veo algo de Apple me llama siempre la atención y siento enorme curiosidad por averiguar la personalidad del portador. Vestía al uso, zapatillas desgastadas de diseño, vaqueros de bolsillos bajos, camisa oscura. El acompañante era de otra línea, un cierto desaliño en la ropa, calzones a las rodillas, alpargatas con el talón chafado, una camiseta de color indefinido, un bolso en bandolera con el pelo escarolado y fulvo.

-Mira Verito ese. El que lleva el Mac tiene pintas, pero el otro viste como yo, con la gracia de un turista de Liverpool.
-Si, si. Clavadito.

Al entrar por la puerta resulta que eran dos conocidos nuestros de la Vall, integrantes de la Schola Cantorum, padre e hijo. Nos hemos alegrado de verlos. Iban a devolver el Ibook que les vendieron la semana pasada porque no les funcionaba la pantalla.

Dentro decenas, cientos de pantallas, esperaban nuestra visita. Una vez repasadas todas las plasmadianas seguro que compraremos algo que rondará los mil quinientos. Tendremos que trabajar de putos para costear todo este despilfarro de las últimas semanas.

Después antes de pasar por casa vaciamos el Mercadona para proveernos de avituallamiento, víveres para engordar unos kilos y poder sentarnos a gusto repantigados sobre la piel tersa y helada del nuevo sofá o desperdigarnos con total indolencia encima de las moléculas hiperventiladas y supermegaflexionadas del colchón.

Estuvimos toda la tarde aserrando los muebles, la mesa camilla de las de antes, y la estantería. Ya está todo en bolsas repartido a lo largo del pasillo. Iremos bajando cada día unas cuantas, camuflándolas entre las orgánicas. Somos unos desaprensivos y malos ciudadanos.

Ahora que Verito ha preparado los bocadillos nos vamos a cenar con los amigos ahí abajo en la playa, sobre el paseo de madera, igual que otra noche. Bajaremos el barril de cerveza.

viernes, septiembre 08, 2006

Harley y Darwin

Tengo una duda de carácter empírico que está devorando mi pensamiento dejando un reguero de corrosión entre las filas apretadas de mi sinuoso y enredado torrente cerebral. Todavía no tengo claro si los que montan una Harley tienen un aspecto físico tan lamentable desde que nadaban en el útero agitado de su madre y ese líquido amniótico les arrugó las formas, deteriorando irremisiblemente cada parte visible de sus cuerpos, o si la amarga estructura exterior con que nos regalan la vista es una consecuencia directa de las vibraciones producidas por la ausencia de silenciadores en el extremo cromado de sus pénicos escapes.

Que esas masas purulentas revestidas de negro ya eran así cuando nacieron, como la roncha color cereza que tengo pintada en el cogote, o se trasformaron debido a un trauma infantil provocado por la repetida abrasión de cólon al ser brutalmente agredidos por una troupe de gorilas desquiciados en una remota visita escolar al zoológico.

El por qué son tan feos y están tan mal hechos. Y mira que los hay de todos los colores; alargados, enjutos, obesos, mórbidos, zamacotes, troncales, hipopotámicos, hipertatuados, paticortos, diminutos, lilipúticos, oséznicos, impúdicos, panzúdicos, pelágicos pero sobre todo viejos y cabreados. No se escapa ni uno. Y estoy que no sé si la moto es un problema o una bendición.

Ellos cabalgan bajo mi casa exhibiendo sus hirsutas canas pegadas con saliva en la superfície de sus cráneos rellenos de paja, cal viva y aglomerado residual de pino mediterráneo, con la mirada perdida en el infinito al carecer de receptáculos en el interior de sus cuencas que se conecten con algún centro neuronal que procese cualquier información. Verito me dice que los moteros viajan con el rostro ladeado, con la cara perpendicular al sentido de la marcha y observan la carretera de reojo con las cejas levantadas y una expresión de extraña sorpresa.

Yo le respondo que habrán visto algo interesante sobre el arcén y no pueden dejar de lucir su palmito. Y para no tragarse el coche que llevan delante deben hacer cabriolas con las posturas del cuello.

A mí me gusta que la gente se entretenga y juegue siempre, con el pretexto que sea, no importa si es a horcajadas en una moto o sentados ante una mesa organizando una partida de guiñote. Lo que no he podido averiguar es el motivo genético que produce esas irregularidades tan alarmantes que van en detrimento de una evolución positiva de nuestra especie.

Vamos caminando hacia atrás, como los cangrejos, aunque los que tengo en la escollera ahí delante rulan de lado. A tio Darwin le estan machacando su teoría estos antiguos y abollados ángelitos del purgatorio. Imagino a los homos moterus trotando a cinco patas con un tubo clavado en el trasero y un manillar de cuernos con la maneta del embrague emergiendo de las orejas entablando una conversación inteligente con una pinta de cerveza helada deslizándose gaznate abajo.

-Ptoptooproumm!
-Broouumptoptobrotpooptop!

De momento los escucho trasladarse por estos andurriales intentando encontrar algo que seguro que se les ha perdido, y al parecer no encuentran porque no cejan en su empeño. Verito está preparando una especie de pizza de masa fina para cenar porque no teníamos mucho material comestible en la despensa. Está inventando cosas y sirviendo vasos de Heineken del barrilito verde. Ya llevo tres. Sale de la cocina y baila en el salón iluminado con las lámparas traslúcidas del Ikea mientras suena en los altavoces los temas de grandes éxitos de Los Secretos.

-Oh!Oh!Oh!Oh! si, no me imagino como podré estar sin tí.

jueves, septiembre 07, 2006

Cana de pé y el viscoelástico

Ciento sesenta y seis de la revisión del coche para cambiar el aceite que debería estar negro como la epidermis de un natural de la Guinea Ecuatorial oteando el firmamento en una noche sin luna, porque llevaba ocho mil kilómetros de más en los pistones y unas escobillas sin las tiras elásticas de caucho, arrancadas y resecas como la corteza de un alcornoque, que estaban acurrucadas en forma de ovillo en el suelo del asiento del copiloto. Dejé el auto en el taller mecánico de Vicente Salvador Adelantado, en la orilla sur de la carretera de Alfondeguilla frente al Barrio Toledo con el trasero asentado en el borde del barranco. Cuando pasé al mediodía encontré todos los papeles y documentos esparcidos sobre el asiento.

-Estaba buscando la tarjeta con los kilómetros y los datos de la revisión anterior. No la he encontrado.
-Pues no sé dónde puede estar. Se habrá extraviado entre tanta mugre.

La tenía amarrada en la cartera con el teléfono de la franquicia de Alfa Romeo impreso en color rojo sobre una cara y en la trasera los recuadros cumplimentados con las cifras de la anterior revisión. Al ver los ingratos números sentí vergüenza de tanto abandono y la camuflé entre un pequeño grupo de parientes olvidados.

Y es que con los maltratos aparcando y el rodar incesante por la carretera anda arañado, con ligeros abollados y con casi doscientos mil miles de metros en su carrocería aplastando mosquitos, bichos sin nombre que aportan su mancha de miel pegajosa, corrosivas cagadas de ave y goteos de savia blanca trazando líneas rectas sobre el azul tiniebla de la chapa, que aguantan impertérritos los embites latigantes de las coloridas tiras de gomaespuma en el lavado automático del Randero. A diez euros el pase.

Como resulta que para poder dormir con un mínimo de dignidad hemos juntado dos camas pequeñas, el límite de los colchones, duro y rígido como falo insaciable de adolescente granuloso, impide el normal acontecer de nuestros confortables sueños clavandonos el perfil de repunte en el costillar tierno y anhelante de delicadas dulzuras y gestos suaves. Y así que en un momento hemos vuelto a realizar un pedido al Cortinglés de un canapé compacto de color semen y un colchón extra espectacular de la muerte con la última y sensacional tecnología en espumas ahuecadas de la marca Relax, formado por un nuevo material denominado Biotex, con estructura molecular alveolar, y además todo el contorno del núcleo está reforzado por un marco exterior llamado viscoelástico. Ya para cagarse. Mil doscientos. Y el cana de pé Infinity de Pikolín por seicientos sesenta. Si no descansamos aquí me corto las venas. Y mira que el que me gustaba salía por dosmil y pico solo la parte mullida, pero era demasiado para empezar. Masa diners.

El resto de las cosas normal. Al Sol le cuesta levantarse y atrasa su despertar lenta pero firme y a la tarde el crepúsculo violeta y naranja baja su telón adelantando su horario. Pero no importa porque el agua del mar sigue estando deliciosa y caliente y los veintidos grados que marca el termómetro en la madrugada de Benicassim alejan cualquier pensamiento invernal.

Solo se aprecian detalles nimios. El vecino de los apartamentos azules, el único que se plantaba frente al mar asomado con indisimulado interés mientras tomaba el café de la mañana ya no está. En su desolada terraza quedó atrapado entre los barrotes metálicos un molinete de colores girando frenéticamente con la brisa espontanea, rastro nostálgico de un verano que se fuga sigilosamente como un soplo dirigido al vacío de nuestra memoria más reciente. Es un guiño de la naturaleza que nunca se detiene.

miércoles, septiembre 06, 2006

Cansado

No consigo adaptar mi alma consciente al tempo del obrero y voy todo el santo día soltando gallos, con las cuerdas destempladas y perdiendo el compás incapaz de seguir ordenadamente la partitura; extraviado, perdido, con el rumbo cambiante a merced de la fortuna, camino entre los cachivaches de la oficina con la mente arbolada como un bajel corsario, tratando de conducir los impulsos neuronales a buen puerto y rendir cuentas justificando la soldada.

Me está costando reemprender la rutina incluso con la atenuante de la media jornada. Pero la casa absorbe por completo el cascarón que soy agotando cualquier resistencia, impidiendo de una forma radical cualquier alejamiento, acotando implacable los límites del territorio conquistado, cociendo en el interior de mi cerebro un caldo de salitre y algas, atrapándome sin remedio en una espiral infinita.

Sé que mis movimientos son cansinos, lentos, acoplados a este largo y al mismo tiempo corto mes de agosto que acabo de experimentar, disfrutando intensamente la nueva situación. En mi pensamiento estaba plenamente confiado en que la transición sería limpia y suave, sin el molesto jetlag de los largos viajes con el desorden de las horas deslavazadas amenazando tus biorritmos.

Y así ando, entre dos aguas, con una especie de ligero malestar de fondo que nace de la desubicada sensación de no pertenecer a nada. Es como aquel, ni carne ni pescado. Quizás la próxima semana con el horario duro adaptaré los miembros relajados a la inclemencia de las circunstancias volviendo con intensidad a la batalla.

También es cierto que al pasar de tener todas las horas a disponer de solo una parte del día, los asuntos que puedo emprender se reducen considerablemente; esto unido a mi espíritu tranquilo da como resultado una jornada apretada, sin huecos ni descansos prosaicos con la mente en cero. Y no estamos para tanta revuelta.

Ya desde la semana pasada, inmersos en la decoración de nuestra casa no paramos de recolocar, desmontar, arrancar, destruir para construir; crear espacios para llenarlos con nuevas propuestas. Faena. Subir y bajar escaleras con rescoldos residuales a la espalda.

Regresamos el sábado al Ikea y nos gastamos todo el dinero. Estanterias modulares grandes, estanterias modulares más pequeñas, lámparas de papel, de pié y veladores, lámparas más menudas, colchas de colores calientes, rojos, carmines, naranjas, burdeos y otra de fríos marinos, esmeraldas, cesped, oliva. Otro nórdico, estores baratos a catorce euros para todas las ventanas, una mesita de nueve euros de color marfil para el comedor. Una alfombra blanca con rayas negras por treinta. Total más de quinientos euros en objetos a los que tenemos que sumar el transporte que sube doscientos sesenta. Cuesta más el viaje que el contenido. Pero ya estábamos en la caja a punto de pagar con la cajera mirándome fijo a la córnea y cualquier solución era mala. Pensaba que sería otro precio. No miramos la tarifa y llegamos confiados. En fin. Ahora ya está hecho. No planificamos porque nos aburre.

Durante el trayecto rompimos el cristal de una de las dos lámparas gröno con aspecto de hielo traslúcido. Evidentemente por el módico precio de tres euros no compensa volver a Barcelona y cambiar la pieza. La que queda viva la tenemos en la terraza sobre la mesita de eucalipto y la utilizamos para la lectura. Perfecta.

Todo este jolgorio de trastos tiene que estar en el sitio y esa ocupación es la que nos ha tenido entretenidos invariablemente estas jornadas intensivas. He arrancado cortinas y se han colgado los estores blancos. Ahora las habitaciones presentan un aspecto luminoso, amplio y sin tanto colgajo oscuro y opaco. Sacamos también unas horrendas cabeceras oxidadas de polipiel crema que estaban clavadas en la primera habitación. Quité el fluorescente circular con la carcasa que lo sujetaba estilo plato de Talavera con motivos florales azules y hemos colgado una lámpara semiesférica de aluminio como un foco de cine que emite una luz tenue. Enfundamos las colchas y dejamos sobre el sofá una tela de algodón en crudo cubriendo la anterior de comic. En algunos casos compramos dos veces las mismas cosas; a los cuatro días ya no gusta el diseño y modificamos la apertura. No pasa res. Más se perdió en la guerra.

Y entre todos estos movimientos circulares también la fiesta ha tenido su sitio. No solo de pan vive el hombre. A ver, no es que el trabajo extenuante limitara mi capacidad de escribir, no. El sábado después del viaje, organizamos una cena bajo de casa, sobre las traviesas del paseo en la zona de las duchas donde el espacio se agranda y las columnas iluminan suficiente para poder verte los dedos de la mano y poder ensartar una aceituna sobre un plato sin clavarte el tenedor en la pierna o cortar un pedazo de tortilla de patata recien hecha sin rajarle un brazo a tu vecino. Vinieron Vicente y Vicen, Ramón, Merche, Marcial, Verito y yo. Después se acercaron La Gata con una amiga y Conchín. Noe y Trini que venian de paso hacia los garitos. Al final de la noche nuestros queridos migoets hicieron nido sobre las ramas atenuadas de nuestra casa y se quedaron hasta bien entrada la mañana del domingo, donde la Verito les agasajó con un estupendo desayuno a base de rebanadas de pan tostado con aceite de oliva y café con leche, para que el motero pudiera mojar a placer, hundiendo hasta la base del codo. Que alegría da ver comer a mi amigo. Él es de los que deja a la audiencia anfitriona satisfecha. Buen trabajo.

-Y si esta no la quiere nadie pues...

Yo practicamente me ventilé de nuevo el bidón de Heineken y unos gintonics de postre con unos cafés que bajaron del chino. De el bocadillo feroz recuerdo el tomate orlando supurando como sangre caliente por las comisuras desbordando por el contorno como una fuente, igual que al Diego. No sé que tiene esto de sentarte delante de cuatro trozos de pan al estilo gitano frente al mar pero cada vez me gusta más. Tiene magia. Es algo intangible que pertenece al universo de las cosas divertidas, a los juegos infantiles, a la libertad de lo simple, al gozo de lo auténtico. Epicuro es un aprendiz a mi lado.

Con las resacas me vuelvo un poco raro y necesito calmarlas con algo. Mi madre, la Paqui, enseñó a su hijo mayor que la mejor terapia para combatir el dolor de cabeza era tomar un poco de alcohol, una cervecita. Con esto el cuerpo se calma al recibir la ansiada dosis de droga y puedes seguir sin problemas.

Y eso es lo que planificamos para el domingo por la mañana. Un arroz bomba que lancé sin medida con un paquete de ocho longanizas, cuatro patatas francesas, un pimiento rojo, una cebolla tierna y una cabeza de ajos. De muerte salíó aquel combinado, de tal forma que entre sofritos, golpes de cerveza helada servida con los restos del barril y el dedo de aceite que le casqué al paellón, mirando el brillo tremendo del agua azul turquesa del mediodía retorné al mundo de las sombras empachado y con el colocón a cuestas. Como dijo Emilia refiriéndose a Pau caído de bruces insconsciente y acogotado sobre su regazo en mitad del restaurante árabe:

-Es que toda la sangre la tiene en la panza. Con la digestión.

Así me quedé de traspuesto, que tampoco es una novedad. Cada dos por tres pillo medio pedo en la comida y así me salen las siestas de cuatro horas. Pero no pienso renunciar de momento a este gran placer. Los drogadictos somos así.

Anoche tuvimos otra cena en casa y Dixie preparó unas pechugas de pollo con bechamel al paté de foié a la pimienta tremendas, acompañadas de un paté de aceitunas negras fabuloso. Últimamente está que se sale con los platos de cocina. Precisamente esta receta la borda y la va mejorando. Ya la preparó varias veces y siempre me sorprende. Y eso que cuando la conocí solo comia helados y el primer concentrado que se trabajó para agasajarme fué una especie de papilla amarilla, espesa y con grumos que tal vez fuera un tipo de arroz exótico, al que accedí por cortesía y que pensé que era una receta típica argentina.

Vino la Gata acompañada de Carlitos con dos botellas de vino y en una noché tórrida y clara de calor dulzón con olor de cera fundida, nos sentamos a la mesa viendo el círculo casi perfecto de la luna rolar ante nuestros ojos, dejando estelas pálidas sobre la superficie aplanada y mercúrica de un mediterráneo entre tinieblas.

Ahora, cuando redacto estas líneas, en esta noche de miércoles de septiembre, brumosa y límpida, sin brisas, quieta, sentado en la reposera con el bañador puesto y la piel recién sacada del mar, aún con el sabor de la sal en los labios resecos, con Verito acostada a mi lado, agazapada, cansada y dormida, navego con el pensamiento más allá del la línea del horizonte de plata y azabache.

jueves, agosto 31, 2006

Mejor de vaca que de Kansas

Mi primer día de colegio pasó sin que el flojo grifo de mi lacrimal dejara escapar ni una sola lágrima lastimera. El recuerdo de los días pasados en la más indolente inopia se mantiene fresco y peremne afirmado en el interior profundo de mi alma despistada, sin que la inminente arribada al reino de las oscuras tardes arañe su frágil corteza de niebla.

Allí estaban todos, Carlos, el primero en llegar, siempre suave en el trato, Patri, morena y rebosante de risueña energía; Ana que ya llevaba dos días trabajando, Elenita, ligera y delgada, con la sonrisa inalterable tras su vuelta de San Francisco; Mari Paz, tranquila y flemática, sin mucho color dorado sobre la piel; Mateu, largo, blanco marfil y con su paso impetuoso; Pepe moreno, con barba cana de publicista madrileño.

Anoche tal vez acusé el choque emocional que para mi supone cambiar de estado, una combustión de caracter químico que asola el territorio poblado de células nerviosas, destruyendo implacable en una explosión nuclear cataclísmica las paredes de mi corazón debilitado por el paso de los años. Experimento el desasosiego de la partida, morir un poco como dice el Van Veen de Nabokov, para el que morir es partir un poco demasiado.

Pero esta vez la despedida esta revestida de un tono brillante, malva, fucsia, verde ácido, amarillo limón; no hay colores grises en el espectro, ni pastel, ni ocre, ni pardo. Es una falsa retirada, un engaño visual, un magnífico truco de prestidigitador con chistera, una estratagema fantástica que encandila al público mostrando un paisaje distinto, un bosque encantado, un septiembre recogido con las ventanas cerradas donde la vitalidad soberbia de la luz mediterranea golpea el plástico de las persianas corridas. Cuando todo el teatro se marcha en silencio hacia sus casas con la función acabada y el telón rojo encapotando el escenario solitario, aparezco yo entre bambalinas como un Fantasma de la Opera, encendiendo luces y desplegando decorados radiantes sobre la madera tembrorosa de mi conciencia lúcida, juguetona y divertida.

No he vuelto, es que no me he marchado. Seguimos de fiesta.

He llegado a Benicassim sobre las cuatro de la tarde para reencontrarme a Dixie en el sofá fisgoneando provocadoramente la página web de Ikea. Que si un sofá, que si una estantería. Que si una cosa lleva a la otra. Le cuento que Patri tiene el mismo modelo de modular que nosotros queremos. Y miramos de reojo la librería con las baldas marrón de chapado imitación cerezo. Como lo que tiene Conchín en su comedor.

Y tras un par de miradas cómplices, martillo, destornillador y ganas. En menos que canta un gallo hemos reventado el mueble. Cero. A un montón irregular de pedazos de aglomerado con tornillos de varios tamaños y formas ha quedado reducida la flamante construcción clásica, buque insignia del antiguo salón. Ahora queda lo más duro. Deshacerse de los restos que tenemos plantados en el recibidor del apartamento que parece la carpintería de mi tío Pepe el Vaporet.

También anduvimos revoloteando como buitres leonados oteando desde las alturas en los mallos escarpados de nuestro sofá cama disfrazado de comic de la Marvel, las rutilantes y voluptuosas siluetas de los divanes emergiendo con sobrada magnificencia entre las páginas pecaminosas de la web de El Corte Inglés. Que no, que sí, que ya veremos, que a cagar a la vía, que ya pagaremos la hipoteca ejerciendo de mamporreros en una tenebrosa calle de Castellón, o si hace falta nos metemos en el Caminàs.

–¿Te gusta este blanco hielo de cuero de Kansas?
–Lo pondremos perdido a los dos días con los pies negros.
–Por eso, si es de piel le pasamos un trapo húmedo y se va la roña.
–Pero este modelo de vacuno no sé si da la medida para tumbarme a lo largo y dormir la siesta.
–Dos metros mide el de tres plazas Xavito.
–Ostia! pero vale mil euros menos un euro. Fregaremos suelos con la lengua.

Ella hizo el pedido online al centro comercial sin que el pulso le temblara lo más mínimo. Las compras y los asuntos virtuales no guardan ningún secreto para Verito La Maga del interné. En un subir y bajar de párpado lacerante tenía efectuada la transacción. A las ocho de la tarde, cuando estábamos bañándonos en la cala intentando estrenar las gafas y el tubo de esnorkel para escudriñar los peces atrevidos, le comenté que ya vería la sorpresa del canapé. Ella eligió el modelo ante mi apoyo incondicional a la decisión inapelable de compra.

–El de vaca, porque el de Kansas tiene poros.
–¡Ah!

martes, agosto 29, 2006

Baicicol, baicicol li lo li looooo

Los paseos en bicicleta nos ponen a tono.Venimos de hacer toda la bici senda de Benicassim y hasta subimos más rápido las escaleras.

El paseo es un estudio social de la ostia, mientras pedaleamos hacemos exámenes psicológicos a todos los que nos parecen personajes de historieta. Hoy, por ejemplo, mientras pasábamos por la zona top-manta, estaban mis debilidades, los negros, que hagan lo que hagan me parecen artísticos totales. Movida de dedo de un blanco, es un chasquido repugnante llamando a alguien para no chistarle. Movida de dedo de un negro es un gesto de mimo imitando a un molino de viento. Lo sé, son mi debilidad. Pero hoy, me llevé una sorpresa, estaba mirando a una negra cubierta con telas de colores tierra, con un turbante a juego, unas trencitas milimétricas en el flequillo y la mano sobre su pancita de cinco meses de gestación aproximadamente. Mi cabeza comenzó a rodar una película de Africa y su carencias. Cuando desperté, la chica estaba levantando una de las capas de su vestido, y la panza de cinco meses se transformó en una riñonera con billetes de varios colores. A veces me siento Doña Inocencia.

Esta es una de las tantas situaciones que se nos presentan mientras movemos las piernas armónicamente y viendo como nos pasan todos los ciclistas y patinadores de Castellón.

El polaco y la cubana con sendas bicicletas de paseo, cayendo la noche marítima donde ya solo se ve la luna y venus encima ofreciendole un poco más de brillo. Con un poco de dificultad encendimos las luces, Xavito quería desenroscar toda la dinamo y al final con un clic se resolvía la cosa, supongo que se imaginarán quién lo resolvió. Buscaba un botón en el manubrio, no sé, algo raro se temía, creía que en lugar de una bici teníamos un BMW, hasta me preguntó donde tenía el manual de instrucciones. Nos dirigimos a tomar el baño antes de volver a casa. Bueno, el que se mojó fue Xavito porque yo me había peinado con los pelos hacia arriba con un nuevo gel extra resistance y no quería arruinar el empastre, además me depilé las cejas y no era plan quitarlas del sitio con lo bonitas que me habían quedado.

El patito se metío dentro de un toallón verde recién lavadito, bien sequito, de los que hacen mimos cuando te los ponés encima. Botoncito para adentro y ducha caliente, splashhhhhhh...

Llegamos a casa y nos fuimos al parking de bicis, con las luces encendidas y cantando una cancion de Barbara Streissand en nuestro inglés chapurreado cuando vemos que un vecino sale de su portal hacia nosotros. Pasó de largo sin decir ni un hola, y como eso no me gusta nada, con mi voz impostada unos decibelios más arriba de lo normal, le dije:

–BUENAS NOCHES
–Ohh hola, no los había visto
–Dos bicis enormes, nosotros cantando y dice que no nos vió. –Le murmuré a Xavi-
–Ajajajajaj, si si, está tan oscuro...

Luego, con los artilugios colgados en su estacionamiento, veo que llegan otros vecinos con el coche, que no tenían control remoto, así que cuando iban a bajar del coche, le dí click a mi mando y les abrí la puerta. Miraban hacia todos los sitios como si hubiese pasado un mago y les hubiera abierto. Ahí me dí cuenta que el otro vecino no nos había visto de verdad, con lo cual llego a la conclusión de que soy una bocas malpensada.

Bueno, no se puede ser perfecta, algún defecto tenía que tener. Eso sí, humilde a tope.

lunes, agosto 28, 2006

Sushi y el mascarón

El atractivo título rezaba Documental de París reflejado sobre la pantalla del portátil, cuando paseando entre decenas de nombres adscritos a una lista de internet decidimos descargar el film. Imaginamos románticas escenas pintando el Sena de color ceniza mojada en un dia brumoso de otoño, con el narrador impostando una voz grave y profunda describiendo el paso de una pareja de enamorados escondidos detras de un viejo paraguas de carbón.

–¡Ew! Me parece que esto no es la Torre Eiffel.
–¿Dónde está Montmartre?

Avanzaba la película y seguíamos buscando entre almendras rosadas pinzadas con pequeñas bolas de metal, primeros planos con cachetes de melocotón, dados de gominola chocolate del tamaño de una cereza del Valle del Jerte, flanes pálidos de gelatina temblorosa, gruesos caramelos exóticos de canela alargados y elásticos con la forma de un envase de Glenfiddich. Nada de El Sagrado Corazón ni de la Sorbona ni de Los Campos Elíseos ni del Palacio de Versalles ni del Louvre.

–¿Quitamos ésta y vemos Orgullo y Prejuicio?
–Verito ¿Qué no la dejaremos a ver si sale algo de París? Tengo un pálpito que al final saldrá alguna calle, algún pintor o la tienda de Louis Vuitton y tengo mucho interés. Ya sabes que soy un tipo muy curioso y todo lo que sea aprender me tira.
–Bueno.

El domingo descansó. El concepto vacaciones de Dixie no es exactamente el mismo que tengo yo. Divergemos sensiblemente en cuanto a la utilización de los tiempos y los espacios. Quizás es que procedemos de culturas separadas por un enorme pedazo de agua salada y eso afecta en las actitudes que tomamos al madurar como tomates en rama. O tal vez sea debido a la disfunción sexual por pertenecer a diferentes estadios naturales, uno con pilila y la otra con grillito –como nombró acertadamente mi amigo Fermín el Rata cuando en la escuela primaria, jugando a la cadena durante el tiempo de recreo en el campo de Les Oliveres, le palpó accidentalmente la entrepierna a nuestra querida compañera María Consuelo, la más desarrollada de la clase que apuntaba ya por aquella época un cuerpo magnífico. A los catorce quedó preñada y hoy es una joven abuela que todavía conserva los rasgos que la encumbraron.

Esta semana que coincidimos los dos, a la playa bajé tres veces, cuando si me dejan solo eso es pan de un día. Ella dice que no le cargue mochuelos porque las ideas parten de mí cabeza inquieta. Es posible. Pero la verdad es que tampoco lo he pasado mal comprando y reacomodando nuestra casa. El resultado me gusta. Y lo mejor de todo es que ya no tengo que –de momento –trabajar más. Sigo con mis largos intervalos marinandome al baño maría, comiendo mirando el mar y durmiendo siestas cavernícolas con sueños extraños que intento guardar para poder contarlos en el post pero que cuando quiero escribir se han evaporado sin dejar apenas señales. Quedan como fotografías dispersas, como manchas de color entre los escondrijos de mi cerebro. Ciertamente no hago un gran esfuerzo por retener las historias porque cada vez que me acuesto, sobre todo al mediodía, sobrevienen nuevas hazañas y siempre dispongo de material. Lo último que recuerdo es que estaba reunido con un calvo Eduardo Zaplana en un despacho, pidiéndole no sé qué cosa mientras él conversaba por teléfono sentado sobre la mesa. Por ahí van los tiros.

Por la tarde vino Jovi con su bajarí negra y Rebeca y nos pusimos a tocar la guitarra y a jugar con la webcam a enseñar los pies por internet, que tiene un gran éxito de público.

–Mira, ahora alguién en un remoto pueblo de Utah se esta haciendo una manuela a la salud de mi negra planta del pié. Les pone.
–No puede ser verdad.
–Sí. Son pederastas. Está plagado. Se matan a muñidas por el mundo.
–¡No!
–Tú pon tu lindo pinrel aquí y verás como sube el marcador.

Vivimos en un planeta bastante perjudicado y con evidentes taras emocionales. Están repartidos por todos lados porque vemos la procedencia de las entradas. Igual te viene uno del Canadá que uno del Japón. Quizás tendré que recurrir al argumento de las culturas diferentes. En el fondo que más dará un pié que un culo. Todo carne para la gusanera. Lo que se tengan que comer los gusanos que se lo coman los cristianos.

Acudió a la llamada de Jovi su amigo Miguel Ángel, mientras asistía atónito desde el comedor de su casa al tercer acto de Macbeth a base de extremidades desnudas. Nos acercamos a tomar unas bravas con calamares al Eurosol y de ahí prácticamente nos arrastró hasta el restaurante asiático que hay en la Avenida del Mar en Castellón. Sushi, shasimi, washabi, tyriyaki, sukiyaki, karakiki y cosas de este jaez. A mi no me gusta el asunto del japonés porque reconozco que soy muy de pueblo y mis papilas gustativas formando equipo con mi olfato oxidado solo reconocen como adecuados cuatro o cinco productos combinados entre sí, a ser posible acompañados de pan blanco crujiente de harina de trigo. Jovi se desató con los palillos y zampaba con su mejor estilo rollos de arroz con salmón, caballa, atún, algas y todo un emocionante conjunto de bocaditos presentados sobre una especie de gran barco de madera con una cabeza de dragón en el mascarón deproa. Yo me destrocé la mano derecha apretando infructuosamente los palillos en un esfuerzo por adaptarme al entorno y no resultar patéticamente un paleto, que al fin y a la postre es lo que soy. Desistí al sufrir varios calambres en el dedo meñique y resolví terminar de recoger los cuatro granos de arroz blanco con el tenedor. Casi terminandome la segunda cerveza japonesa Sapporo vino la mujar de Miguel Angel, María Jesús y terminamos de sufrir. Ciento veintinueve euros.

Hoy lunes nos hemos levantado con el sol que comienza a declinar buscando la nueva estación. Cada mañana aparece unos grados menos elevado, moviendo su posición más hacia el sur y su potente esplendor nuclear atraviesa barriendo como un disparo la terraza. El destello rebotado sobre el cristal de los ventanales del edificio azul cercano produce una extraordinaria duplicidad de focos solares, como si los rayos penetraran a la vez desde el este y el sudoeste, produciendo imposibles juegos de luz y sombras.

Hoy ha venido a comer Victor, el compañero de Verito. Mientras yo practicaba con la guitarra con el programa del portátil, ella fué a comprar a Mercadona y Carrefour. Cuando llegó se puso a preparar el menú para agasajar al invitado de honor. Yo hasta las dos y media tomé el baño jugando solo en la cala, con un agua caliente y tranquila, apenas sin olas. Todo trascurre calmado en mi Jardín del Edén. La Reina Devota ha comenzado Mi Familia y Otros Animales de Gerard Drell. Está lanzadísima.

domingo, agosto 27, 2006

Blanco

El jueves nos levantamos excitados con la perspectiva de seguir efectuando cambios en casa. Saltamos de la cama con la ilusión del seis de enero y encontramos desparramados por el salón los envases sin destapar y la gran bolsa azul de Ikea llena. Sentado sobre el suelo rompiendo el cartón protector se fueron armando los mecanos; en primer lugar, siguiendo metódicamente el libreto de instrucciones, las sillas Herman con patas de aluminio gris y respaldo vinílico hielo y seguidamente la pequeña mesa Mellea con soportes similares y tablero lacado nata. Todas las piezas encajaban con exactitud dando como resultado un mobiliario impecable. Después de acomodar las piezas en su lugar necesitábamos más material para los juegos. La mesa verde de la terraza con las sillas rojas de cocacola. Nueve sillas de plástico apilables y una tabla tan larga como yo, para dos personas. Excesivo. Buscaremos estantes y cajoneras blancas para el comedor y retirar lo heredado. A ver si encontramos en Castellón algo que nos pueda servir con el estilo visto en Barcelona.

Desayunamos partiendo raudos y expectantes hacia el polígono del Transporte. Entramos en el Rey de Sofá y entre mil divanes ninguno se acercó a lo que teníamos en mente. Ikea es mucho Ikea. En Option Home, en Exótiko, Max Descuento, En Leroy Merlín y en Casa. Acabamos recorriendo todas las tiendas de la zona para terminar comprando en Casa una mesa pleglable Scan Com de Eucalipto para la terraza por ciento veintinueve euros, dos sillas de la misma marca por treinta y cuatro y una mesita auxiliar por treinta y cinco. Llegamos a casa, subimos todo el material, desarmamos la mesa verde guardándola debajo de la cama de la primera habitación y juntamos las sillas rojas dejándolas amontonadas en el único hueco libre que restaba. En ese espacio tenemos ya quince sillas esperando la resurreción. Ordenamos el ambiente con el nuevo mobiliario y ahora parece Las Ventas.

Verito en la terraza lee la última página de La Sombra del Viento. Ha terminado el libro. Está exultante.

A la tarde asistimos atónitos a la reunión más sorprendente, por definirla de algún modo, que hemos presenciado jamás. En el aparcamiento de los apartamentos Europa, que es donde vivimos, debajo de la farola que linda con las duchas y la fila de moreras, habilitaron unos bancos de madera y unas sillas para la convención anual que vienen haciendo desde que el padre de Jesucristo rodaba en velocípedo, los vecinos de la finca. Son treinta y siete viviendas contando los estudios de los bajos. A las seis y media de la tarde acudía el administrador, contratado recientemente, el jóven abogado Joaquín Rambla maletín en mano, acompañado por una tímida secretaria. Él vestía antiguo, con camisa celeste de manga larga y pantalón crema con una mancha del tamaño de una modeda de dos euros a la altura de la rodilla que recogía todo el interés a nivel pupilas distrayendo continuamente mi atención ¿Dónde se habría arrodillado? Seguro que a chupar algo. Ella iba de negro con una falda hasta la pantorrilla y un cinturón plateado, protegida por una carpeta que apretaba contra el pecho a modo de escudo. Sentados ante la mesa de bar que utilizan para jugar al perejíl en las tardes de verano empezó el cónclave. El administrador, la secretaria, el presidente, el secretario y el vocal. En un listado previo figuraba un rosario de diez puntos a tratar aparte de una normativa legal para la comunidad.

Entre los vecinos destacaba ya desde los prolegómenos una vocecita aguda que surgía dos cabezas a mi derecha y que provocaba la ira y el gesto desaprobador de una gran parte de los presentes. Era una carita rubicunda, redonda y pequeña, con ojos oscuros y brillantes de comadreja y una expresión anodina con el pelo oxigenado recogido, de unos cuarenta años. A su lado su acompañante, un chico moreno y medio calvo con gafas de bastidor azul sobre una cara redonda y fofa. Cada planteamiento que se formulaba iba acompañado de innumerables discusiones y diatribas interminables seguidas de acusaciones, improperios y argumentos espúreos ajenos a cualquier condición lógica. Nosotros éramos nuevos en aquel ruedo infame y centrábamos el interés en que se aprobara o simplemente se pusiera el marcha el asunto del ascensor. Pero ese punto figuraba en el orden del día en el puesto nueve y llegando a las diez de la noche la cosa no pasaba del tres.

Los temas por más nimios que fueran se calentaban por el efecto de la voz respondona; en un momento de la parodia se levantó cigarrillo en mano y pude observar más detenidamente su fisonomía. Era un cuerpo con forma de peonza sin cuello, rematada con una bolita rubia atenazada con un broche; llevaba puestos unos pantalones vaqueros sin marca. Dentro de ellos el trasero había desaparecido para situarse debajo del ombligo. Las nalgas habían sido reemplazadas por una pancita que subía encrestada uniéndose con las mamas que a su vez bajaban hasta formar una forma circular a la altura de la cadera, enfundadas en un ligero sueter celeste. Todo este conjunto aparecía constreñido por un sujetador de ballenas que dibujaba el contorno de los michelines como si fuera una peonza enrrollada con el cordón preparada para lanzar.

-¡Ladrón! –acusaba el tapón a cualquiera de los anteriores gestores que tenía delante.

Es una de esas personas que sacan de quicio, que en mi pueblo se les llama hijas de puta, y que provocan la aversión de la mayoría sin que a ellas les mueva ni un pelo el sentirse rechazadas. Descarada y machacona, peligrosa, daba palos a todo el mundo. Con el que más se encaraba con Manolo el presidente, que le había levantado una denuncia en nombre de la comunidad de vecinos por uso indebido del recinto.

-¡Que salga el que me ha denunciado! ¡Que quiero verlo! ¡Que venga ya! –vociferaba histérica Greta Garba plantada como una antorcha en medio del público. ¡El presidente, quiero exlicaciones del presidente!

Como ya se había elegido nuevo presidente el anterior paseaba al amparo de su mujer por detrás de mí partiéndose de risa igual que un niño contento.

-¡Yo soy el expresidente! Hohoho! ¡Que salga el presidenteee! ¡Te hemos denunciadooo! –y seguía trotando travieso agarrado a su señora por si las moscas.
-¡Abogado tome nota! –saltaba el marido del cono rubio con patitas levantándose de la silla y señalando al viejo expresidente con el brazo extendido.
-¡Calzonazos! –clamaba una estentórea voz desde el fondo.

Al parecer conseguir denunciar a este dañino ejemplar vecinal es todo un hito, una pequeña batalla en el fragor de una contienda larga y cruenta que tiene por campo de juego mi finca. Unos días atrás, Pascual, otro vecino oriundo de Vila Real, perdió un contencioso contra la misma por insultos y tuvo que pagar ciento veinte euros de multa.

En otro acalorado momento del sainete esta bruja amenazó con arrebatarle la vivienda al secretario, un tal Joaquín de lengua trabada y antiguo inquilino. Este al escuchar semejantes palabras se puso nervioso y le gritó encaramado sobre un banco haciendo el gesto de rodar vehementemente el dedo índice a la altura de la sien.

-¡Tú estás como una cabra!
-¡Abogado tome nota! ¡Amenaza de muerte! –volvía a declamar el imbécil.

Pero esto era solamente la pimienta. Los otros ingredientes del cocido aparecían entre medio soltando con aspavientos sus pocos recursos y dejando entrever sus cerebros a medio cocer, aunque no todos presentaran los mismos síntomas.

De la mayoría no recuerdo los nombres porque tampoco se presentaron. Inma y Pilar las sufrientes, dolorosas y resentidas mujeres, hija y madre viuda. No quieren ni oir hablar del ascensor.

–Mira mi padre muríó el año pasado saliendo de aquí. Compramos el primer piso porque no podía subir al cuarto que nos ofrecían. Que bonito, quereis tener vistas y encima que te pongan el ascensor para subir.
–¿?

Encarni, la madre de Encarni, nuestra vecina del cuarto, que levantaba el brazo siempre sin tener claro en que sentido rolaba la votación.

–Encarni, que esta vamos en contra
–¿Pero esto no es lo del ascensor? –si pero es para no ponerlo.

Agustín, el dueño del apartamento que tenemos al lado y que tiene alquilado a los rumanos; Lidón la chica que nos apoya con la búsqueda de proyectos. Cueva Santa, la simpática chica más linda con más arrugas y con más alzas.

–Yo también quiero hacer un ruego.
–¿Qué?
–¿A vosotros no os molesta que el timbre de la entrada haga tilin, tilín? Está muy fuerte ¿No?
–No. De hecho cuando llaman ni nos enteramos.


Cerca de las doce de la noche terminó el guirigay con más pena que gloria y con la prohibición de colgar prendas en el exterior de la fachada y la próxima guerra para la ubicación de un ascensor en el exterior de los apartamentos. No he descrito ni una pequeña parte de lo que aconteció porque transquibirlo todo seria una tarea imposible.

El Viernes nada más levantarnos y desayunar planificamos la jornada, cosa extraña en nosotros. Bajamos a la Vall d’Uixó y pasamos por mi piso para recoger el cuadro de Cristina Sanz de las bicicletas que me regaló, dos marcos grandes de aluminio blanco que tenía con sendas láminas con reproducciones de pinturas, la olla a presión, el aro extensible para meter la ropa sucia, unas luces de colores y dos velas. Pasé por el Banco Popular para pagar la cuota de escalera de julio y agosto –ochenta euros –por la caja rural para que me dieran un extracto de las cuentas para ver si me habían cargado el seguro del Solete –ciento noventa y ocho euros –y así era, con lo que hablé con Susi y quedamos en que la semana que viene me acerque por la consulta y me reembolsará el dinero, aparte de darme de baja en Mevase. Pasamos también por el taller del Alfa Romeo para concertar otra cita para revisar los líquidos de mi coche y colocarle las escobillas del parabrisas. Hechas las obligadas gestiones Valleras nos dirigimos hacia el polígono Belcaire y hollamos el terreno sagrado de mi empresa. Pisé la entrada recalentada y quité la alarma. Conectamos las luces y los equipos y me reencontré con mi próximo futuro. Los olores, los ruidos, el espacio. Todo estaba intacto, inmóvil en el tiempo, igual, exactamente en el mismo sitio cada una de las cosas, tal y como las dejamos el último dia antes de vacaciones, como si el tiempo se hubiese detenido congelado.

–Me gustan estas fotos de la columna ¿Tú no estás? –Dijo Dixie observando las imágenes reproducidas en tamaño atrés y pegadas con celo sobre el pilar de hormigón sin recubrir que tenemos en medio de la nave.
–No. Yo hice las fotos.
–¿Y esta de ahí arriba quién es?
–Mari Paz.
–Pués en la foto está más fea que cuando la vimos en Castellón. ¿Y quién ha hecho la caricatura de la Patri? ¡Qué buena está clavadita!
–No es la Patri. Es Amaral y la caricatura es del Vizcarra el del Jueves.
- Ahhh, pues en la foto salió relinda.

Con el gécinco abrímos el painter y pintamos unos cuadros para decorar nuestra casa. Lo hicimos bastante rápido y diseñamos una cantante basada en una imagen de internet de Ella Fitzgerald y otra de B.B. King dando un toque con su guitarra. Una especie de proyección nuestra. Unos trazos negros sobre el fondo blanco del lienzo. Muy sintético y ligero. Solamente en el de la mujer unos labios en carmín dan la nota de color. Esos eran de tamaño más grande sesenta por setenta. El resto dos conjuntos de tres pequeños cuadros de doce por diecisiete con nuestros nombres y el otro con una raspa de pescado; para finalizar dispuse cuatro recortes con las imágenes que trabajamos para Llumadara de la serie de africanos, con un tamaño de doce por doce. Nos llevó todo el día más que nada porque la impresora no quería funcionar y me tuvo cabreado y paciente esperando y reiniciando una y otra vez los equipos. Si cobrara por horas cada una de las obras saldría por un pico. Terminamos sobre las seis de la tarde y desde las diez de la mañana con el desayuno todavía no habíamos probado bocado, tan solo un café de la máquina automática de la fábrica y un par de vasos de agua.

Salimos pitando hacia el Leroy Merlín y comprar todos los aperos necesarios con el objetivo de rematar la faena. Entramos en la abarrotada tienda. Una caja de herramientas, sellador, pintura blanca sintética y de pared, dos adaptadores, tornillos y tacos, alambre, aceite para madera, pinceles, hilos de algodón, un tope para puertas, tiradores metálicos, guantes, lijas, aguarrás por ciento cuarenta euros. Lo más caro la caja de herramientas y la pintura sintética.

De allí al Mercadona de Benicassim y conseguir algo de comida para la cena. Llegando al Hotel Orange recibimos una llamada de Marcialín que nos estaba esperando sentado en la mesa amarilla que tenemos en el patio de los apartamentos. Esperó a que terminásemos de hacer las compras y nos ayudó a subir todas las cosas. Acabamos muertos de cansancio y tirados sobre la cama como dos jamones de Teruel colgados. No tenía fuerza ni para escribir cuatro frases en el post ni para bajar a la playa.

Ayer por la mañana marchamos otra vez a Castellón. El reto consistía esta vez en cazar dos tumbonas de madera y reemplazar las de plástico verde que tenemos ahora. Pero no encontramos ninguna que pudiera suplir las antiguas. Todos los modelos son excesivamente largos, casi dos metros, no tienen apoyabrazos y no se pliegan, solo levantan el cabezal sin acortar su longitud. Estos inconvenientes de momento son insalvables ya que no mejoran la comodidad de estas que tenemos. Si encontramos alguna que se adapte ya la compraremos. A la vuelta sobre la una de la tarde empleamos el resto del día en pintar de blanco el mueble con cajones que teníamos para apoyar el televisor, con varias capas de pintura y secado, y repasar con aceite los muebles de madera de eucalipto de la terraza. También Verito repasó todos los agujeros de la casa con masilla y pintó las grietas y desconchones. Yo me agasajé con una merecida siesta hasta las siete. Después colocamos los tacos, preparamos los cuadros con los soportes y colgamos todo en su sitio. Nos daba la gasolina de nuestros cuerpos extenuados para limpiar y preparar un cena de sobaquillo ligera. Volvimos a caer rendidos sin remisión. Hasta hoy que el día vuelve a renacer con la brisa que sube de la playa soleada y brillante. Verito está preparando la comida mientras escribo esto. Vamos a tomar el baño, que ya tengo ganas, porque esta semana aparte de pasar como una impetuosa tramontana, no he disfrutado del agua más que en un par de ocasiones. La casa está cambiando poco a poco y yo voy a descansar.

jueves, agosto 24, 2006

Ke Ikea hemos tenido

Nuestra casa está cambiando inmersa en un proceso de metamorfosis contínuo, imparable, fascinante. Es todavía una larva enrollada con hilo viejo que ha entrado en pupación con un capullo velludo de color pálido como la harina de trigo. De momento aparece como una crisálida de colores blanco, argentino y rama de eucalipto repartida entre el salón y la terraza.

Ayer por la mañana descargamos el pequeño cedós de Verito de trastos que tenía almacenados desde el pasado año; unas cazadoras de invierno llenas de polvo y tierra, una gruesa polar, blanca en su juventud, que presentaba un tono desvaído, neutro con los collares ribeteados de un capa oscura y mugrienta, otra de cuerina negra arrugada bajo el peso de varios taburetes plegables y de la mesa portátil de aluminio con tablero de chapa que utilizábamos en nuestros picnics; dos cortinas rojas sin estrenar que compró de Monfort dentro de los envases de cartón y sus dos patines en línea en sendas bolsas de plástico, que se puso un solo día hace cuatro años y que arrastra consigo de destino en destino. Todo aperos amontonados que va trasvasando de coche en coche y ahora le tocó el turno pasar al mío, por no subir la carga los cinco pisos y almacenarla en casa.

Salimos tarde después de desayunar con destino Barcelona hacia el Ikea de l’Hospitalet, aunque Verito se empeñaba en señalar como punto de llegada el de Badalona. Recordaba de mis recientes visitas a la ciudad Condal haber circulado varias veces por delante de la tienda pero Dixie me mostró en internet la localización de la segunda, asegurando fehacientemente que la primera era fruto de un turbio sueño imaginario consecuencia directa de una noche etílica. Llegamos a la una del mediodía con un par de vueltas despistadas entre rotondas atestadas de impacientes conductores catalanes, hasta que en una gasolinera nos indicaron la dirección a seguir; un kilómetro más adelante en línea recta desde donde estábamos detenidos. Lo habíamos conseguido sin muchos problemas.

Llegamos fluyendo en mitad de un líquido de vehículos atascados dentro de una vía en reparación, hasta llegar a los sótanos de la tienda, con el aparcamiento atestado de frenéticos compradores que elegían un miércoles de agosto como espectáculo para visitar. No tendrían otra cosa mejor que hacer. Ya ves tú.

Entramos en la exposición y directamente me convertí a la religión del mueble y del artilugio complementario, al credo de los incrédulos, de los compulsivos de las compras, del diseño límpio y provocador, de la practicidad de los recursos, de la elegancia de lo simple. Del buen gusto. Soy un adepto.

Recorrimos toda la parte superior de la nave entrando por los ambientes del show room, una escenografía impecable, detallada, definida, fácil, asequible y atractiva, preparada para enganchar a las almas incautas y a los pobres buscadores de muebles desmontables.

-Lo siento señores. Este carro es para llevar niños. Hagan el favor.

Y el amable y atento guardia de seguridad nos birló el carro que habíamos conseguido un piso más abajo, después de sesudas deliberaciones para elegir uno de los varios modelos. Nos dejó con una enorme bolsa de plástico amarillo con el logotipo serigrafiado en azul prendido de la mano, mirandonos a los ojos, disimulando para no volver la vista hacia ningún otro lado. Nuestra vergorzante primera vez. Paletos que acaban de pisar tierra civilizada. De poble xà.

-¿Y qué hacemos con la bolsa?
-Nos la llevamos detrás. Con dignidad y aplomo. Tú sigue caminando. Venga, que no parezca que nos han robado el niño y no nos hemos enterado.

Ya con la hinchada bolsa amarilla colgando del antebrazo, como una señora en un mercado fisgando entre los puestos de verduras, paseamos por todos los recodos de la tienda. Dormitorios, despachos, salones, oficinas, iluminación, cocinas, baños, textiles, recibidores, sofás. Un yo que sé de juguetes lindos. Nos gustaba casi todo. Y el tema del precio era verdad, mucho más económico que en los comercios de la provincia. Encima de ser barato era de nuestro agrado. Elegimos una mesita rinconera por nueve euros, una estantería modular por ciento sesenta, otra para el recibidor por cincuenta, una mesa para el comedor por cuarenta y cinco con cuatro sillas de plástico por ocho y unos marcos para pinturas desde cuatro hasta doce; todo en color blanco. Solamente nos llevamos la mesa, cuatro sillas por quince euros cada una ya que se habían agotado las existencias de color de las que teníamos elegidas, los marcos y un futtón calentito de plumón por veinticuatro euros, para rellenar la colcha bermellón con trazos de colores vivos que Verito compró hace pocos días.

También dejamos para la próxima visita el sofá que rondaba entre los seiscientos y pico y los novecientos. Quedamos al final prendados de los que podían ser candidatos reales para nuestro salón. Un divan blanco de tela, el más económico, con el diseño más actual y otro ligeramente más clásico de color pardo y tacto más frío pero mullido hasta desaparecer mas bien acostado que sentado hundido dentro de su acolchada panza. Como esto requiere un proceso calmado de reflexión debido al elevado coste del producto, decidimos meditar la decisión y esperar un tiempo para no errar el tiro.

Tomamos cocacola y unos bocadillos en la cafetería del centro y enfilamos el camino de vuelta a casa, en principio ligeramente enfurruñados por un pequeño incidente sin consecuencias. Verito estuvo un instante debajo de un enorme trailer cargado de pescado congelado con destino a Francia debido a una lamentable duda de último momento en la toma de un desvío del conductor del coqueto citroen rojo. Esto provocó una cadena de desencuentros que terminaron en un mutis absoluto durante los trescientos kilómetros de la ruta. Esto empeoraba por momentos debido a la insistente y atorrante música que insertó la copiloto accidentada por la ranura del equipo. Un cedé de Bebo convertido en un tormento de teclas caribeñas insoportables repetidas en un bucle sin fín que limó con fina paciencia los tiernos huesecillos de mi hasta ese día intacto oido interno. Se puede afirmar, sin ningún genero de dudas que eludiré como la peste durante un tiempo prudencial, todo lo relacionado con Cuba. Aún me retumba la cabeza. Clin clin clan, clin clan clon.

Este mosqueo trivial se alargó hasta la mañana de hoy. Nos tuvo enfrentados sobre la yacija conyugal, ocupando cada uno el extremo más alejado, prácticamente en el borde haciendo equilibrios, con una pierna en el suelo y el brazo al aire, evitando tener cualquier roce o contacto físico debido al fundado temor de quedar socarrados por una descarga eléctrica de proporciones colosales por la gran acumulación de energía negativa producida durante la jornada. Somos baterías humanas.

Hay que tener en consideración que yo soy el personaje no de la función; normalmente me encargo de negar las propuestas que escucho llegar hasta mi alcance auditivo. Soy el típico que suelta no sé para que queremos esto, no me gusta, es muy caro, ya tenemos uno y frases por el estilo, sufriendo con desgana el momento de la compra y mostrando mi peor cara ante el exasperante ritual de los probadores. Lo contrario que Dixie que es más positiva y compraría mil cosas, tomando el acto como un divertimento ilimitado. Le encanta salir a ver vidrieras y tocar el género. Eso y actuar en público sentada en un taburete giratorio sobre un escenario iluminado es el mayor placer que pueda desear.

Eso pasó en el Templo de los Muebles y los Objetos. Ella super del amor con todo lo que abarcaba, enamorada de una lámpara extraña como la cabeza de medusa y yo negandole como Judas en la última cena. Y una cosa llevó a la otra y la otra a la otra y así hasta el tope final. Para colmar el vaso, yo me canso hasta la extenuación con estos recorridos comerciales y termino medio muerto arrastrándome derrotado y sin apenas fuerza, agotado. Lo paso fatal y el ánimo todavía se me quiebra más. Entonces sale el tonto que tengo escondido para las grandes ocasiones y focaliza la función. Es la estrella de la función. Don Capulletto.

Pero cuando volvemos a la realidad de las cosas y las malas vibraciones se neutralizan como los rayos en una tormenta cayendo sobre el mar, todo vuelve a su cauce y retoma su estado básico. Dos besos, un abrazo cálido y podemos dormir con el espíritu pacífico desbrabado tras la batalla incruenta. Ahora horas después nos reimos de la situación pasada y jugamos a ver quién ha perdonado a quién por la travesura. Y es que siempre llevo las de perder. Será por algo. Digo yo.

martes, agosto 22, 2006

La vuelta al cole

Con Verito también de vacaciones pululando por los medios, la indolente vida transcurre plácidamente, sin alteraciones graves ni sobresaltos que reseñar. Aunque ahora nos levantamos un poco más tarde, sobre las ocho, el resto del día lo ocupamos haciendo las mismas cosas; desayuno en la terraza, leemos –ella está obsesionada con su Sombra del Viento y no parece que decaiga su interés – vemos películas, tomamos el baño en la cala, preparamos comidas naturales, y sobre todo dormimos infinitas siestas a todas horas. Yo terminé La muchacha de las Bragas de Oro de Marsé y ahora estoy con el Pedante en la Cocina de Julian Barnes y Persuasión de Jane Austen que vi aparecer anoche en la escena de un film y recordaba haberlo leído alguna vez; efectivamente busqué en la biblioteca y allí estaba camuflado entre mayores, con el lomo magenta y celeste de una edición barata de bolsillo.

A mí me ocurre que con el paso de los años olvido por completo el contenido de lo que leo, como una especie de reset que mi mente activa y que me viene desconcertando desde hace algún tiempo. Es como una limpieza de porquerias, una bajada de basura periódica para descargar el peso inservible acumulado en mi cerebro. O tal vez sea información útil que no soy capaz de retener como hacen los grandes hombres. A menudo pienso para qué demonios me sirve leer tanto. Dixie opina que mientras esté entretenido con las letras no ando molestandola como un niño a su madre. Dice que de este modo estoy tranquilo y no alboroto por la casa. Que para eso fundamentalmente sirven los libros. Que no me preocupe de más y siga con la lectura porque tiene que preparar la cena, luego atenderá mis cuitas.

Un día como el de hoy Verito nada más abrir los ojos se ha visto la película que anoche me vi yo, porque de noche se duerme nada más empezar los créditos, La casa del Lago; seguidamente desayunamos, luego un rato de lectura, bajamos a la playa, compramos por el camino en el Caprabo unos pimientos rojos que faltaban, para preparar una gloriosa crema de calabacín, que ha sido el menú del martes, hemos dormido la siesta, yo estirado en el sofá, Verito en la terraza. La he tenido que cubrir con la manta azul que nos regaló mi madre porque estaba tiritando de frío en la tumbona; Después con las bicicletas fuimos a dar un paseo hasta el Grao por el carril verde. A la vuelta paramos en la playa y tomamos el baño de la tarde.

Ahora que van a dar las nueve de la noche, con la luz apagándose por la sierra y los mercantes encendiendo la suya allá abajo sobre la línea del horizonte, vamos a cenar con la calma que sigue acompañando constante llevada por la brisa salada que sube desde el mar, en este verano que se nos está haciendo muy corto.

Lo bueno es que cuando termine el verano engancharemos con el otoño. Ya me estoy viendo cuando vuelva al trabajo. El disgusto por el final del periodo más deseado del año dibujado al carbón en las caras de mis compañeros. Y Pepe arengando a la tropa con su esperado –vamos a empezar con ganas que ya se acabaron las fiestas –y yo esta vez pensaré que para mi siguen indefinidamente, igual que empezaron, sin darme cuenta del cambio de estado, de sólido a sólido sin pasar por ser ni gas ni líquido. Permaneceré en mi espacio de ensueño disfrutando de la luz y del entorno, como diría un buen arquitecto. De hecho estoy tan anestesiado que no recuerdo qué día tengo que volver. Le mandaré un correo a la Patri que seguro que tiene la fecha grabada a fuego en su corteza cerebral.

lunes, agosto 21, 2006

Resaca

Quedé encargado de cuidar una mesa en el parterre relleno de arena, debajo de la pasarela de madera en la playa dels Terrers. El Ayuntamiento dispuso unos mugrientos tableros de chapado blanco con unos caballetes metálicos de soporte y unas sillas de aluminio con el nombre Talía serigrafíado en bermellón sobre los desconchados respaldos. Salí del mar y con el agua encima planté unas sillas como bandera para delimitar el terreno. Verito subió hasta casa para preparar unos bocadillos con pechuga de pollo horneada al paté y bechamel, sobras de la comida del sábado. Unas aceitunas verdes maceradas con salmuera al romero de Carcaixent y un sandwich de queso fresco y tomate para ella.

Fuí el primero en llegar con el sol afirmado aun sobre las torres, con los últimos rayos resaltando los colores marinos y alargando las sombras sobre las piedras. La primera en llegar fué Conchín. Luego Mayte que me dejó un pequeño pareo caqui con dibujos étnicos que me até sobre mi bañador verde de Decathlon. Empezamos con el cava Brut mientras la gente acudía ocupando poco a poco todas las mesas. Ramón y Merche, Marcial y Canela. Y la fiesta se disparó para mi. Estaba sentado en la mesa prácticamente sobre el límite del paseo, con el mar delante y el crepúsculo malva a mi espalda. Hablando, comiendo, bebiendo, moviéndome, bailando. Ebrio de cerveza, de cava, de vino y de un vodka genuíno que se trasladó Conchín de su viaje a Rusia.

Sé que escuché –y ví, eso creo –entre brumas etílicas al alcalde de Benicassim arengar desde lo alto del puente, con el micrófono del chico orquesta, no sé qué de arreglar no sé qué cosas. Me pareció un hombrecito menudo de cabeza brillante y camisa inmaculada. No pude observar nada más debido a mi lamentable estado. Pasaron por delante de mi corral Alfonso y Alfonsina, mis amigos vecinos de nataciones profundas y los señores G&G de Toledo, que según me trasmitió la Negrita al día siguiente, estaban preocupados por el estado del mobiliario. Al parecer yo estaba en otro mundo bebiendo todo lo que encontraba dentro de un vaso en un radio de doscientos metros.

Recuerdo unas largas conversaciones con Marcial pero solo retengo en la memoria su cara mirándome a los ojos para escudriñar la forma de mis pupilas.

-Tienes las pupilas poco dilatadas Xavito. Puedes beber un poco más. No pasa nada. Tú sigue que ya te avisaré cuando llegues a la línea roja.
-Brafsggssffs...!

No me puso freno y seguí con lo mio, viendo a lo lejos sobre el escenario de traviesas, bailar descalzos a Ramón, Canela y Verito, en primera fila pidiendo temas al músico estrella, con la excitación de una divertida noche de verano. A la mañana siguiente caí en la cuenta que entre la penumbra del lugar y lo poco que ve Marcial en condiciones óptimas, entiendo que no viese mis iris y simplemente me dejara disfrutar de esta alegre borrachera hasta el final. Sabía que como mucho, dormiría la mona tumbado allí mismo, delante de casa, arrullado por el sonido de las olas arrastrando la grava. Como un muchacho del FIB. No era peligroso. Una toalla encima y punto. El doctor acertó plenamente en su vaticinio.

El domingo amanecí a las doce sobre la cama con una mujer al lado –la Negra de Devoto –y un dolor intenso de cabeza que amenazaba con destrozarme las sienes. Náuseas y un malestar general que me impedían apreciar el día magnífico de finales de agosto. Me costó recuperar el tono habitual y tuve que recurrir a una gragea de Ibuprofeno como remedio. Conchín y Mayte se quedaron en casa para no tener que tomar el coche porque el grupo se retiró sobre las tres de la madrugada, exhaustos pero contentos. Cuando nos levantamos las dos estaban en la playa porque nos contaron después que no pudieron pegar ojo hasta las siete, cuando callan los ritmos de los garitos. Yo nunca escucho y si alguna vez oigo algo no me molesta. Quizás estoy acostumbrado. Para mi son como una nana. Duérmete niño, duérmete ya.

Habíamos quedado para comer con Ramón y Merche y no estaba en condiciones. Estoy viejo con una resaca tremenda –pensé, –y ante la tortilla de patata que preparó nuestra invitada recuperé la memoria instantáneamente. Una buena comida acompañada de otra mórbida siesta a la fresca y un delicioso baño de mar lo curan todo.

Un buen fin de semana. Le voy a dar un diez. Soy un profesor fácil y me aprueban todos con matrícula.

domingo, agosto 20, 2006

Juanito el Robot del Hogar

El viernes llamé a mi hermano Juan para que arreglara el desastre de instalación eléctrica que tenia montado en la galería de mi casa. No era capaz de enderezar semejante desaguisado con mis limitados conocimientos. A decir verdad fue una pequeña treta que inventé para conseguir estar con él un rato a solas y disfutar de su compañía. Como siempre acudió solícito en mi ayuda sin poner reparos y a las doce estaba debajo del apartamento con el coche de Rubén que está en Menorca. Subió para analizar el problema.

-Açó es una merda de instalació. Quin fill de puta haurà fet este embolic? No se ha quemado la casa de puro milagro.

Y se puso manos a la obra. Diseñó una estrategia y para llevarla a cabo necesitábamos unas piezas, una toma y una clavija. Nos acercamos a Castellón entrando en Leroy Merlin. Conseguimos los recambios y cuatro estores blancos para el salón por noventa euros la pieza, total trescientos sesenta. Casi me dió un ataque porque al mirar los precios en la estantería había visto un cincuenta marcado, pero eran otros parecidos que estaban al lado y de un tamaño reducido. Pagué con dolor y nos dirigimos a Benicassim. El reloj del coche marcaba la una y media.

-¿Te quedarás a comer no? Ya es tarde.
-Mmm. Llamaré a Robert que no me esperen. Esto en cinco minutos está finiquitado.
-¿Seguro?
-Clar!

Lo paseé dando un rodeo por la ruta turística al lado de la playa bajando por la Avenida, cruzando todas las villas hasta llegar al Mercadona nuevo. Lo metí de cabeza dentro y me propuso preparar unas gambas al ajillo como menú y para acompañar un vino blanco. Compró quince animalitos explicándome qué diferencia existía entre un montón y otro de crustáceos sin que llegara a quedarme claro.

-¿Y estas no son iguales que estas? -le señalaba confundido entre las cajas del refrigerador.
-¿No vés que no? La rojas son las que tienes que elegir. Luego vas a la dependienta y le pides una cantidad. Dame cinco, o lo que sea. Que ellas las cuentan de una en una. A once euros el kilo.
-Cuando vuelvas te llamo de nuevo y me las compras.

Ya en casa se puso como un campeón a solucionarme el enchufe pero no le terminaban de salir las cuentas. Cable que entra por aquí y cable que sale por allá con el puente que engancha por este otro agujero. Como la cosa venía algo torcida me propuso abrir al vino y andar tentando los vasos.

-Que Juanito. ¿Te aclaras con el esquema?
-¡Ostia! Si esto es lo más fácil. Es solo un click clack.
-¿No lo dejaremos para después y preparamos la comida que van a dar las cuatro?

Y se puso con la tarea de las gambas. Las peló con soltura quitándoles la cabeza y las patas, dispuso un pequeña cazuela con un dedo de aceite de oliva y cinco ajos cortados en rebanadas. Con el sofrito añadió las piezas limpias, una pizca de pimienta negra, sal y seguido un chorro de brandy de Jerez Real Tesoro. Flambeó el caldo hasta que se agotó el alcohol y el aceite se convirtió por arte de magia en un salsa inimaginable con un aroma que inundó la casa por completo.

-¿Salimos fuera a la terraza o le damos desde aquí directamente? -le dije.
-Grouncfss, frounchsssfgss...-respondió devorando el trozo de pan mojado en la cazuela con la mano derecha dentro ya de la boca y armado con un tenedor ensartando la primera gamba con la izquierda.
-Froungfssss, grounpschhs...-y zanjé la conversación.

Nos quedamos dentro. Acabé entrompado con el vino y la barra y media de pan, que no podía ni hablar ni levantar un milímetro los párpados. Se cerraban como dos compuertas de pantano. Caí sobre el sofá y tuve el tiempo justo mientras descendía sobre la tela de proponerle ver una película, para dormir acompañados del soniquete. Pasó olímpicamente de mi propuesta y siguió con el problema del cableado de la instalación, remugando con su estilo peculiar entre el humo de sus cigarrillos de Marlboro. A eso de las siete regresé al mundo de los vivos aturdido, no sé si por el resacón o por la mezcla de pan y salsa de las gambas -y las longanizas de pascua y los pedazos de queso manchego y de tetilla, que hubo variedad de tapas.

-Oye Juan: ¿Quieres decir que esto que acabamos de engullirnos no tiene aceite? -pregunté intentando averiguar donde estaba el quid de la cuestión de mi profundo y pesado sueño.
-¿Tú has visto el aceite por alguna parte?
-Pues nó.
-¿Tenía aspecto de tener aceite eso que estabas mojando con pan? ¿Eh?
-La verdad es que no.
-Ves. Eso era una salsita. Salsa, no aceite.
-Pues yo bien que he visto el dedo y pico que has metido con los ajos.
-Pero eso se va. Se evapora con el flambeado.
-Ah.
-Además un poco de aceite no hace daño. Las máquinas funcionan con aceite.
-Clar.

Llegó Verito del trabajo casi cuando estaba encontrando la solución al enigma de las clavijas y todo eso. Si este no es, al otro, y si no al otro y vas probando -decía.

-¿Y en el envoltorio de cartón no explica como hay que conectar el asunto?
-¿Y tú has estudiado electricidad, un cursillo o un master?
-Pues no. -le contesté.
-Pues yo tampoco. Así que a probar empíricamente. Como los científicos.

Al final arregló la instalación y ya funciona el enchufe y la luz de la galería sin temor a que se prenda fuego la casa. Aprovechando que lo tenía cerca y con Verito rondando le encomendé la tarea de colocar los estores. Para ello aludí a su facilidad y destreza con todo tipo de operaciones. Igual te repara un roto que un descosido. Y como sabe hacer de todo y yo no, pues ahí que le dí.

-Xavito, no seas cara dura, que eso puedes hacerlo tú -me espetó Verito.
-Si lo coloco yo mañana están en el suelo apiladas. A él le cuesta cinco minutos.

Y se lanzó a taladrar agujeros y medir distancias y plantar estores con Verito de machaca y en media hora o más lo dejaron listo. Me ha dejado la casa como un pincel. He sido feliz por tenerlo para mi solo durante un día. Le invitamos a cenar pero ya no quiso quedarse porque tenía ganas de ver a sus hijas, que estaban en casa de mi hermana en Nules. Se fue y el que se quedó con la sensación de nostalgia en el alma fuí yo. A mi hermano lo quiero mucho y admiro la energía que pone en todas las cosas que hace y el talento que atesora. Desearía verlo más a menudo y disfrutar de su presencia pero no puede ser. Hasta pronto.

viernes, agosto 18, 2006

Bajando de la cumbre

Hace algún tiempo navegaba con el Solete a pocas millas de la costa viendo la franja litoral dibujada en mi escenario desde el poniente como un fondo pintado sobre un papel imaginario. Se extendía al sur desde Moncofa con la sierra Espadán en segundo plano hasta la olla de Benicassím, terminando la vista en la punta de Orpesa más allá de les Agulles. El cielo bajo tenía los colores de un Canaletto. Ese tono amarillento de barniz oxidado, como recubriendo un lienzo centenario olvidado en un viejo arcón, en la esquina más recóndita del desván. Una nube purulenta, apagada y sucia cubría toda la zona posándose entre las edificaciones, los naranjales y la huerta, difuminando su contorno. Era un horizonte intoxicado por los vapores exhalados de las fábricas azulejeras mezclado con el polvo arcilloso que impregnaba cualquier rincón, con la pegajosa humedad de melaza, dejando como señal una pátina ocre en la superfície de las cosas, un estigma bíblico, un tatuaje indeleble que también decoraba de beige la capa interior de todo bicho viviente.

Este Bophal mediterráneo desaparecía cuando la lluvia y el viento por separado o actuando en equipo, escampaban la mierda hacia otros lares, dejando límpio el paisaje, como si unos restauradores fantásticos hubiesen devuelto a la obra su riqueza cromática original.

-¡Hola Xavito! ¿En todo el día no has salido de casa?
-No...
-Estás en el mismo lugar que te dejé esta mañana. Repantigado en el sofá.
-Es que es distinto. Esta mañana estaba repantigado leyendo y ahora estoy repantigado escribiendo. Son actividades diferentes. Y entre medios he cazado una mesa al vuelo, me he preparado una xauxas con tomate, atún y macarrones –los que la Paqui dejó en la nevera –y he jugado con el loco Garbí en la terraza. También he dormitado con un ojo abierto y el otro vigilando el temporal por si las moscas.
-Açó no pot ser. Te saldrá un callo en el orto.
-Yo me lo paso bien. Tengo el mar delante, el fresco por todos lados, mis libros, internet, la cocina, mi guitarra, mis programas de música, mis pelis piratas –que se ven de miedo con el Pando –mi cama, mis reposeras, mi casa. La gente paga lo que no hay escrito por algo así. Yo también pero no lo estoy pensando todo el rato.

Verito se tumbó después de sacarse de encima el uniforme oficial de la empresa, su segunda piel, abrió su Sombra del Viento y se dispuso a mascullar refunfuñando frases. Ella se enoja porque yo le hago encargos teledirigidos. Como al mediodía corretea por los hipermercados de Castellón le pido que busque recambios de apliques eléctricos y cosas por ese estilo.

-Todo el santo día. De vacaciones. ¡Ostia Xavito! Y tenés el rostro de pedírme las cosas cuando sabés que estoy ocupada con el trabajo.
-Pero a ti te gusta y a mi no.
-...¡!

Se mosquea conmigo y encima como está a dieta tomando unos productos franceses de Diet Avenue que saben a viruta de aglomerado le resulta más complicado motivarse con un Sángano a la vera dando por culo –como diria la prima Karynita. Necesita algo que la relaje. Hacer deporte. Estirar las neuronas. Quemar calorías. Algo. ¡Sácame de aquí!

-¿Vamos a dar una vueltita kurrununi? –propongo como un animador de hotel en Benidorm.
-Vale –ahora responde vale. Es una expresión castellana. ¿Vamos hacia el Torreón?
-Podemos ir por el paseo de madera y cuando se acaba seguir por la arena. ¿Me pongo el sombrero?
-Si ya no hay sol y prácticamente es de noche. Como quieras.
-Es que así sé que estoy de vacaciones. Me siento turista en mi ciudad –sigo valorando mi casa como un lugar exótico. Alain me enseña y yo aprendo.

Con el capuchón calado y para que los transeuntes no crean que Verito pasea con un velador a medialuz agarrada tirando del enchufe, levanto el ala de la parte trasera y ahora parezco más un Tirolés. Salimos en dirección norte y conversamos sobre el paso fugaz del tiempo. La rapidez con que el verano está cabalgando sus horas en el calendario y ha rebasado el espacio delimitado, tachando las fechas una detrás de otra con rotulador rojo. Hablamos del presente, de vivir el momento sin echar la mirada del revés, sin volver la vista demasiado al frente esperando descubrir eldorado en la quimera de la nada, para destapar el papel brillante que envuelve un regalo de humo, escondiendo una simple caja vacía de cartón y sueños erráticos. Quiero borrar esos pensamientos de mi mente. Son piedras en el camino que vuelven mi carácter de por sí arrimado a la melancolía más nostálgico, pesado, huraño, triste. Son imágenes inútiles, inalcanzables, falseadas por la irrealidad de los recuerdos.

La certeza está en el instante. En ese punto tangible y vivo. La vida real está concentrada en el tacto terciopelo de la yema de tus dedos palpando un pedazo de piel de seda: en el aroma intenso de dulce perfume que sumerge todo un océano, estallando en tu pituitaria con la explosión nocturna de un Galán de Noche; en el sabor concentrado de una lengua caliente y extraña chocando con la saliva salada de tu propia boca; en el tañido vibrante de un instrumento afinado interpretando una melodía armónica en el interior de tu cerebro; en el brillo inmenso de un muro encalado flirteando con la luz cenital en un domingo cualquiera de agosto.

Pasamos caminando al ritmo lento de la marea que marca el descenso de la luz en una noche sin luna, descalzos sobre la tarima armada con gruesas traviesas de pino hasta llegar a la Escuela de Vela, donde la madera deja paso a la arena fina y tibia. Llegamos hasta la playa del Torreón disfrutando de una noche estrellada, clara, adornada con las centelleantes lentejuelas que jalonan el perfil horizontal, indicando entre las sombras azuladas la línea serpenteante de nuestro sendero. En lo alto, las luces amainadas de los apartamentos trazan siluetas encendidas en los balcones, dejando pasar las voces que suben escondidas escampándose desde recónditos setos hasta perderse en la inmensidad oscura tapadas por el constante sonido de las olas.

Llegamos a casa cansados del viaje. Cenamos y Verito se quedó dormida viendo Heights –En la cumbre. Ella si que está siempre en la cumbre. Aguantando como una reina. Quizás consiga algún dia ver una película de cabo a rabo. Cuando se baje.

jueves, agosto 17, 2006

La ventana indispuesta

En estos dos últimos días el viento de suroeste ha montado en cólera arañando todas las superfícies a la vista, encorvando palmeras y rasgando toldos. Ayer creció a primeras horas de la tarde después de una apacible mañana, encrestando el mar con ráfagas que superaban los cuarenta nudos de fuerza, bufando indómito hasta que decayó la luz del sol, con las primeras estrellas de la Osa Mayor emergiendo en el horizonte. Retiré las tumbonas y algunos cachivaches de la terraza que volaban sin control de una parte a otra empujados por las rachas afiladas que cruzaban a esta altura. Temía fueran a caer sobre la cabeza de alguno de mis amables vecinos partiéndole la crisma como un melón. En el ángulo de la casa que delimita las vertientes sudeste y sudoeste confluían las corrientes en un torrente de aire cálido y seco, polvoriento, variando el rumbo hacía la sierra, no acierto a saber por qué motivo. Yo jugaba tendido en el suelo disfrutando del chorro a presión que golpeaba mi piel desnuda intentando arrancar los elásticos shorts negros de Verito que llevaba puestos. Recordé la sensación de navegar agazapado en la bañera de mi barco, protegido por el tambucho mientras orzaba buscando el infinito índigo. Era el mismo empuje que notaba cuando sentado sobre la moto, conduciendo por alguna carretera ebrio de placer, levantaba la visera del casco para dejar paso al invisible éter.

Esta mañana amaneció el cielo cubierto de luz cenicienta y con el Garbí arreciando inclemente. Si ayer vi abalanzarse una silla roja empujada por una mano fantasmal sobre el hierro forjado de la baranda, hoy, mientras leía acurrucado en el sofá observaba atónito como la mesa verde olivo pasaba delante de mis ojos hacia un destino ciertamente incierto. Llovió poco, cuatro escasas gotas, lo suficiente para ensuciar de barro los dos grandes ventanales del comedor. Supongo que el resto de cristales habrán corrido la misma suerte y tendré que arremangarme y limpiar. Es lo que tiene vivir en esta zona. Mucho calor, hermosa vista de nívea luz mediterránea pero cuando se decide a humedecer la naturaleza lo hace con polvo, será para contrarrestar. Quid pro quo.

De todas formas, tampoco le daremos demasiada importancia, que ha vuelto a renacer el sol con su esplendor acostumbrado alumbrando y deslumbrando en esta caída de la tarde fresca, de mármol y zafiro.

El tiempo impredecible sumado a la pereza, o tal vez a la cómoda posición que mantenía refugiado en el castillo de mi casa, refrenó las ganas de bajar a ver Superman en la playa dels Terrers anoche. Nos quedamos viendo Cars, la espléndida película de Pixar –Disney- que me dejó francamente impresionado. Alucino comprobando como evoluciona el mundo de la animación, luces, texturas, materiales, independientemente de la calidad de los guiones y de la dirección. Ese Lasseter es un genio que sabe rodearse de gente buena. Repetiré.

También acabé la lectura de La Mujer del Viajero en el Tiempo de una desconocida para mi Audrey Niffenegger. Compré el libro sin referencias, directamente porque me gustó el título y la sinopsis. Comencé a leerlo después del Ulises y estuve en un tris de dejarlo y pasarme a otro asunto cuando llevaba muy pocas páginas, pero persistí hasta que acabé con él.

También estoy bricolageando por mi chapuza-vivienda, fruto de la chapuza-reforma de los antiguos propietarios G&G de Toledo. La energía eléctrica en nuestra galería no funciona porque se quemó una clavija. Al abrirla dentro tenía una banda elástica fundida y los cables ennegrecidos con el recubrimiento plástico deshecho y socarrado. Estamos buscando un modelo similar y no encontramos porque instaló en toda la casa el modelo viejo que no lleva toma de tierra. Más tarde me dediqué a desvencijar una de las puertas de los ventanales del salón porque presentaba el cristal desencajado. Había recolocado los tornillos que sujetan las escuadras del marco por fuera de la hembra, reemplazandola con un grumo de silicona blanca. De todas formas son puertas raras. Las puedes quitar pero luego no quieren entrar. Necesitamos un manual de como-colocar-una-puerta-en-su-sitio. Para averiguar como se colocaba el burlete de caucho en la junta estuve dos horas, metiendo y cayendo y volviendo a meter. Lo encajaba por un extremo y cuando llegaba a la mitad del recorrido ya tenía fuera lo anterior. Hasta que descubrí el secreto.
Cuando llegó Verito encastramos a base de golpes esa lama rebelde.

-¿Cómo la sacaste? Esto es imposible. Aquí no entra.
-Si. No ves que está fuera. Tú dale fuerte que la metemos.

miércoles, agosto 16, 2006

Barrilito de Cerveza

Con Xavito llevamos un ranking de temas que nos hacen discutir, y al cerrar la estadística los cómputos nos dicen que el tema dinero es el mayor enemigo a la hora de la tertulia en la familia vaguitos.

Inesperadamente nos surgen problemas de adultos, de esos que siempre vimos resolver a nuestros padres con adultez y alguna que otra rencilla.

Ahora nos tocó a nosotros. Hemos detectado alguna que otra anomalía en nuestra nueva casa, soluciones a la mejor manera “lo atamo con alambre”, que poco a poco van saliendo a la luz. Nosotros queremos dejarlo bien, pero eso conlleva una serie de gastos que debemos asumir sin decir ni pío. La cuestión es que todo gasto es un posible ahorro si no lo hacemos.

Yo, que soy una gastadora compulsiva, cachivache que veo me lo quiero llevar a casa, entonces voy comprando cosas por ahí, todo útil por supuesto, y llego a casa con la sonrisa de oreja a oreja hasta que me topo con el cacique ahorrus cruzado de brazos y palmeando la planta del pié contra el suelo preguntándome para que demonios sirve el artilugio nuevo. Generalmente encuentro respuestas, y al final termina jugando más él que yo, tal es el caso del ordenador portátil que competía con su flamante y blanco Mac, manzanita que terminó por dejar dentro de un cajón de casa.

El último ejemplo para afianzar mi teoría, es mi reciente buena compra. El finde pasado ha llegado de Palma el hermano de Xavito, Juanito, junto a sus dos nenas, dejando a su mami en casa pintando y llorando a moco tendido. Esto viene a cuento porque junto con los tres Palmeritos vinieron los demás hermanos, sobrinos y cuñados a festejar esa navidad que en diciembre se queda a medias, en nuestra veraniega terraza, parecía la navidad de Buenos Aires, con treinta y cinco grados de calor y comiendo turrones. Una maravilla.

Con tanta gente en casa, es normal salir a hacer una compra al súper para rebozar alacenas y dejar pipones a los comensales, que no falte nada, que se vayan con la panza llena y el corazón contento, o mejor dicho con un poco más de colesterol. En fin, agarre mi C2, tiré los asientos para adelante, a modo furgonetita y me fui a Mercadona. Me surtí de todo lo posible y de pronto veo que en una de las góndolas, un artilugio color esmeralda y plata me llama, hace tiempo que lo tenía visto y no se presentaba la ocasión. Mira tú por donde me sale esta oportunidad de llevar a casa el barrilito de Heineken que tira las cañas (chopp) como ninguno. Llamo a Xavito para pedirle que cuando llegue a casa baje alguien para ayudarme a subir sacos de material alimenticio y de paso le comento lo del barril. Mare meua o mamma mía, el oyente telefónico; para resumir su comentario, diré que le pareció una idea de merda,

- ¿para qué un barril de cinco litros si yo compré seis latas?

- ¿SEIS LATAS?

No se rían blogueros de la inocencia de mi purrete, que él lo decía con toda la convicción, con media docena haríamos el reparto de los panes y los peces para quince personas, pero les prometo que él estaba con todas las de la ley, seguro de sí mismo.

Duró este convencimiento hasta que tuvo al barrilito frente a él. La comitiva Portalés, Xavito, con Barres, el primo, y Rubén, el hermanito menor al frente de la misión “Destapando Cerveza”, vaso tras vaso, intercalando aceitunas partidas y papas García. El inservible barril minuto a minuto iba bajando de peso, como yo, vale decir que he bajado cuatro kilos ya, y en un momento el barril cantaba su vaciamiento y hacía eco.

- Verito, que bueno está el barrilito Decía Xavito con voz alegre,
- ¿has comprado sólo uno??
- Sí Kurrununi, ¿para qué más, si aún nos quedan seis latas?

En fin, ahora voy en búsqueda de los estores rojos, a ver si pasa lo mismo que con la cerveza. Ya les contaré como va la compra.