viernes, junio 30, 2006

Doña Nélida

Con su delantal a cuadros marrones y blancos, mirada pícara y andar bamboleante como de niño que recién da sus primeros pasos, mi abuela recorría ese infinito pasillo descubierto de la casa de Virgilio 715 con la pregunta, esperada por los nietos, asomando por la boca:

- ¿Quieren que haga fideos con manteca y tortilla de papas?

Un SÍ al unísono se escuchaba, y algún que otro pensamiento de los mayores que se percibía en el aire. Con cuatro huevos y un paquete de pasta seca hacía un banquete como para veinte. Nos juntábamos los hijos de seis, de los ocho hermanos de mi madre, así que entre cónyuges y crías había comensales por donde miraras. Sus ollas parecían no tener fin, Doña Nélida, siempre tenía un poquito más para repetir y que cada uno se fuera a su casa cenado y casi dormido con el arrullo de su nana que interpretaba antes de irnos.

María Santana encendé la vela,
y mirá quién anda por las escaleras
son los angelitos
que andan de carreras
despertando a Vero
para ir a la escuela.

Me acuerdo de muchas cosas, y suelo decir en miles de oportunidades ese como decía mi abuela que me ayuda a cerrar frases o darles sentido. No era una mujer de grandes enseñanzas teóricas, mi recuerdo de ella es de vivencias, de complicidad y carcajadas hasta hacernos pis encima. Con mi abuela estaba cuando me gané mi segunda escayola por patinar con un solo patín porque la otra pierna ya tenía su yeso adjudicado por una caída anterior. Mi madre trabajando en la pizzería, Diego y yo al cuidado de mi abuela, y mis patines escondidos en la mochila de quedarme a dormir en su casa. Insistí tanto que al fin, la abu, me dejó ponerme el patín y así fue como terminó agarrándose la cabeza y gritando ¡Olga me mata!. El berrinche se le pasó muy rápido, al minuto de verme convaleciente y con mis dos piernas blancas y duras se le aflojó el corazón y se le volvió a poner con sabor a flan.

Pasamos esa noche las dos en la misma cama, contándonos batallitas hasta muy tarde, bueno, hasta que su voz se ponía ronca y su respiración comenzaba a ser un rugido, ese era el toque de queda.

De mi abuela tengo el mejor recuerdo, desde ir en puntas de pié con un balde lleno de agua para despertar a mi primo Sergio, hasta juntar las monedas para jugarse un numeríto en la quiniela. De esperar la hora de ir al almacén de Don Manuel para volver con los bolsillos llenos de caramelos masticables y de las horas sentadas en el umbral de la puerta las noches de verano.

Podría escribir un libro lleno de anécdotas, recuerdos entrañables y aventuras peligrosas, pero con ésta reseña abreviada les presento una parte más de mí. Y como decía mi abuela, lo bueno viene en frasco chico.

miércoles, junio 28, 2006

McGyver

Esta mañana levanté esa vieja carcasa forrada con tejido adiposo y células muertas en que se está convirtiendo mi envoltura externa, con extrema dificultad, debido en parte a que soy un pecador irredento de carácter irreversible devoto de la Santa Pereza, de la Sábana Santa y de la Sagrada Nevera Imposible de Cerrar, con sus cálices, sus hóstias y sus viandas ceremoniales, de las que doy buena cuenta durante la celebración de la misa de nueve para almas descarriadas.

A todo no se puede llegar con dos manos, dos pies y dos cabezas, preparar un desayuno frugal, aguarse en una ducha olímpica, elegir, colocar y embutir calcetines infames, calzonzillos maltrechos, pantalones usados y camisetas ajadas por el sol. Si también hay que cepillar la dentadura, rociar la cabeza de perfume, sobaquear el desodorante y otear un rato el horizonte marino pues no queda espacio para vaciar el depósito de material orgánico cargado hasta los topes de combustible fósil calentito.

Arrastré la bolsa paseándola con el coche por toda la Plana, cual marsupial con el cachorro en sus entrañas, hasta arribar a la empresa. Abrí las cinco puertas que me separaban de la silla eléctrica, dos con llave que acerté de oido y otras tres a punta de Converse Made in Vietnam, al tiempo que las manos desabrochaban botones bajando perneras con destreza sin parangón lanzándome en un salto sin precedentes sobre el ansiado trono.

Y fue en este momento cuando la experiencia, esa mala consejera, ese tapón de libertades, esa vieja rémora ingrata y reaccionaria acudió por primera vez en mi auxilio no reclamado, ahorrándome el desfile inquisidor por la senda innoble de la deshonra y la humillación más absoluta.

Alguna que otra vez me encontré sumido en la desesperante e ignominiosa solitud encerrado en un aseo, con el deber cumplido, la faena rematada, lo líquido lo sólido y lo gaseoso a pedir de boca y sin el mínimo recurso para aclarar el resultado de la operación matemática. En ese momento crucial es donde se ven las personas con recursos, cuando sale a relucir la inventiva y el orgullo tira del carro con fuerza. Las mujeres en estos casos suelen acompañarse por costumbre de algún bolsito y algo encuentran escondido en su interior, un kleenex, un billete de bus, cinco euros en papel moneda (o de diez o de veinte), un peine de plástico, la tarjeta de crédito del Corte Inglés, un lápiz corrector o un envase de cartóncillo con tampones. Cualquier objeto sirve para repasar lo grueso. Dejamos para el final los dedos con las uñas sin cortar. Allá cada uno con su conciencia, que en nuestra cultura occidental, la única ocasión que el dedo inserta su tierna uñita en el agujero procaz es cuando debido a nuestro ímpetu restregador y limpiante, rasga con ardor la fina capa de celulosa, traspasa enérgico el inmaculado umbral para salir untado de espesa melaza color chocolate Lindt al cacao.

Pero eso es un accidente no deseado, a no ser que se quiera jugar con deliberación al proceloso arte de meter objetos y cosquillear próstatas con el lujurioso fin de obtener rentas placenteras. Pero ya digo que eso es harina de otro costal y hoy no circulaba por esa ruta.

El McGyver de turno que estoy hecho buscaba en el reducido entorno del cuarto de aseo un asidero interesante, alguna herramienta primitiva que en principio tuviera otra utilidad, y como hacen los primates para sacar termitas de un tronco colocando una ramita monda, yo me puediera limpiar el culo con dignidad. Lo más fácil y relativamente eficaz era reducir el tubito que había quedado del anterior rollo de papel, pelarlo a capas con paciencia y de ahí extraer unas finas lascas para rebanarme el fondue intentando no palear al final con la yema del dedo índice,con la consiguiente incomodidad. Menos llamar a gritos hasta que alguien escuche la llamada, que ahí sucumbo ante el terror de las miradas vivas y las risitas burlonas.

Por eso cada vez que entro en un baño, la primera tarea que realizo aunque el colon estalle, por instinto natural o aprehendido, es buscar el rollo. Se podría decir sin ánimo de agrandar mi ego, que en esto soy constante. No hay papel, no cago. Y este recurso animal que poseo, esta mañana me ha levantado como un resorte hacia el encuentro con un tesoro de bolsas de papel hiegiénico por estrenar. Me he llevado cuatro, nuevecitas, acariciándolas como un peluche amado y cariñoso y me he dejado arrastrar por la lujuria del instante.

Ahora, después de atravesar este bendito miércoles, con el cuerpo entrelazado, límpido y relleno de espaghettis al queso, me largo a comprar al Mercadona con la Verito, que la tengo en el portal con el auto esperando que me acaba de llamar a maitines por el celular.

martes, junio 27, 2006

Para las personas NO

A los deprimidos, desmoralizados, a los que por la noche les cuesta quitar la vista del techo, les pregunto:
¿Realmente vale la pena?. Eso que nos mantiene en vela ¿es producto de los demás o de nosotros mismos?
Divertite, jugá, olvidá, metete el orgullo en el culo, que ahí queda bonito y soltate a disfrutar, a reunirte con amigos, ¿qué más dá que sean parejas o que vayan solos?. ¿Qué más dá que en la mesa esté ese que una vez me dijo tal o cuál?
Somos adultos.
Arriba señores, que del rencor no se vive.
Demostremos que somos lo que decimos ser.
Vezitoz

lunes, junio 26, 2006

Don Simón y San Miguel, dos buenos amigos

Pasé la noche de San Juan entre el crepitar naranja de la madera devorada por el fuego y el perfume penetrante de la arena húmeda y salada, mientras una mano invisible daba la bienvenida ancestral al verano balanceando un botafumeiro invisible cargado con resina de pino, muebles secos y papel de periódico gastado. Mi cuerpo descacharrado recibió la temporada con Don Simón, San Miguel y otras personalidades de apellido inpronunciable y de baja estopa que la oscuridad tuvo a bien amagar entre bolsos nevera, bolsas de patatas y demás enseres campestres. Me bañé antes de la hora que la tradición marca como punto de partida del rito iniciático para reclamar deseos y parabienes, y es que los seres de moral distraída carentes de credo nos pasamos por el forro las costumbres para generar otras diferentes y así entretener al personal aburrido y deseoso de nuevas y excitantes experiencias. Hay que ser creativo, porque esto de saltar siete olas para obtener un regalo normal, nueve si la hembra requiere ser inseminada con éxito por un gañán empalmado o si un mocetón del norte aspira a ser asaeteado por otro chicarrón zaíno de calibre no-me-cabe-en-la-mano, y después dar siete vueltas a la hoguera para evaporar aguas acumuladas, a partir de las doce de la noche, siguiendo unas reglas tan estrictas no combina con mi carácter juguetón de rompepelotas, como diría la Verito, que por cierto, voló de cabeza vestida al agua del Mediterráneo en un despiste que tuvo. Quizás por pasar toda la santa noche del viernes ensopada la tengo con algunas décimas de fiebre convaleciente en la cama. Me ha pedido un Termalgín y le llevé el baúl entero donde guardamos la farmacopea y utensílios de vudú. Desconozco la función de la mayoría de las cajetillas exceptuando las tiritas, la cinta de esparadrapo y el algodón hidrófilo.

Pues eso, la playa se puso a reventar, y allí nos juntamos Manolete, un espíritu navegando con todo el trapo fuera contagiando alegría a sus chicos, Alberto, Marta, Manu y Johnny; Lola, Micky el trompeta y Cesar, que planeaba triste con el pensamiento alejado; Patri, Pedro y Anita la gatita valiente conversando sin parar; Pepe-kilómetros, Laura y Jose el Reciente agarrado a su bandolera cantando tangos y boleros; Berche acompañada de un Rabón espléndido, suelto y divertido que sucumbió a la tentación deshinibida de la risa sin cargas; Jorgito el corazón más grande con sus chicas Laura y Gloria; Jorge, con su mirada de lago risueño siempre atento, preparando con maestría la pira y Eleni dispuesta para casarse por tercera vez por amor, con su vestido de piel tersa y morena ante la mirada testimonial de miles de invitados a su boda en la tíbia madrugada de Benicassim.

Yo disfruté como nunca. Jamás me divertí tanto en esta noche repetida. Quizás mi cerebro embriagado impusiera su ley alterando la percepción real de los hechos. Pero pienso que no, que fue una velada mágica, sin puntos ni comas, una frase dictada sin respirar. Me gustó la compañía y me sentí feliz con el contacto físico, con el roce y los abrazos, con las vueltas alrededor del fuego caliente arrastrando los pies, con la toalla mojada sobre los hombros. Me maravilló la estampa de una costa sembrada con cientos de luces centelleantes y de sombras fugaces que se movían dinámicas entre el resplandor encarnado.

Y todo este dosel de colores ocurrió debajo de mi casa, allí enfrente, en el Eurosol. Al terminar, cuatro pasos, cinco pisos y directito a la piltra, que según cuenta mi chica, fue llegar, dejarme caer y comenzar a resoplar gruñendo a lo jabalí, sacando la fiera indómita que llevo dentro. Después, todo el fin de semana para encontrar la salida. Ahora comienzo a ser persona, que ya lo comentó esto en petit comité el gran Heraclítoris el efesiano, que si no quieres polvo, no vayas a la era.


domingo, junio 25, 2006

viernes, junio 23, 2006

La Xiketa perduda

Lía, nuestra sobrina, quiso colaborar con el Blog, así que nos ofreció un trocito de su creatividad con esta historieta del aseo.

Angelitos que se guardan

Durante la variada cena de anoche, comentábamos con Xavito que la mayoría de gente que nos rodea, son ángeles. Pero cabe una aclaración, les aplicamos el término ángeles no por su inmaculada pureza o porque de pronto les crecieron alas, NO. Les llamamos así, porque no tienen sexo.

Quiero que quede muy claro que cuando digo sexo, es literal. Hoy escribí un correo al marido de una amiga pidiéndole unas fotos, y un favor especial, que era entretenerla para que llegue más tarde al trabajo mañana. Entonces como idea le propuse que le hiciera el amor y de esa manera estaría entretenida.

Su respuesta, muy graciosa por cierto, fue que no hacen el amor desde 1984. En este caso no creo que se trate de una pareja de muñequitos con alas, sino que es parte de una respuesta en broma, pero en muchos otros casos el sexo es escaso o nulo.

Yo, cuando hablo de sexo, soy muy suelta, no suelo esconder nada, puedo decir abiertamente lo que me gusta, modestamente casi todo, sin que se me trabe la lengua o un tono rosado furioso invada mi cara. Desde pequeña mi mamá, Olguita, me explicó con pelos y señales lo que significaba tener relaciones sexuales.

Mi primera vez, fue muy bonita, no tenía miedo, sólo curiosidad y muchas ganas. Con mi novio veníamos postergando el gran acontecimiento por cumplir normas de sociedad, pero en realidad desde el primer beso la llama estaba encendida. Después de aquella tarde noche de albergue transitorio, llegué a mi casa y se lo conté a Olguita. Lo más bonito de mi experiencia fue la conversación con ella. No puso caras raras, no manifestó enojo, sólo me pregunto si él había sido dulce conmigo y si me lo había pasado bien.

Considero que todas las primeras veces son el punto que nos marca. Tengo muchas primeras veces, no hablo de sexo solamente, sino de experiencias que me daban curiosidad y que antes de pasar por ellas me parecía tener al planeta tierra cargado al hombro.

Mi primera vez como camarera me dejó señal en la cabeza, un sello distintivo con letras grandes, SUDACA, y un posterior recelo a volver a pisar aquel chiringuito de playa que me vió llegar con muchas ilusiones y poca pretensión. Tan poca, que lo único que se me ocurrió pedir, despues de un mes trabajando catorce horas por día, sin descanso, sin sábados ni domingos, fue una jornada de descanso para poner los pies en remojo y comenzar nuevamente con el cuerpo fresco y reposado.

La respuesta de este buen señor, rezongón, de frases por encima de cincuenta decibelios, fue que si quería un día feriado, a partir del día siguiente me tomara todos los que quisiera, porque a mí no me quería más en su chiringo. Sumó otras frases célebres como que estaba cansado de Sudacas que venían a robarle y a quitarle el puesto a los españoles.

Pienso que entre toda esa sarta de pelotudeces, se olvidó decir que él contrataba extranjeros para no pagar la seguridad social, porque su esposa labura en el ministerio de trabajo y porque el dinero black le supuraba por las orejas.

jueves, junio 22, 2006

Tinta china

El lunes en la casa hicimos vidas paralelas, mientras yo escribía en la terraza con un gintonic a la vera, Verito conectaba el televisor para disfrutar de un trepidante partido de fútbol entre moros y cristianos, como en las fiestas de Alcoi. Escuché sus comentarios de experta argentina hasta que el sueño apagó su vocecita radiofónica antes de que terminara la primera parte. Continué aclimatando mi ánimo al calor tórrido del pais en una noche sin luna, solitaria y silenciosa, solo quebrada por los aullidos infames y groseros de un par de exaltados gritando la palabra gol. Entre esas voces histéricas expulsadas desde el intestino grueso distinguí la de un niño, el hijo de una de las inteligencias marsupiales que estremecían los cimientos del edificio y que esgrimía la misma estúpida y aplanada cantinela que su erudito progenitor. Pienso que cada individuo crece incorporando influencias desde distintos ámbitos sociales, y no son los padres precisamente los que ejercen una mayor presión. Judith Rich Harris escribe en El mito de la educación, que son los amigos y compañeros del colegio los que dibujan nuestra personalidad. Ella lo explica en el libro de una forma didáctica y reveladora allanando cualquier duda al respecto.

Mi padre disfrutaba con los toros y era un seguidor fiel del Real Madrid, entre otras aficiones. De mis cuatro hermanos solo a Juan le gusta el fútbol. Al resto ninguna de las dos cosas. Si que heredé en cambio su afición por la lectura y esa curiosidad infantil por descubrir los misterios insondables del universo.

Escuchar a la rama varonil de una familia eructando a coro palabras al aire sin sentido me hace reflexionar sobre cual es el motivo que les impulsa a vivir en esta zona lejos de la ciudad con el mar a los pies. Dónde estaría la mujer. Aunque la mía estaba pegada a la pantalla con una bolsa de pistachos y un refresco de cola. Imagino que si alguien es capaz de vivir en este entorno durante todo el año es porque quiere añadir algo de poesía en su existencia, que así es como yo lo veo.

Estos dias trabajo hasta las tres de la tarde y luego me voy a Benicassim a prepararme la comida y dormir la siesta arrullado por la brisa del mar. Me tiro indolente sobre el sofá con un libro en la mano hasta quedarme dormido con la última imagen fija de una franja de zafiro impresa en el interior de mis párpados. Ayer mi madre llamó para que pasara a firmar los papeles de la venta de unos terrenos en Artana. Ella vive con Ana, Robert y Lia en su casa Primera Línea de Olas en la playa de Nules. Llegué a las cuatro para comer de su cosecha. Tomates que huelen a tierra, carabassuá, una crema que prepara mi cuñado con calabazas recién arrancadas al huerto, cocidas con agua clara y batidas con queso fundido y sal, habas de seda cocinadas con cebolla, pimiento verde troceado a la plancha y un pedazo de queso curado manchego. De postre unos fresones calientes sin lavar que le crecen descuidados sobre una mata escondida en mitad de una fila de naranjos y que cada año brota sin aviso por generación espontánea.

Mi sobrina me presentó a sus dos tortugas, su pez naranja y a su família de conejos de indias. Después me mostró su último cuento escrito en el cuarto de aseo sobre un bloc de anillas preparado para ese fin. Le vamos a publicar el artículo anterior que trata de un niño que viaja en barco. El nuevo es sobre la relación con otro personaje violento que ella describe como pegón, un chico que pega.

Luego vine a casa y dormí un rato hasta que Verito me sacó a pasear con la bici. Encontramos a un ciclista barbudo llegando al Grao y no era otro que el gran Marcialín, que nos dijo que él también tiene una máquina igual a las nuestras antigua y oxidada que perteneció a su abuelo y que piensa reciclar próximamente. Después de machacarnos con elegancia nos regaló un spray reparador de pinchazos y vulcanizado rápido que llevaba como repuesto en un bolsillo. Fuimos comentando en paralelo hasta la altura del Ortega y ahí lo despedimos con su descriptiva frase flotando en la cabeza. Marcial rodaba con autoridad sobre una pieza híbrida de corredor experto mirándonos como novatos ancianos y decrépitos. A la vuelta nos pasó como una exhalación un culo encarnado con piernas propiedad de Inés, una compañera de Verito que circulaba con los patines de línea por el carril bici y que cumple sus veintisiete años el viernes. Las chicas le tienen preparada una sorpresa que no puedo desvelar. Luego paramos a tomar un baño en la playa de arena frente al Eurosol y de vuelta por el paseo de madera jugamos a saludar a la gente. El juego consiste en que a cada uno le corresponde saludar con un hola potente al primero que se cruza, sea quién sea mirándole a los ojos alternando los saludos, ella y yo, nunca los dos a la vez. Normalmente pasan mirando al infinito o con la cara vuelta hacia otra parte. Lo divertido estriba en soltarles el hola cuando están a dos pasos y ver su reacción, generalmente desconcertada. Hoy mi reto lo situé en conseguir al paso de una pareja de señoras de categoría, tocarles a la vez el timbre de la bici y lanzar un hola afeminado y maricón. Hay que ver que yo vestía bañador color plátano, mojado, con sombrero de paja calado hasta las cejas y el torso al aire, arrastrando la bicicleta. No es fácil para un tímido congénito. A ella como tiene la cara más dura le resulta menos esfuerzo. ¿Qué pasa con saludar a las personas? ¿Está mal acaso? Pues no. Nos partimos el culo. Los habitantes del planeta azul son raros.

Ahora ya hemos cenado y la tengo abreviada sobre el sofá, que se ha vuelto a poner mundialista y anda soliviantada con el partido de Argentina, pero el sueño le puede y se ha vuelto a quedar enrocada con la televisión encendida. Habló ya con su madre que estaba viendo el espectáculo en casa de su tia Alicia allá en Buenos Aires y con Victor el que nunca quiere venir a casa, que la llamó para darle el resultado del encuentro.

Yo me voy a dormir que mañana tengo que levantar este cuerpo glotón para mandarlo a la oficina. A ver si me acuerdo que tengo que llevarle un libro a la Patri que la tenemos madurando en el Puerto como un cabernet sauvignon en septiembre a punto de vendimiar. Cumple años el sábado y navega inmersa en un proceso de cambio natural. Sé que de esa crisálida con mirada de tinta china nacerá una mariposa de ala fuerte, estampada con círculos concéntricos pintados al ácido, verde, fucsia y limón, como un mágico y efímero Arco de San Martín pop.

miércoles, junio 21, 2006

Noches de San Juan

Mi humilde estudio del comportamiento de las personas me ayuda a sacar conclusiones de rebajas, pero mías, cada jornada. Filosofía barata y zapatos de goma.

Hoy me tocó la prueba de la reanimación, y no precisamente a través del boca a boca, sino del resurgimiento estimulado con pinceladas de cariño.

He publicado en el grupo de amigos, que tenemos formado en internet, una propuesta para que en nuestra noche de San Juan, montemos una fiesta con hoguera.

Como el grupo no está muy participativo últimamente, estoy intentando mandar ondas de conexión. Invento cenas en casa, y con la excusa de vivir frente al mar, hago de nuestro refugio una especie de chiringuito playero para que la gente pase confiada cuando necesite una reposera donde asentar el cuerpo, una oreja atenta o un masajito en la espalda cargada.

La cuestión es que en un principio no se apuntó nadie, andaban todos sin ciber bolígrafo, o bien, y pienso que me acerco bastante con esta apreciación, necesitaban mucho cariño.

Como nadie acudió a la ronda de respuestas, volví a la carga y persistí con mi herramienta infalible. El toque personalizado de un mensaje por el celular. Una misiva telefónica corta, concisa, que recoge frutos en un instante. Confirmé de esa manera, que la gente le hace falta el mimo individual.

A los segundos de haber enviado veinte ese eme eses, una lluvia de respuestas alegres se presentaron en mi móvil, la melodía de la pantera rosa no habia concluído cuando una nueva entrada, obligaba a cantar al aparato una vez más.

Al final dieciocho foguerers nos presentaremos el viernes en la playa del Eurosol, bocata y coca cola en mano, unas ramitas de olivo, o unos tacos de palet y ganas de participar en este pentathlon: encender, comer, beber, saltar y nadar.

Esto no solo es estimular amigos y quedar como la Sor Teresa, quien más se gratifica con esto, y no tengo dudas, soy yo. Cada confirmación, cada Sí, me hace grande, me carga las pilas, me incita a continuar y me hace saber que estoy rodeada de personas que me quieren.

Por eso no colgaré los guantes. En este cuadrilátero, las victorias son constantes, no necesito protector bucal porque no hay rivales violentos. La lucha es por una bolsa de sonrisas, de suspiros contenidos y miradas conmovedoras.

De este ring no me bajo porque el combate con la vida es mi deporte favorito, y si mi preparador me acompaña en esta contienda, tendremos noches de San Juan, festejos de cumpleaños y cenas de amigos sinnúmero.

Porque como dijo Eurípides, el valor de un amigo al cuadrado es indirectamente proporcional al cateto multiplicado por cero. Si no lo entendiste, perdiste.

martes, junio 20, 2006

Baile Àtha Cliath

En la pequeña maleta gris ceniza llevaba un gastado pantalón vaquero azul con la vuelta deshilachada, tres camisetas vírgenes de nueve noventa con motivos comunes, un puñado de calcetines ventilados y calzoncillos de tira suelta elegidos al azar, mis zapatillas converse de recambio con las puntas ennegrecidas, pasta dentrífica, un cepillo rojo desmontable, enjuage bucal, perfume de muestra, desodorante sin alcohol y los cargadores de batería. En la bandolera lo imprescindible, la cartera con los documentos y algo de dinero en efectivo, el teléfono celular, la cámara de video para el blog, un manual de inglés coloquial y el Zorro de Isabel Allende que no consigo rematar. Tengo una tarjeta de crédito por si las moscas que no me sirve porque nunca consigo memorizar las cuatro cifras del código de acceso, que anda encriptado revuelto entre números de teléfono y apuntes indescifrables. El dinero me gusta tocarlo como al Tio Gilito, que se zambullía en una piscina anegada de monedas y billetes. La única herramienta disponible que tengo para acceder al papel es una libreta de ahorros verde palmera de la Caja Rural que dejo aparcada cada vuelta en un lugar y rescato cuando el bolsillo boquea afixiado reclamando fortuna.

La vieja Dubh Linn me recibió al final de la tarde con el cielo cubierto y algunas gotas extraviadas, una luz suave de cristal tintado, olor a zotal en las calles y madera húmeda, que identifico desde la infancia con la fetidez que desprenden las jaulas desinfectadas de un zoológico. Siempre estuve en el error de pensar que ese perturbante y triste hedor era provocado por el pánico súcio liberando glándulas en la piel de las pobres bestias.

Baile Àtha Cliath se abrió de piernas para tragar mi alma íbera. Entré en el útero cálido bajando por O’Connell desde el Walton, un hotel que arrastra el apellido de the world of music, hasta la aguja metálica recorriendo todo Abbey, cruzando el Liffey por el puente de Ha`Penny, festoneado a esa hora con reflejos brillantes meciéndose al ritmo de una flauta lejana sobre su tranquila y oscura superficie.

Pasado el rio salí por un callejón en penumbra hasta el Temple Bar, un espacio gobernado por los estudiantes del Trinity, la música en directo en aceras y garitos, y las pintas negras de cerveza Guinnes servidas ritualmente en dos tandas, una misa completa con el aspecto de un vaso de colacao. El encanto amable de la embriaguez colectiva, una borrachera magnífica y controlada, la belleza etílica del jugo arrancado al cereal fermentado con agua clara perfumada de lúpulo y boj. Las ventanas cuadriculadas de los pubs, los frontones de madera con el fondo pintado de intenso verde guisante o de rojo vino, con la letra en dorado y tipografía gaélica. Los tiradores en fila bruñidos con las marcas estampadas en el cuello frío inundando las barras de espuma viva. Los estantes enmarcados con un espejo detrás, apretados de botellas estrenadas, fotografias amarillentas, vasos curvados de cristal y objetos extraños de procedencia desconocida.

Eire en junio es una fiesta dulce con sabor a cerveza, a mar de acero encabritado y paisajes redondos, suaves y vegetales. Resulta extraño descubrir en sus habitantes un espíritu tan abierto, opuesto a la introspección y retraimiento que suelen presentar los habitantes de una isla. Mallorquines, canarios, ingleses, observan al visitante con recelo, quizás con el instinto protector de los pueblos que se sienten vulnerables ante el poder y los recursos de los continentales. Pero esos rostros saludables, sonrosados, tiernos de mirada turquesa con el pelo zanahoria me dieron la bienvenida sin reparos ni preguntas. Un joven bien vestido, con un exclusivo polo burdeos se plantó frente a mi en mitad del Cobblestone y entablamos una conversación mágica intercalada de apretones de mano y frases celtas invisibles para el resto de mortales. Doy por sentado que seré una sombra apagada en su memoria de niebla, pero él permanecerá presente en la mía. También conocí a un escritor catalán en una esquina mientras buscábamos un restaurante indio para cenar. Actual premio Ramón Llull de narrativa, columnista en la Vanguardia, guionista y de nombre Màrius Serra. Ataviado con las patillas de Tom Jones, mirada inteligente de pícaro escondida en unas gafas de diseño sin montura, sonrisa franca y una chaqueta de twed con coderas, estaba invitado por el Dublin Writers Festival para leer un extracto en inglés de su última novela durante la celebración del Bloomsday en honor de James Joyce el autor del Ulysses. No lo reconocí porque ahora está mucho más joven que en las fotos de periódico que recuerdo.

Dublín, Baile Àtha Cliath, como llevan inscrito en las placas de sus autos, me gustó. Yo que soy amigo de comparaciones siempre odiosas, afirmo que es como una fiesta de la Magdalena, pero lejos de casa. Que ya comentó Heraclítoris el efesiano una vez, que el santo, cuanto más lejos, más milagroso.

Y me cago en los de Ya-punto-com, que nos tratan como a basura; cobrar si que saben, pero el servicio es una puta mierda. Llevamos un mes para que nos den una línea ADSL. No sé en Eritrea como andará la cosa, pero aquí somos bultos paganos, como en un ejército de esclavos. Es una vergüenza, me siento estafado como usuario y la protesta es clamar en el desierto. Cabrones. YA ESTÁ BIEN. Tenemos que utilizar el teléfono y cuesta mucho dinero. para mí Ya-punto-com es sinónimo de panda de ineptos ineficaces. Lo peor es que tampoco me fio del resto de operadoras. Pero si llego a saber que se demorarían tanto los envío al carajo. Parece que están al pedo.

sábado, junio 17, 2006

La sin Marido

Estos días a solas son muy beneficiosos para el ejercicio del cerebro y para ir de compras. Hice una compra intelectual, me compré catorce libros, tres diccionarios, un libro para defenderme con el francés cuando vayamos a Avignon con mi pétalo, uno de inglés con el mismo fin, aunque con ese idioma, y no es por poca vanidad, me defiendo un poquito. También compré dos libros de Ortega y Gasset, uno de Alain de Botton, Manuel Vicent también ha sido invitado en esta compra, Eduardo Punset, Nabokov y Rodrigo Muñoz Avia, a ver que nos aportan. Comencé a leer el de Muñoz Avia, “Psiquiatras, psicólogos y otros enfermos”, ya les contaré que tal, si es recomendable o no.

Son para compartir con Xavito, ahora se nos dió por la psicología y la filosofía, pasamos horas comentando libros, es por eso que la tele en casa no es el elemento más importante de la casa esta temporada.

Ahora me pondré a leer un rato, ya comienza a anochecer y echo de menos los calcetines de mi chico en la terraza posados sobre sus Converse aromáticas.

Parezco esquizofrénica, pero me parece oír un Veriiiiiiiii, Veriiiiiiiiiiii, y de pronto me sobresalto pensando que es Xavito con su habitual llamado filial para que mire una cosa que le llama la atención, o para que lea lo que ha escrito, o simplemente para darme un beso o proponerme un juego.

Hoy estuvieron Lola y Micky en casa, vinieron a pasar el día, así que hicimos un poco de playa, el baño de mar riguroso y por la tarde, despues de comer y hacer la charla de tumbonas mirando el Mediterraneo y luego, cuando el sol acariciaba pero no abrazaba, nos dimos un paseo en bicicleta hasta las playas del Grao de Castellón.

He recibido llamados de Maitesue, Vicente y Conchín para salir esta noche. Al final, he quedado con la conchita y vendrá después de cenar a tomar algo a casa.

La dependencia Javierana que me acosa me parece que es bastante preocupante. Yo, la mujer liberada, independiente y a su rollo que me jacto ser, parece que no tiene nada que ver conmigo.
Y mi chico me ha dicho que tiene ganas de volver a casa. Mañana llega, lo esperaré con alguna sorpresa. A ver si me dán algún consejo y se les ocurre algo con que lo pueda sorprender.

Bueno, me voy a tomar un café con mi cafetera Nespresso. Toma.

viernes, junio 16, 2006

Mis días sin talibán

Me han dejado como responsable de esta hoja diaria, y tengo que llenar este espacio hasta que llegue Xavito con ese borbotón de aventuras que tendrá para contar cuando llegue de Dublín.
No quería irse, tenía ganas de disfrutar de su terraza, su vista con el mar de fondo enfadado que tenemos desde hace tres días y el reflejo de la luna que nos han pintado justo frente a las tumbonas que tenemos con parking fijo.
Todos los ambientes de la casa me parecen absolutamente iguales, desde que nos mudamos aquí, no hemos mirado la tele, y hoy, que sé que Xavito no está por llegar, que no espero a nadie, lo primero que hice fue encender el chupete electrónico para sentirme acompañada.
Lo llamaría al móvil todo el tiempo, pero me contengo porque también me hace mucha ilusión que cuando venga tenga mil historias que relatarme.
Me han invitado a ir de tascas por Castellón. Mis compañeras harán unas copas esta noche. Una de ellas también pasará la oscuridad del viernes sola, su marido tiene una travesía ciclista, así que para aunar nuestras soledades, organizó esta mini fiesta. En principio dije que sí, pero con el correr de las horas ví que se hacían las seis de la tarde y mi corazón se aceleraba cuando por mi cabeza pasaba la palabra MAR.
Hablé con las chicas, les conté que no me apetecía, y después de escuchar unos dos o tres “pero tíaaa”, y ya sin culpas, emprendí el ansiado camino a casa.
He tenido dos escalas antes de llegar. Una en monfort donde me esperaba un mantel rojo para vestir la mesa de la terraza que reboza de logos de Coca Cola; y la siguiente escala fue en una casa de electrodomésticos para hacerme, por fin, de una cafetera express que deseo desde hace tiempo. Por cierto, la he probado y hace un cafecito espumoso increíble.
Ahora estoy en la terraza, mientras redacto el post veo como una niña hace burbujas de jabón con un vaso y un cosito especial para eso, las mira irse y tomar el mismo rumbo que la bandada de pájaros que recrea el fondo marino y tranquilo que tengo de frente.
Intento entretenerme hasta con los ejercicios de mi vecino, tengo la vista parcializada, un poco para cada lado. Procuro hacele caso a cada detalle que pasa por mi costado. El viento que tira mi falda hacia arriba y desnuda mi pierna. El mosquito que trata por todos los medios de succionar lo que queda de mi buen alimento, ya que anoche eran como veinte y yo sin Xavito al lado para quejarme de mi fastidio.
Hoy me acompañarán dos panes de leche con jamón y queso, un zumo de naranja Pascual que es 100% zumo directo con pulpa y me encanta, y el broche final lo pondrá el helado de mango sin azúcar que compré en Mercadona.
Luego, NO SE QUE HARE, desesperar, este tío, Xavito, no tiene ni idea de lo importante que es para mí. Yo no sé porque lo quiero tanto. ¿Será porque me siento amada, porque siempre está pendiente de mi felicidad, porque me corteja, me halaga y me critica con amor?
Bueno, blogueros míos, cortaré comunicación en este momento ya que mi ojo derecho está detectando que en la tele están mostrando uno de los seis goles que esta tarde marcó Argentina.

miércoles, junio 14, 2006

Ovejas merinas

La chica de negro envió a las cuatro de la tarde un mail a los vecinos de Pedro Botero, ángeles caídos avivando calderas. España ganaba dos a cero y eso tenía que ser algo importante para la cuadrilla de homínidos varones y machotes que trasegaban inquietos encerrados entre cuatro paredes dos metros debajo de la planta de sus pies. Dió por sentado que eran hombretones curtidos, cuando tal vez fueran mujeronas que aún no asomaron la cabeza fuera del ropero. También apuntó como axioma que el hecho de tener un churro torcido colgando conduce directamente al amor apasionado por un espectáculo masivo y popular. Obvió en tercer lugar la presencia de una compañera en el recinto carcelario. Pero una mujer es una mujer. Andaba yo enfrascado intentando arreglar un problema menor con una tableta gráfica, buscando en la página de Wacom soluciones apropiadas, descargando controladores y demas zarandajas. El developer era un francés amable y paciente, al que tuve pegado al teléfono casi una hora.

-¿Y tú no veis la pagtida de España?
-No amigo, que ando con la pala alimentando el fuego. La gente en la oficina está trabajando de firme y tengo que dar la cara. Cada uno tiene sus aficiones, pero ante todo somos profesionales y sabemos que primero es la empresa.
-Pues van tges a cego.
-Ew.

Mateu respondió entretanto al correo con la duda. Quizás fuera un ornitorrinco en vías de extinción comentada flemático mientras diseñaba una novia atrapada por una langosta vestida de etiqueta, en amor por el marisco, una nueva campaña para el Marblau de Jesús Gor. Carlos subía y bajaba averiguando datos de interés a la vez que ilustraba con el Painter un bodegón de mayonesa y bravas para unos envases de Carnes Murcia. Entre la marea de goles pintó una cabeza de ajos en los ingredientes de la suave salsa y tendrá que borrar mañana. Yo seguía la conversación con el chico americano de Corel, palabra que siempre pronuncié Córel y que sonaba Corél en su correcto vocabulario corporativo. Sabrá él más que nadie como tiene que ser la dicción. A partir de hoy será así como dictaré el odiado nombre para un usuario de mac. Me hizo entrar en un efetepé de su empresa para descargar unos parches efectivos y restituir de esa forma la antigua eficacia de mis estaciones, unas magníficas y relucientes gecinco.

-España gana cuatro cero. El locutor de la Ser se va a quedar sin voz.

Recibiendo un nuevo mensaje de las alturas radiofónicas. Sé que Patri nos trata con cariño, pero cae en la maraña de mediocridad que tejen con astucia los medios y cubren con una tela gris la lucidez. Terminamos a las seis y media de replegar los trastos, cerrar los equipos, las impresoras y el aire acondicionado, fichamos y cada uno para su casa.

En la mía, aquí en la playa, tenemos un pequeño aparato sin antena, en la habitación, que solo sintoniza con cierta nitidez, cuatro canales de carácter local, entre ellos La Vall, Benicassim, Castellón y Alquerías; después la segunda de televisión española y el resto es arroz en la paella a punto de hervir. En el salón está el portátil, el mar, los libros y una legión de mosquitos encabronados con ganas de pelea.

Lo del fútbol es de sentido común. Yo que practiqué durante diez años, terminé hastiado porque me disgustaba profundamente vestirme con pantalones cortos enseñando mis rodillas a una panda de borrachines maleducados que se reunían para matar la tarde detrás de mi portería. De niño reía sus gracias, pero tal y como fui creciendo mentalmente aumentaba el rechazo ante una situación lamentable. Es cierto que entre tanta estupidez existía alguna isla de frescura inteligente que disfrutaba con entendimiento del juego, pero era excepción.

-¡Mátalo! hijo de puta. Tírale a la rodilla.
-Sois todos una panda de maricones.
-Una de Terry y un Soberano.
-Carajillo de ron quemadito.
-Ese de negro ¡cabrón! Te partiremos las piernas cuando salgas.

Cada vez entendía más este espectáculo como la proyección en el tiempo de las antiguas fiestas del imperio romano que a su vez aglutinaba otras más antiguas costumbres orientales perdidas en la memoria colectiva. En el despertar de mi conciencia como individuo está el rechazo ante este tipo de manipulaciones colectivas, que la verdad, nunca entendí del todo. Participé de la pasión del acto deportivo implicándome con toda mi alma, pero desde el interior del entramado. Igual que hice con las artes marciales practicando el taekwondo y después el squash, alternado con ejercicios atléticos que excitaban mis hormonas competitivas. Pero jamás me sentí identificado con ningún grupo ni con equipo alguno. Mi pequeño cerebro de troglodita no concibe que una persona pueda ser de algo, pueda tener el sentimiento irracional de pertenencia religiosa a un ente inmaterial. Yo soy del Barça, o del Madrid, del Liverpool, de los Lakers o del Tomelloso; del Betis o del Boca; de Fabra o de Ibarretxe; de Castellón o de Valencia. De Capital o de Provincia. De la Pilarica o de la Virgen de Triana. De España o de Togo. A mi todo este rantanplan me parece sacado de la misma película de cine gore. Dejando a un lado el respeto por la gente que vive con intensidad una afición y le dedica una parte de su precioso tiempo, el que la practica y el preparador, el resto de seguidores puntuales, como diría el gran erudito Heraclítoris el Efesiano son habas tiernas peladas en la sartén. El ciclismo, la media maratón y el fútbol, las telenovelas y el tomate, el ajedrez, el tute y el ramondino, el frontenis, los Serrano, Aquí no hay quien viva y la pelota valenciana, el esquí naútico, la fórmula uno y los videojuegos de guerra. Lo mismo.

Me sorprende constatar el nivel de ovejas merinas que pululan a mi alrededor. Seguro que me echan del club de Ganaderos y Productores de Lana por subvertir y enviar mensajes de rebelión a la plebe adormilada viendo el partido del equipo de su pueblo. Hasta Verito que es una persona bastante sensata tiene que ver el viernes el partido que juega la selección de Argentina, porque de lo contrario pensarán en su país que es poco menos que una traidora. Ella que es firme defensora de eliminar fronteras entre los estados y que se considera ciudadana universal. A ella que le importa un huevo lo que hagan o dejen de hacer un puñado de jovenzuelos bien remunerados en calzoncillos de colores correteando en medio de un prado de cesped.

Ciertamente pienso en lo que mi honrado Heraclítoris el Alejandrino haría en mi situación. Antes de cortarse las venas, pienso que se las dejaría largas. Yo, mañana me largo a Dublín, a beber cerveza y a escuchar buena música, que allí aquellos irlandeses me parece que no participan de este carrusel y estaremos tranquilos.

martes, junio 13, 2006

La sirena arrugada

Estaba en el Carrefour. Ví a una pareja de ancianos de la mano, con una cesta de las que tienen rueditas, vacía. Miraban los helados con ansia y no pude evitar escuchar su conversación.

—Hasta dos euros podemos gastar. Cómpralos.
—Los comeremos cuando tengamos mucha gana.

Me sentí una mierda. Comencé a pensar en todo lo que esa relación septuagenaria habría hecho en su vida. No sé nada de ellos, pero tampoco entiendo demasiado, los vi desprotegidos, desamparados. ¿Tendrán hijos? ¿Habrán labrado la tierra?.

Esta escena, me trajo a la memoria una situación vivida hace dos fines de semana y me sacó un poco de la angustia. Xavito y yo estábamos en la playa y un contingente de abuelitos disfrutaban de una mañana de verano. Gorritos con flores de colores, caras maquilladas con restos de pintura tiñendo alguna arruga, sombreros de paja de color sol protegiendo las cabezas maduras de los señores con carcasa obsoleta y espíritu de estreno.

Una de las chicas de antaño comenzó a animar a Xavito para que se metiera en el mar de golpe, de un chapuzón, y allí surgió la charla, en la que nos contaba que a partir de cierta edad uno ya no se fija en cómo queda, qué dirán, y cualquier fruto de la represión que asalte nuestra cabeza. A partir de la vejez ya se puede hablar a gritos, combinar cuadrados con círculos, olvidarse de cosas, caminar torcido y jugar como niños. Había pagado unos pocos euros para pasar una semana en Benicassim “como una reina”, así lo describió ella.

La alegría transmitida por la señora era enorme, un caudal de energía alentando a los demás a disfrutar de la maduréz con el inserso.

Elijo ser como Doña Pilas, pero ahora. Quiero combinar flores con estrellas, olvidar que tengo michelines cuando caigo en la silla y cruzar los brazos para esconderlos, caminar descalza pisando charcos en el centro de la ciudad, cenar a las tres de la mañana y comer a las cinco de la tarde, cojear si me duelen los pies e ignorar las voces críticas y los ojos saltones.

Lamento que algunos cráneos, filósofos del cotilleo, no vayan a entender esto, que no comulguen con el ir cantando por la calle o no soporten confesiones de amantes del sexo. Me indigna que no comprendan que ser auténtico es lo más saludable que les puede pasar.

Chupar cirios en la iglesia sólo para saber en qué podemos enganchar a la vecina, no nos encaminará a una vejez como la de la chica de la playa, porque blogueros míos, esta sirena arrugada que encontramos en el Mediterráneo, ha pensado igual toda la vida, siempre ha sido libre, el envejecer no ha sido la fórmula para ser ella misma y contagiar chispas de humor por donde vaya, NO. La poción mágica se debe tomar ahora. No esperemos a ser mayores para disfrutar, seamos todos un poquito Doña Pilas, pero coloquemos la batería en el cuerpo ya mismo, regalémonos cosas, invirtamos en nosotros y en nuestro bienestar.

Si auto-amarnos, agasajando nuestro yo constantemente es pecado, mi mano está en el timbre del 666. Comenzaré pidiéndole una tacita de azúcar.

lunes, junio 12, 2006

Mi niña Lola

Lola vino al mundo el año que Maragall, alcalde de Barcelona, repartía preservativos gratis entre los jóvenes deportistas de su Villa Olímpica.

La ví por primera vez en casa de mi madre, un domingo soleado a la hora de comer la paella. Entró con la curiosa excitación de lo desconocido, recorriendo los pasillos y husmeando cada rincón, intentando retener los olores que aún no le pertenecían. Era un todavía un bebé juguetón y ya quería reclamar los derechos de un adulto.

Rober y Ana educaron a Lola desde que la recibieron en casa, a los pocos días de nacer. Le enseñaron a ladrar si un extraño aparecía en casa; a dormir en una cesta de mimbre recubierta con una manta de cuadrillé azul; aprendió que debía hacer sus necesidades sobre la tierra de un descampado próximo; a caminar por las aceras sin pisar el asfalto; a comer con la prudencia de una señorita refinada. A esa niña arisca de orejas largas y bamboleantes la prepararon para que pudiera vivir en un apartamento, entre personas, sin molestar demasiado. Y ella se fué adaptando paulatinamente al ritmo marcaban sus padres adoptivos. A las costumbres del país. También a los restos de comida de los bares cercanos. Nunca dejó de ser una chica independiente que, disfrutando de salidas festivas con la excusa de evacuar excedentes, sabía divertirse hasta altas horas, tornando a casa empachada y con la resignación de quién se sabe culpable, esperando una severa reprimenda.

Lola desde siempre ha estado con la família, ha sido un miembro más, integrado en el núcleo. Porque si mi hermana es su madre, yo debo de ser su tío. O algo más. Nuestra relación siempre ha sido especialmente entrañable. Ella cuando me oía llegar, se acercaba moviendo la cola con frenesí y tumbándose panza arriba, abría las patitas impúdica para que le rascara entre las ingles. Eso era sexo. Nunca tenía suficiente. Era una ninfómana recalcitrante. Si era ella la que llegaba a casa, me buscaba y entre apremiantes palabras ladradas en su expresivo idioma, exigía su ración de placer.

De más joven disfrutaba en la playa de Nules atrapando cualquier cosa. Te decía que eso que tú tenías en la mano era suyo. Era de su propiedad. Se quedaba mirando con fijación hasta que soltabas su tesoro. Entonces corría como una loca divertida saltando como un bambi con las cuatro patas al unísono, al llegar cerca de su objetivo. Observabas a esa bolita peluda de color caramelo atravesando la arena entre los muros persiguiendo un canto rodado. Aún puedo escuchar el sonido de sus pisadas escarbando las piedras, arrancando hacia un señuelo perdido entre un mar de conchas idénticas. Otras veces se colocaba delante y te rogaba con insistencia que jugaras con ella. Entonces le tiraba las pequeñas piezas de grava por encima de su cabeza y ella brincaba con un resorte extraordinario en un plongeon de campeona, estirando su cuerpecito con las patas delanteras encogidas. Para que no se estropeara la dentadura, procuraba sacarlas fuera de su alcance, porque lo que más le encantaba era morder con fruición su recompensa, ya fuera una roca o un corcho. No paraba en esos detalles. Creía ser un león salvaje en la sabana. Mi cuñado siempre decía que ella estaba entrenada para matar a la pobre caña que identificaba como presa. Se colocaba en una pose igual a la esfinge de Gizeh y colocaba su botín encajado entre sus patas, con los dientes devorando su juguete y con los ojos marrones vigilando para controlar que no le arrebataran su víctima.

A Lola le chiflaba nadar. Gozaba cuando catapultabas un palo sobre la orilla del mar; salía disparada sin preocuparse del estado de las olas ni del ímpetu de las corrientes. No le importaba. Se sentía segura y nadaba como un delfín. Muchas veces, porque quizás estaban altas las crestas, perdía de vista la varita, y si pasado un cierto tiempo no alcanzaba el reclamo, regresaba entre angustiosos revolcones a pisar tierra firme. Rober es pescador de curricán con piragua y se hacía al agua con el grumete encaramado en la proa, haciendo de vigía; rastreaba con ojo avizor y al avistar cualquier desperdicio, saltaba de cabeza para recogerlo. Para él era más que una perra un pelícano con buche. Reíamos con ella. Salía mojada con los pelos pegados y con un aspecto lamentable y derrotado porque sabía que antes de retirarse tenía que pasar por el aclarado en agua dulce. Entraba con las orejas gachas dentro de un balde de plástico que conocía perfectamente; esperaba con paciencia que le limpiaran por partes; el culito, la panza, el lomo, las patas y por último la cara y el hocico. Luego extendías su toalla en un sitio seco y límpio de arena. Venía y representaba un baile que era el que realizan las abejas cuando vuelven a su colmena para describir el destino de un campo de flores perfumadas. Todo dentro de los límites del toallón y agitando su cuerpo para expulsar las gotas. Al finalizar este ritual se recostaba para lamerse y terminar el aseo.

Era un glotona y por eso Rober la alimentaba con bolitas para perro, que tenían una apariencia horrible, como macnuggets marrones y duros. Pienso que nunca se acostumbró a este menú diario de bar para obreros y siempre prefirió un buen plato de queso curado. Recuerdo cuando comíamos en la playa y al retirar la mesa con las sobras de paella encima, Lola acompañaba el santo hasta la cocina moviendo la cola con alegría. Después se quedaba esperando sentada debajo de la tabla hasta que mi madre le daba la trabajada recompensa.

Le gustaba sentarse para ver la tele en los sillones, acurrucada y apacible. Por la noche vagaba de cama en cama como un alma en pena dentro de su castillo. Escuchabas los pasitos y el tintín de su collar con los datos grabados en la chapa, igual que un marine americano. Trepaba hasta la cama de un bote y sigilosamente se acostaba a tu lado. Soltaba un suspiro largo y profundo para dormirse traquila con la respiración pausada, como una manta térmica entrañable en las noches frescas de septiembre.

Otro de sus placeres preferidos era restregarse sobre alguna caca humeante, recién facturada y fétida. O sumergirse despatarrada encima de algún pescado pútrido que encontraba varado en sus excursiones nocturnas. Ana sospechaba que también era plato de su gusto el navegar en los basureros del Marea, el restaurante que tienen a una manzana, y que dejaba los desperdicios diarios de marisco al alcance de su inagotable y tenaz acoso. Esos días desprendía un tufo insoportable, pero para su olfato de cocker debía de ser Channel número Cinco a la cáscara de gamba.

Lola estuvo preñada dos veces. La primera fue un embarazo sicológico y su hijo era una pelota desgastada de tenis, de un amarillo limón desvaído. La llevaba consigo a todos lados, protegiéndola con agresiva saña de madre. La estoy viendo debajo del sillón con la bola debajo de su morro y mirando amenazadora al mundo. La segunda tuvo tres hijos auténticos de color negro. Eran aristocráticos y de buena família como ella y el padre inseminador, pero a estos no les trató tan bien como al tenista. Al poco tiempo los expulsó de allí, valorando más su instinto de competencia que su apego maternal. Digamos que no fué la madre perfecta. Estos cachorritos preciosos eran sus calcos, pero de color distinto y fueron repartidos entre algunas familias de amigos.

Se olvidó pronto de ellos y siguió su vida durante estos últimos catorce años, entre mimos y reprimendas, acotado siempre por el cariño de sus padres. A mitad de este periodo apareció Lía, su otra hija y mi otra sobrina, que compartía entre mi madre, la Paqui y Lola un amor triangular. Lía se crió con su hermana mayor, hasta que con los años la fue superando en talla y volumen.

Siempre ha estado cuidada y protegida. Cuando enfermaba acudían al veterinario después que Rober le proporcionara una primera cura preventiva, vigilada como la niña delicada y traviesa que era. Pero en este tiempo se hizo mayor y le fueron apareciendo los achaques de la edad. Le salieron unos bultitos de grasa en el pecho y una fea llaga en el hocico, que le supuraba. Ya no saltaba como antes, y sus movimientos eran más lentos y desordenados. Con la mirada pedía jugar, pero no podías con el corazón apenado más que acariciar su panza envejecida. Volvía a darse la vuelta y ofrecerme su vientre, pero yo no la rozaba con el vigor de antaño, sino que le pasaba la mano con ternura hasta que movía su patita con agrado.

El pasado lunes cuando llegaron a casa y ella salió a festejar para recibirles como siempre, vieron con preocupación que sus movimientos era los de una marioneta con los hilos cortados. La llevaron a su cesta y le dieron de beber. El martes no podía mover las patitas de atras y se pasó la tarde y la noche llorando. Mi tia Dolores le recetó un poco de poleo porque igual podría ser una mala digestión. Ese día dejó el cazo de agua entero; no coordinaba la lengua para tragar. El miércoles mi hermana le dijo a Rober que no podía soportar verla sufriendo ni un minuto más. Había pasado una vida entera feliz entre ellos y tenían el acuerdo de no dejarla agonizar cuando llegara el final, alargando innecesariamente su existencia en el dolor. Era el final, la despedida. El jueves Rober se armó de valor y la llevó al veterinario de la Vall para dormirla.

Lola ahora descansa entre naranjos, en la partida de Jesús el Nazareno, en el mismo lugar en que a mi abuelo Juan, el padre de mi padre, se le rompió el corazón; en un parterre árido y pedregoso, entre bancales y cubierta por glebas de arcilla y caliza, al pié de las estribaciones de la sierra de Espadán, con el Mediterráneo nebuloso al fondo.

Te voy a estrañar mucho. No dejo de pensar en el miedo que tenías de quedarse sola en casa, que te dejaran abandonada y huérfana; de la pena que desprendía tu mirada triste cuando al cerrar la puerta de la casa del Poble Nou esperabas detrás expectante, sin saber en tu mente sencilla, si era una despedida definitiva. Adiós mi Lolita. Sé que escribir esto no es consuelo, ni mitiga la pena. Sé que el olvido es la herramienta. Pero qué sé yo...

sábado, junio 10, 2006

En época de mundial...

En época de mundiales, marcaciones y puntajes, bien cabe hablar de los resultados de la fiesta de anoche.

Ha sido un éxito. Vaguitos y amigos: 1 – Resto del mundo: no lo sabemos.

Nos hemos divertido. Los cinco pisos que traumatizan a cualquiera, se convierten en una sesión express de Metafísica I y II. Subían todos con la lengua tocando el porcelánico, pero cuando se encontraban con un escenario con el mar de fondo, y en primer plano, una caravana de velitas encendidas en el suelo de la terraza, el desfile de cajas de pizzas y kebaps dispuestos en las dos mesas largas, y el murmullo mezclado con música de Norah Jhones, que cada tanto matizaba con un recuerdo de la infancia como la canción de Heidi o de Marco, eso, calmaba la asfixia de la subida.

Fagocitamos como locos, nos gusta mucho comer con amigos. Las pizzas fueron condecoradas con la gastronomía de Meryou que nos agasajo con un postre blanco y negro a la canela. Maravilloso. El toque final lo puso Manolo y su Ron con Café Arakú que trajo de Venezuela.

Habilitamos hacia la una de la madrugada, la sala de karaoke. Triunfó Camilo Sexto, los pasodobles, Guantanamera y Juan Luis Guerra, sin olvidarme, por supuesto, de una de Bon Jovi que interpretó Conchín, su esposa a la distancia.

Eramos dieciseis; Manolo, Lola, Cesar, Maitesue, Paqui, Jose, Moni, Sharon, Vicky, Esperanza, Chelo, Conchín, Mari Carmen, Vicen, Xavito y yo.

Compartir este espacio con amigos es condición prioritaria para mí, me encanta cuando llegan a casa y los veo moverse como si estuvieran en la suya, eso me hace sentir relajada. Me provoca una sonrisa ir por casa y ver que cada uno ha dejado sus cosas en un sitio diferente, como si ya hubieran elegido su lugar en nuestro hogar. Y lo tienen.

Hoy por la tarde viene Jovi, tendremos clase de guitarra, así que será una tarde musical y entrañable, como cada vez que viene. También me dijo Marcial que vendría a hacernos una visita y las bicicletas. El es ciclista con lo cual espero que venga y me dé algún buen consejo para que el culo no se me quede sacando chispas cada vez que desciendo de mi bípedo rodante.

Paqui, la mami de Xavi, se queda todo el finde, todavía no conocía el apartamento, está encantada, se la vé emocionada, creo que le gustará venir más seguido, bueno, eso espero.

Y mi nene, mi remanso, está durmiendo ahora, la siesta del borrego es de sus preferidas, lo he tapado con un toallón, ya que las mantas todavía no las hemos traído del piso de la vall, con lo cual he leído los 1000 trucos de supervivencia y en estos casos una toalla está permitida.

Hoy tengo el día inspirado, está lloviendo, no ha parado en toda la mañana. El vaivén de las olas pega contra el muro y hace espuma. Hoy su música es más estilo Bethoven. Siempre nos ofrece algo diferente, por eso me da la sensación de estar cada día en una casa diferente, y yo, que tengo espíritu nómada, estoy fascinada con este cambio de escenografía.

Ahora me iré a despertar a besos a mi príncipe de las mareas y le leeré lo que escribí para que me haga la corrección pertinente de puntos, comas, y frases complicadas de entender.

Estoy a gusto.


viernes, junio 09, 2006

Vaguito's party

Mañana por la noche tenemos fiesta en casa, ya están dispuestas en la heladera todas las latitas de refrescos, cervezas, vinos, y elementos bebibles necesarios para tal acontecimiento. Los elementos brindantes, como dice mi amigo Ramiro, en esta ocasión serán de plástico transparente y descartable, la vajilla ya está elegida, en el mismo material pero de colores rojo y azul. Será al estilo Vaguitos, por lo tanto, la cena consistirá en pizzas que vienen en moto, y que nos subirán hasta casita sin mover un músculo.

Tenemos diecinueve sillas, dos reposeras, un sofá de tres cuerpos y una mecedora por lo que le dijimos a nuestros amigos, los últimos que se apuntaron a venir, que lleguen munidos de su sillita de playa. Esta es la cuarta vez que hacemos fiesta masiva, nos gusta, bueno, en realidad me gusta más a mí que a Xavito. El es más de cenitas íntimas, con cuatro o cinco personas le sobra. Yo busco la popularidad, me gustan las masas, por eso, cada vez que organizo algo en casa, no somos menos de treinta personas.

Compré un vodka de diseño, que no sé como sabe, pero tiene un estuche con un holograma de rosas, y según como lo mires aparece la marca de la bebida.

Hoy Xavito trajo más libros a casa, ya está pareciendo nuestra, el mueble del comedor está colmado de literatura de todos los géneros, colores y tamaños; están mezclados con velitas de colores, un espacio especial para refugiar las botellas que serán cubatas para nuestros amigos y un rincón dedicado a los discos que también se basan en gustos nuestros y ajenos, se puede encontrar con solo abrir una puertita a George Benson, Rita Pavone y hasta Conchita Velasco y su chica Yeah Yeah.

Para mañana seguramente se apuntarán más, Manolo dijo que traería su brebaje caribeño para los postres, Sharon un cava y a los demás les gusta el efecto sorpresa, igual que a nosotros que ya veremos donde encajamos a todo el personal.

En la fiesta que montamos en Marqués de la Ensenada, teníamos una jaima de tres por tres para meter a los invitados, no calculamos que a la gente le gusta moverse después del segundo cóctel. Así fue que perdimos el control de la juerga. Veíamos como la gente llamaba a otra gente y al ver la puerta abierta subían sin pedir permiso. El final fue caótico y alegre. Caótico porque nos tocaba recoger todo el efecto pub que quedó por un lado y alegre porque vimos que nuestros amigos se lo habían pasado bien . Colillas por el suelo, pisaditos y bien apagados, eso sí. Vasos de plástico en cada rincón de la casa, en esa ocasión no eran transparentes por lo que nos fueron de fácil localización. Bollitos de papel tisue como si una guerra de servilletas hubiera tenido lugar.

La cuestión es divertirse, así que ya estoy preparada para la noche del viernes. Tengo ganas de pasar una velada entre cajas de pizza y corchos de botellas.

jueves, junio 08, 2006

Habemus Papam

Por fin tenemos en la empresa una página web como Dios manda. Ahora si que puedo comunicar a los cuatro nodos, la dirección de mi lugar de trabajo. Qué es lo que se cuece en este bendito horno, donde transito sin pena ni gloria desde hace dos lustros. ¡Ale! cotillead y sereis colmados con la buenaventura. Y que le den por culo a los de Ya.com, que nos tienen un mes sin ADSL, por eso no podemos colgar una maldita imagen, ni conectarnos a la red. Vamos sufriendo con el modem interno del portátil, intentando no hacer mucho gasto de teléfono. Pero ya nos sacaremos la espinita. De momento hay que conformarse con lo que hay.

www.incomedia.com

El talibán chupa del grifo

Cuando tienes sed no piensas en otra cosa. Agua. Líquido. Lo que sea. El cuerpo necesita hidratar sus células, transportar el oxígeno vital. Esta tarde, he llegado sobre las ocho a casa. Al pasar por el piso de la Vall he recogido seis bolsas de Caprabo repletas con mis libros, un buda quemador de aceites esenciales y algunas velas. Realizo el traslado de residencia sin prisas. Poco a poco. Verito me ayudó a subir los cinco rellanos con el peso de las letras colgando entre los dedos. Llegué a la cima resollando, me bajé de un tirón los calcetines, las zapatillas y los pantalones. Busqué con desenfreno la ducha, incapaz de acercarme la playa, y de nuevo volver a escalar ochenta peldaños.

Salí húmedo por fuera y seco por dentro, buscando refresco, y ataqué lo primero que se cruzó en mi camino. Tuvo que ser un regular y áspero tinto crianza de Cariñena. Escancié el néctar en un vaso de cristal y como soy un creativo y no sigo las reglas de urbanidad, le añadí el jugo de medio limón, que tenia preparado en el refrigerador. También lo dejé adentro, con la pulpa, para que siguiera aromatizando el cóctel. Una bolsa de papas fritas García y un pedazo de queso manchego curado, acompañaron el ágape. Me senté a tocar la guitarra al son de Calamaro y su nuevo disco de tangos, editado por el otro gran Limón. Pero estaba sediento y renové por tres veces el contenido del recipiente. Preparamos una cena improvisada en la terraza y me zampé casi una barra de pan francés, entre salame, tortilla de patatas, queso fresco de Burgos y ensalada de tomate y lechuga. Un dedo de agua es lo único sin azúcar que resistía en la botella de Cortes, oculta en el fondo de la heladera, detrás de los yogures. Me la chupé con devoción religiosa, sin quitarle el tapón de rosca.

Mis fibras, debilitadas por la falta de liquidez, gruñian desesperadas pidiendo más. Tenía la lengua entumecida, con el tacto rasposo de un estropajo puesto a sol. Entonces llené el vaso de tónica fría, aún sucio, con los resíduos del vino. No puedo soportar el sabor de este refresco, solamente acepto su cata camuflado entre ginebra, zumo de limón y mucho hielo granizado, que atenúan su sabor amargo. Con el culo apretado bebí la pócima para quedarme igual de espeso.

—Verito, tengo mucha sed. Voy a amorrarme al grifo.
—No Xavito. Ni pensarlo.
—Pues reventaré. El agua de Benicassim es potable. Beberé como los perros sacando la lengua en el bidet.
—¿Pero no ves que todos van a llenar las botellas a las fuentes del paseo? Ábrete esa lata de macedonia de frutas y te bebés el caldito.
—Pues tomaré un chupito de gazpacho y una manzana, que tiene mucha agua.
—A ver si revientas de verdad y lo vomitas todo por el pasillo, que lo tengo limpio.

Fisgando entre los abalorios de la nevera encontré unos batidos de chocolate, de los pequeños, y sorbí como un dromedario el contenido. Ahora ya no queda nada. Y como escribo con el portátil sobre la panza, me da calor y reinventa el tema, acrecentando la sensación de ansia por tomar. Cuando era más jóven, con los amigos jugaba al fútbol sobre la arcilla polvorienta de les Bases Roges, cerca de la caseta de Carmen Plà. Terminábamos esas guerras empapados y sucios, sin haber previsto ninguno de los atletas, una mísera botella de agua. Teníamos la cabeza en otras cosas. Recuerdo la sequedad clavada en la sien y la garganta árida anhelando probar unas gotas. Solíamos trasegar saltando ribazos entre huertos de naranjos, buscando acequias resecas, para recoger con las manos haciendo cuenco, en algún sifón pútrido lleno de algas, ranas, renacuajos y latas oxidadas, un poco de agua maloliente para matar la sed. A lo mejor topábamos con alguna mandarina olvidada y escuálida, fuera de tiempo, que había soportado el paso del invierno con dificultad. Estaba arrugada, con los gajos enjutos, suficiente para calmar la necesidad inmediata.

En aquella época, el trayecto hasta casa se me antojaba enorme, y hacíamos una parada en la fuente Calda, donde el agua brotaba a cincuenta grados. Era como degustar un caldo de pollo, pero sin carne. Me acuerdo del placer de tragar sin reparos, encaramado sobre la reja de hierro, agachado sobre aquel grueso caño de cobre, escuchando como caía en la pequeña balsa, aquella agua caliente y límpia, mientras peleaba por un hueco entre la jauría de jabatos, sedientos y silvestres.

No puedo más y ahora que Verito está dormida, me voy a chutar un trago de esta agua contaminada de ciudad. Le meteré un par de cubitos de hielo, y un poco de ácido, que igual ni se nota. Y si hago por las patas abajo, lo tomaré como un revulsivo. Será mi nueva dieta. Adelgazaré. Tantas porquerias he bebido en esta vida que una más, no estropeará mucho más mi estimado cuerpo. Imagino a la chiqueta mañana cuando despierte, y descubra que estoy acurrucado en la poltrona real, leyendo alguna lectura de culto. Sé que dirá.

—Qué, Xavito. ¿Te comiste la pata de Gardel?
—Enterito. Con sombrero y todo.

Mañana compraré unas botellas de agua mineral. A ver si no se me olvida. O mejor le digo a la Verito y que las compre ella. No sé porque últimamente le da por llamarme Talibán.

miércoles, junio 07, 2006

¿Dónde está mi boina?

Anoche caí en la cuenta que soy una persona distinta. He cambiado. Mi ser está ocupando otro escalón en el altar sagrado de la sociedad. Observando como los coches circulaban por la arteria que tengo debajo de casa, filosafaba con ese ir y venir ruidoso que me resultaba tan familiar, transmitiendo una sensación de cercanía, de vida. Una alegría contenida. Un bienestar apaciguado y nirvánico. En algún amagado rincón del hemisferio derecho de mi cerebro, donde dicen que se centra toda actividad emotiva, o tal vez en el interior profundo del cerebelo, que encierra bajo una llave genética nuestro pasado reptíl, mi yo ancestral, devenido por decenas de generaciones labriegas, en una rebelión incruenta, se descubría por primera vez como urbanita. Así, repentinamente, me descubrí ciudadano.

Ya no soy de pueblo. Se acabó la tiranía de calles solitarias y anciana de luto con la risa amputada. Basta. No más toros en la calle, con la cabeza en un balde de plástico, tapado con un trapo sucio lleno de moscas, las turmas en el refrigerador y el resto sanguinolento, colgado de un gancho en la entrada del toril. Me gusta el sonido de los seats y de los coches tuneados y frikis, trufados con macarras que fuman, escuchando rumbas. Ahora mismo acompañan con sus partituras. Música celestial. Prefiero que pasen cinco moteros con Harley retumbando como tractores y tres camiones de basura, tener que vérmelas con una manada de leones o un rebaño de ovejas cagando bolitas negras.

Si, adoro el olor de la gasolina y detesto el natural perfume de cabra y leche natural. Nunca me gustó ese intenso aroma que desprendía María la lechera, y después su hija, cuando venían a casa con el nectar blanco recién ordeñado, aún caliente, llenando aquellos recipientes metálicos de jugo de vaca. Mi madre la hervía en una cazuela, introduciendo una cánula en el interior, para que al hervir no rebosara por toda la encimera. Muchas veces me dejaba al cuidado, para que cortara el gas en el momento justo que bullía el líquido. Solía despistarme a menudo y era moneda corriente que el tufo maloliente a leche quemada inundara media casa.

Ahora que soy de ciudad me siento tranquilo percibiendo los sonidos de la civilización. Nada de romanticismos de todo a cien. Yo con los pájaros me llevo bien, pero con los que viven por aquí, por Benicassim. Hasta con los gatos, aunque me caigan mal y no pueda con el pestilente legado de sus orines. Me da igual que sean como tigres salvajes pequeños, que marquen su territorio, que sean independientes y que no sean tan tontos como los perros. Prefiero una buena pelotita playera de alquitrán incrustada en la planta del pié, signo inequívoco de que estamos en zona colonizada, lugar explorado, terreno arrebatado a los mosquitos feroces, a los pantanos y a las dunas. Si no de qué estaría ahora tumbado en mi sofá viendo el mediterráneo desde esta altura. Impensable.

La carne, de pollo del super, de la blandita. Hace algunos años en Vimianzo, en la Costa da Morte, mi amigo Manolo nos invitó a una comida auténtica de gallina gallega de corral. O pollo, que no recuerdo si pito o concha. Piedra. Granito tenía. No estoy acostumbrado a estos regalos. Aquel animal estaba muy corrido y era un atleta que practicaba decathlon. Mis anfitriones disfrutaron con el enorme y colorado bicho, pero yo me limite a arañar su pechuga con el cuchillo, intentando clavar un tenedor que rebotaba ante una superfície de porcelánico. Miraba como chupaban sus dedos mientras yo rascaba un trozo de lechuga. Debí darme cuenta entonces, pero han tenido que pasar todos estos años para averiguar mi tendencia. Ver a mi querida abuela rebanando de un certero tajo, sin piedad, un peluche gris de ojos apenados y vaciar de sangre aquel cuerpo aún con vida, que intentaba en vano zafarse del abrazo mortal, me dejó una huella imborrable. A la paella. Jamás pude volver a probar la carne de conejo. Reflexioné largo sobre la beatitud de la madre de mi madre, que era una santa calmada y buena, pero siempre la recordé apretándo con las manos firmes el pescuezo de aquel triste ser y sacando a chorro un surtidor de glóbulos rojos. En la memoria guardo una imagen similar a la del clip que me mira desde el word, a la derecha de mi pantalla y que no deja de realizar movimientos y sonidos extraños con gesto de impaciencia y una bombilla de color plátano apareciendo sobre su cabeza.

No hay duda alguna. Puedo asegurar que el aroma a tortilla de patata que sube hasta mi apartamento es tan real como mi formal admisión al club de los chicos de ciudad, de los madrileños de adopción, de la clase de personas que siempre renegué. Pero como le dijo una vez la Verito a una compatriota estudiante, ocupada sirviendo mesas de un restaurante en Aguamarga, cuatro paredes encaladas dentro del Cabo de Gata.

—¿De donde sos vos?
—Sho, de Junín.
—Ah bueno, es que sho soy de Capital.

Ese fué el principio de mi carrera hacia la libertad, la recta triunfal hasta conseguir la meta de la civilizada universalidad, en mi humilde y desnaturalizado corazón de pueblerino. Arribó la hora de los hombres mecanizados, de computadora y celular. El pasado domingo por fin me quité la boina y me compré en la tienda que hay en el Eurosol, un sombrero de cáñamo. Yo también soy de capital.

martes, junio 06, 2006

Ying Yang

Mis días son un poco ying-yang. La mitad de ellos lo paso pensando en qué chino voy a entrar para comprar la velita top y encenderla por la noche en la terraza. En qué tienda de muebles voy a parar y soñar de pié con un salón medio pop-minimalista. En esa mitad de mi jornada ying vivo todos los momentos que me hacen suspirar despierta con un tornado de ansias que me recorre el pecho.

La casa nueva, y todos los cambios que quiero hacerle; Xavito, que es la parte más importante en toda mi vida ying; mi familia de Argentina que está bien y eso me deja respirar; mis amigos, que los extraño mucho y los abrazo con mi pensamiento; los proyectos de que cada fin de semana haya una nueva inauguración del apartamento.
Hoy compré la escencia que marcará el olor de nuestra casa, estaba eligiendo entre cientos de frasquitos con aceites escenciales y mi nariz me habló, me señaló que éste definitivamente será el aroma que hará que con los ojos tapados sepamos que llegamos a nuestro hogar. Se llama “infantil”, huele a colonia de bebé recién bañadito y peinado con cepillo de pelo suave.

Todas estas cosas que les cuento, por suerte, hacen que me olvide de la mitad yang que lamentablemente, o mejor dicho, para amenizar la función diaria, tiene que existir. Se manifiesta en el trabajo generalmente. Gente que uno no elige, que aparece en nuestras vidas, se convierte la propia familia, generalmente cada uno tiene su papel bien marcado. Convivimos diez horas diarias con ellos y tenemos nuestros más y nuestros menos, pero todo queda en casa. Hoy les contaré en qué consistió mi yang de este día.

Había yo pasado un fin de semana maravilloso, incomparable, con aventuras, baños marinos, gastronomía casera, paseos, amor, mucho amor, y me levanto a desayunar el zumo de naranja que me había preparado Xavito mientras me duchaba y que ya estaba dispuesto sobre la mesa de la terraza haciendo amistad con su café con leche y galletas de chocolate. Nos sentamos a mirar los barcos que esperan a que el puerto de Castellón les descargue sus mercancías. No lo hicimos muy largo porque el reloj hoy corría la maraton de agujas y parece que quería ser el primero, así que a lavar cacharritos, dientes y a bajar los cinco floors.

Llego al trabajo, con mi sonrisa amplia de lunes para intentar poner un gesto simpático entre tanta cara larga, paro en el punto de venta para hacer mi charla coti-diana con mi compañera y subo a mi oficina para internarme en el mundo de descuentos, condiciones especiales y notas de expedición. Me acuerdo de mi compañero de Murcia, y se me viene a la cabeza que habíamos discutido el viernes por problemas de presiones, faltas de cumplimiento de nuestros proveedores, en fin, cosas de trabajo. El tema es que con él siempre charlamos de otras cosas, del blog, de muchas cosas que nos hacen pasar una tarde agradable. La discusión es normal y aceptable, aunque yo le agregaría un calificativo más de mi parte, pasajera. La cuestión es que con un toque de humor le hago saber a mi compañero murciano que ya pasó, que no sea rencoroso, en tono burlón, a través de un correo electrónico. Lo leyó pero no me lo contestó, así que me dispuse a hacerle un llamadito telefónico y reirnos un rato.Una voz de ultra tumba me atendió, me hizo saber por eso y por sus palabras que la cosa continuaba, mi yang ya había inaugurado la jornada. Pues nada, lo dejo pensé, ya se le pasará. Se dará cuenta que lo importante en las cosas del trabajo es la calidad humana, que lo demás es secundario, por lo menos para mí.
Volví a llamar más tarde por otro tema laboral y parecía que lo hubiera llamado el diablo, gritos, malas formas, en fin, me dije, intentaré hablar con alguien que se pueda, yo necesito dar mi mensaje a alguien que me escuche.

Detalles, solo detalles, lo más relevante es que por suerte me doy cuenta de que cada vez estoy más lejos de las cosas negativas, que antes les daba más vueltas y hoy las resuelvo en menos pasos. Me gusta la gente, me fio y creo en la gente, pero cuando me dan la espalda pienso que tendrán sus motivos, justificados o no, pero los tendrán, y no voy a ser yo quien los haga cambiar de opinión, así que yo a seguir adelante, a tropezar la menor cantidad de veces posible y a continuar aprendiendo de la gente. Cada día sé un poquito más como no quiero ser. Me niego a gruñir, a refunfunear, a gritar y utilizar frases violentas. No va conmigo.

Blogueros míos, sean condescendientes en el trabajo, cuando tengan ganas de putear, halaguen, cuando tengan ganas de gritar, sonrian y harán de sus vidas y las de sus compañeros una jornada agradable.

sábado, junio 03, 2006

Las bicicletas son para el verano

Anoche nos acostamos temprano, después de cenar en la terraza de casa, viendo como la candela agotaba su luz cayendo por detrás de la Agujas de Santa Águeda. Un relleno de carne de pollo y jamón con huevo, con vino tinto y zumo de naranja. Armé como colofón un gintónic de Bombay Shapphire, mientras Verito instalaba una línea de seis candiles con aroma de limón y vainilla en el pretil del balcón. El cóctel salió fuerte, que calculé mal los tiempos, pero el ambiente que diseñamos era digno de una rave en el Portixol. Nos quedamos fritos tumbados en las reposaderas y fuimos derechos a la cama dejando las puertas de par en par. Ya de madrugada, el gemido del viento y la lluvia hizo que me levantara a cerrar los ventanales. Abrí un libro y me quedé con el libro abierto, mirando el amanecer hasta que agotado me volví a quedar enrocado sobre el sofá desplegado. Con el día resollando cercanas las once levantamos el vuelo, para regalarnos un nutritivo brunch a base de tostadas de pan de molde sin corteza y panecillos de leche, mermeladas, queso, frutos secos, zumo y café con leche. Así de energéticos retomamos la idea de comprar unas bicicletas para salir a pasear entre las calles ajardinadas de nuestra nueva ciudad. El viernes pasado paramos en Decathlon con la intención expresa de llevarnos un lote, pero el chico que desantendió nuestra plegaria, nos tuvo esperando la resurrección, hasta que decidimos marchar, humillados por su alarmante descortesía. Allí estaba el duque, dando vueltas al cuadro de una mountain bike roja.

-Ahora viene un compañero que les atenderá.
-okei.

Al final nos largamos por la ofensa infligida, tragando sapos, perjurando no volver a pisar el suelo de esta maldita tienda. Pero tras estudiar los precios durante toda la semana pasada y cotejar las posibilidades, retornamos esta radiante mañana con los pantalones a ras de tobillo y el trasero bien cumplimentado dispuestos a recibir el santo oficio sin soltar ni un ay.

-Vamos en mi coche.
-Vale, así descansa el mio que hace más kilómetros, y así compensamos un poco-le contesto.

Será que somos medio transparentes, porque costó lo suyo también que se fijaran. Es que hoy es sábado -decían. -Pues vinimos un viernes y era peor. -Es que como hay comuniones, la gente hace regalos -argumentaban con tranquilidad. -Pues estuvimos una hora esperando. -¿No sería yo?. No tú no eras. Fué otro malandrín.

Elegimos una bici de paseo de color crema para mi, con una mochila en el manillar y con los faros a pilas. Verito escogió una burdeos parecida pero el doble de cara y una talla acorde a su estatura, con un portaequipajes con cesta, bolsa delantera y dinamo en vez de pilas. Aparte llevamos una bomba para hinchar las ruedas, un juego de llaves allen y unos candados para dificultar su extravío. Pasamos por caja y montamos por primera vez desde la entrada de la nave, hasta el auto de Verito, un cedós rojo. Abrimos el portón trasero y embocamos la máquina.

-Por aquí no entra Verito.
-Si. Te rindes antes de presentar batalla Xavito-me espetó con autoridad de quién se sabe el jefe.
-Pues te estoy rayando la carrocería con la horquilla. Tu verás.

Solamente conseguimos malmeter los cuernos del monstruo, que la faena fué desatascar aquel enredo y tornar al principio. Con la lumbre del mediodía cascando el asfalto del aparcamiento buscamos una solución. Una era preguntar a ver si nos llevaban a casa las bicicletas. No. Esa no. Otra era que yo fuera a casa y traer mi coche que es más grande, para intentar clavar la compra. Pero nos entró un chorrito de conocimiento y rechazamos esa vía. Por último nos vino a la memoria las palabras del risueño dependiente mallorquín.

-Ah. ¿Sois de Benicassim? Podrías ir paseando. Solo es una horita de trayecto.
-Huy no. Estas loco de remate. Hace años que no movemos ni los ojos. Hay demasiado trayecto para dos novatos el primer día. Igual más adelante.

Pues nos ha dicho el compañero del chico que sin casco la policía de tráfico nos puede multar. Que ahora que somos ciclistas debemos saber que tenemos derechos y obligaciones. Pues un casco ni pensarlo, que me vendí la Honda porque me hacía falta el dinero y tenía que llevar birrete. Y con el dineral que llevamos gastado. Al riesgo.

Nos miramos a los ojos y lo tuvimos claro. Subimos a las monturas, yo con chancletas Speedo de la piscina y ella con unas zapatillas de goma Tribord para los cantos de la playa y a rodar. Salimos de la Ciudad del Transporte y bajamos a la ciudad. Atravesamos Castellón callejeando entre autos nerviosos, que hacían sonar la bocina en los cruces. Llegamos por el Lledó y enfilamos el Cami La Plana con dirección al Grau entre naranjos, nísperos, tomateras y limoneros. Verito vigilaba mi trayecto entre Cuidados y Xavitos, mientras jugaba a cambiar las marchas en los platos. EL cinco, el uno, el siete.

- Este no vá. Será mejor el cuatro.
- Los cortos son para las subidas y los largos para llano.
- Pues con este voy requetebien.
- Bueno.

Llegamos al Ortega y vimos la playa. Entramos en la bici-senda, marcada con el verde, y a una marcha suave atacamos la linea de costa, con la arena caliente, los bañistas y la espuma de las olas en el paisaje. Cruzamos el rio y entramos por la curva en la ciudad. Casi sin darnos cuenta dejamos el Eurosol atrás y arribamos ante la puerta de nuestro edificio, veinte kilómetros después. Iban a ser las cuatro de la tarde. Con el gesto de la victoria, entramos a colgar las bicis nuevas en unos ganchos de hierro oxidado, debajo de un cobertizo de chapa metálica lleno de mugre y telarañas, con cinco bicicletas sucias y abandonadas colgando, como jamones olvidados. Allí dejamos ahorcados nuestros jueguetes, con el temor de que algún avispado se las lleve sin hacer ruido. Les pasamos unos candados endebles y salimos de allí. Era como dejar un hijo abandonado en la calle, porque pesa mucho para subirlo cinco pisos a cuestas. Ahora a confiar en la divina providencia, porque lo cierto es que resaltan como si tuvieran bombillas en una feria.

Subimos al coche y otra vez a recoger el citröen. Regresamos y eran las cinco y media. Agarramos una toallas y a darnos un baño refrecante. Al terminar, ya entrada la tarde, y con una luz espléndida, impovisamos en la terraza una comida-merienda-cena inenarrable, acompañada por un rosado Lambrusco de la regio Emilia. Los vecinos pensarán que somos ingleses por cenar a estas horas. Eso los que no conozcan nuestra procedencia. Corría una brisa intensa, que incluso bajo el radiante picaba el fresco. Nos metimos en el sofá a siestear y hasta ahora, que nos darán las once y la cosa no ha hecho más que empezar. Si esto no es vivir, que venga alguién y me cuente su historia, que le escucharé recostado en mi tumbona, con una cerveza en la mano, una bolsa de papas y con unas aceitunas rellenas mirando el azul marino. Señor, señor.

viernes, junio 02, 2006

Travesuras

Hoy he soñado con Vicente Gimeno, travieso, que robaba un bocadillo gigante de jamón anegado en tomate y aceite de oliva, en lo que a todas luces era una fiesta de celebración de la victoria del Barça. Lo birlaba del escaparate donde estaba preparado para la fiesta. Desde fuera, podía ver varias mesas con la esquina vuelta ante nuestra atenta mirada. Cada pieza se extendía a lo largo, como si fuera una boa constrictor del Amazonas. Él levantaba un cristal, metía la mano por la abertura atrapando un extremo del trofeo, y tiraba de ella con un gesto rápido. Fuera domesticaba el enorme bollo intentando juntar las dos partes, que eran extensas y estaban húmedas por la salsa. Se desbarataban como una tarta nupcial derrotada, blandas como una goma. Seguro que tendría una digestión apresurada. Yo estoy con él y me preocupa el acto que acaba de hacer. Nos la vamos a cargar, aunque solo tengo el papel de comparsa en esta obra. Soy cómplice del vandálico acto. El sigue tranquilo en su fechoría. Ni se inmuta, impasible.

Estoy jugando a fútbol de portero. En el viejo solar de les Bases Roges, en la Vilavella, con los protagonistas de mi niñez, mezclados con los de mi etapa en Castellón. Era como un partido de barrio. En el campo de tierra yo no puedo detener la avalancha de juego del equipo que domina. Caen los goles y es imposible parar la pelota. Me siento impotente ante el juego que realizan los chicos. Vienen en tromba y ante la salida en corto, me cuelgan la bola por encima, haciéndo un sombrero impecable. Se quejan de que no me lanzo a por ella, de que hago la estatua. Mis piernas estan atrapadas, ancladas. Quiero saltar como una pulga y no consigo levantar los pies. Ellos juegan sobre una capa polvorienta de arcilla roja y piedras. En las esquinas crece algo de hierba rala. Grama seca y amarillenta que soporta inmutable la falta de lluvia.

—en el corner hay cesped y puedes jugar bien —ríen burlones.

Ahora me veo sentado frente a Pablo, el amigo de la infancia, conversando con su hermana Margarita. Pero en el sueño es su hija. La mira con una sonrisa cómplice, de cariño paternal, orgulloso y protector. Ella está cerca, rozándome la cara con su pelo lacio. Se le ve feliz jugando con su hija adulta a que son amigos. Se compenetran con un lenguaje cifrado, de palabras que solo ellos dos entienden.

Fumo apresuradamente un cigarro, dando caladas intensas que me llegan hasta el fondo de los pulmones. Siento como ese humo lechoso, enfría mis alveolos, rozando al bajar, las paredes de mi garganta. Expulso el gas con fuerza, exhalando con un soplo contínuo y prolongado, como las fumarolas de una locomotora de vapor a punto de salir de la estación.

Los jugadores descienden por la escalinata alta y blanca en el exterior de un gran edificio, al fondo. Al llegar al final el suelo es de barro, como una taza de chocolate caliente que se mueve en forma de molinete, viscosa y mojada, porque sigue lloviendo. Espanta la idea de pisar aquella masa.

Estanislao Lengua Martínez. Pasamos por una calle. Está junto a mi y el grupo de gente del sueño. Lo llaman desde una esquina y desaparece de mi vista, colgándose de una maroma afirmada en la baranda del puente. Observo con estupor un diente de león, formado por gente colgada de esa cuerda, al tiempo que se balancean por debajo del ojo de la construcción. Son un péndulo humano en forma de racimo de uva. No entiendo cómo se sujetan sin caer durante el largo balanceo. En un armónico movimiento al final de uno de los vaivenes, se sueltan de la cuerda todos a la vez, aterrizando en el suelo desnivelado, suavemente.

Modelo con mis propias manos una criatura. De la misma manera que amaso un pan, pero con la sensación que tengo en los dedos cuando manipulo un trozo de pechuga de pollo. Un tacto blando y frío, gelatinoso, muerto. Es un niño, y percibo la presencia a mi lado de otra persona, pero no sé quién es. No consigo ver su rostro difuminado. También construye.

Verito ya ha vuelto de Barcelona y está cansada. La quiero mucho. Hoy es viernes y tenemos un fin de semana por delante. Ya estoy despierto.

jueves, junio 01, 2006

El llanero solitario

Un hombre solo normalmente sobrevive con dignidad y sobrelleva la ausencia de su pareja sin demasiados problemas. Mi compañera está en la ciudad condal repasando estadísticas y dormitando como un lirón entre conferencias soporíferas y sesiones de técnicas de mercado, trufadas con diapositivas y gráficos de barra, disparadas desde un miserable powerpoint, enganchado con algún portátil barato. Eso al menos es lo que me largó antes de abandonar el nido de amor.

—Xavito, sabés, tengo que ir a Barselona, con los gestores de compras de la empresa. Sho no quiero ir, pero que querés. Estoy en una multinasional. Y sho soy la encargada de todo el Levante i Mursia.
—Pues esos se van de putas cuando acaban.
—¡Xavitoo! No digás peluteses. Después de senar, al hotel a dormir.
—Amén. Haleluyah. Hare Khrisna,

La Verito de putas no irá, porque las mujeres no le van. Pero seguro que corre el sanfermín, que Barselona no es Casteshón. Mañana me contará sus andanzas. Me dijo que a cenar bajaban a Castelldefels, a un restaurante que se llama la Gioconda, y como ella domina ese paraje, porque ha estado varias veces, y le gusta montar saraos, seguro que termina subida en algún podio, sacudiendo el orto como una negra poseída.

Yo, liberado de la disciplina carcelaria, al llegar a mi castillo, lo primero que hago es cerrar la puerta, que no se cuele ningún intruso. Como cada día, paso por la casa de la Vall y vuelvo cargado de paquetes, en un tránsito cómodo. Una mudanza relajada. Al paso que voy, puedo tardar dos años. Una botella de pechê de melocotón, otra de una especie de güisqui de banana, dos brandis de Jerez, Real Tesoro y Gran Duque de Alba, una botella sin abrir de Ron Negrita Bardinet, que siempre pensé que eso era dominicano y resulta que se elabora en Gelida, al lado de Barcelona, y una tabla de madera para cortar verduras y carnes para la cocina. Esto lo aparco en el lugar que la señora de la casa ha dispuesto, que es una cristalera del mueble del comedor, ese mismo que pensamos foguear y que la Conchín tiene uno igualito en su piso.

—Que mueble más bonito. Es como el mío. ¿Ya estaba o lo habeis comprado?
—Está de visita temporal. Queremos poner unos cubos de colores del Carrefour, pero son muy caros. Este conjunto armónico de tablas y cristal es heredado de los anteriores propietarios, y nos dejaron este hermoso regalo porque nos tenian en gran aprecio. Solo se llevaron lo que no les gustaba.

En cinco minutos he arreglado las bebidas, metido la tabla en la cajonera y sacado las converse. Como hacía algo de fresco, me he dejado puestos los calcetines húmedos de sudor masculino, pero como estoy solo, a mi no me molesta el olor. Dicen los antropólogos que al ser humano le gusta el aroma que genera su propio cuerpo. Lo que ocurre es que no le damos oportunidad de expresarse. Si hiciéramos caca en mitad de un huerto de algarrobos, como nuestros abuelos, al acabar la tarea de amasar el rollito de mazapán, observaríamos con atención el caliente y humeante pastel, recién sacado del horno intestinal, como un hijo acabado de parir con esfuerzo y dolor, para acercando la nariz, inhalar sus efluvios más intensos, disfrutando del bouquet de una cosecha temprana. Yo, alguna que otra vez lo hice, cuando acompañando a mi padre, dejé mi semilla biológica entre filas apretadas de clementinos del terreno, en campos resecos y suelos de arcilla destripados, abiertos, de terrones rojos, sembrados de hierbajos amarillentos que se introducían al agacharte en el agujero del culo. Un placer, que estas cosas hay que catarlas al menos una vez en la vida. A los que son de ciudad, les viene peor, porque son como los niños de ahora, que están en la idea que los huevos y la leche vienen del Mercadona.

Ahora cabalgo entre perfumes; he preparado un sartén antiadherente, con un buen aceite de oliva virgen, de arbequina, dos cucharaditas, como dice Karlos Arguiñano, y si te fijas, le arrea un cuarto de litro; deslicé de incógnito una anchoa de conserva que sobró, con su grasita cuajada y una cabeza de ajos, separé los gajos de un golpe, aplastando seguidamente con el cuchillo en plano, que transmitan el sabor directamente al charco, y sin pelar, al fuego. Un pellizco de sal gruesa, zamacotes, como piedras de cantera. Cuando he tenido el guiso a punto, con un aroma delicioso inundando la cocina, tres huevos se han dejado caer y aquello ha sido una fiesta. Con el pan del Forn de Rosa, que tenía reservado en el congelador, unas patatas fritas de bolsa, un trozo de jamón serrano y cuatro piezas de queso feta en aceite, he montado una cena de príncipes. Regado con un vino tinto de Utiel-Requena, que Verito compró el sábado en el Caprabo de la Avenida Ferrandis Salvador.

—Mirá Xavito. Para la colección. Finca del Mar. Y es un Cabernet Sauvignon. —dice ella con aires de sumiller que acaba de realizar un cursillo de enólogo, y que solo bebe cocacola light con cubitos de hielo.
—¡Eu! Ese lo guardaremos en el botellero del comedor —respondo yo, que tampoco soy ninguna lumbrera vitivinícola y que ando mezclando el vino con agua para que dure más.
—Hay nueve espacios. Ya tenemos dos. Pero me gustaría tenerlo siempre lleno. Cuando falte una, la reponemos. ¿Vale?
—Si. Es una gran idea. Estas las ponemos arriba para que equilibren.

Medio llena, estaba escondida en el hueco de la nevera que se llevó el Ramón, y con los nervios y la sed, di buena cuenta del zumo en un santiamén. Que la soledad es mala consejera y aprieta el ánimo de las personas débiles, que terminamos refugiando nuestra alma en un vaso de vino. Magnífica cena, untando pedazos de pan cortado con los dedos, que era el eslabón más frágil del festín, pero mojado en el oleoso mejunge, resultó ser el protagonista de una histora con final feliz; luego atrapando huevo frito y carne curada de ibérico, en un abrazo pantagruélico, creo una obra maestra de arte contemporáneo; Arrastro esta escultura de Chillida hasta la boca. Me quedo corto de vocablos para redactar este verso. Ese goteo aceitoso, desde la comisura de los labios hasta la punta de la barbilla. Un cosquilleo maravilloso fruto de una noche orgiástica. Magnífica embriaguez. Daré tumbos hasta encontrar la cama.

Rematé semejante desnivel, con unas cucharadas soperas de helado de chocolate de La Lechera. Solo cuatro paladas fuí capaz de arrogarme sin respirar, entre bocanadas de ansiedad y vahídos desesperados. Y me contuve, porque los hijos pijos de los vecinos ricos de la comunidad donde habito, estaban jugando a baloncesto con una canasta, fabricada con la señal robada de un paso de peatones de color azul y blanco, a la que soldaron una canasta del decathlon. Hacía ruído como si chocaran dos carritos del hipermercado. Cada vez que la pelota golpeaba el tablero de aluminio, temblaba todo el edificio, con un sonido agudo y penetrante, que destrozaba mi momento de meditación trascendente. He estado a un pelo de lanzarles la botella de vino vacía, pero me autocontrolé con los superpoderes y por el miedo a que me pudiesen apalear entre los vecinos. Y es que soy cobarde de nacimiento y eso no lo quitan los médicos. Acabar linchado por notarios corruptos y funcionarios de correos, no lo considero un final noble y digno.

Ahora, que la medianoche se ha cernido opaca sobre mi ciudad, y solo escucho el murmullo del mar, coches pasando por la avenida y el basurero piqueteando contenedores, me voy a leer un poco de Humberto Eco y dormir, que falta me hace. Me pregunto que estará haciento mi chica. A ella le pierden los negros del Godspel, con sus sacerdotales vestimentas de colores vibrantes, bamboleándose sonrientes sobre cualquier escenario. Ahí se le nubla la vista y pierde el conocimiento. Espero que no se cruce esta noche con un miembro de la navy, de los que van vestidos de primera comunión, con el santo rosario, la medalla colgada y el cirio pascual, dispuestos para salir en la procesión, portando el duro bastón que aguanta la peaña, agarrado con la mano.