jueves, agosto 31, 2006

Mejor de vaca que de Kansas

Mi primer día de colegio pasó sin que el flojo grifo de mi lacrimal dejara escapar ni una sola lágrima lastimera. El recuerdo de los días pasados en la más indolente inopia se mantiene fresco y peremne afirmado en el interior profundo de mi alma despistada, sin que la inminente arribada al reino de las oscuras tardes arañe su frágil corteza de niebla.

Allí estaban todos, Carlos, el primero en llegar, siempre suave en el trato, Patri, morena y rebosante de risueña energía; Ana que ya llevaba dos días trabajando, Elenita, ligera y delgada, con la sonrisa inalterable tras su vuelta de San Francisco; Mari Paz, tranquila y flemática, sin mucho color dorado sobre la piel; Mateu, largo, blanco marfil y con su paso impetuoso; Pepe moreno, con barba cana de publicista madrileño.

Anoche tal vez acusé el choque emocional que para mi supone cambiar de estado, una combustión de caracter químico que asola el territorio poblado de células nerviosas, destruyendo implacable en una explosión nuclear cataclísmica las paredes de mi corazón debilitado por el paso de los años. Experimento el desasosiego de la partida, morir un poco como dice el Van Veen de Nabokov, para el que morir es partir un poco demasiado.

Pero esta vez la despedida esta revestida de un tono brillante, malva, fucsia, verde ácido, amarillo limón; no hay colores grises en el espectro, ni pastel, ni ocre, ni pardo. Es una falsa retirada, un engaño visual, un magnífico truco de prestidigitador con chistera, una estratagema fantástica que encandila al público mostrando un paisaje distinto, un bosque encantado, un septiembre recogido con las ventanas cerradas donde la vitalidad soberbia de la luz mediterranea golpea el plástico de las persianas corridas. Cuando todo el teatro se marcha en silencio hacia sus casas con la función acabada y el telón rojo encapotando el escenario solitario, aparezco yo entre bambalinas como un Fantasma de la Opera, encendiendo luces y desplegando decorados radiantes sobre la madera tembrorosa de mi conciencia lúcida, juguetona y divertida.

No he vuelto, es que no me he marchado. Seguimos de fiesta.

He llegado a Benicassim sobre las cuatro de la tarde para reencontrarme a Dixie en el sofá fisgoneando provocadoramente la página web de Ikea. Que si un sofá, que si una estantería. Que si una cosa lleva a la otra. Le cuento que Patri tiene el mismo modelo de modular que nosotros queremos. Y miramos de reojo la librería con las baldas marrón de chapado imitación cerezo. Como lo que tiene Conchín en su comedor.

Y tras un par de miradas cómplices, martillo, destornillador y ganas. En menos que canta un gallo hemos reventado el mueble. Cero. A un montón irregular de pedazos de aglomerado con tornillos de varios tamaños y formas ha quedado reducida la flamante construcción clásica, buque insignia del antiguo salón. Ahora queda lo más duro. Deshacerse de los restos que tenemos plantados en el recibidor del apartamento que parece la carpintería de mi tío Pepe el Vaporet.

También anduvimos revoloteando como buitres leonados oteando desde las alturas en los mallos escarpados de nuestro sofá cama disfrazado de comic de la Marvel, las rutilantes y voluptuosas siluetas de los divanes emergiendo con sobrada magnificencia entre las páginas pecaminosas de la web de El Corte Inglés. Que no, que sí, que ya veremos, que a cagar a la vía, que ya pagaremos la hipoteca ejerciendo de mamporreros en una tenebrosa calle de Castellón, o si hace falta nos metemos en el Caminàs.

–¿Te gusta este blanco hielo de cuero de Kansas?
–Lo pondremos perdido a los dos días con los pies negros.
–Por eso, si es de piel le pasamos un trapo húmedo y se va la roña.
–Pero este modelo de vacuno no sé si da la medida para tumbarme a lo largo y dormir la siesta.
–Dos metros mide el de tres plazas Xavito.
–Ostia! pero vale mil euros menos un euro. Fregaremos suelos con la lengua.

Ella hizo el pedido online al centro comercial sin que el pulso le temblara lo más mínimo. Las compras y los asuntos virtuales no guardan ningún secreto para Verito La Maga del interné. En un subir y bajar de párpado lacerante tenía efectuada la transacción. A las ocho de la tarde, cuando estábamos bañándonos en la cala intentando estrenar las gafas y el tubo de esnorkel para escudriñar los peces atrevidos, le comenté que ya vería la sorpresa del canapé. Ella eligió el modelo ante mi apoyo incondicional a la decisión inapelable de compra.

–El de vaca, porque el de Kansas tiene poros.
–¡Ah!

1 comentario:

Anónimo dijo...

....ejem...si os da por lo del Caminàs y no os importa creo que deberiaís contratar mis servicios , como representante vuestro , conozco la zona, a 5 minutos escasos de mi casa, y con conocimientos del oficio y como ya dije del terreno; Vamos al 50% y el otro 50% para vosotros segun vuestra convenencia,creo que sería un buen proyecto....
marcialin