martes, agosto 08, 2006

La pelusa del Rocco

Dos calientes ruedas del telepizza, una Barbacoa con salsa dulce y otra tremenda de Queso, sin maquillajes. Una pareja de potentes bombas grasientas, suficiente para calmar el ansia de un regimiento. Ese menú es el que se trajo Conchín anoche para cenar en la terraza y de paso tertuliear sobre el amor furtivo, la soledad acechante y los amigos interesados. Con un par de cervezas cada uno -Nestea para la Porte- y la luna cada día más enorme decorando este gran salón, repasamos vivencias comunes. Quedamos en vernos de nuevo el miércoles para la película en la playa, con bolso nevera, bocadillo y bebidas.

Mi vida en estas dos últimas semanas es una sucesión relajante de placeres. A veces incluso me siento un poco culpable de estar tan a gusto tocándome-los de una forma tan sublime, inverecunda y deshinibida. El asunto es que ya llevo así va para tres meses que igual voy a caer enfermo de disfrutitis caseriliana. Soy como el colmo del buen vividor. Por ejemplo esta mañana he caído en la cuenta al salir a la galería para echar al cubo de la basura un hueso de melocotón, que en la lavadora solo tenía una miserable y solitaria camisa de rayas de la Dixie esperando que alguien se hiciera cargo de su estado. Claro, la he visto tan así, que he buscado alguna pieza que le hiciera compañía y ahí que tiré un pantaloncito corto con vida propia. El método es oler como un sabueso la prenda. Esta si, esta no. Ahora hay dos testimonios rezando en la capilla que recuerda la ventana con forma de ojo de buey de una nave espacial. El cosmonauta Gagarinplac junto al astronauta Collinsculote. Claro, en estas semanas solo calzo bañadores que voy alternando; uno lo mojo, otro lo tiendo; vengo chorreando, descuelgo el seco y pongo el otro. Así hasta el infinito. Nada más. Que no los pienso lavar en todo el mes. Agua del mar cinco horas al día y dos duchas a base de líquido reciclado es suficiente. A mi me pasa igual. Mismo tratamiento de la tela. Adentro y afuera. Empapado y centrifugado. Y no me pica ni el mosquito que se come a la Micifuz, que segun cuentan las malas lenguas, está pasando las vacaciones en nuestra casa. Sin jabón. Estoy como en una isla desierta, a expensas de lo que el mar escupa. Y algunas comodidades extra que tuve la precaución de arramblar cuando me destinaron en esta perdida torre. Lo más alejado que estuve de mi refugio paradisíaco fue cuando marché atravesando el desierto para conseguir la tumbona. Y costó dios y ayuda prepararme mentalmente, coger el coche y pisar civilización.

En este faro nunca me aburro. Fuera de él tampoco, que con un palito y dos piedras organizo una función teatral. Siempre tuve esa habilidad desde pequeño. Realmente todos la tenemos pero a la mayoría se les desgasta con los años y pierden el don. Se hacen mayores y dejan de jugar. Yo aun sigo viendo abruptas cumbres y valles umbrios entre los pliegues de un trapo arrugado y héroes voladores luchando en el tapón de una crema depilatoria o en el mango del cepillo.

Durante estos días alciónicos me levanto con el sol para resetear al amigo de Don Gato y empujarla para el Grau –El otro día estuvo sonando el despertador más de un cuarto de hora, hasta que en mi sueño apareció una chica sentada con unos cascos escuchando música y desperté sobresaltado y confuso-. Preparo el desayuno y tomo café mirando el mar, luego me tiendo en la reposera de la terraza con deseo de seguir la lectura, escribo, bajo a nadar hasta la hora de comer; abro algun libro o directamente duermo la siesta sobre cualquier yacija, o como ayer veo una película en la computadora. Hacia las siete viene Gumersinda y vamos paseando a tomar el baño de tarde, hasta que difumina la luz; preparamos la cena; al final, agotados de tanto movimiento caemos rendidos. Bueno a lo mejor si la cosa da de sí aun tenemos justo para darnos un buen revolcón en el tiempo de descuento ¡y el árbitro con el pito en la boca!

Mi actividad se reduce a calar y escalar las escaleras de casa, jugar con Nacho, el hijo de la farmacéutica que me tiene entretenido durante las horas de playa y defecar. Él me busca en cuanto ve asomarse el jipijapa por las piedras y somete mi cuerpo renqueante a ejercicios diversos; le vuelve loco el trampolín viviente.

-Xavi. Ahora doble vuelta de campana con bomba hacia adelante.
-La última esta. Después haces el muerto que ya te sale perfecto.

Será por eso que mi pancita incrementa su diámetro. Precisamente ayer vino Verito con dos regalos. Subió a casa un emepetres de giga que ya se lo ha llevado al trabajo cargado de temas nuevos y una báscula para el cuarto de aseo. La dejó preparada pero no pudo hacerla funcionar, con el encargo de que yo, el brico de oro le diese avío. Esta mañana la he llevado al baño a rezar el santo rosario, y sentado, entre letanías, tranquilamente repasé el cuestionario. Estaba todo correcto y solo he tenido que darle una patadita, como en las comedias y ha funcionado. Ahora está en el suelo del aseo, con su lindo diseño de cristal esperando que alguién lo monte y le dará su merecido castigo en forma de número. Ya le dije que no pienso pesarme ni cuando esté a solas –como ahora- que igual me puedo deprimir. No es muy buena idea eso de tener la mierda de aparato a la vista. Es una especie de conciencia. Le faltaría memoria y algo de conversación.

-¡Cring! 94.200. Análisis: Vamos a peor maldito gordito de los cojones. Consejo: Comer menos féculas. ¡Cring!

Ayer vimos pasar a una señora chihuahua con un perrito chihuahua unidos por un collar y acompañados de un señor. No sabemos exactamente quién llevaba a quién, o quién fue el primero, o si una es hijo de otro o al revés, o si son hermanas o hijas del caballero. Pensamos que la mujer era fémina –aunque no pondría la mano en el fuego por ella- pero el cánido ratoneríl no lo tenemos demasiado claro. Preguntas sin respuesta.

Yo me compré un sombrero de paja nuevo del chino por tres cuartos de euro y lancé el viejo –tenía tres meses escasos- en el contenedor del Eurosol. Ahora estoy hecho un flamante gentleman pero mi concubina opina que semejo un velador de pié desenchufado. Es una forma de verlo. De momento el otro me bailaba y al menor atisbo de ventolina se largaba a tomar por culo y este se encaja como un guante. Un apretón y clavado. Está soldado.

Y como tenía que estrenar el nuevo complemento aproveché en un momento de interruptus –precisamente estaba cogitando la manera de conectar la báscula sentado en el asiento de loza- decidiendo sacar la maquinilla de podar y repelarme todo el capello que he podido menos el de las piernas. El resto, como diría aquel, cesped de piscina cuidadita de apartamento en la playa. Al uno que me he repasado por todos los sitios, cabeza, tronco y más para abajo. Los cándidos me cuestan un poco porque son sensibles que una vez ya me hice una masacre. Por los bajos donde los varones tenemos un boquete como las chicas –pero no todos igual de explotado- ya el bosque no dejaba ver la entrada de la mina y el Consejo Regulador de Puentes y Caminos ha dicho que lo suyo era cortar. No es tarea fácil, ya lo aviso, pero da gusto ver aquella pradera como campo de fútbol en agosto, cuando está terminado. Y no pica, que eso es leyenda. A lo mejor rasca si alguien se mete por esos lares a fisgar. Pero puedo afirmar con total seguridad que así parece que la tenga más grande. Se lo diré al Rocco Victorino a ver si atiende a razones y se rapa esa mata infame que le oculta esa maravilla exhuberante que la naturaleza ha tenido a bien concederle.

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