miércoles, septiembre 06, 2006

Cansado

No consigo adaptar mi alma consciente al tempo del obrero y voy todo el santo día soltando gallos, con las cuerdas destempladas y perdiendo el compás incapaz de seguir ordenadamente la partitura; extraviado, perdido, con el rumbo cambiante a merced de la fortuna, camino entre los cachivaches de la oficina con la mente arbolada como un bajel corsario, tratando de conducir los impulsos neuronales a buen puerto y rendir cuentas justificando la soldada.

Me está costando reemprender la rutina incluso con la atenuante de la media jornada. Pero la casa absorbe por completo el cascarón que soy agotando cualquier resistencia, impidiendo de una forma radical cualquier alejamiento, acotando implacable los límites del territorio conquistado, cociendo en el interior de mi cerebro un caldo de salitre y algas, atrapándome sin remedio en una espiral infinita.

Sé que mis movimientos son cansinos, lentos, acoplados a este largo y al mismo tiempo corto mes de agosto que acabo de experimentar, disfrutando intensamente la nueva situación. En mi pensamiento estaba plenamente confiado en que la transición sería limpia y suave, sin el molesto jetlag de los largos viajes con el desorden de las horas deslavazadas amenazando tus biorritmos.

Y así ando, entre dos aguas, con una especie de ligero malestar de fondo que nace de la desubicada sensación de no pertenecer a nada. Es como aquel, ni carne ni pescado. Quizás la próxima semana con el horario duro adaptaré los miembros relajados a la inclemencia de las circunstancias volviendo con intensidad a la batalla.

También es cierto que al pasar de tener todas las horas a disponer de solo una parte del día, los asuntos que puedo emprender se reducen considerablemente; esto unido a mi espíritu tranquilo da como resultado una jornada apretada, sin huecos ni descansos prosaicos con la mente en cero. Y no estamos para tanta revuelta.

Ya desde la semana pasada, inmersos en la decoración de nuestra casa no paramos de recolocar, desmontar, arrancar, destruir para construir; crear espacios para llenarlos con nuevas propuestas. Faena. Subir y bajar escaleras con rescoldos residuales a la espalda.

Regresamos el sábado al Ikea y nos gastamos todo el dinero. Estanterias modulares grandes, estanterias modulares más pequeñas, lámparas de papel, de pié y veladores, lámparas más menudas, colchas de colores calientes, rojos, carmines, naranjas, burdeos y otra de fríos marinos, esmeraldas, cesped, oliva. Otro nórdico, estores baratos a catorce euros para todas las ventanas, una mesita de nueve euros de color marfil para el comedor. Una alfombra blanca con rayas negras por treinta. Total más de quinientos euros en objetos a los que tenemos que sumar el transporte que sube doscientos sesenta. Cuesta más el viaje que el contenido. Pero ya estábamos en la caja a punto de pagar con la cajera mirándome fijo a la córnea y cualquier solución era mala. Pensaba que sería otro precio. No miramos la tarifa y llegamos confiados. En fin. Ahora ya está hecho. No planificamos porque nos aburre.

Durante el trayecto rompimos el cristal de una de las dos lámparas gröno con aspecto de hielo traslúcido. Evidentemente por el módico precio de tres euros no compensa volver a Barcelona y cambiar la pieza. La que queda viva la tenemos en la terraza sobre la mesita de eucalipto y la utilizamos para la lectura. Perfecta.

Todo este jolgorio de trastos tiene que estar en el sitio y esa ocupación es la que nos ha tenido entretenidos invariablemente estas jornadas intensivas. He arrancado cortinas y se han colgado los estores blancos. Ahora las habitaciones presentan un aspecto luminoso, amplio y sin tanto colgajo oscuro y opaco. Sacamos también unas horrendas cabeceras oxidadas de polipiel crema que estaban clavadas en la primera habitación. Quité el fluorescente circular con la carcasa que lo sujetaba estilo plato de Talavera con motivos florales azules y hemos colgado una lámpara semiesférica de aluminio como un foco de cine que emite una luz tenue. Enfundamos las colchas y dejamos sobre el sofá una tela de algodón en crudo cubriendo la anterior de comic. En algunos casos compramos dos veces las mismas cosas; a los cuatro días ya no gusta el diseño y modificamos la apertura. No pasa res. Más se perdió en la guerra.

Y entre todos estos movimientos circulares también la fiesta ha tenido su sitio. No solo de pan vive el hombre. A ver, no es que el trabajo extenuante limitara mi capacidad de escribir, no. El sábado después del viaje, organizamos una cena bajo de casa, sobre las traviesas del paseo en la zona de las duchas donde el espacio se agranda y las columnas iluminan suficiente para poder verte los dedos de la mano y poder ensartar una aceituna sobre un plato sin clavarte el tenedor en la pierna o cortar un pedazo de tortilla de patata recien hecha sin rajarle un brazo a tu vecino. Vinieron Vicente y Vicen, Ramón, Merche, Marcial, Verito y yo. Después se acercaron La Gata con una amiga y Conchín. Noe y Trini que venian de paso hacia los garitos. Al final de la noche nuestros queridos migoets hicieron nido sobre las ramas atenuadas de nuestra casa y se quedaron hasta bien entrada la mañana del domingo, donde la Verito les agasajó con un estupendo desayuno a base de rebanadas de pan tostado con aceite de oliva y café con leche, para que el motero pudiera mojar a placer, hundiendo hasta la base del codo. Que alegría da ver comer a mi amigo. Él es de los que deja a la audiencia anfitriona satisfecha. Buen trabajo.

-Y si esta no la quiere nadie pues...

Yo practicamente me ventilé de nuevo el bidón de Heineken y unos gintonics de postre con unos cafés que bajaron del chino. De el bocadillo feroz recuerdo el tomate orlando supurando como sangre caliente por las comisuras desbordando por el contorno como una fuente, igual que al Diego. No sé que tiene esto de sentarte delante de cuatro trozos de pan al estilo gitano frente al mar pero cada vez me gusta más. Tiene magia. Es algo intangible que pertenece al universo de las cosas divertidas, a los juegos infantiles, a la libertad de lo simple, al gozo de lo auténtico. Epicuro es un aprendiz a mi lado.

Con las resacas me vuelvo un poco raro y necesito calmarlas con algo. Mi madre, la Paqui, enseñó a su hijo mayor que la mejor terapia para combatir el dolor de cabeza era tomar un poco de alcohol, una cervecita. Con esto el cuerpo se calma al recibir la ansiada dosis de droga y puedes seguir sin problemas.

Y eso es lo que planificamos para el domingo por la mañana. Un arroz bomba que lancé sin medida con un paquete de ocho longanizas, cuatro patatas francesas, un pimiento rojo, una cebolla tierna y una cabeza de ajos. De muerte salíó aquel combinado, de tal forma que entre sofritos, golpes de cerveza helada servida con los restos del barril y el dedo de aceite que le casqué al paellón, mirando el brillo tremendo del agua azul turquesa del mediodía retorné al mundo de las sombras empachado y con el colocón a cuestas. Como dijo Emilia refiriéndose a Pau caído de bruces insconsciente y acogotado sobre su regazo en mitad del restaurante árabe:

-Es que toda la sangre la tiene en la panza. Con la digestión.

Así me quedé de traspuesto, que tampoco es una novedad. Cada dos por tres pillo medio pedo en la comida y así me salen las siestas de cuatro horas. Pero no pienso renunciar de momento a este gran placer. Los drogadictos somos así.

Anoche tuvimos otra cena en casa y Dixie preparó unas pechugas de pollo con bechamel al paté de foié a la pimienta tremendas, acompañadas de un paté de aceitunas negras fabuloso. Últimamente está que se sale con los platos de cocina. Precisamente esta receta la borda y la va mejorando. Ya la preparó varias veces y siempre me sorprende. Y eso que cuando la conocí solo comia helados y el primer concentrado que se trabajó para agasajarme fué una especie de papilla amarilla, espesa y con grumos que tal vez fuera un tipo de arroz exótico, al que accedí por cortesía y que pensé que era una receta típica argentina.

Vino la Gata acompañada de Carlitos con dos botellas de vino y en una noché tórrida y clara de calor dulzón con olor de cera fundida, nos sentamos a la mesa viendo el círculo casi perfecto de la luna rolar ante nuestros ojos, dejando estelas pálidas sobre la superficie aplanada y mercúrica de un mediterráneo entre tinieblas.

Ahora, cuando redacto estas líneas, en esta noche de miércoles de septiembre, brumosa y límpida, sin brisas, quieta, sentado en la reposera con el bañador puesto y la piel recién sacada del mar, aún con el sabor de la sal en los labios resecos, con Verito acostada a mi lado, agazapada, cansada y dormida, navego con el pensamiento más allá del la línea del horizonte de plata y azabache.

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