martes, agosto 15, 2006

La mesa camilla y el mecánico feroz

Encontré a Verito la mañana del día de San Roque y de la Virgen María, fiesta nacional, tendida en el salón debajo de la anciana mesa camilla que heredamos con la casa. Parecía un mecánico de camiones repasando el palier suelto de un Iveco. En la mano buena tenía agarrada una enorme llave inglesa Irimo de dieciseis pulgadas. Acurrucada como en el foso de un taller de polígono, le estaba propinando una tremenda paliza a la desencajada obra de arte modernista. Era la pieza catalogada con el número sesenta y cuatro de la colección muebles cojos donada por la fundación G&G de Toledo, ubicada en una esquina del Museo Etnológico que tenemos organizado aquí arriba.

–¿Que hacés ahí? –pregunté intrigado.
–Estoy descuartizando la mesa para poder bajarla al contenedor más fácilmente. Así tambien cabe por el pasillo.
–Ah. ¿Y si le dieras la vuelta no desenroscarías con menor esfuerzo las patas? –le aconsejé a la vez que me recostaba en el sofá para verla de más cerca.
–Es que me gusta al estilo técnico del Paris-Dakar. Ya sabés –respondió con la pesada herramienta a punto de abrirle un boquete en la cabeza empujada por la fuerza de la gravedad.

Lo pensó mejor y con mi ayuda la colocamos boca abajo, con el tablero sobre el suelo y las tuercas a la vista. Como una tortuga derrotada. En dos minutos la tuvo desguazada y lista para el transporte. Plegando la chapa laminada se la puso debajo del brazo como si llevara una cartera con documentos, recogió los soportes con la otra mano y desapareció por el pasillo. A los veinte segundos estaba de vuelta. Un cohete.

–¿Puedo quitar estas cortinas horribles amarillas y azules? –seguía incansable con la depredación del salón. –Es que son tan feas y ocupan tanto espacio. Podemos poner unos estores. Rojos. Mis amigas ven el video de la casa y no hacen ningún comentario. Eso es que no les gusta la decoración.
–Por mí las puedes quemar ahora mismo. Pero yo no las veo tan poco adecuadas. Además me tapan de la vista vecinal y duermo la siesta al abrigo de las miradas curiosas.
–Si duermes con la webcam conectada y te ve medio planeta en plano corto.
–Pero no son los vecinos de al lado. Que son del puturrú y del Pe-Pé y me expulsarán de la comunidad. Estos no tienen internet ni ven las páginas porno ni nada.
–Estos son los peores.

Encaramada sobre la silla azul arrancó una, dos, tres y cuatro grandes trozos de tela dejando la pared desnuda, con el doble de luz y un espacio multiplicado. El eco respondía nuestras propias palabras. Me gustaba ver de ese modo el nuevo Palacio de los Deportes, donde quedaban los railes de aluminio como único testimonio de lo antiguo. No hay resquicio para el llanto ni la nostalgia. Estamos en el periodo del cambio. Nada perdura. Todo es un baile constante, un espectáculo de movilidad y novedades sin límite. Bienvenida la diferencia. Atrevámonos. Arriesguemos. Venceremos.

Metió las cortinas en una gran bolsa de basura negra y dirigiendo de nuevo sus ojos carbón hacia las sillas, decidida y valiente se dispuso a eliminar este penúltimo resíduo del pasado. No pude hacer otra cosa esta vez que incorporar mi cuerpo agotado desde el privilegiado lugar de descanso que ocupaba y apoyar esta nueva acción sorpresa. A la voz de sillas a tomar por el culo, trasladamos en fila india por el pasillo las cuatro unidades que todavía permanecían en activo y las depositamos en el cuarto que da a la puerta de entrada, en posición de salida hacia el vertedero incontrolado. Las otras dos ya llevan varias semanas apretadas en el interior de un armario empotrado esperando su triste final.

–¡Ostia! ¡Esta habitación parece el velatorio de un muerto! –las cuatro sillas mirando la cama.
–Yo había pensado lo mismo. Pero no hay otra forma decente de colocarlas. En los armarios ya no caben y al comedor no vuelven.
–Ni pensarlo. Que sigan recitando responsos hasta que llegue su hora.

No contenta con esto la detuve cuando se disponía a sacar por la puerta el sofá a cuadros amarillos y azules que hacía juego con las cortinas defenestradas.

–Esto no liga con este nuevo ambiente – espetó Veritoxina la diseñadora asesina. –Aquí pega uno rojo o uno negro.
–Eh! Negro no, que lo llenaré de mierda con los pies. Tiene que se de batalla, como este –argumenté sin mucha convicción ante el miedo que tirara por la ventana mi sofá de dormir la siesta preferido.
–No te preocupes por eso. Sería de cuerito y se limpia con un trapo. Eso no es un impedimento –me contestó ufana y segura de si misma. –Ademas será de dos plazas, más pequeño que este, que a mi me parece un armatoste gigantesco.
–Pero así no podré estirarme a lo largo y dormitar a pierna suelta con alegría –Ya me veía perdido.
–Xavito, es de dos plazas de esos que se prolongan por los pies y cabes perfectamente. Como el de tu amigo Jovi. –El final estaba próximo y la derrota a un paso.
­–Pero eso vale mucho dinero y no podemos. Rondará los dos mil euros y no tenemos un clavo. Hay que ahorrar primero. –Último argumento del que se sabe perdedor.
–Está bien –¡claudicó! –pero entraré en gúgel a buscar precios. Ya veremos.

Ahora tenemos un salón grande y con eco, igual que un valle suizo de los Alpes. Muy bien. Hacia las once mi madre llamó por teléfono para invitarnos a comer una paella en casa de mi hermana, en la playa de Nules, con toda la familia reunida. Hemos tomado el baño entre olas frescas y alborotadas. A las tres mi cuñado Rober preparó un soberbio arroz con kilo y medio de grano, pollo, conejo y verduras, acompañados por unos tomates de simiente especial que produce unos preciosos especímenes entre verde, rojo y negro, del color de las berenjenas y con el sabor de los antiguos tomates valencianos. Esas raras semillas se las dió Nacho, el hijo de una amiga suya que acaba de entrar de bombero en el Cuerpo de Castellón.

Estuvimos después charlando con mi hermano Rubén que se larga mañana una semana a Menorca con su amigo el Berna a casa de Ampa, su nómada hermana. Supongo que se hincharán de porros y cerveza. Algún día volará como una paloma torcaz de tanto canuto. Mi hermano Nacho también se va hacia el norte con Mayte su novia, y mi madre viaja hacia las Highlands escocesas el dieciocho con mi primo Barres y el grupo de senderistas. El jamón se lo lleva de casa.

Juan, mi otro hermano y nosotros nos quedamos en el Pedro, tomando un café con hielo y hablamos de reconstruir el apartamento de Benicassim. Ya tenemos hecho el proyecto y prácticamente dejaríamos solo el hueco. El aire entre los muros. En la imaginación no cabían ni las paredes. Baño, terraza, solado, cocina, habitaciones, instalación. Todo fuera. Pero de momento aguantamos con lo que hay. Debemos demasiada pasta al banco. A ver si podemos ahorrar un poco y dentro de unos años podemos reformar la casa. Ahora tenemos la ilusión y las vistas que ya está bien. Mañana más.

Queríamos ver una pelicula esta noche de fiesta y fuegos artificiales pero Santa Eliminadora se ha quedado derretida sobre la tumbona aquí a mi lado. Está extenuada, como en éxtasis. Es que no para. Seguramente estará lanzando muebles y derribando paredes con una maza gigante como Thor el vikingo, entre sueños. No sé si arrancarla de este trance tan divino en que se encuentra sumergida. Había empezado a leer La Sombra del Viento y no me ha resistido ni un asalto.

Estos mecánicos.

No hay comentarios: