jueves, agosto 10, 2006

Mantequilla en la cabeza

Venimos de la playa. Tomamos el baño bien entrado el crepúsculo hasta que se ha cerrado la noche sobre nuestra ciudad. El agua estaba deliciosa, calmada; la superficie era de mercurio, un fluido denso que reflejaba las luces recientes de las edificaciones costeras. Arriba fijas figuras cuadradas de múltiples tamaños, amarillo, oro y blanco; abajo una procesión interminable de lentejuelas brillantes con destellos entrecortados atravesando el ramaje apagado de los grandes eucaliptus del paseo, alternados con puntos estáticos a intervalos regulares de farolas.

Agazapados entre olas suaves escuchamos el silencio que emite el ligero vaiven de nuestros propios cuerpos en el mar. Desde esa perspectiva la realidad se disuelve y todo se torna relativo. Estás en el interior del útero primordial oyendo el rumor apagado de tu sangre circulando, el abrazo opaco de la materia tibia. La nada y el todo.

Desde el interior de la escollera de Els Terrers observamos un mundo distinto, un encuadre de postal, una fotografía para enviar de recuerdo a la otra parte del planeta. Estamos solos dentro de la cala. Sobre el muro un grupo de pescadores tienen las cañas clavadas sobre la roca esperando la resurección. En la orilla dos parejas ríen mientras preparan la cena en la penumbra. Un hombre fumando con un perro diminuto de raza indefinida pasean cerca.

Anoche me dormí sentado viendo el cine sobre la arena. El film La Gran Final no tenía demasiado fundamento. Pero lo que importaba era disfrutar del cálido ambiente de verano, con unos bocadillos jugando a ver una película de salitre y brisa fresca. Marcial, Conchín, Lledó, Verito junto a una gran cantidad de vecinos que silla plegable en mano asistieron al pase. El miércoles otra vez. Superman. Allí estarémos.

Esta tarde han estado en casa mi amigo Tonico y Jovi, y me han levantado de la siesta. Jovi con su nueva guitarra acústica Ibanez de cuatrocientos euros, pero tengo que decir que ha costado cien, porque si se entera Rebeca lo echa de casa sin contemplaciones. Es un instrumento precioso, negro, con controles de sonido y afinador incluído. Suena fantástico. Tendría que regalarme uno, pero lo primero que tengo que hacer es cambiarle las cuerdas a la mía y si tuviese un poco de conocimiento, llevarla al luthier para que le arregle el alma y repase las piezas desgastadas.

Tonico acaba de llegar de Rumanía donde a estado pasando sus vacaciones y visitando a los suegros. Hemos estado jugando con la webcam y él, que es un poco tímido, tenía algunos reparos en aparecer descamisado mostrando panza y ombligo, como el resto. Le contamos que muchos entran a husmear y escudriñan lo que hacemos y que a mi no me importa en absoluto que me vean en la casa. Le digo que enseñamos los pies y que hay mucha gente que se mata a pajas con la visión de las pezuñas negras de andar todo el día descalzos pisando fuerte. Son así, que les vamos a hacer. Cada uno tiene sus cositas. A uno le gusta el culo, a otro la rodilla, a otro otra parte del cuerpo. Hay libertad en eso. De todos modos no mostramos nada que pueda ser susceptible de censura, porque entre otras consideraciones, los que gestionan la página no permiten que así suceda. Pero resulta divertido –para nosotros-. Muchas personas no lo ven así. Respeto.

Por cierto, hace un momento me acabo de lavar con jabón la cabeza y demás apéndices corporales. Magnífico perfume. Si señor. Huelo como un kiwi. Que conste que he sido presionado sicológicamente por Dixie la dietas.

-Xavito. Hoy con jabónsito. ¿Vale? Que te paso la mano por el pelo y se queda untada como una tostada.
-¿Pero huele o qué?
-No lo sé.
-Ostia! Romperé mi promesa. No tengo palabra.

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