jueves, agosto 17, 2006

La ventana indispuesta

En estos dos últimos días el viento de suroeste ha montado en cólera arañando todas las superfícies a la vista, encorvando palmeras y rasgando toldos. Ayer creció a primeras horas de la tarde después de una apacible mañana, encrestando el mar con ráfagas que superaban los cuarenta nudos de fuerza, bufando indómito hasta que decayó la luz del sol, con las primeras estrellas de la Osa Mayor emergiendo en el horizonte. Retiré las tumbonas y algunos cachivaches de la terraza que volaban sin control de una parte a otra empujados por las rachas afiladas que cruzaban a esta altura. Temía fueran a caer sobre la cabeza de alguno de mis amables vecinos partiéndole la crisma como un melón. En el ángulo de la casa que delimita las vertientes sudeste y sudoeste confluían las corrientes en un torrente de aire cálido y seco, polvoriento, variando el rumbo hacía la sierra, no acierto a saber por qué motivo. Yo jugaba tendido en el suelo disfrutando del chorro a presión que golpeaba mi piel desnuda intentando arrancar los elásticos shorts negros de Verito que llevaba puestos. Recordé la sensación de navegar agazapado en la bañera de mi barco, protegido por el tambucho mientras orzaba buscando el infinito índigo. Era el mismo empuje que notaba cuando sentado sobre la moto, conduciendo por alguna carretera ebrio de placer, levantaba la visera del casco para dejar paso al invisible éter.

Esta mañana amaneció el cielo cubierto de luz cenicienta y con el Garbí arreciando inclemente. Si ayer vi abalanzarse una silla roja empujada por una mano fantasmal sobre el hierro forjado de la baranda, hoy, mientras leía acurrucado en el sofá observaba atónito como la mesa verde olivo pasaba delante de mis ojos hacia un destino ciertamente incierto. Llovió poco, cuatro escasas gotas, lo suficiente para ensuciar de barro los dos grandes ventanales del comedor. Supongo que el resto de cristales habrán corrido la misma suerte y tendré que arremangarme y limpiar. Es lo que tiene vivir en esta zona. Mucho calor, hermosa vista de nívea luz mediterránea pero cuando se decide a humedecer la naturaleza lo hace con polvo, será para contrarrestar. Quid pro quo.

De todas formas, tampoco le daremos demasiada importancia, que ha vuelto a renacer el sol con su esplendor acostumbrado alumbrando y deslumbrando en esta caída de la tarde fresca, de mármol y zafiro.

El tiempo impredecible sumado a la pereza, o tal vez a la cómoda posición que mantenía refugiado en el castillo de mi casa, refrenó las ganas de bajar a ver Superman en la playa dels Terrers anoche. Nos quedamos viendo Cars, la espléndida película de Pixar –Disney- que me dejó francamente impresionado. Alucino comprobando como evoluciona el mundo de la animación, luces, texturas, materiales, independientemente de la calidad de los guiones y de la dirección. Ese Lasseter es un genio que sabe rodearse de gente buena. Repetiré.

También acabé la lectura de La Mujer del Viajero en el Tiempo de una desconocida para mi Audrey Niffenegger. Compré el libro sin referencias, directamente porque me gustó el título y la sinopsis. Comencé a leerlo después del Ulises y estuve en un tris de dejarlo y pasarme a otro asunto cuando llevaba muy pocas páginas, pero persistí hasta que acabé con él.

También estoy bricolageando por mi chapuza-vivienda, fruto de la chapuza-reforma de los antiguos propietarios G&G de Toledo. La energía eléctrica en nuestra galería no funciona porque se quemó una clavija. Al abrirla dentro tenía una banda elástica fundida y los cables ennegrecidos con el recubrimiento plástico deshecho y socarrado. Estamos buscando un modelo similar y no encontramos porque instaló en toda la casa el modelo viejo que no lleva toma de tierra. Más tarde me dediqué a desvencijar una de las puertas de los ventanales del salón porque presentaba el cristal desencajado. Había recolocado los tornillos que sujetan las escuadras del marco por fuera de la hembra, reemplazandola con un grumo de silicona blanca. De todas formas son puertas raras. Las puedes quitar pero luego no quieren entrar. Necesitamos un manual de como-colocar-una-puerta-en-su-sitio. Para averiguar como se colocaba el burlete de caucho en la junta estuve dos horas, metiendo y cayendo y volviendo a meter. Lo encajaba por un extremo y cuando llegaba a la mitad del recorrido ya tenía fuera lo anterior. Hasta que descubrí el secreto.
Cuando llegó Verito encastramos a base de golpes esa lama rebelde.

-¿Cómo la sacaste? Esto es imposible. Aquí no entra.
-Si. No ves que está fuera. Tú dale fuerte que la metemos.

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