lunes, agosto 21, 2006

Resaca

Quedé encargado de cuidar una mesa en el parterre relleno de arena, debajo de la pasarela de madera en la playa dels Terrers. El Ayuntamiento dispuso unos mugrientos tableros de chapado blanco con unos caballetes metálicos de soporte y unas sillas de aluminio con el nombre Talía serigrafíado en bermellón sobre los desconchados respaldos. Salí del mar y con el agua encima planté unas sillas como bandera para delimitar el terreno. Verito subió hasta casa para preparar unos bocadillos con pechuga de pollo horneada al paté y bechamel, sobras de la comida del sábado. Unas aceitunas verdes maceradas con salmuera al romero de Carcaixent y un sandwich de queso fresco y tomate para ella.

Fuí el primero en llegar con el sol afirmado aun sobre las torres, con los últimos rayos resaltando los colores marinos y alargando las sombras sobre las piedras. La primera en llegar fué Conchín. Luego Mayte que me dejó un pequeño pareo caqui con dibujos étnicos que me até sobre mi bañador verde de Decathlon. Empezamos con el cava Brut mientras la gente acudía ocupando poco a poco todas las mesas. Ramón y Merche, Marcial y Canela. Y la fiesta se disparó para mi. Estaba sentado en la mesa prácticamente sobre el límite del paseo, con el mar delante y el crepúsculo malva a mi espalda. Hablando, comiendo, bebiendo, moviéndome, bailando. Ebrio de cerveza, de cava, de vino y de un vodka genuíno que se trasladó Conchín de su viaje a Rusia.

Sé que escuché –y ví, eso creo –entre brumas etílicas al alcalde de Benicassim arengar desde lo alto del puente, con el micrófono del chico orquesta, no sé qué de arreglar no sé qué cosas. Me pareció un hombrecito menudo de cabeza brillante y camisa inmaculada. No pude observar nada más debido a mi lamentable estado. Pasaron por delante de mi corral Alfonso y Alfonsina, mis amigos vecinos de nataciones profundas y los señores G&G de Toledo, que según me trasmitió la Negrita al día siguiente, estaban preocupados por el estado del mobiliario. Al parecer yo estaba en otro mundo bebiendo todo lo que encontraba dentro de un vaso en un radio de doscientos metros.

Recuerdo unas largas conversaciones con Marcial pero solo retengo en la memoria su cara mirándome a los ojos para escudriñar la forma de mis pupilas.

-Tienes las pupilas poco dilatadas Xavito. Puedes beber un poco más. No pasa nada. Tú sigue que ya te avisaré cuando llegues a la línea roja.
-Brafsggssffs...!

No me puso freno y seguí con lo mio, viendo a lo lejos sobre el escenario de traviesas, bailar descalzos a Ramón, Canela y Verito, en primera fila pidiendo temas al músico estrella, con la excitación de una divertida noche de verano. A la mañana siguiente caí en la cuenta que entre la penumbra del lugar y lo poco que ve Marcial en condiciones óptimas, entiendo que no viese mis iris y simplemente me dejara disfrutar de esta alegre borrachera hasta el final. Sabía que como mucho, dormiría la mona tumbado allí mismo, delante de casa, arrullado por el sonido de las olas arrastrando la grava. Como un muchacho del FIB. No era peligroso. Una toalla encima y punto. El doctor acertó plenamente en su vaticinio.

El domingo amanecí a las doce sobre la cama con una mujer al lado –la Negra de Devoto –y un dolor intenso de cabeza que amenazaba con destrozarme las sienes. Náuseas y un malestar general que me impedían apreciar el día magnífico de finales de agosto. Me costó recuperar el tono habitual y tuve que recurrir a una gragea de Ibuprofeno como remedio. Conchín y Mayte se quedaron en casa para no tener que tomar el coche porque el grupo se retiró sobre las tres de la madrugada, exhaustos pero contentos. Cuando nos levantamos las dos estaban en la playa porque nos contaron después que no pudieron pegar ojo hasta las siete, cuando callan los ritmos de los garitos. Yo nunca escucho y si alguna vez oigo algo no me molesta. Quizás estoy acostumbrado. Para mi son como una nana. Duérmete niño, duérmete ya.

Habíamos quedado para comer con Ramón y Merche y no estaba en condiciones. Estoy viejo con una resaca tremenda –pensé, –y ante la tortilla de patata que preparó nuestra invitada recuperé la memoria instantáneamente. Una buena comida acompañada de otra mórbida siesta a la fresca y un delicioso baño de mar lo curan todo.

Un buen fin de semana. Le voy a dar un diez. Soy un profesor fácil y me aprueban todos con matrícula.

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