lunes, agosto 14, 2006

La Cena de Navidad

Ha sido un fin de semana ajetreado. Anoche quedé pegado sobre la tumbona de la terraza, incapaz de articular una sola frase coherente. Un millón de toneladas presionaban mi cuerpo impidiendo cualquier movimiento. Al final cerré los ojos intentando relajar los músculos y practicando un mantra interior a modo de letanía, a ver si lograba estabilizar mis funciones vitales. La temperatura era agradable y reinaba la calma después de un largo domingo de agosto. Ninguna estrella fugaz, nada de líneas ni de trayectorias blancas en el firmamento. Las Perseidas no bajaron por Benicassim. Aqui no cae lluvia de ninguna clase. Estamos secos, agotados y listos para dormir. Dejé a Verito jugando a no se qué y me largué con destino la cama. No recuerdo nada más. Sé que estaba fresca y que me derramé sobre el colchón, boca abajo. Y se bajó el telón.

Esta mañana me he despertado con Verito, a las seis, dolorido y viejo. Seguía cansado hasta tal punto que cuando se marchó hacia el trabajo no he conseguido preparar el desayuno como siempre, y derrumbado sobre el sofá me he vuelto a quedar profundamente dormido.

Una llamada de teléfono pasadas las diez de la mañana interrumpió un sueño desquiciado que me tenía atrapado sin remedio. Andaba errante con mi socio Pepe, visitando clientes y atendiendo asuntos relacionados con mi empresa de una forma nefasta, negativa. Todo eran pérdidas y malas relaciones, una catástrofe detras de otra. Estaba hundiendo el negocio con mis estúpidas actuaciones. No podía redireccionar las cosas y había perdido el control sobre mi conciencia. Aparecieron también mis antiguos jefes y compañeros en una época posterior, José Luis y Jesús junto a algunas personas que a estas alturas no recuerdo con excactitud. Formaron una especie de rebelión acusándome de ganar más sueldo que ellos cuando llevábamos el mismo tiempo trabajando. Lo estaba pasando realmente mal. Recuerdo también que había una chica en la que estaba interesado. Quería hacer el amor, acercarme, tocarla; en el sueño parecía fácil, pero parece que mi mente navegaba con el viento de frente. No sé quién era. No conseguí establecer contacto.

Verito me rescató con el oportuno timbre de La Manta al Coll en mi celular. Me pude levantar y desayuné un café con leche. Seguía con la mente turbia y el cuerpo alterado. Leí hasta terminar el libro de Vidal y sobre la una de la tarde me acerqué a Castellón para comprar un juego de cuerdas para mi guitarra que ya sonaba como una pandereta. El caso es que rompí la que tenía remendada con nudos marineros. En Portolés adquirí dos juegos por doce euros. Después pasé por el Mercadona de Benicassim a comprar agua y cuatro cosas que hacían falta y aquello parecía la jungla. Nunca ví nada igual. Los ricos también se ostian por un paquete de patatas y una lata de berberechos.

Y es que este fin de semana hemos tenido en casa a la familia. Mi madre organizó esta reunión, la Cena de Navidad como ella le llama, con estrena incluída, porque mi hermano Juan, que vive en Palma no puede venir en esas fechas. Se sumó el sábado por la noche mi primo Barres, que también aprovechó la visita para saludarlo.

Una marabunta, que han acabado con todo. Hasta un bidón de cinco litros de Heineken que entre mi hermano Rubén y yo, mano a mano vaciamos antes del arroz de gambas y atún del domingo. Y con toda la gente, las niñas, los niños, las abuelas, los padres y los tíos hemos hecho la fiesta. Esto seguramente es lo que me ha provocado este bajón. Estoy poco acostumbrado a las aglomeraciones. Eso dice Verito que me ha diagnosticado nervios del anfitrión, de cura rápida y sin complicaciones. En chocovideos hemos colgado algunos momentos estelares.

Esta noche prepararemos algo de cena ahora que estamos fresquitos después del baño en la cala y la ducha aquí –con champú y agua caliente- y veremos con la pantalla del portátil y el mar detrás Match Point de Woody Allen que está terminando de bajarse con el Pando. Eso si no acabamos como siempre durmiéndonos a los cinco minutos.

No hay comentarios: