lunes, agosto 07, 2006

El rey ha muerto

Vicente está falling in love como un niño de quince. Ayer tarde vino de visita el heredero Villof, nuestro buen amigo habitante de Villapanda trasquilando asfalto con su beemedobleuve para comunicarnos sus últimas travesías veraniegas. Después de tomar el baño de la tarde batiendo records absolutos de permanencia en el agua salada pasando de las hipotermias, Pixie y Dixie llegamos al portal de casa, abrimos la puerta y subiendo por la escalera escuchábamos el runrún de voces que provenían del quinto. Extrañados porque los vecinos de puerta son rumanos y no sueltan en lengua castellana –era una persona pero daba el punto de ser conversación animada de tres o cuatro- seguimos hacia arriba trepando con inquietud -¿Quién será?-. Al final cerca ya del techo descubrimos sentado, en el último repecho antes de la meta, al ínclito Vicentico, enfrascado en una interesante charla a través del celular.

-¿Qué fas ací Visent? Te fundirás con este calor. ¿Y cómo has entrado? –pregunté con asombro ante la visión de mi amigo platicando acuclillado en la sauna que es el final del hueco de mi escalera. Todo el santo día acumulando aire caliente. Un horno.
-...! –seguía absorto en su tema; me dío la mano sin dejar de hablar.Tiralí, tiralá-.

Lo introducimos en casa y con el aire fresco del pasillo se fue aclimatando y nosotros sufriendo por si le entraba un síncope y se desplomaba como un flan sobre el suelo, afixiado. Pero no, al contrario seguía como una rosa, fresco y con el móvil pegado al cartílago sin parar de tralará, y respondiendo entre frases a dos bandas, multicanal. Una para tí, otra para mí.

-Me ha abierto un vecino.
-Ah!. ¿no tienes calor?
-Llevaba solo cinco minutos.
-Bien. Estos vecinos.

Mientras colgábamos los bañadores y las toallas mojadas, Verito se tomaba una ducha –con jabón. Yo voy camino de las dos semanas. Todavía no huelo a podrido. Aguanto- tomando posesión de la propiedad, descorriendo toldos y todas esas cosas que se suelen hacer cuando uno entra en casa, él seguía charreteando agarrado a la barandilla de la terraza mirando al infinito azul, con la luna asomando ya la cabeza por el sur. Impresionante. Yo lo observaba desconcertado. Media hora. A mi ni puto caso.

Al terminar todo este trajín ya nos sentamos en las tumbonas con unas Heinekens heladas, un plato de aceitunas sevillanas y unas papas fritas. Cerró la conexión. Lo primer es lo primer. Nos atendió la reina de la casa sin cobrarnos el servicio.

-Talibán. Estas hecho un talibán. ¿No le sacas nada a Vicente que es tu amigo?
-Estaba ocupado y no me hacía caso.

Le hizo el gasto a la telefónica y con las papas y la cerveza ya más relajado, nos contó sus historias. Primero su gran viaje de la concentración del FIM en Berlín y sus divertidas anécdotas y peripecias. Segundo –lo realmente importante- que se había enamorado como un colegial. De quién y detalles varios, tipo cómo se llama, si es chico o chica, y demás lo contará él si quiere y cuando quiera que eso pertenece a su rincón privado. A mi me alegró verlo tan contento y excitado, hablando sin parar de su nuevo y adolescente amor.

A la noche, cuando la luna delante de casa plantaba una franja de color aluminio entre las oscuridades azules, con la brisa que se descolgaba del desierto meciendo las yucas mientras devorábamos dos soberbias plazas de toros del Telepizza –la Mediterránea más una de queso de regalo- seguíamos la conversación entre pensamientos acerca de lo divino, lo humano y lo de Vicente.

-¡Ostia Verito! ¿Vintidós val? ¿No es molt car aixó per a una pizza?
-Xavito es que no eixes mai de casa. Som tres y es un sopar. ¿A on et creus que vius, en Afganistán? -Y se largó enojada aun no se porqué-

Me dió el dinero y unas monedas para que atendiera yo al repartidor. Había encargado el pedido por internet. La última vez vinieron una pareja y la chica –así me lo contaron- estuvo en un tris de desmayarse en rellano del quinto piso, extenuada y dando bocanadas como carpa en salobre. Esta vez sería yo el que se enfrentara al enemigo. Había que dar la cara. Así que me levanté –no sin protestar un poco haciéndome el remolón-.

-Que vaya Vicente.
-Xavito. Es tu casa y él es el invitado.

La verdad no fue tan duro como temía. Vino una chiquita agradable vestida de frambuesa, y yo, galante bajé casi dos pisos para que no se cansara tanto. Le di la propina que Verito puso de más en la cuenta y quedé como un señor.

-Aço per a tú xiqueta.
-¡Gracias señor!

No me dió la factura porque decía que tenía que presentarla en la empresa. Digo esto porque yo le intentaba arrebatar el papelito que me mostraba insistentemente, con la sana intención de que viera el precio total. Pero era como si me estuviera tomando el pelo dándome pases de pecho como Jesulín a un novillo. Cuando yo acercaba la mano ella la retiraba y así al menos cuatro veces que ya la iba a tirar por la escalera de una patada en el culo. Como no explicaba de qué iba el asunto pues yo seguía tratando de agarrar el recibito. Era un bucle. Seguro que pensó que le estaba dando las pizzas a un colgado descalzo, sin camisa y con un bañador plátano. Ella lo que no podía saber es que yo nunca repaso las facturas que me dan las cajeras del Mercadona. Las chicas alargan la mano, dicen gracias y yo tiro el papel dentro de alguna de las bolsas de plástico. Y con está pensaba que era lo mismo. Pero estaba equivocado.

Ahora yo que soy un cotilla esperaré a que me cuente más novedades. Igual si lee esto ya no me dice nada en un tiempo pero me arriesgaré, que vale la pena.

Ya esta mañana he hecho varias cosas que tenía pendientes. Enviarle un correo a Elena, la aristócrata de Sagunto y compañera mia de Incomedia, que está pasando este mes en San Francisco rodeada de gays y lesbianas. Ya veremos como vuelve que se marchó delgada como el palillo de un helado, que la talla ese le cuelga como un mantel y aquellos de allí son muy grandotes. La segunda retomar el Ulises de Joyce que segun me enteré fisgoneando por el google, es un autor al que todos admiran y reverencian pero que nadie ha leído. Muy bien, si señor; pues ya voy por la quinientos y pico y con dos diccionarios a la vera. Ahora tengo que admitir que con eso, la mitad del relato escapa a mi mediocre coeficiente, pero peleo y peleo con las frases, a ver quién puede más. Así podre decir con autoridad: Yo si leí a Joyce. Cabrones. Y la tercera, aparte de desayunar mi croassant y mi café con leche, de abrir el melón de la semana pasada –está demasiado maduro y pica de dulce- he arreglado mi cartera. Pesa medio kilo menos. Tiré a la basura cientos de papelitos y mis documentos acreditativos como socio Vip del Club Naútico de Borriana y de la Piscina Municipal de La Vall d’Uixó. Hay que actualizar las cosas y ponerse al día.

El rey ha muerto. ¡Viva el rey!. – es un decir- Y la playa me está llamando. ¿No la oís?

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