domingo, agosto 27, 2006

Blanco

El jueves nos levantamos excitados con la perspectiva de seguir efectuando cambios en casa. Saltamos de la cama con la ilusión del seis de enero y encontramos desparramados por el salón los envases sin destapar y la gran bolsa azul de Ikea llena. Sentado sobre el suelo rompiendo el cartón protector se fueron armando los mecanos; en primer lugar, siguiendo metódicamente el libreto de instrucciones, las sillas Herman con patas de aluminio gris y respaldo vinílico hielo y seguidamente la pequeña mesa Mellea con soportes similares y tablero lacado nata. Todas las piezas encajaban con exactitud dando como resultado un mobiliario impecable. Después de acomodar las piezas en su lugar necesitábamos más material para los juegos. La mesa verde de la terraza con las sillas rojas de cocacola. Nueve sillas de plástico apilables y una tabla tan larga como yo, para dos personas. Excesivo. Buscaremos estantes y cajoneras blancas para el comedor y retirar lo heredado. A ver si encontramos en Castellón algo que nos pueda servir con el estilo visto en Barcelona.

Desayunamos partiendo raudos y expectantes hacia el polígono del Transporte. Entramos en el Rey de Sofá y entre mil divanes ninguno se acercó a lo que teníamos en mente. Ikea es mucho Ikea. En Option Home, en Exótiko, Max Descuento, En Leroy Merlín y en Casa. Acabamos recorriendo todas las tiendas de la zona para terminar comprando en Casa una mesa pleglable Scan Com de Eucalipto para la terraza por ciento veintinueve euros, dos sillas de la misma marca por treinta y cuatro y una mesita auxiliar por treinta y cinco. Llegamos a casa, subimos todo el material, desarmamos la mesa verde guardándola debajo de la cama de la primera habitación y juntamos las sillas rojas dejándolas amontonadas en el único hueco libre que restaba. En ese espacio tenemos ya quince sillas esperando la resurreción. Ordenamos el ambiente con el nuevo mobiliario y ahora parece Las Ventas.

Verito en la terraza lee la última página de La Sombra del Viento. Ha terminado el libro. Está exultante.

A la tarde asistimos atónitos a la reunión más sorprendente, por definirla de algún modo, que hemos presenciado jamás. En el aparcamiento de los apartamentos Europa, que es donde vivimos, debajo de la farola que linda con las duchas y la fila de moreras, habilitaron unos bancos de madera y unas sillas para la convención anual que vienen haciendo desde que el padre de Jesucristo rodaba en velocípedo, los vecinos de la finca. Son treinta y siete viviendas contando los estudios de los bajos. A las seis y media de la tarde acudía el administrador, contratado recientemente, el jóven abogado Joaquín Rambla maletín en mano, acompañado por una tímida secretaria. Él vestía antiguo, con camisa celeste de manga larga y pantalón crema con una mancha del tamaño de una modeda de dos euros a la altura de la rodilla que recogía todo el interés a nivel pupilas distrayendo continuamente mi atención ¿Dónde se habría arrodillado? Seguro que a chupar algo. Ella iba de negro con una falda hasta la pantorrilla y un cinturón plateado, protegida por una carpeta que apretaba contra el pecho a modo de escudo. Sentados ante la mesa de bar que utilizan para jugar al perejíl en las tardes de verano empezó el cónclave. El administrador, la secretaria, el presidente, el secretario y el vocal. En un listado previo figuraba un rosario de diez puntos a tratar aparte de una normativa legal para la comunidad.

Entre los vecinos destacaba ya desde los prolegómenos una vocecita aguda que surgía dos cabezas a mi derecha y que provocaba la ira y el gesto desaprobador de una gran parte de los presentes. Era una carita rubicunda, redonda y pequeña, con ojos oscuros y brillantes de comadreja y una expresión anodina con el pelo oxigenado recogido, de unos cuarenta años. A su lado su acompañante, un chico moreno y medio calvo con gafas de bastidor azul sobre una cara redonda y fofa. Cada planteamiento que se formulaba iba acompañado de innumerables discusiones y diatribas interminables seguidas de acusaciones, improperios y argumentos espúreos ajenos a cualquier condición lógica. Nosotros éramos nuevos en aquel ruedo infame y centrábamos el interés en que se aprobara o simplemente se pusiera el marcha el asunto del ascensor. Pero ese punto figuraba en el orden del día en el puesto nueve y llegando a las diez de la noche la cosa no pasaba del tres.

Los temas por más nimios que fueran se calentaban por el efecto de la voz respondona; en un momento de la parodia se levantó cigarrillo en mano y pude observar más detenidamente su fisonomía. Era un cuerpo con forma de peonza sin cuello, rematada con una bolita rubia atenazada con un broche; llevaba puestos unos pantalones vaqueros sin marca. Dentro de ellos el trasero había desaparecido para situarse debajo del ombligo. Las nalgas habían sido reemplazadas por una pancita que subía encrestada uniéndose con las mamas que a su vez bajaban hasta formar una forma circular a la altura de la cadera, enfundadas en un ligero sueter celeste. Todo este conjunto aparecía constreñido por un sujetador de ballenas que dibujaba el contorno de los michelines como si fuera una peonza enrrollada con el cordón preparada para lanzar.

-¡Ladrón! –acusaba el tapón a cualquiera de los anteriores gestores que tenía delante.

Es una de esas personas que sacan de quicio, que en mi pueblo se les llama hijas de puta, y que provocan la aversión de la mayoría sin que a ellas les mueva ni un pelo el sentirse rechazadas. Descarada y machacona, peligrosa, daba palos a todo el mundo. Con el que más se encaraba con Manolo el presidente, que le había levantado una denuncia en nombre de la comunidad de vecinos por uso indebido del recinto.

-¡Que salga el que me ha denunciado! ¡Que quiero verlo! ¡Que venga ya! –vociferaba histérica Greta Garba plantada como una antorcha en medio del público. ¡El presidente, quiero exlicaciones del presidente!

Como ya se había elegido nuevo presidente el anterior paseaba al amparo de su mujer por detrás de mí partiéndose de risa igual que un niño contento.

-¡Yo soy el expresidente! Hohoho! ¡Que salga el presidenteee! ¡Te hemos denunciadooo! –y seguía trotando travieso agarrado a su señora por si las moscas.
-¡Abogado tome nota! –saltaba el marido del cono rubio con patitas levantándose de la silla y señalando al viejo expresidente con el brazo extendido.
-¡Calzonazos! –clamaba una estentórea voz desde el fondo.

Al parecer conseguir denunciar a este dañino ejemplar vecinal es todo un hito, una pequeña batalla en el fragor de una contienda larga y cruenta que tiene por campo de juego mi finca. Unos días atrás, Pascual, otro vecino oriundo de Vila Real, perdió un contencioso contra la misma por insultos y tuvo que pagar ciento veinte euros de multa.

En otro acalorado momento del sainete esta bruja amenazó con arrebatarle la vivienda al secretario, un tal Joaquín de lengua trabada y antiguo inquilino. Este al escuchar semejantes palabras se puso nervioso y le gritó encaramado sobre un banco haciendo el gesto de rodar vehementemente el dedo índice a la altura de la sien.

-¡Tú estás como una cabra!
-¡Abogado tome nota! ¡Amenaza de muerte! –volvía a declamar el imbécil.

Pero esto era solamente la pimienta. Los otros ingredientes del cocido aparecían entre medio soltando con aspavientos sus pocos recursos y dejando entrever sus cerebros a medio cocer, aunque no todos presentaran los mismos síntomas.

De la mayoría no recuerdo los nombres porque tampoco se presentaron. Inma y Pilar las sufrientes, dolorosas y resentidas mujeres, hija y madre viuda. No quieren ni oir hablar del ascensor.

–Mira mi padre muríó el año pasado saliendo de aquí. Compramos el primer piso porque no podía subir al cuarto que nos ofrecían. Que bonito, quereis tener vistas y encima que te pongan el ascensor para subir.
–¿?

Encarni, la madre de Encarni, nuestra vecina del cuarto, que levantaba el brazo siempre sin tener claro en que sentido rolaba la votación.

–Encarni, que esta vamos en contra
–¿Pero esto no es lo del ascensor? –si pero es para no ponerlo.

Agustín, el dueño del apartamento que tenemos al lado y que tiene alquilado a los rumanos; Lidón la chica que nos apoya con la búsqueda de proyectos. Cueva Santa, la simpática chica más linda con más arrugas y con más alzas.

–Yo también quiero hacer un ruego.
–¿Qué?
–¿A vosotros no os molesta que el timbre de la entrada haga tilin, tilín? Está muy fuerte ¿No?
–No. De hecho cuando llaman ni nos enteramos.


Cerca de las doce de la noche terminó el guirigay con más pena que gloria y con la prohibición de colgar prendas en el exterior de la fachada y la próxima guerra para la ubicación de un ascensor en el exterior de los apartamentos. No he descrito ni una pequeña parte de lo que aconteció porque transquibirlo todo seria una tarea imposible.

El Viernes nada más levantarnos y desayunar planificamos la jornada, cosa extraña en nosotros. Bajamos a la Vall d’Uixó y pasamos por mi piso para recoger el cuadro de Cristina Sanz de las bicicletas que me regaló, dos marcos grandes de aluminio blanco que tenía con sendas láminas con reproducciones de pinturas, la olla a presión, el aro extensible para meter la ropa sucia, unas luces de colores y dos velas. Pasé por el Banco Popular para pagar la cuota de escalera de julio y agosto –ochenta euros –por la caja rural para que me dieran un extracto de las cuentas para ver si me habían cargado el seguro del Solete –ciento noventa y ocho euros –y así era, con lo que hablé con Susi y quedamos en que la semana que viene me acerque por la consulta y me reembolsará el dinero, aparte de darme de baja en Mevase. Pasamos también por el taller del Alfa Romeo para concertar otra cita para revisar los líquidos de mi coche y colocarle las escobillas del parabrisas. Hechas las obligadas gestiones Valleras nos dirigimos hacia el polígono Belcaire y hollamos el terreno sagrado de mi empresa. Pisé la entrada recalentada y quité la alarma. Conectamos las luces y los equipos y me reencontré con mi próximo futuro. Los olores, los ruidos, el espacio. Todo estaba intacto, inmóvil en el tiempo, igual, exactamente en el mismo sitio cada una de las cosas, tal y como las dejamos el último dia antes de vacaciones, como si el tiempo se hubiese detenido congelado.

–Me gustan estas fotos de la columna ¿Tú no estás? –Dijo Dixie observando las imágenes reproducidas en tamaño atrés y pegadas con celo sobre el pilar de hormigón sin recubrir que tenemos en medio de la nave.
–No. Yo hice las fotos.
–¿Y esta de ahí arriba quién es?
–Mari Paz.
–Pués en la foto está más fea que cuando la vimos en Castellón. ¿Y quién ha hecho la caricatura de la Patri? ¡Qué buena está clavadita!
–No es la Patri. Es Amaral y la caricatura es del Vizcarra el del Jueves.
- Ahhh, pues en la foto salió relinda.

Con el gécinco abrímos el painter y pintamos unos cuadros para decorar nuestra casa. Lo hicimos bastante rápido y diseñamos una cantante basada en una imagen de internet de Ella Fitzgerald y otra de B.B. King dando un toque con su guitarra. Una especie de proyección nuestra. Unos trazos negros sobre el fondo blanco del lienzo. Muy sintético y ligero. Solamente en el de la mujer unos labios en carmín dan la nota de color. Esos eran de tamaño más grande sesenta por setenta. El resto dos conjuntos de tres pequeños cuadros de doce por diecisiete con nuestros nombres y el otro con una raspa de pescado; para finalizar dispuse cuatro recortes con las imágenes que trabajamos para Llumadara de la serie de africanos, con un tamaño de doce por doce. Nos llevó todo el día más que nada porque la impresora no quería funcionar y me tuvo cabreado y paciente esperando y reiniciando una y otra vez los equipos. Si cobrara por horas cada una de las obras saldría por un pico. Terminamos sobre las seis de la tarde y desde las diez de la mañana con el desayuno todavía no habíamos probado bocado, tan solo un café de la máquina automática de la fábrica y un par de vasos de agua.

Salimos pitando hacia el Leroy Merlín y comprar todos los aperos necesarios con el objetivo de rematar la faena. Entramos en la abarrotada tienda. Una caja de herramientas, sellador, pintura blanca sintética y de pared, dos adaptadores, tornillos y tacos, alambre, aceite para madera, pinceles, hilos de algodón, un tope para puertas, tiradores metálicos, guantes, lijas, aguarrás por ciento cuarenta euros. Lo más caro la caja de herramientas y la pintura sintética.

De allí al Mercadona de Benicassim y conseguir algo de comida para la cena. Llegando al Hotel Orange recibimos una llamada de Marcialín que nos estaba esperando sentado en la mesa amarilla que tenemos en el patio de los apartamentos. Esperó a que terminásemos de hacer las compras y nos ayudó a subir todas las cosas. Acabamos muertos de cansancio y tirados sobre la cama como dos jamones de Teruel colgados. No tenía fuerza ni para escribir cuatro frases en el post ni para bajar a la playa.

Ayer por la mañana marchamos otra vez a Castellón. El reto consistía esta vez en cazar dos tumbonas de madera y reemplazar las de plástico verde que tenemos ahora. Pero no encontramos ninguna que pudiera suplir las antiguas. Todos los modelos son excesivamente largos, casi dos metros, no tienen apoyabrazos y no se pliegan, solo levantan el cabezal sin acortar su longitud. Estos inconvenientes de momento son insalvables ya que no mejoran la comodidad de estas que tenemos. Si encontramos alguna que se adapte ya la compraremos. A la vuelta sobre la una de la tarde empleamos el resto del día en pintar de blanco el mueble con cajones que teníamos para apoyar el televisor, con varias capas de pintura y secado, y repasar con aceite los muebles de madera de eucalipto de la terraza. También Verito repasó todos los agujeros de la casa con masilla y pintó las grietas y desconchones. Yo me agasajé con una merecida siesta hasta las siete. Después colocamos los tacos, preparamos los cuadros con los soportes y colgamos todo en su sitio. Nos daba la gasolina de nuestros cuerpos extenuados para limpiar y preparar un cena de sobaquillo ligera. Volvimos a caer rendidos sin remisión. Hasta hoy que el día vuelve a renacer con la brisa que sube de la playa soleada y brillante. Verito está preparando la comida mientras escribo esto. Vamos a tomar el baño, que ya tengo ganas, porque esta semana aparte de pasar como una impetuosa tramontana, no he disfrutado del agua más que en un par de ocasiones. La casa está cambiando poco a poco y yo voy a descansar.

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