martes, agosto 01, 2006

Manzanas podridas y nuevos ricos

Llegan hasta el quinto arrastrados por una repentina brisa olores de pastelería, de tostadas y bollos preparados en el horno de algún malvado vecino, despertando de nuevo mi apetito. Con la prótasis acabada, retomaré el segundo acto de esta función; Un café raquítico con una escuálida cucharada de azúcar de caña acompañado de una anoréxica ración de bizcocho de chocolate, mejor definido pellizcado que cortado, recogiendo migas con las yemas de los dedos a lo pájaro mendigante. Gorrión peleador de Patio Dosmil. Y una manzana veterana a las diez para calmar el ansia de la inactividad literaria. Tanto leer despierta la gana. He decidido vaciar el refrigerador de comestibles y camino recto en la senda correcta trazando surcos y abriendo espacios en las filas enemigas. Descabalgué el otro día la madre de todos los calabacines, metro cúbico de cucurbitácea; También tiré de un paquete de seis grannys que ya parloteaban entre ellas. La primera en caer, después de un par de semanas de alquilar el estante y de cambiar de habitación dejando acomodo a tortillas, mayonesas y tetabricks de gazpacho, fue la que ocupaba el espacio central, una manzana coqueta con canas y abolladuras en pleno proceso de maduración. Partió rauda y sin pelar hacia su cierto destino y me parece que ya está digerida camino del mar, trasformada en una especie de chocolatina mielosa, como el título del blog. Pude despedirme de ella esta mañana con los ojos empapados y brillantes de la emoción. Eso si, no le di un beso a la manera argentina. A la peninsular, levantando ligeramente la barbilla.

–¡Adiós! –sin respuesta–

La segunda, la de hoy, murió hace tres o cuatro días de frío –Verito dice que así refresca más sus cocacolas y no hace falta cubitos de hielo– Sus compañeras suplicaban que la sacara de su féretro de plástico y le diese cristana sepultura. Presentaba síntomas de rigidez postmortem, amarilla y con la piel macilenta propia de los difuntos. Yo soy la resurrección y la vida. Adentro completa que la fibra es lo más sano. Menos el corazón que lo tengo en el suelo envuelto en un repasador de mortaja.

Unas cebollas de la misma quinta dejaron este mundo –la materia como energía no desaparece, solo se trasforma­– cuando olvidadas en lo más profundo del cajón inferior, supuraban por el rabo virginal jugos extraños. Un corte límpio a tiempo y fueron pasto y condimento del arroz meloso del domingo ­–seguir con mi tradición aunque sea de soslayo– y el ejemplar solitario que dejamos porque no cabía en la paella ­–era arroz con cosas diversas y no cebolla con cosas diversas; al menos ahí estaba la intención del matarife. Dios creó las verduras y el demonio inventó a los cocineros­– acompañó anoche a unas xauxas centenarias con lepra, signos equívocos, tatuajes y escoriaciones típicas de la erosión y del paso relativo del tiempo.

–En la nevera tenemos unas judias tiernitas que nos trajo tu madre.
–Pues no les he vist.
–Búscalas que tienen que estar, en una bolsa blanca. Con tomate estarán ricas. Todo natural.
–Ahora las llamaré, a ver si responden.

Les cortamos solo el rabito, bueno, los dos rabitos y en dos mitades dejando el hilo entre las puntas porque eran tiernas y no molesta. Tiernas, tiernas ya no estaban, pero en fin. Las pusimos a hervir y con el pollo que andaba aun correteando entre los tupperwares, la cebolla, unos pedazos de atún, tomate y un pimiento que pillé camuflado entre las xauxas preparamos un plato de viejas. Bueno estaba, si señor. Para que yo con un zoquete de pan y media botella de tempranillo dijera basta, tenía que estar de concurso.

Pasaron por casa, después de tomar el baño de tarde y mientras preparaba estas menudencias, la Conchín, remachada como un baul antiguo por los mosquitos de Malasia a tomarse una cervecita rápida y más tarde Cesar y Lola con las bicicletas vestidos con los chalecos reflectantes, que parecían funcionarios del ayuntamiento. Lola a punto de lipotimia que se tuvo que inyectar unos pastelitos y agua para poder seguir la vuelta, que anoche el calor apretaba con intensidad. Cesar que está como una roca subió las escaleras dos veces porque olvidaba al marcharse las llaves de casa.

Ayer como estaba solo entablé relación con mis nuevos amigos de la playa. Hablé con el señor mayor y su mujer, aquel que insultaron los de la barca el otro domingo. Él resulta que era doctor en Alcora y está jubilado de este año. No sé sus nombres. Estaban cuidando al nieto, un ser terrible que consumía sus fuerzas, en un interminable juego sin fín subiendo y bajando de una colchoneta de plástico verde. Nos dimos cuenta Verito y yo, que por la tarde no vuelven a la playa y es que con la paliza del niño no les queda combustible para continuar otra sesión.

–Si no fuera por este niño tan bonito. Es tan dulce. ¿Qué haríamos sin él?
–Mal lo pasarían. Aburrirse.
–¿Y la madre?
–Trabajando. No es cosa de dejarlo con la chica. A él le gusta estar con sus abuelos.
–Cuidado con la colchoneta que hay viento y se la lleva.
–¡Adrián! ¡No le hagas eso a tu abuelo! ¡Sácale el pié de la boca! ¡Huy la colchoneta!


Allá voy a por la colchoneta, como un delfín medio afixiado. No llego y me ahogo. ¡Buf! Ya la tengo. Vuelvo con la presa. Con las gracias se abre el paso la confianza generosa. Me cuentan la historia de la vecindad. Los Folch, los Sanchís, Los Aparici, Los Gaya, la Notaria de no se qué. Preguntan donde vivo y qué soy. Vivo allí, encima del hotel –eso no es un hotel, apunta la señora– es para situarla, la casa de los colorines, encima, un toldo anaranjado. Allí.

–¿Pues ahi no vive Alberto?
–Alberto, Alberto...
–Alberto, si, el hermano de Fabra.
–No sé, soy de fuera yo.
–Es que ayer lo vimos en misa. Nosotros vamos a cenar con ellos, con Pilar, con María de Gaya, pero la cuarta hermana sabes, y Juan el segundo de Segarra, los de la farmacia.
–¡Ew! –estoy rodeado por el puturrú–

Cuando llego y le cuento a la Verito esto se muere. Tenemos que comprar ropa nueva para asistir a la misa del domingo que viene.

–¿En qué iglesia Verito? Que no me ha dicho el lugar exacto.
–¿Sos tontín vos o qué? En la de tu pueblo, en Benicassim claro.
–Mmm!

Los otros amigos eran amigas, que también rajan contra los nuevos ricos que asaltan los pisos de la zona imponiendo su ley de imbéciles estúpidos. Me cuenta mi nadadora compañera que en su finca la portera va a la playa y los propietarios se quejan porque segun su opinión ¿cómo puede una portera bajar a la playa? Que dónde se ha visto semejante desfachatez. Ella, que habla con la clase y el estilo de la gente que tiene ­–o ha tenido– dinero dice que vendió uno de sus apartamentos por sesenta millones de pesetas hace dos años y que lo compró un jefe de recursos humanos de Pamesa. Está plagado de personajes que la miran por encima del hombro. –qué se han creído, comenta airada–

A la tarde, trepando por encima del muro le sacaba fotos a Verito desde lo alto y preparaba imágenes en video para el post.

–¿Me han dicho que trabajas en la Banca?
–En diseño trabajo, en diseño.


¡Ostia! como corren los rumores en puturrulandia. Tendremos que ir con pies de plomo. Nosotros que andamos enseñando el culo al tendido y colgando la ropa como los napolitanos pobres. En fín. Seguiré contando cotilleos de mi estancia. Ahora me voy a nadar que el agua está esperándome con ese color azul turquesa tan exquisito. Esto si no es el paraíso, cerca debe de estar.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Aniré a la cala eixa disfressat de Porcelánico Enmascarado, el superheroi, i els unflaré a tots a senefaes i els posaré rodapeus pel cul.

Anónimo dijo...

Xavito si dius que eres disenyador pensaran que eres mariquita como los Vittorio&Luchino y tots eixos; tens que dir banquer (banquer de los Koplovit) i a la vesprà anar a misa (en el poble)
marcialin