viernes, agosto 04, 2006

El record de Mrs. Coin Veritoskaya

Anoche un viento racheado y seco atravesó la península ibérica para alcanzar en la madrugada la sierra litoral del Desert de Les Palmes, cayendo encabritado y furioso desde las puntas fálicas de Les Agulles de Santa Águeda sobre los ventanales de mi casa. Por la tarde, durante el crepúsculo, un maestro invisible inventaba una tormenta hacia el norte de la comarca, ilustrando en el cielo enrarecido enormes nubes algodonosas, dulce de rosa y naranja, cúmulos apretados. Era una gran lámpara de diseño con el interior iluminado por centelleantes flashes hipnóticos, coliflor mayúscula presentando el aspecto orgánico de un cerebro colosal en pleno proceso de creación.

Ayer salí por primera vez de la madriguera. Asomé el hocico –empujado por las circunstancias- arranqué el coche con dirección Carrefour para restablecer el orden, la calma y el equilibrio estático en el nido. Antes de marchar andaba cavilando en como deshacerme de la vieja tumbona y cuando estaba en la puerta ya dispuesto a la aventura, volví atrás y me puse manos a la obra. Armé de nuevo el armatoste que yacía exhangüe en la mitad del pasillo, desmembré la cola con un cuchillo, amputando sin piedad como un frío cirujano de traumatología y apartando el miembro desencajado a un lado, un despojo inútil, terminé por reparar trasformando lo que unos momentos antes era un puñado de ruínas en un flamante sillón reclinable. El tema era bajar poco peso a la basura, y esto era prueba superada.

Ya en el hiper encontré con facilidad el mismo modelo de tumbona que el anterior y toledano propietario del apartamento nos había regalado como dote. Treinta y cuatro euros. Y la mesa veintiocho. El muy pájaro nos vendió la burra. Cuando le visitamos por primera vez nos enseño una mesa parecida, pero con extensiones, que era a todas luces de mayor calidad. Yo no me percaté del cambiazo pero mi avispada consorte cazó la triquiñuela del perista desde que la vió. Los hay que serán unos pobres desgraciados toda la vida.

-Cuenta bien el dinero Paapa.

Adquirí detergente en polvo para lavar la ropa, un paquete de Ariel que ví apilado en una pirámide con un cartelón que rezaba oferta, en rojo llamativo. Con la mano en el paquete mientras conversaba por el celular con mi conciencia, una señora corrigió mi desacertada decisión.

-La oferta es por comprar el segundo paquete.
-Mmm!

Con el paquete dentro del carro un personaje de mi nivel no podía dejarse intimidar de ese modo. Una decisión tomada, es una decisión acertada. Que no advierta duda en mi semblante. Seguridad. Y me largué con dieciocho euros menos y sesentaiseis dosis más. Medio año nos va a durar. Compré dentífrico, uno de menta que aparte del sabor a planta recien regada también trasforma en blanco los dientes amarillos y te arregla la vida y te hace feliz. Todo eso por dos pavos y pico. Una ganga. Palpé un feo melón de piel de sapo como un experto palpador de melones de piel de sapo. ¡Toc! ¡Toc! Para el carro. Agua, zumos y algo de verdura. Por último caí en otro señuelo y arramble seis quesitos frescos de Burgos, el doble de lo habitual porque estaban en oferta. No recordaba que en casa tenía la misma oferta con otra marca recién estrenada.

-¿Qué comemos hoy Xavito?
-Queso blanco de Burgos, que no tiene azúcar.
-¿Azúcar?
-Grasa, quería decir grasa.
-¿Hay algo más para acompañar?
-Otro queso blanco de Burgos. Pan y aceitunas. Rosquilletas y un melón. Si no adelgazas es porque no quieres.
-¿Y vos conocés a tripas?
-Mmm!

Al llegar a casa descargué los productos y subí todo en dos viajes, primero las bolsas con la compra y cuando regresé de tomar el baño en la playa el paquete con la nueva tumbona. Deporte. Aprendí a manejar el cajetín de nuestra lavadora, añadir los polvos y el suavizante, meter la ropa y el antical, voltear la rueda del programa y apretar el botón de encendido. Más deporte. Puse cinco cargas, una detrás de otra, colgué las cinco en el tendedero, estilo campamento gitano, y retiré y doble las piezas con orgullo de quién se sabe héroe por un día. Dejé la terraza como antes del percance y todo volvió a la normalidad. Verito opina que de esto no hay que sacar pecho y agitar la bandera; que ella lo hace a diario y no es noticia para abrir un informativo. Ella que sabrá digo yo. Envidia.

También bajé un piso para hablar con nuestra vecina, la Encarna, que siempre está como sofocada. Parece que acabe de pegar un polvo y la hayas pillado in fraganti escondiendo al amante en el armario. Verito dice que tiene esa actitud y presenta esos sudores con esas ojeras negras porque es tímida. Yo soy tímido y no tengo esa cara de coitus interruptus –o tal vez si y nadie me lo dice-. Le dije que le pagaríamos la reparación del techo de su terraza porque el puto seguro no quiere hacerse cargo y soltar la pasta. Costará un dineral.

A la tarde cuando vino Verito del trabajo fuimos a tomar el baño hasta que se hicieron las nueve, que siempre estamos dos o tres horas dentro. Si sumo las dos sesiones me salen las cuentas de cinco o seis horitas remojado. Se podría afirmar que soy un profesional de esto. La gran Veritoskaya batió un antiguo record y atravesó a nado, ida y vuelta, el canal que separa la Playa dels Terrers del muro situado a la punta del Eurosol. Hazaña incomparable realizada sin escalas y a gran profundidad. Al terminar el hito encontramos saliendo del agua a nuestros compañeros de playa, Nacho y sus abuelos junto a otra pareja que habían quedado en la playa para cenar con unos bocadillos de tortilla de patata, cebolla, pechugas de pollo empanado y fruta, sentados sobre las rocas de la escollera. Todos de la meseta. Pasamos a saludarlos y no nos dejaron marchar sin cenar. Nos sentamos con ellos charlando y allí estuvimos hasta que se hizo de noche. Desde el muro vimos desarrollarse el espectáculo de la tormenta sobre la corona de Oropesa, o tal vez más al norte sobre Peñiscola, no estoy seguro.

Al llegar a casa terminamos lo que habíamos comenzado con las pulguitas de pan y la berenjena –divina- que aún queda en el tarro. Dispuse como venimos haciendo las últimas noches, las colchonetas de las tumbonas sobre el suelo del comedor y le sumé la del sofá. Conseguí al fin que Mrs. Coin accediera a acostar su regio culo en un lugar que no fuera la habitación. Tarea ardua donde las haya. Fabricamos un supercolchón que ocupaba todo el espacio disponible con el mar a los pies y una suave brisa refrescando el ambiente. Pusimos El Aura en el portátil y ví la película mientras la Reina de la Boca ronroneaba arritmicamente como un cachorro de jaguar haciendó inútil cualquier esfuerzo por escuchar dos palabras seguidas del diálogo. No suficiente con esto, en duermevela la escuchaba protestar no se qué cosas raras. Opté por colocarme los auriculares y así poder entender algo. Después mientras veía Melinda y Melinda empezo el vendaval. Cerramos las ventanas que miran al oeste dejando abierta de par en par la que da al sur protegida del embite violento de las rachas de aire que tensaba los toldos en el edificio de la Paqui y doblaba agitando con inusitada fuerza las palmeras del chalet cercano.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

La oferta de Carrefour.......no compensa(me lo dijo mi madre).
Yo hago un curso de supervivencia cada 3 meses desde como se mete la sal al lavajillas, a cuanto tiempo hay que meter las tortillas envasadas al vacío en el microondas.
Lo del lavavajillas lo llevo fatal.

Unknown dijo...

Yo no hago cursillos, experimento como el profesor chiflado; si explota alguna vez un paquete, me intoxico, socarro el contenido, abro por la parte de atras y cae al suelo o cualquier otro percance tiro adelante sin temor a morir. los dos artilugios que más respeto me causaban eran el microondas y la olla exprés, pero como no me los traje a Benicassim vivo tranquilo todo el tiempo.