martes, junio 06, 2006

Ying Yang

Mis días son un poco ying-yang. La mitad de ellos lo paso pensando en qué chino voy a entrar para comprar la velita top y encenderla por la noche en la terraza. En qué tienda de muebles voy a parar y soñar de pié con un salón medio pop-minimalista. En esa mitad de mi jornada ying vivo todos los momentos que me hacen suspirar despierta con un tornado de ansias que me recorre el pecho.

La casa nueva, y todos los cambios que quiero hacerle; Xavito, que es la parte más importante en toda mi vida ying; mi familia de Argentina que está bien y eso me deja respirar; mis amigos, que los extraño mucho y los abrazo con mi pensamiento; los proyectos de que cada fin de semana haya una nueva inauguración del apartamento.
Hoy compré la escencia que marcará el olor de nuestra casa, estaba eligiendo entre cientos de frasquitos con aceites escenciales y mi nariz me habló, me señaló que éste definitivamente será el aroma que hará que con los ojos tapados sepamos que llegamos a nuestro hogar. Se llama “infantil”, huele a colonia de bebé recién bañadito y peinado con cepillo de pelo suave.

Todas estas cosas que les cuento, por suerte, hacen que me olvide de la mitad yang que lamentablemente, o mejor dicho, para amenizar la función diaria, tiene que existir. Se manifiesta en el trabajo generalmente. Gente que uno no elige, que aparece en nuestras vidas, se convierte la propia familia, generalmente cada uno tiene su papel bien marcado. Convivimos diez horas diarias con ellos y tenemos nuestros más y nuestros menos, pero todo queda en casa. Hoy les contaré en qué consistió mi yang de este día.

Había yo pasado un fin de semana maravilloso, incomparable, con aventuras, baños marinos, gastronomía casera, paseos, amor, mucho amor, y me levanto a desayunar el zumo de naranja que me había preparado Xavito mientras me duchaba y que ya estaba dispuesto sobre la mesa de la terraza haciendo amistad con su café con leche y galletas de chocolate. Nos sentamos a mirar los barcos que esperan a que el puerto de Castellón les descargue sus mercancías. No lo hicimos muy largo porque el reloj hoy corría la maraton de agujas y parece que quería ser el primero, así que a lavar cacharritos, dientes y a bajar los cinco floors.

Llego al trabajo, con mi sonrisa amplia de lunes para intentar poner un gesto simpático entre tanta cara larga, paro en el punto de venta para hacer mi charla coti-diana con mi compañera y subo a mi oficina para internarme en el mundo de descuentos, condiciones especiales y notas de expedición. Me acuerdo de mi compañero de Murcia, y se me viene a la cabeza que habíamos discutido el viernes por problemas de presiones, faltas de cumplimiento de nuestros proveedores, en fin, cosas de trabajo. El tema es que con él siempre charlamos de otras cosas, del blog, de muchas cosas que nos hacen pasar una tarde agradable. La discusión es normal y aceptable, aunque yo le agregaría un calificativo más de mi parte, pasajera. La cuestión es que con un toque de humor le hago saber a mi compañero murciano que ya pasó, que no sea rencoroso, en tono burlón, a través de un correo electrónico. Lo leyó pero no me lo contestó, así que me dispuse a hacerle un llamadito telefónico y reirnos un rato.Una voz de ultra tumba me atendió, me hizo saber por eso y por sus palabras que la cosa continuaba, mi yang ya había inaugurado la jornada. Pues nada, lo dejo pensé, ya se le pasará. Se dará cuenta que lo importante en las cosas del trabajo es la calidad humana, que lo demás es secundario, por lo menos para mí.
Volví a llamar más tarde por otro tema laboral y parecía que lo hubiera llamado el diablo, gritos, malas formas, en fin, me dije, intentaré hablar con alguien que se pueda, yo necesito dar mi mensaje a alguien que me escuche.

Detalles, solo detalles, lo más relevante es que por suerte me doy cuenta de que cada vez estoy más lejos de las cosas negativas, que antes les daba más vueltas y hoy las resuelvo en menos pasos. Me gusta la gente, me fio y creo en la gente, pero cuando me dan la espalda pienso que tendrán sus motivos, justificados o no, pero los tendrán, y no voy a ser yo quien los haga cambiar de opinión, así que yo a seguir adelante, a tropezar la menor cantidad de veces posible y a continuar aprendiendo de la gente. Cada día sé un poquito más como no quiero ser. Me niego a gruñir, a refunfunear, a gritar y utilizar frases violentas. No va conmigo.

Blogueros míos, sean condescendientes en el trabajo, cuando tengan ganas de putear, halaguen, cuando tengan ganas de gritar, sonrian y harán de sus vidas y las de sus compañeros una jornada agradable.

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