jueves, junio 22, 2006

Tinta china

El lunes en la casa hicimos vidas paralelas, mientras yo escribía en la terraza con un gintonic a la vera, Verito conectaba el televisor para disfrutar de un trepidante partido de fútbol entre moros y cristianos, como en las fiestas de Alcoi. Escuché sus comentarios de experta argentina hasta que el sueño apagó su vocecita radiofónica antes de que terminara la primera parte. Continué aclimatando mi ánimo al calor tórrido del pais en una noche sin luna, solitaria y silenciosa, solo quebrada por los aullidos infames y groseros de un par de exaltados gritando la palabra gol. Entre esas voces histéricas expulsadas desde el intestino grueso distinguí la de un niño, el hijo de una de las inteligencias marsupiales que estremecían los cimientos del edificio y que esgrimía la misma estúpida y aplanada cantinela que su erudito progenitor. Pienso que cada individuo crece incorporando influencias desde distintos ámbitos sociales, y no son los padres precisamente los que ejercen una mayor presión. Judith Rich Harris escribe en El mito de la educación, que son los amigos y compañeros del colegio los que dibujan nuestra personalidad. Ella lo explica en el libro de una forma didáctica y reveladora allanando cualquier duda al respecto.

Mi padre disfrutaba con los toros y era un seguidor fiel del Real Madrid, entre otras aficiones. De mis cuatro hermanos solo a Juan le gusta el fútbol. Al resto ninguna de las dos cosas. Si que heredé en cambio su afición por la lectura y esa curiosidad infantil por descubrir los misterios insondables del universo.

Escuchar a la rama varonil de una familia eructando a coro palabras al aire sin sentido me hace reflexionar sobre cual es el motivo que les impulsa a vivir en esta zona lejos de la ciudad con el mar a los pies. Dónde estaría la mujer. Aunque la mía estaba pegada a la pantalla con una bolsa de pistachos y un refresco de cola. Imagino que si alguien es capaz de vivir en este entorno durante todo el año es porque quiere añadir algo de poesía en su existencia, que así es como yo lo veo.

Estos dias trabajo hasta las tres de la tarde y luego me voy a Benicassim a prepararme la comida y dormir la siesta arrullado por la brisa del mar. Me tiro indolente sobre el sofá con un libro en la mano hasta quedarme dormido con la última imagen fija de una franja de zafiro impresa en el interior de mis párpados. Ayer mi madre llamó para que pasara a firmar los papeles de la venta de unos terrenos en Artana. Ella vive con Ana, Robert y Lia en su casa Primera Línea de Olas en la playa de Nules. Llegué a las cuatro para comer de su cosecha. Tomates que huelen a tierra, carabassuá, una crema que prepara mi cuñado con calabazas recién arrancadas al huerto, cocidas con agua clara y batidas con queso fundido y sal, habas de seda cocinadas con cebolla, pimiento verde troceado a la plancha y un pedazo de queso curado manchego. De postre unos fresones calientes sin lavar que le crecen descuidados sobre una mata escondida en mitad de una fila de naranjos y que cada año brota sin aviso por generación espontánea.

Mi sobrina me presentó a sus dos tortugas, su pez naranja y a su família de conejos de indias. Después me mostró su último cuento escrito en el cuarto de aseo sobre un bloc de anillas preparado para ese fin. Le vamos a publicar el artículo anterior que trata de un niño que viaja en barco. El nuevo es sobre la relación con otro personaje violento que ella describe como pegón, un chico que pega.

Luego vine a casa y dormí un rato hasta que Verito me sacó a pasear con la bici. Encontramos a un ciclista barbudo llegando al Grao y no era otro que el gran Marcialín, que nos dijo que él también tiene una máquina igual a las nuestras antigua y oxidada que perteneció a su abuelo y que piensa reciclar próximamente. Después de machacarnos con elegancia nos regaló un spray reparador de pinchazos y vulcanizado rápido que llevaba como repuesto en un bolsillo. Fuimos comentando en paralelo hasta la altura del Ortega y ahí lo despedimos con su descriptiva frase flotando en la cabeza. Marcial rodaba con autoridad sobre una pieza híbrida de corredor experto mirándonos como novatos ancianos y decrépitos. A la vuelta nos pasó como una exhalación un culo encarnado con piernas propiedad de Inés, una compañera de Verito que circulaba con los patines de línea por el carril bici y que cumple sus veintisiete años el viernes. Las chicas le tienen preparada una sorpresa que no puedo desvelar. Luego paramos a tomar un baño en la playa de arena frente al Eurosol y de vuelta por el paseo de madera jugamos a saludar a la gente. El juego consiste en que a cada uno le corresponde saludar con un hola potente al primero que se cruza, sea quién sea mirándole a los ojos alternando los saludos, ella y yo, nunca los dos a la vez. Normalmente pasan mirando al infinito o con la cara vuelta hacia otra parte. Lo divertido estriba en soltarles el hola cuando están a dos pasos y ver su reacción, generalmente desconcertada. Hoy mi reto lo situé en conseguir al paso de una pareja de señoras de categoría, tocarles a la vez el timbre de la bici y lanzar un hola afeminado y maricón. Hay que ver que yo vestía bañador color plátano, mojado, con sombrero de paja calado hasta las cejas y el torso al aire, arrastrando la bicicleta. No es fácil para un tímido congénito. A ella como tiene la cara más dura le resulta menos esfuerzo. ¿Qué pasa con saludar a las personas? ¿Está mal acaso? Pues no. Nos partimos el culo. Los habitantes del planeta azul son raros.

Ahora ya hemos cenado y la tengo abreviada sobre el sofá, que se ha vuelto a poner mundialista y anda soliviantada con el partido de Argentina, pero el sueño le puede y se ha vuelto a quedar enrocada con la televisión encendida. Habló ya con su madre que estaba viendo el espectáculo en casa de su tia Alicia allá en Buenos Aires y con Victor el que nunca quiere venir a casa, que la llamó para darle el resultado del encuentro.

Yo me voy a dormir que mañana tengo que levantar este cuerpo glotón para mandarlo a la oficina. A ver si me acuerdo que tengo que llevarle un libro a la Patri que la tenemos madurando en el Puerto como un cabernet sauvignon en septiembre a punto de vendimiar. Cumple años el sábado y navega inmersa en un proceso de cambio natural. Sé que de esa crisálida con mirada de tinta china nacerá una mariposa de ala fuerte, estampada con círculos concéntricos pintados al ácido, verde, fucsia y limón, como un mágico y efímero Arco de San Martín pop.

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