martes, junio 13, 2006

La sirena arrugada

Estaba en el Carrefour. Ví a una pareja de ancianos de la mano, con una cesta de las que tienen rueditas, vacía. Miraban los helados con ansia y no pude evitar escuchar su conversación.

—Hasta dos euros podemos gastar. Cómpralos.
—Los comeremos cuando tengamos mucha gana.

Me sentí una mierda. Comencé a pensar en todo lo que esa relación septuagenaria habría hecho en su vida. No sé nada de ellos, pero tampoco entiendo demasiado, los vi desprotegidos, desamparados. ¿Tendrán hijos? ¿Habrán labrado la tierra?.

Esta escena, me trajo a la memoria una situación vivida hace dos fines de semana y me sacó un poco de la angustia. Xavito y yo estábamos en la playa y un contingente de abuelitos disfrutaban de una mañana de verano. Gorritos con flores de colores, caras maquilladas con restos de pintura tiñendo alguna arruga, sombreros de paja de color sol protegiendo las cabezas maduras de los señores con carcasa obsoleta y espíritu de estreno.

Una de las chicas de antaño comenzó a animar a Xavito para que se metiera en el mar de golpe, de un chapuzón, y allí surgió la charla, en la que nos contaba que a partir de cierta edad uno ya no se fija en cómo queda, qué dirán, y cualquier fruto de la represión que asalte nuestra cabeza. A partir de la vejez ya se puede hablar a gritos, combinar cuadrados con círculos, olvidarse de cosas, caminar torcido y jugar como niños. Había pagado unos pocos euros para pasar una semana en Benicassim “como una reina”, así lo describió ella.

La alegría transmitida por la señora era enorme, un caudal de energía alentando a los demás a disfrutar de la maduréz con el inserso.

Elijo ser como Doña Pilas, pero ahora. Quiero combinar flores con estrellas, olvidar que tengo michelines cuando caigo en la silla y cruzar los brazos para esconderlos, caminar descalza pisando charcos en el centro de la ciudad, cenar a las tres de la mañana y comer a las cinco de la tarde, cojear si me duelen los pies e ignorar las voces críticas y los ojos saltones.

Lamento que algunos cráneos, filósofos del cotilleo, no vayan a entender esto, que no comulguen con el ir cantando por la calle o no soporten confesiones de amantes del sexo. Me indigna que no comprendan que ser auténtico es lo más saludable que les puede pasar.

Chupar cirios en la iglesia sólo para saber en qué podemos enganchar a la vecina, no nos encaminará a una vejez como la de la chica de la playa, porque blogueros míos, esta sirena arrugada que encontramos en el Mediterráneo, ha pensado igual toda la vida, siempre ha sido libre, el envejecer no ha sido la fórmula para ser ella misma y contagiar chispas de humor por donde vaya, NO. La poción mágica se debe tomar ahora. No esperemos a ser mayores para disfrutar, seamos todos un poquito Doña Pilas, pero coloquemos la batería en el cuerpo ya mismo, regalémonos cosas, invirtamos en nosotros y en nuestro bienestar.

Si auto-amarnos, agasajando nuestro yo constantemente es pecado, mi mano está en el timbre del 666. Comenzaré pidiéndole una tacita de azúcar.

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