domingo, julio 30, 2006

A las nueve son las trece

Los sonidos ayudan a componer las imágenes fijando los datos que la memoria archiva entre los pliegues glasofonados de nuestro cerebro de primate. Hoy domingo a las ocho de la mañana, dentro del huevo de mi cascarón craneal rebotan poseidas por el timbre serio y centenario, las cuatro campanas de la iglesia de mi pueblo llamando a los fieles para la misa Primera. El canto metálico del minarete cuadrilongo, con el golpe agudo de la pequeña sin bautizar, orientada al sur y enfilada con mi casa, la Santa Bárbara, El Sants de la Pedra y la gran Santa María de la fachada, a la que veía el rabo y la corona de perfíl cuando daba vueltas, al principio perezosa para adquirir pasados los primeros giros lentos, con la inercia, un ritmo poderoso de barítono. Tengo la capacidad de reproducir en la mente el tañído de esas notas armónicas escupidas al chocar el badajo oxidado contra el viejo y verdoso bronce, con ese ritmo sincopado de cadencia dual. Seguramente mi amigo siquiatra técnico de cabecera, diagnosticaría esta alucinante experiencia sensorial y mística como sicopatía de caracter leve. No sabe todavía que soy capaz de autoprogramar en el interior cavernoso de mi maraña neuronal la música alegre y excitante del toque que anunciaba el final de las ceremonias religiosas y que se repetía también durante la celebración de los actos festivos. Llevo asociado ese ruido hermoso a la consecución de acontecimientos de carácter feliz, al igual que me produce una inmensa alegría si escucho alguna traca suelta y los explosivos acordes de algún castillo de fuegos artificiales en la lejanía; si suenan cerca es excitación inmediata y ganas de jolgorio. Tal vez tenga que ver el hecho de que geográficamente soy catalán del sur y valenciano de norte. En cualquier caso esto no tiene demasiada importancia porque dentro de unos años dejaré simplemente de ser para pasar a ser de ningún lugar en concreto. Al final todos juntos, los de aquí y los de allá nos largaremos a la mierda más infinita y absoluta.

Las mañanas del séptimo día en verano también devuelven intactos, desde los escondrijos de la memoria, otros cantos, sonidos de banda de pueblo que hoy suenan a película de Fellini y Kusturica pero que llevo disfrutando desde la infancia más profunda. El pasacalle de las siete de la mañana interpretando la Salve, una retahíla de voces femenínas, sopranos con timbre de codorniz mezcladas en la tibia luz de junio con otras gruesas tenoras nacidas de la devoción, arropado el coro nómada por un trombón de varas, un saxo, una tuba y un clarinete que endulzaba anunciando el despertar soleado hacia un día repleto de juego y diversión.

Para mi costra pensadora esos ruidos arreglados en la partitura con negritas, semifusas y compases de dos por cuatro en clave de sol, eran simplemente preludios de un futuro inmediato cargado de ilusión.

Ayer tuvimos en casa a nuestros dos hijos adoptivos. Por el día al Jovi, que vino medio engañado pensando que lo íbamos a remojar como la última vez. Gato en bañera. Se llevó la bajarí, las partituras de Sabina y su toalla, con las tareas cumplidas y el bañador enfundado. Pero como me encontraba un poco aturdido por una jaqueca insidiosa, no fuimos a la playa con la solana que estaba cayendo. Nos quedamos tomando el fresco en la terraza, preparando pasteles en la cocina y jugando a escuchar música tocando la guitarra acompañando al deuvedé de Bebo y el Cigala. Preparé una crema de calabacín, una carabassuá, con la receta de mi cuñado Rober, con una monumental cucurbitácea verde pálido que mi madre dejó aparcada en la nevera la semana pasada, ocho porciones de caseríos, aceite de oliva y sal; Verito hirvió pechugas de pollo de dos bandejas para preparar unas empanadas de ave con pasta de hojaldre. El hijo, que es de carne magra, tomó una cucharada del verde eso sí, aderezó su taza con varios pedazos de salami –para darle consistencia y sabor- dijo el gañán. Acabó con las pastas y después se acostó al estilo conejo después de un polvo, con las gafas de sol encajadas, a dormir una siesta memorable de casi tres horas. Él se coloca los anteojos para que pensemos que está cavilando maldades y travesuras, pero ya la tenemos calado y duerme colgado de otra galaxia como un oso polar en febrero.

Los hijos traen lo que traen y cuando se hacen mayores enseñan a los padres y les joden con sus reprobaciones didácticas. Nos cagó la tetera que compramos de latón del árabe, los vasos barnizados con baño de oro y los suelos de papel de aluminio con el que cocinamos sobre la bandeja en el horno para no ensuciarla. Todos estos enseres al parecer con las altas temperaturas sueltan no se qué elementos de metales tóxicos que te los tragas y van a la sangre y te mueres intoxicado y lleno de veneno como un minero ruso del carbón. Compraremos una de aluminio como aconsejó él, pero si también el aluminio desprende esto no está claro. Tendré que buscarlo en internet que no me termino de fiar del xiquet este.

Ya de noche vino de visita nuestro segundo hijo, el Marcialín, que como siempre llegó cargado de viandas para parar un tren. La Violeta, su madre, arrasó un supermercado y con el botín acabó por desbordar nuestra pequeña despensa. Ahora tenemos insumos para sobrevivir un més sin salir de casa. Bueno solo faltaría agua, que con las prisas y el atolondramiento el otro día cacé al vuelo seis botellas de litro y medio de agua gasificada y que estoy bebiendo como loco a ver si me la acabo de una vez. Línea roja gas; sin rojo, natural, Xavito. Pretendí llenar el depósito de la cafetera con ese líquido lleno de bubujitas pero Verito me lo impidió taxativamente con palabras agrias.

-Aixó no Xavito. Eixa aigua no se fica en la cafetera que te la carregaràs.
-¿Li fique aigua del grifo?
-Val, pero no te acostumes que ho plenaràs de cal y val molts diners.

Fuimos a tomar el baño entre hijo e hijo para rebajar la temperatura corporal y cenamos en la tranquilidad de la noche caliente los tres, con una agradable conversación llena de interesantes revelaciones. Me gusta compartir ideas con amigos que saben escuchar.

Hemos conversado con Karinita, la prima de Verito desde Argentina, que estaba por acostarse y le hemos enseñado la casa por el messenger con la videocámara y ella nos mostró sus botas de ante a lo Billie Holliday. Le ha gustado lo que vió. La queremos mucho.

Ahora tengo a la Verito fastidiosa dando por el culo y nos vamos a la playa a ver si se calma. Esta mañana se ha levantado a las nueve en punto, raro en ella.

-Xavito, ¡no hay nadie en la playa!
-Normal, que quieres a esta hora.
-¿Cómo es posible que a la una esté tan vacío?
-Es que son las nueve de la mañana.
-Pues en el despertador daban las nueve. ¡Ostia!

Y ahora la tengo así revolucionada despatarrada sobre la tumbona roja. A ver si la canso y se relaja.

1 comentario:

Anónimo dijo...

....si me pasé toda la velada hablando yo jijijiji....Aixó de ser fill adoptiu m'agrae.
marcialin