viernes, julio 14, 2006

Berenjena en escabeche

Impresionante. Obra de arte. Supremo. Espectáculo inigualable.

Son las cuatro de un viernes juliano y estoy frotándome los ojos después de zamparme la berenjena en escabeche de la Verituá. No pude resistir ante la presencia apabullante de ese frasco de plástico semivacío con cuatro pedazos de solanácea catalana cantando en la penumbra un tango nostálgico sobre la bancada de mi cocina. El otro, un tarro clásico de cristal está lleno hasta la tapa y no me atreví a torearlo porque es intocable; solamente haré la apertura oficial ante la presencia de la Reina de La Boca, que como anda un poco soliviantada igual me lo mete por el orto con cáscara y todo, que tiene el genio apurado. Ahora está en el laburo rematando la semana y mientras le cuido el apartamento y vigilo a las vecinas, que desde luego lo que tengo que ver. Se montan en un vivero de seiscientos mil euros y echan la mierda por la barandilla a los vecinos que tienen debajo. Pensaba erróneamente que esa mala práxis era argumento de pobres e irrredentos personajes entre los que humildemente me incluyo; pero no señor. Estas criaturas bendecidas por la plata sacuden sus excrementos sin recato.

Tengo una vecina –doy el femenino porque la intuyo mujer aunque solamente presenta sus antebrazos pecadores- que a las siete de la mañana llena de polvo todos los pisos a partir del suyo cuando apaliza unas alfombras de colores vivos sacándolas por las ventanas. Es como el desfile de los astronautas en la avenida de Nueva York pero en vez de papelitos, costras. No sé que demonios hará para fabricar tanto desperdicio durante la noche. Quizás es una lagarta como las de la serie uve y se descama la piel durante el coito. La otra es nueva, la del piso inferior a la cocodrilita, que sacó unos magníficos sillones de mimbre estilo colonial y mientras yo atacaba un trozo de melón fresco con gesto asilvestrado hundiendo el rostro en una enorme tajada y con el jugo goteandome por el extremo de la barbilla, ella vaciaba ceniceros y cajitas sobre la puerta de entrada de su edificio con una niña de tres años parloteando entre sus piernas. Admiro esa naturalidad que tienen los ricos de cuna para sonreir mientras con la barbilla levantada pueden estar insultando o ejerciendo cualquier acto malage. Definición de clase, o como diría mi madre -che quina categoría-.

Está claro que soy el último que puede hablar porque cuando barro con la escoba y consigo obtener un montoncito de ácaros, tierrita y objetos de diversa procedencia, le arreo atinadamente un suín impecable que lanza una lluvia nebulosa hacia el infinito. Eso si estoy en la terraza, que cuando trabajo en el interior de la mina recojo con carretilla y deposito en su lugar dentro de la bolsa de basura. A veces las migas que se quedaron en el mantel también pueden ser susceptibles de aterrizar sobre los pinos, pero esa labor requiere más práctica y la negrita lo sabe hacer a la perfección.

Como estoy agotado de tanto trabajar voy a dormir un ratito la siesta hasta que venga ella y me despierte con el sonido del cláxon, que tengo el móvil dentro del auto y bajar cinco pisos para subirlos otra vez es un gasto energético derrochador y poco saludable. A ver si me va a sentar mal la comida, que ya lo dijo Heraclítoris de efesiano cuando se atracó de higos un día tórrido de verano: la comida descansada y la cena paseada. Voy a doblegar mi cuerpo.

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