domingo, julio 23, 2006

Cuando canta la cigarra

Una sombra furtiva se deslizaba silenciosa hacia el interior de la casa entre el reflejo de las luces que titilaban mortecinas sobre la línea frontal de la balconada. Apenas fue una imagen esquiva como un espíritu inquieto que exploraba nuestra casa oculto bajo el manto indefinido de la noche caliente. Verito dió un respingo sobresaltado y observé la trasfiguración de su rostro asustado, inquieta y sorprendida al mismo tiempo ante la visión de ese espectro fugaz, ladrón de ánimas, merodeando entre los bártulos desordenados de la terraza.

La cena de anoche había terminado por ser otra reunión especial donde Meryu –que ella explica pacientemente a la audiencia su correcta pronunciación, me-ri-jou en francés­– se dió cuenta de la riqueza acumulada que Marcialín atesora dentro de esa cabezota irregular de meteorito, rasurada al uno y que le confiere un cierto aire entre monje budista nepalí y eremita montaraz de Les Useres, parapetado detrás de una mirada franca cerrada con cristal de culo de vaso. También disfrutaron de su compañía Aixa la suave amiga venezolana, química en Gómez & Gómez, compañera de trabajo de Meryu y su pareja Enrique, un argentino moreno y vivaracho oriundo de la República de Corrientes que se ocupa de las obras en Foconsa, una empresa constructora de Castellón. La Paqui, mi madre, que ya lo conocia y mi hermano Nacho que por momentos se estaba partiendo de risa con las ocurrencias inteligentes de ese hombre peculiar y humilde.

La tertulia acabó sobre las tres de la madrugada y después de dejar la cocina límpia con la vajilla y los cubiertos enjuagados para ir a la cama con la conciencia tranquila descubrimos con pesar que el olor de la basura acumulada en la galería en tres enormes bolsas lilas aturdía el ambiente caldeado de los pasillos. Un pestilente y pútrido tufillo se arrastraba invisible a través del aire saturado de húmedad. Entonces decidimos bajar esos restos en pleno proceso de fermentación a los contenedores verdes de la calle, aunque el camión de recogida había pasado a las once. No era correcto pero no vimos otra solución más adecuada.

Ya en la calle dimos un corto paseo hasta la playa y una vez allí me lancé desnudo en el agua de mercurio. Invité a Verito a compartir el placer inmenso de nadar en pelota picada sintiendo el tacto del mar oscuro y cálido. Veíamos en la superficie el reflejo de la costa de Benicassim flotando a lomos de unas olas sin fuerza que se ondulaban meciendo una miriada de fragmentos metálicos. Mirando el cielo negro con el cuerpo sumergido sobre la piel morena del Mediterráneo contaba puntos en el firmamento mientras buscaba la constelación de doble uve de Casiopea hasta encontrar la Estrella Polar.

Salimos con el cuerpo refrescado y la mente lúcida por efecto del estupendo café granizado de Meryu que mantenía nuestros párpados levantados igual que persianas como si fuéramos lechuzas ratoneras. La gente del FIB andaba fumando enormes canutos de maria y bebiendo litros de cerveza caliente tirados en cualquier lado. Y entonces subiendo por la calle Eivissa vimos las sombras movíendose por la terraza.

Eran la Patri y el Alberto que habían llegado pronto del festival después de bailar todos los conciertos programados para el sábado. Él estaba tumbado en la hamaca con los pies destrozados latiendo con pulsiones como un quasar atómico que se enciende y se apaga. De sus plantas podías ver llamas de energía fluyendo hacia el exterior. Ella todavía arrastraba el impacto de las actuaciones con su gran vitalidad, hablando sin cesar mientras comentaba los detalles de una tarde noche intensa. Tenía puesta una camiseta sin mangas pop que compró de recuerdo con su amiga Laura en un puesto del recinto. Estaban felices y agotados después de doce horas de frenéticos conciertos.

Hoy es domingo y una luz cegadora invade cada rincón de casa. Hace calor y las cigarras cantan histéricas su mantra veraniego.

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