lunes, julio 03, 2006

La dieta del cucurucho

Sobre una mesa de granito rosáceo cubierta por un hule estampado a cuadros encarnados y verdes hay una cuarta de queso manchego curado y tibio envuelto en papel de estraza, media barra de pan francés de corteza crujiente y miga esponjosa, un tomate de semilla valenciana color malva con el rabo sucio de tierra acre, medio porrón de cristal de boca alargada, frío y lleno de vino tinto con gaseosa. Escondido de la solana, una puerta se abre a contraluz vestida con una cortina color café, de encaje y filigrana que se agita nerviosa empujada por el virazón al final de un pasillo sombrío y fresco; un cuchillo viejo de filo romo y mango nacarado con tres remaches metálicos recostado sobre un plato descascarillado de loza blanca. La brisa acerca un olor a hojas de eucalipto quemadas, a tierra húmeda de jardín recién regado y un murmullo de cañas retozando en la zona pantanosa que rodea las dunas. Una barca descuadernada y con la madera podrida está oculta entre la maleza.

Así era la visión que del estio generaba mi memoria, en formato panorámico, entre la pasta viscosa y ceniza de mi neocórtex evolucionado. Este era el cortometraje que allá para Todos los Santos la cabeza de arriba volvía a programar en los circuitos mitocondriales, cuando el frio amenazaba la cosecha de naranja y agosto solo era un tórrido recuerdo embalsamado en un placar, junto a los trajes de baño y las sandalias de goma. Como un Nodo aprehendido, la escena se repetía una y otra vez con un antiguo tono apastelado, proyectando esa película arañada por el uso y recubierta de infinitas motas de polvo formando frases mágicas en una escritura hermética indescifrable.

Y así fué hasta que llegó esta mañana y me tuve que embutir dentro de unos tejanos que han estado ocultando mi generosa y tentadora envoltura carnal durante las dos últimas legislaturas. Podría revivir con detalle el día de nuestro encuentro en una tienda de Vilareal, cuando correteaba depresivo celebrando un desencuentro amoroso, de los varios que jalonan mi azarosa existencia de abejorro saltarín. Allí estaba, colgado como un jamón de pata negra entre una cohorte de miserables ejemplares de segunda. Vi su nombre grabado a fuego encima de una tira de cuero, Nike y caí rendido. Vaqueros de esa marca por veinticinco euros. Una ganga que nadie vió. Pero el avezado cazador de la Vilavella que soy agarró la presa y tirándose de cabeza en el agujero del probador se calzó las perneras con soltura. Cabían dos de mi talla dentro de esa bolsa de tela flácida y enseguida sentí el poder de la kriptonita algodonal circulando por mis arterias como un Superman de pueblo. Pagué y me fui contento con los pantalones puestos y los huevos flotando. Una maravilla. Meses después y con el algodón derrotado por el traqueteo del tambor de la máquina de lavar, escudriñé con mayor atención la etiqueta porque sospechaba de la procedencia genuina, tanto por el diseño deficiente de la prenda como por el extraño logotipo coronado con la silueta serigrafiada a una tinta de una escultura clásica decapitada. Efectivamente era de un tal Kuipers Disaway de Benicarló que supo como buscarse las habichuelas y metérmela doblada.

Apreté el culo y dejando de respirar hinché los pectorales, metí el incipiente melón que me crece constante y fuera de control a dos dedos del osito de peluche, para tratar de cruzar el botón de seguridad. Los jueces dieron nulo el primer intento, así que optamos por la táctica del estiramiento progresivo; abierta la cremallera y suelta la cintura avancé media hora por la casa mientras preparaba el desayuno, cepillaba los dientes y reparaba los desperfectos de la edad ante la sinceridad infame y cruda del espejo con aumento que heredé del antiguo inquilino. Tres veces durante el tiempo que transito por mi baño sabueseé con el foco encendido en esa maldita lupa, porque tiene la cualidad de agrandar las arrugas de manera que semejan barrancos secos del desierto de los Monegros. Por eso miro de lejos que me asusta su reflejo y trabajo con el de tamaño normal que trata mejor a las personas maduras. Al final ni soltando lastre, recurso bendito que tantas veces me liberó de apuros parecidos, pude abrochar el cilicio sin atravesarme, estrangulando la circulación y el riego sanguíneo que activa mis extremidades inferiores. Así me largué al trabajo, con el cosquilleo de las piernas dormidas, la falta de oxígeno en los pulmones y los glúteos tan apretados que no había hueco, un resquicio abierto para soltar un mísero cuesco matinal en la escalera a la salud de mis vecinos.

Mi decisión era irrevocable. Por ahí no paso. De momento se acabaron los placeres adorados; adios a esa cerveza fresquita con unos pistachos y unas papas fritas, olivas maceradas con romero y sal, bocadillos diversos, quesos curados, tiernos, frescos, para untar, vinos, tortillas, patatas bravas y en ensaladilla rusa con mayonesa y allioli, ensaladas de aguacate, atún a espuertas y tomates anegadas de aceite, arroces melosos, secos y blancos, amarillos y negros con huevos fritos y jamón. En fín, que le vamos a hacer. Lo primero es la talla de la ropa, que no vamos a tirar la que tenemos y comprar nueva cuando esta todavía sirve. Calculo que cuatro o cinco años más aguantará, que hay que pagar el piso de Benicassim. Y las camisetas sirven igual, que la grasa la almaceno entre la zona divina y la panza; ya empiezo a parecer una peonza. El sábado me probé unos pantalones cortos en un local de la playa y el animal que ví no me gustó nada. Ese flan del espejo era un elefante marino que vi hace tiempo en documanía cortejando a una foca. Pensé que no sería necesario comprar flotadores que ya los traía puestos de casa.

Y lo más difícil para mi será mantener la compostura en pleno verano con las deseadas a la vuelta de la esquina y disfrutando como este pasado fin de semana. Desde que estoy en zona de turistas vivo de vacaciones peremnes. Es bajar a la calle y fiesta en directo que voy a reventar de puro orgasmo sensorial. A ver si va a ser esa la causa del sobrepeso y no la comida, el repantigamiento con las mútiples siestas del sofá y las tumbonas, los tapeos tremendos del Eurosol y esta nevera pequeña pero bien pertrechada que tengo a mano.

Pero este sacrificio no será en balde. Seguro que ya no me quedaré traspuesto después de un atracón y la Verito no velará a un tipo despatarrado de cuerpo presente en estado de coma profundo. Ahora activaré la nueva dieta que me dió el gran Heraclítoris el efesiano una tarde de otoño debajo de una higuera en el Benicató de Nules. La dieta del cucurucho, comer poco y follar mucho.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

No creo que tengamos que renunciar a un placer para disfrutar de otro. Mi abuelo decia "hay que comer mucho y follar más, y la grasa de la cintura contendrás"

Anónimo dijo...

Ya te digo...yo es comer y entrarme las ganas de ir al baño a cagar. Si no hago esto porque me he quedado dormido sobre cualquier silla con las bolas de los ojos vueltas del revés, igual que las serpientes cuando se tragan una cebra. Y entonces tampoco puedo hasta que no expulso, pero como soy también vago no me levanto hasta pasadas varias horas. En ayunas es cuando tengo peligro que ando suelto como una gacela.

Anónimo dijo...

algo de la dieta del cucurucho he entendido,sobre todo el final,pero bueno
lo del desierto de los monegros me mola me voy el prox dia 15 aun festival
flipante,bueno verito ya me explicaras muchas cosas de esta agenda tan
bonita y curiosa k os gastais tu marido y tu,.en realidad me mola un
mazo,bueno despues d hacerte la pelotita