jueves, septiembre 07, 2006

Cana de pé y el viscoelástico

Ciento sesenta y seis de la revisión del coche para cambiar el aceite que debería estar negro como la epidermis de un natural de la Guinea Ecuatorial oteando el firmamento en una noche sin luna, porque llevaba ocho mil kilómetros de más en los pistones y unas escobillas sin las tiras elásticas de caucho, arrancadas y resecas como la corteza de un alcornoque, que estaban acurrucadas en forma de ovillo en el suelo del asiento del copiloto. Dejé el auto en el taller mecánico de Vicente Salvador Adelantado, en la orilla sur de la carretera de Alfondeguilla frente al Barrio Toledo con el trasero asentado en el borde del barranco. Cuando pasé al mediodía encontré todos los papeles y documentos esparcidos sobre el asiento.

-Estaba buscando la tarjeta con los kilómetros y los datos de la revisión anterior. No la he encontrado.
-Pues no sé dónde puede estar. Se habrá extraviado entre tanta mugre.

La tenía amarrada en la cartera con el teléfono de la franquicia de Alfa Romeo impreso en color rojo sobre una cara y en la trasera los recuadros cumplimentados con las cifras de la anterior revisión. Al ver los ingratos números sentí vergüenza de tanto abandono y la camuflé entre un pequeño grupo de parientes olvidados.

Y es que con los maltratos aparcando y el rodar incesante por la carretera anda arañado, con ligeros abollados y con casi doscientos mil miles de metros en su carrocería aplastando mosquitos, bichos sin nombre que aportan su mancha de miel pegajosa, corrosivas cagadas de ave y goteos de savia blanca trazando líneas rectas sobre el azul tiniebla de la chapa, que aguantan impertérritos los embites latigantes de las coloridas tiras de gomaespuma en el lavado automático del Randero. A diez euros el pase.

Como resulta que para poder dormir con un mínimo de dignidad hemos juntado dos camas pequeñas, el límite de los colchones, duro y rígido como falo insaciable de adolescente granuloso, impide el normal acontecer de nuestros confortables sueños clavandonos el perfil de repunte en el costillar tierno y anhelante de delicadas dulzuras y gestos suaves. Y así que en un momento hemos vuelto a realizar un pedido al Cortinglés de un canapé compacto de color semen y un colchón extra espectacular de la muerte con la última y sensacional tecnología en espumas ahuecadas de la marca Relax, formado por un nuevo material denominado Biotex, con estructura molecular alveolar, y además todo el contorno del núcleo está reforzado por un marco exterior llamado viscoelástico. Ya para cagarse. Mil doscientos. Y el cana de pé Infinity de Pikolín por seicientos sesenta. Si no descansamos aquí me corto las venas. Y mira que el que me gustaba salía por dosmil y pico solo la parte mullida, pero era demasiado para empezar. Masa diners.

El resto de las cosas normal. Al Sol le cuesta levantarse y atrasa su despertar lenta pero firme y a la tarde el crepúsculo violeta y naranja baja su telón adelantando su horario. Pero no importa porque el agua del mar sigue estando deliciosa y caliente y los veintidos grados que marca el termómetro en la madrugada de Benicassim alejan cualquier pensamiento invernal.

Solo se aprecian detalles nimios. El vecino de los apartamentos azules, el único que se plantaba frente al mar asomado con indisimulado interés mientras tomaba el café de la mañana ya no está. En su desolada terraza quedó atrapado entre los barrotes metálicos un molinete de colores girando frenéticamente con la brisa espontanea, rastro nostálgico de un verano que se fuga sigilosamente como un soplo dirigido al vacío de nuestra memoria más reciente. Es un guiño de la naturaleza que nunca se detiene.

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