lunes, agosto 11, 2008

Mis zapatos nuevos



Nunca me caractericé por ser demasiado ágil, elástica y resuelta para la actividad física. Desde pequeña he tenido que soportar humillaciones del tipo gimnásticas que me gané gracias a mi habilidad motora.



Mi prima, Karinita, o la Xixi como le llamamos los amigos, en cambio, era un az, ella dominaba todas las actividades que yo veía lejanas, como saltar de un tejado a otro, saltar desde la cima de los columpios al cuadro de arena, tocar un timbre y salir corriendo sin que te descubran. Yo debo decir que me limitaba a mi bicicleta verde, regalo de la tía Tere, que gracias a las clases magistrales de mi mamá Olguita, pude demostrar mi equilibrio sin rueditas en poco tiempo. Los patines, artilugios por los cuales mis dos tobillos fueron convertidos en momias gracias a mis sendas caídas (eso fue lo que ante mi traumatólogo me hizo ganar el título de Boluda).



Pero claro, la bicicleta y los patines son cosas fáciles, yo quería hacer cosas de héroes, de líder, pero tuve que poner a ivernar mis traviesas ideas ya que no tenía la capacidad física para lograrlo.



Recuerdo que un domingo, en la visita obligada a casa de la abuela de todos los tíos y primos, me fui a casa de Karinita, que vivía en la misma calle, y ahí ocurrió la historia. Me viene a la memoria un inciso que es importante para el relato ya que es parte protagónica de la historia.



Mi mamá, me había puesto mis zapatos nuevos, los de nena tipo Camper o Sknipe, esos que tienen la hebilla a un lado y la tira de cuero cruza el empeine; pues estaban radiantes, de esos que al caminar parece que vas dandos saltitos por la luna por lo mullidos y cómodos que son. Ese domingo, como iba contando, decidí hacer travesuras, y para ello mi prima Karinita era súper especial. Comenzamos la tarde de una manera light, cocinando azúcar, los hacíamos en forma de copos y nos lo comíamos como si fueran palomitas o pochoclos como los llamamos en Argentina. La tarde continuó bien, la tía Chiqui, mamá de mi prima, no nos veía porque estaba haciendo peinados de altitud con el peine de cola y la laca, es que tenía una peluquería instalada en la casa, y eso nos daba libertad de acción; así que hicimos lo que para mí fue la GRAN travesura. A la casa de Karinita se entraba por un pasillo largo que era el puente de entrada a tres viviendas, pues la segunda vivienda estaba abandonada, hacía unos años, y ese era nuestro objetivo. Como les había dicho ella era experta en saltar tejados, pero yo no. El tema era que con mis zapatos me sentía más apta para ese fin, eran tan cómodos y seguros que no le veía truco a entrar en una casa por la ventana. La cosa era que la ventana estaba a tres metros de altura y había que subir por un caño con forma de escalerita. Lo hice, llegué hasta ahí, ya me sentía la mejor, pero no había contado con el trayecto final, ese que nos comunicaba de la ventana cerrada a la que había quedado abierta para que dos mocosas pudieran husmear. Faltaba ese salto final donde entre ventana y ventana solo se veía un vertiginoso vacío de tres metros de altura.



Salté, con la bendita mala suerte que mi zapatito, ese que me trasladaba con seguridad se quedó enganchado en un alambre que salía de la ventanita de la casa abandonada. Mi prima, por supuesto, ya estaba dentro de la casa, su habilidad no fallaba nunca. No caí, por poco, me salvo el brazo fuerte de Karinita, pero mis zapatos, rallados y sucios fueron el motivo de mi penitencia de una semana dentro de casa, sin televisor ni amigos.



Me apuesto dos polos de chocolate que ustedes tienen alguna historia similar... ¿verdad?

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