— Cuídalo todo bien que ahora volvemos.
— Vale.
Ahí afuera están jugando al fútbol con una piedra del tamaño de un balón. Es una roca irregular del color de los gatos, entre gris y pardo. Los chicos la golpean con ímpetu desplazándola de un lado a otro. Percibo el dolor en cada patada. Están levantando una polvareda en la calle de tierra tostada. Una nube ocre irrespirable. Entro en una habitación y me acuesto sobre cama sombría. Está fresca, en penumbra, silenciosa. Me dejo arrastrar por un tedio perezoso, pesado. Llega Luigi, viene a sacarme de mi estado catatónico:
— Xavi, me voy a Alba. Hay un barco esperando y tengo que navegar.
— Vale.
Observo como se aleja. Se desvanece. Sueño que estoy soñando. Una mujer me vuelve a despertar. Sale humo de la casa. la casa se está quemando y yo tenía que cuidar de ella. Me dormí. Consigo levantarme con la angustia secándome la garganta. Salgo a la calle y observo la casa desde el exterior. Delante, como una especia de entresuelo y a la altura de mi cabeza, una luna de cristal con los marcos de madera ennegrecidos por calor. Ha reventado todo y en el interior veo zapatos humeantes en los estantes y botellas quemadas. Una chica con un vestido vaporoso se acerca, rozándome ligeramente con su pezón. No la conozco. Siento a la vez culpa y deseo.
— Otra vez te has quedado dormido y no me despertaste Xavito!
Doy media vuelta en la cama y miro el reloj. Marca las seis y cincuenta y uno. Verito se levanta dándome la espalda. Demasiado tarde. Volverá a ser el señor Beakman.

No hay comentarios:
Publicar un comentario